Toda obra importante es la realización de un plan previo. El mismo universo, con todas sus estrellas, nebulosas y galaxias, y hasta la tierra misma con la plenitud de sus maravillas, es el resultado de un plan divino. Probablemente la Divinidad dedicó más tiempo a planificar lo que sería nuestro mundo que al acto mismo de crearlo. Todas las hermosuras estaban en su cabal perfección en los pensamientos del Creador antes que se cristalizaran en la realidad tangible y maravillosa. La majestuosidad del león, la policromía del colibrí y de la mariposa, la fragancia de la rosa y la arquitectura del cristal de nieve, no han sido el resultado de tanteos y de sucesivas frustraciones como las obras humanas, sino el efecto del pensamiento planificado de Dios, llevado finalmente al plano de la realidad.
Lo mejor que han elaborado los hombres en el curso de la historia es el resultado de la planificación. La mente humana concibe proyectos y los va mejorando en forma imaginativa antes de llevarlos a la realidad. Las siete maravillas de la antigüedad, las obras de arte pictórico, escultórico, arquitectónico, literario y filosófico han surgido de la mente humana en forma de proyectos que requirieron meditación, reflexión y planificación, antes de exigir la acción perseverante que pudo traducirlos en hechos y en obras que han sido la admiración de la humanidad.
Jesucristo planificó su labor evangélica
Será difícil exagerar la importancia de la actuación de Cristo como Redentor. La Divinidad misma planificó el proyecto de redimir a la humanidad. Asombra el hecho de que el Mesías, habiendo vivido 33 años sobre este planeta, sólo dedicó tres años y medio a la predicación propiamente dicha. Durante las tres primeras décadas que siguieron a su humanación, Cristo enseñó a la humanidad la piedad filial, y dignificó el trabajo con sus manos en una época esclavista y, por consiguiente, estuvo predicando con el modelo de su vida ejemplar. Pero, la forma como realizó su ministerio en el curso de los tres años y medio de su ministerio público permite opinar que habrá meditado muchas veces en su labor de evangelista hasta llevarla a la madurez de un proyecto bien planificado.
Aquel en quien residía la plenitud de la sabiduría, el que planeó en tiempos remotos el desarrollo de su misión como Redentor, planificó también su labor evangélica de la manera que creyó más conveniente en la época y en el lugar donde le tocó actuar. La Hna. Elena G. de White se ha referido en diversas oportunidades a los planes de las campañas evangélicas de Cristo. Sólo será necesario recordar algunas menciones para que resulte evidente que los planes de Cristo precedieron a su acción:
“El gran Maestro trazó planes para su obra. Estudiad estos planes.”—Review and Herald, del 18 de enero de 1912.
“El, el Príncipe de los maestros, procuraba alcanzar al pueblo por la senda de sus más familiares asociaciones. Presentaba la verdad de modo tal que siempre, después de su presentación. se hallaba hermanada, para sus oyentes, con sus más sagrados recuerdos y simpatías.”—“Ministry of Healing” pág. 23. año 1905.
“De los métodos de trabajo de Cristo podemos aprender muchas lecciones valiosas. El no siguió un solo método; de diversas maneras trató de captar la atención de las multitudes; y entonces les proclamó las verdades del Evangelio.”—Review and Herald, del 17 de enero de 1907.
Algunos principios que fundamentan los métodos evangélicos de Cristo
La predicación de Cristo respondía al gran proyecto de redimir a la humanidad. Cada tema que presentaba encuadraba dentro del gran plan de salvación. Pero para lograr ese magno objetivo no actuaba con precipitación, de un modo desordenado, sino organizando la exposición de las verdades de tal manera que resultasen aceptables: “En sus enseñanzas, Cristo no sermoneó como lo hacen los ministros actuales. Su obra consistía en edificar el armazón de la verdad. Juntó las preciosas joyas de que el enemigo se había apropiado y había colocado en el armazón del error. El las reengastó en la trama de la verdad, para que todos los que recibieran la palabra pudieran ser enriquecidos por este medio.”—“Evangelismo” pág. 44.
Según las palabras precedentes, la predicación evangélica de Cristo fue de tal naturaleza que exhibió las verdades disponiéndolas en una forma tan ordenada como la del joyero que da realce a las piedras preciosas y las engasta de modo que tengan el mayor lucimiento. Jesús no dijo: “Aquí está el cofre de la verdad,” y volcó en un montón todo su contenido. Prefirió mostrar el tesoro de la verdad de una manera ordenada, de modo que cada gema pudiese ser admirada.
Cristo tenía un plan para presentar la verdad. Él sabía perfectamente como Maestro que debía enseñar valiéndose de principios pedagógicos que toman en cuenta a la naturaleza humana. Al enseñar pasaba de lo conocido a lo desconocido. Hasta a sus discípulos les fue enseñando gradual y progresivamente los diversos aspectos de la verdad: “El gran Maestro tenía en sus manos todo el mapa de la verdad, pero no lo descubría enteramente a sus discípulos. Les habría únicamente aquellos temas que eran esenciales para su progreso en la senda del cielo. Había muchas cosas con respecto a las cuales su sabiduría le hizo guardar silencio.”—“Evangelismo” págs. 44, 45.
