Quienes tengan memoria de su paso fugaz por Sudamérica, lo recordarán como el pastor de límpida sonrisa, de fácil comunicación y de poderosa predicación.

 Sus propias palabras testifican de la profunda vocación pastoral que abrigó en su corazón: “El encuentro personal e íntimo del alma con su Redentor es la experiencia más importante. Es la que salvó al ladrón que moría en una cruz fuera de Jerusalén. Es la que salvó al orgulloso fariseo en el camino a Damasco. Es la que puede salvar a cualquier hombre en cualquier momento”

“La predicación está atravesando tiempos difíciles. No hay muchos predicadores bíblicos en el púlpito hoy en día”. Así observaba el Dr. James E. Stewart, el famoso predicador escocés, en una entrevista personal que sostuve con él en Edimburgo. Cuando le pregunté a quiénes consideraba como predicadores bíblicos sobresalientes en los Estados Unidos, replicó: “Así, de repente, ninguno acude a mi mente”.

  Ahora bien, el Dr. Stewart es considerado una autoridad en el campo de la predicación, un predicador bíblico sobresaliente. De manera que lo que él dice respecto de la predicación contemporánea, lo puede decir con autoridad.

  Durante las décadas de este siglo, y aun del pasado, un coro cada vez más numeroso de voces ha deplorado el creciente empobrecimiento del púlpito. Ya en 1920, Harry Emerson Fosdick declaró que gran parte de la predicación se caracterizaba por la futilidad y la opacidad. Charles Spurgeon, el gran predicador londinense, debe de haber escuchado a algunos de sus colegas antes de proclamar apasionadamente: “Es infame subir a un púlpito y volcar sobre la gente ríos de lenguaje, cataratas de palabras, con las cuales se sostienen meras trivialidades en solución como granos infinitesimales de medicina homeopática en un Atlántico de expresión”.

  Los libros actuales sobre predicación también deploran la pobre condición de este arte. Uno atribuye la predicación inferior a la pereza, a la poca pericia y a un concepto depreciado de la predicación. Creo que la evaluación golpea de lleno en la cabeza. En efecto, un joven predicador en un seminario que yo estaba dirigiendo, declaró: “Predicar está pasado de moda. Es anticuado. Lo único que necesitamos es levantarnos y hablar unos diez minutos, entonces dejar que la congregación responda durante unos veinte minutos”. Repliqué: “¿Para qué? ¿Para conjugar la ignorancia y las opiniones personales de los oyentes? Ese no es el concepto bíblico de la predicación”.

  No sólo los predicadores denuncian la pobreza de la predicación contemporánea, sino también los laicos, los que escuchan. Ellos sienten que la mayoría de los sermones son insulsos y sin interés, que el predicador los está sermoneando y usa un lenguaje que no les resulta familiar, y que gran parte de la predicación no se relaciona con sus necesidades.

  Durante los años que serví como presidente de la Asociación de New Jersey, los laicos a menudo acudían a mí preocupados por la predicación que estaban escuchando. Una dama me dijo: “Tenemos un magnífico pastor; todos lo queremos. Pero no sabe predicar. ¿No hay algo que usted pueda hacer para ayudarle?” Bueno, al menos lo amaban porque era un buen pastor. Pero no sabía predicar. Y escuché esto un buen número de veces.

  Si lo peor que se puede decir de un maestro es que no sabe enseñar, lo peor que se puede decir de un predicador es que no sabe predicar. ¿Qué cosa peor podría oírse acerca de un médico que el hecho de que no puede sanar? ¿Qué cosa peor puede oírse de un predicador que el hecho de que no puede predicar? Predicar el Evangelio eterno es nuestra tarea primordial. No es extraño que muchos laicos estén chasqueados cuando mostramos ser ineficaces en esta función esencial.

  Parece evidente que en tanto la iglesia moderna está creciendo, el púlpito moderno no crece, lo que suscita algunos interrogantes acerca de la clase de crecimiento que está experimentando la iglesia en estos días de extendida religiosidad. Muchos asisten a la iglesia sin el ardiente deseo de escuchar al predicador. Miembros se han acercado a decirme: “La predicación que escuchamos cada semana es pobre. Estamos deseando que pronto haya un cambio de pastor. Mientras tanto, pensamos permanecer aquí en nuestra iglesia. Estábamos aquí antes que llegara este pastor; nos proponemos estar aquí cuando él se vaya”. Su motivación para asistir a la iglesia no es la predicación. Es su lealtad a la iglesia. La buena predicación es sumamente importante para sus miembros, aun cuando no lo sea para usted. Una exhaustiva encuesta realizada por la Iglesia Metodista Unida del Sur indicó que la mayoría de los laicos consultados en esta muestra reclamaban buena predicación. Luchan para mantener a los predicadores que saben predicar. El informe reveló además que la pregunta más frecuentemente formulada acerca de un potencial nuevo predicador es: “¿Sabe predicar?” Un interesante detalle incidental fue revelado por un superintendente que descubrió que una iglesia en su distrito había elevado el sueldo del predicador para el año siguiente a 3.000 dólares. Cuando averiguó el porqué de este gran aumento, los dirigentes de la iglesia replicaron: “No podíamos evitar de hacerlo. Él sabe predicar y la gente llena la iglesia para escucharlo. Es el primer buen predicador que hemos tenido, y esperamos conservarlo. ¡Nuestro plan es subir su sueldo con tanta frecuencia que ustedes no puedan trasladarlo!”

