En la preparación del programa de evangelizaron para un año más, no está de más recordar que el trabajo personal es tan importante como la proclamación pública. La condición actual de la sociedad ya no demanda un abordaje aislado de uno o dos aspectos. Necesitamos predicar a las masas, al igual que necesitamos ministrar personalmente a las personas. Entregándonos al poder de Dios, seremos instrumentos a través de los cuales él actuará.

Dios concede poder. “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo” (Hech. 1:8). Con el Espíritu Santo, podemos hacer todo; sin él, nada podemos hacer.

Dios enseña el proceso. “Y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8). Comenzando en el hogar, siga la secuencia natural, alcanzando primeramente a su familia, sus amigos, sus vecinos y a las personas en general. Entonces, avance hasta que el mundo todo sea iluminado por el evangelio.

Dios promete. “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hech. 1:11). La promesa de Cristo, acerca del establecimiento de su Reino, en su segunda venida, debe motivar nuestro trabajo.

Dios establece la premisa, “lodos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hech. 1:14). Comience donde los primeros discípulos comenzaron: con unidad, oración y la búsqueda del Espíritu Santo.

Dios provee la proclamación. “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hech. 2:38). El contenido de nuestra predicación es claro: Jesús, arrepentimiento y bautismo.

Dios profetiza: “Recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos” (Hech. 2:38, 39). Los mismos dones que fueron derramados por el Espíritu Santo sobre la iglesia primitiva están todavía disponibles para la iglesia de nuestros días.

Dios proyecta. “Y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hech. 2:39). Las Escrituras prevén un mensaje salvador, que abarca e ilumina el mundo entero.

Dios establece el propósito. “Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación” (Hech. 2:40). Planifique iniciativas valientes, dirigidas a la salvación de las personas.

Dios persuade. “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados” (Hech. 2:41). En Pentecostés, la predicación de Pedro fue tan poderosa que sus oyentes aceptaron alegremente el mensaje.

Dios se encarga de los resultados. “Y se añadieron aquel día como tres mil personas” (Hech. 2.41). A la confianza en los planes de Dios le siguen abundantes resultados.

Dios crea el programa. “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hech. 2:42). Los esfuerzos determinados y organizados para discipular a nuevos creyentes incluyen: estudio de la Biblia, oración, fraternidad, testimonio y obediencia.

Dios provee evidencias. “Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles” (Hech. 2:43). Maravillosas manifestaciones acompañan la experiencia de vidas transformadas.

Dios atiende las necesidades. “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas” (Hech. 2:44). Una iglesia unida atiende las necesidades de todos sus miembros

Dios provee participación. “Y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno” (Hech. 2:45). Una iglesia unida anima a todos a participar y a sacrificar.

Dios está presente. “Perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (Hech. 2:46). Jesús permanece entre su pueblo, por medio de su Espíritu.

Dios provee la alabanza. “Alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo” (Hech 2 47) La vida de oración produce alegría en nuestra jornada y aceptación por parte de quien nos observa.

Dios hace prosperar. “Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hech 2:47). El Señor ve el evangelismo como un proceso constante; no solo como un evento pasajero

Dios provee el galardón. “Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Apoc. 21:3).

Sobre el autor: Secretario ministerial de la Asociación General de la IASD