Supongamos, aunque no sea más que una suposición, que Dios derrame su Espíritu en el próximo esfuerzo de evangelización que Vd. dirija, y que 500 personas acepten el mensaje en un solo día. O bien, que le otorgue el don de sanidad, y que, cuando ore por los enfermos de cáncer incurable, se levanten completamente sanos. ¿Puede asegurar que no se jactará un poquito y que no asumirá una expresión de afectada piedad que manifiesta un orgullo inconsciente deseoso de publicidad? O ¿puede responder de que su esposa no simpatizará compasivamente con las esposas de los obreros que no tienen “el poder divino” concedido al suyo, para ganarse su admiración?
Volverá el tiempo cuando, “por la locura de la predicación,” gran número de personas aceptará el mensaje, y cuando los hombres de Dios nuevamente recibirán el don de sanidad. Sin embargo, estos dones divinos se manifestarán únicamente entre los hombres en que Dios pueda confiar. Seamos humildes y reconozcamos que “no podemos hacer nada por nosotros mismos.” “Nuestra suficiencia es Dios.”—The Ministry, junio de 1955.