  Esta ilustración revela no solamente el interés que los laicos tienen en la buena predicación, sino también la triste escasez de predicación. Y lo que se aplica al púlpito metodista en esta investigación es igualmente aplicable a la iglesia en general, incluyendo la nuestra. Hoy hay preocupación en la Iglesia Adventista del Séptimo Día por la mediocre y aun pobre calidad de gran parte de su predicación. Un destacado profesor de Homilética y predicador por derecho propio ha dicho: “Hay un descontento generalizado con la calidad de la predicación adventista. Laicos que aman y respetan a sus ministros reconocen confidencialmente que desearían que su pastor pudiese predicar mejores sermones. Hombres que recorren iglesia tras iglesia y escuchan a muchos predicadores están preocupados por la calidad de lo que oyen”.

  Como parte de mis responsabilidades, realizo muchos viajes sobre una extensa área, visitando a los pastores y ayudándoles en diversos aspectos del ministerio. Una vez por mes asumo como mi tarea escuchar la predicación de mis colegas. Escucho algunos excelentes sermones, pero la mayor parte de la predicación es mediocre y aun pobre.

  Recientemente asistí a una iglesia que tiene una feligresía de unos seiscientos miembros. El sermón del pastor esa mañana giraba en torno de una palabra bíblica clave. Resultó evidente que había buscado la palabra en una concordancia; escogió seis versículos sin relación entre sí en los cuales aparecía la palabra, y los enhebró juntos sin comentarios. Expresó algunos buenos pensamientos, pero el sermón fue desordenado, fragmentado y sin un punto central. Era obvio que había puesto en su mensaje poco esfuerzo de meditación o preparación. Tenía escasa relevancia para las necesidades de la congregación, y las ovejas se fueron sin alimento. Tal vez la pobreza en el contenido de su sermón fue una aberración inusual de ese día Únicamente. Si es una muestra de la dieta espiritual que está recibiendo su congregación, es de lamentar.

  Frente a un coro tal de insatisfacción con la predicación en boga de la iglesia cristiana, algunos han predicho su inminente defunción. Sienten que la época de predicar se está terminando y que está quedando rápidamente fuera de moda como medio de presentación del Evangelio. Los medios masivos de comunicación están tornando el púlpito obsoleto. La dinámica de grupos, el diálogo y la discusión lo están reemplazando.

  Yo no comparto estos puntos de vista pesimistas, excepto para decir que los síntomas existen. No creo que la predicación morirá jamás, porque el Evangelio ha de ser predicado a todo el mundo hasta el mismo fin. Lo que está pasado de moda no es la predicación de la Palabra de Dios, sino la variedad común de predicación contemporánea. No es la predicación en sí misma que está pasando de moda tanto como nuestra moderna marca de predicación, y lo más pronto que ocurra, mejor.

  Estamos siendo testigos del fenecimiento de la predicación que no es bíblica. La predicación humanística está perdiendo su atractivo. La artificiosidad psicológica se está volviendo crecientemente ineficaz. El énfasis sociológico está teniendo poco impacto en la decadente estructura de nuestra sociedad. Estos tipos de predicación ya han vaciado las iglesias de Europa, y ahora la gente de América también se está alejando rápidamente del tipo moderno de la así llamada predicación, en búsqueda de algo mejor. La declinación de tal predicación no es razón para el pesimismo o el fatalismo. ¡Por el contrario, es un llamado al reavivamiento de la predicación bíblica!

  La evidencia bíblica apuntala la opinión de que la predicación sobrevivirá a su declinación. La promesa de Dios referente a la eficacia de su Palabra es aún verdadera. “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Isa. 55:10, 11).

  Los que están interesados en escuchar a un predicador quieren oír lo que Dios tiene para decir más bien que la opinión del predicador, no importa cuán grande sea su brillo intelectual. Hay un tremendo poder penetrante en la Palabra de Dios, “porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Heb. 4:12).

  Hasta qué punto es eficaz la proclamación de la Palabra puede ilustrarse con una experiencia del famoso Charles Spurgeon, que tenía que hablar en el Palacio Cristal de Londres. Como en sus días no había sistema de amplificación, Spurgeon fue al auditorio a practicar la proyección de su voz. De pie en la plataforma, proclamó en alta voz: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Un conserje, que estaba trabajando en la galería más alta, escuchó este fragmento de la Palabra de Dios. Penetró en su alma como una espada de dos filos. No era cristiano, pero ahora, movido por profunda convicción, entregó su corazón a Cristo. ¡La proclamación de un versículo bíblico con el propósito de practicar un discurso transformó su vida! Este fue un milagro de la Palabra de Dios que no puede acreditarse a Charles Spurgeon.

