Acabamos de recibir la carta de un colportor. En ella nos cuenta de sus actividades para llevar el Evangelio a otros. Eso nos anima. Pero quedamos apesadumbrados cuando añade que hay falta de elementos humanos para hacer una obra activa en medio de las “muchas personas sedientas de la verdad”. Luego nuestro pesar se transforma en un extraño signo de interrogación cuando añade que el encargado de la obra en ese distrito trabaja muy poco en el cumplimiento de su misión. Casi nos resistimos a creer lo que nos afirma enfáticamente.

¿Será posible que nuestra actuación sea tan limitada que llame la atención lo muy poco que efectuamos? Nuestro informante termina: “En el juicio final cada uno dará su respuesta”.

No nos cabe duda de que hay misioneros, evangelistas y pastores, que luchan asiduamente en el cumplimiento de su nobilísima labor de dar el mensaje, instruir y cuidar de la grey. Ellos están acumulando para sí un “sobremanera alto y eterno peso de gloria” (2 Cor. 4:17). No hay duda de que lo depositarán a los pies del Redentor reconociendo que sólo Jesús es digno de alabanza. Sin embargo, la Palabra de Dios también nos dice que “los que enseñan la justicia a la multitud, [brillarán] como las estrellas a perpetua eternidad” (Dan. 12:3).

¿Puede ser que haya quienes se han olvidado de estas preciosas promesas divinas? Si ha decaído nuestro esfuerzo y hallamos que nos ocupamos demasiado en actividades que no corresponden con el cumplimiento de nuestro ministerio, o que lo realizamos sin poner todo el corazón en la tarea, es sobrado tiempo de que volvamos sobre nuestros pasos y redimamos las oportunidades descuidadas.

La palabra inspirada de la sierva de Dios nos insta: “Debemos velar, obrar y orar como si éste fuese el último día que se nos concede. ¡Qué intenso fervor habría entonces en nuestra vida! ¡Cuán estrechamente seguiríamos a Jesús en todas nuestras palabras y acciones!” (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 60). Estas palabras fueron escritas en 1882. Con mayor intensidad deberían resonar en nuestro ánimo y en nuestra conciencia hoy, cuando la marcha de los acontecimientos es mucho más rápida.

Es indudable que la gran mayoría de nuestros obreros se esfuerzan y dedican sus mejores energías a la tarea que les ha sido confiada por el Cielo. Sólo preguntamos: ¿Todos cumplimos así nuestra misión?