  En la práctica, la predicación puede ser vacilante o elocuente. La predicación vacilante, si es bíblica, puede realizar más para la salvación de sus oyentes que la predicación elocuente si no es bíblica. No es el instrumento, sino la Palabra de Dios viviente, lo que otorga benditos resultados a la predicación. Dondequiera que la Biblia es fielmente expuesta, puede esperarse el cumplimiento de la promesa de Dios: “Mi Palabra no volverá a mí vacía”.

  El Señor puede usar más exitosamente al predicador laico más humilde que proclama la Palabra, que lo que puede usar al mayor predicador que proclama sus propias palabras.

  La predicación sobrevivirá a su declinación porque es el método ordenado por Dios para ganar hombres para Cristo. “Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación’’ (1 Cor. 1:21). Dios ha ordenado que hombres y mujeres sean salvados para El por medio de la locura de la predicación. Los hombres pueden predecir que la predicación se volverá obsoleta. El Señor tiene planes distintos.

  La “locura de la predicación” parece ser una expresión extraña. En realidad, es el contenido de la predicación lo que constituye locura para el mundo. El Evangelio es un acto insano, a los ojos de los hombres, contrario a toda lógica humana. Consiste en la humillación de Cristo en la realidad histórica de su vida y muerte. Y los cristianos, también, siempre son necios para el juicio del mundo. Comparten la locura de la humillación de su Salvador. Predican conceptos del Evangelio aparentemente tan desvariados como el de volver la otra mejilla, ir la segunda milla, amar a los enemigos, hacer bien a quienes los usan maliciosamente. Predicar acerca del Cristo crucificado es locura para el corazón incrédulo.

  No obstante, si bien es por medio de la locura de la predicación que algunos hombres han de ser salvos, necesitamos que se nos recuerde que nuestra predicación debería ser tan poco necia como fuere posible. En otras palabras, todo predicador debería mejorar constantemente su capacidad, como predicador de la Palabra. Es cierto que el Señor puede bendecir cualquier predicación de su Palabra no importa cuán humilde sea. Pero también es cierto que El puede usar más eficazmente a un predicador altamente capacitado que a uno pobremente preparado, suponiendo que ambos son consagrados a Dios. El Señor usó poderosamente a humildes pescadores galileos, que llegaron a ser sus apóstoles. El poder y la influencia de ellos sobre las almas salvadas mediante su ministerio son ¡limitados. No obstante, fue el educado Pablo, con sus aptitudes y conocimientos superiores, el que hizo el mayor impacto en la iglesia temprana y en su ministerio.

  Dios puede usar cualquier clase de instrumento que esté totalmente dedicado a Él, pero puede utilizar una herramienta afilada más eficazmente que una desafilada. Una guadaña desafilada cortará algo de grano. Una afilada cortará mucho más. Por consiguiente, como estudioso de las Sagradas Escrituras y proclamador de sus verdades en el púlpito, el predicador debe esforzarse constantemente por mejorar en ambos aspectos. Debe sentir constantemente una santa insatisfacción con sus logros como estudioso de la Biblia y como predicador de la Biblia, que lo estimule a alcanzar una mayor capacidad en las dos cosas.

  La predicación está pasando por tiempos difíciles. Estamos presenciando una triste declinación. Algunos están pronosticando su definitivo ocaso como una fuerza en el cristianismo. Reconocidamente, la predicación ha experimentado sus altibajos a lo largo de los siglos, pero siempre ha vuelto con poder y vigor. Cuando quiera ha habido un reavivamiento en el estudio de la Palabra de Dios, ha habido un reavivamiento en la predicación. La predicación ha sido una fuente de poder en la iglesia desde su mismo comienzo. Jesús predicó. Sus discípulos predicaron. Pablo predicó. A lo largo de todos los siglos cristianos la predicación ha sido el medio de Dios para salvar a los hombres.

  La predicación bíblica revivirá nuevamente y persistirá hasta el fin. “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mat. 24:14).

Sobre el autor: se destacó por su calor, por su simpatía y por la excelencia de su predicación. En su ministerio se desempeñó como pastor en Illinois, en Florida, en Maryland, y en el estado de Washington. Fue pastor de importantes congregaciones como la Iglesia de Glendale City, la iglesia de Sligo, en Takoma Park y la iglesia central de Seattle, estado de Washington. Se desempeñó como presidente de las asociaciones del sudeste de California y de New Jersey. También fue secretario ministerial de la Unión del Pacífico y profesor asociado del Departamento de Iglesia y Ministerio en la Universidad Andrews.