El Maestro dominaba los diversos temas que integran el cuadro total de las verdades evangélicas, y al mismo tiempo conocía la naturaleza humana de tal manera que enseñaba en forma sencilla y de acuerdo con un plan que implicaba la mayor claridad posible: “La enseñanza de Cristo era la sencillez personificada. Enseñaba como quien tiene autoridad… En sus discursos Cristo no presentaba delante de ellos muchas cosas a la vez, no fuera que su mente se confundiese. Hizo que cada punto fuera claro y distinto. No desdeñaba la repetición de las verdades viejas y familiares que están en las profecías si servían para sus propósitos de inculcar ideas.”—Manuscrito 25, de 1890.
Cada sermón de Jesús fue una obra maestra. Si se lee detenidamente el Sermón del Monte resulta fácil reconstruir el bosquejo de los diez tópicos principales que desarrolló y las ilustraciones que fue empleando para aclarar los conceptos que quiso destacar y que llevaron al auditorio a ciertas conclusiones ineludibles.
El orden, la claridad, la simpatía, la sencillez y el fervor caracterizaron los discursos del Maestro que debe ser el inspirador de todo evangelista: “Obtendremos mucha instrucción para nuestra obra de un estudio de los métodos de trabajo de Cristo y de su manera de encontrarse con la gente. En la narración evangélica encontramos el relato de cómo trabajaba por todas las clases, y de cómo, mientras trabajaba en las ciudades y los pueblos, millares eran atraídos a su lado para escuchar su enseñanza. Las palabras del Maestro eran claras y distintas, y eran pronunciadas con simpatía y ternura. Llevaban consigo la seguridad de que aquí había verdad. Era la sencillez y el fervor con que Cristo trabajaba y hablaba lo que atraía a tantas personas a él.”—“Evangelismo” pág. 41. “La manera de Cristo de presentar la verdad no puede ser mejorada. . .. Las palabras de vida eran presentadas con tal sencillez que un niño podía entenderlas.”—“Counsels on Health” págs. 498, 499, año 1914.
La necesidad de planificar los ciclos de conferencias
Gran parte del éxito de un ciclo de conferencias se debe a los planes que analizan previamente los más diversos aspectos de la campaña evangélica.
La planificación integral de un ciclo abarca aspectos muy diferentes tal como acontece con el plano de una construcción. El edificio que se proyecta debe estar en armonía con las necesidades y con los recursos de quienes necesitarán habitar en la casa. Las casas proyectadas pueden diferir en tamaño y en estilo, pero deben reunir un mínimo de condiciones ambientales para que resulten satisfactoriamente habitables. La seguridad de la casa misma no depende de un solo factor sino de varios, y todos ellos tienen que entrar en el estudio del proyecto: cálculos de resistencias de los materiales, estimación de la consistencia del suelo y profundidad y naturaleza de los cimientos, etc.
Cuando se estudia un ciclo de conferencias se deben tomar en cuenta los más diversos factores tales como los que siguen: el número de habitantes de la ciudad, la ubicación conveniente del salón, los recursos de que se dispone para establecer el carácter de la propaganda, la cantidad de ayudantes y la experiencia de los mismos, la duración del ciclo, preparación del territorio, reavivamiento de la iglesia local si es que la hay, etc.
Uno de los problemas fundamentales que es necesario resolver después de saber cuál será el número de ayudantes de los cuales se dispondrá, es el de señalar a cada uno una tarea de acuerdo con sus condiciones, lo cual supone que los habrá de diversas características. Esa es, ciertamente, una parte importante y delicada de la labor del evangelista en armonía con la junta local, pues: “A cada hombre Dios ha señalado su obra, de acuerdo con sus capacidades y aptitudes. Necesitan efectuarse planes sabios para colocar a cada uno en su propia esfera de trabajo, a fin de que pueda obtener la experiencia que lo capacite para llevar responsabilidades crecientes.”— “Evangelismo” pág. 73.
Si la planificación de un ciclo de conferencias requiere atención en sus más diversos aspectos, es indudable que el eslabonamiento y la secuencia de los temas a presentarse merecen una consideración muy especial.
La cantidad de conferencias que integrarán el ciclo depende de diversas circunstancias que se deben analizar previamente: el lugar, las costumbres regionales, los recursos y el tiempo del cual se dispondrá. De hecho, un ciclo de conferencias evangélicas no será completo a menos que presente suficientes verdades del Evangelio como para acompañar la labor del Espíritu Santo que produce la conversión. Por consiguiente, aunque un ciclo de conferencias sea breve, debe contener un desarrollo doctrinal indispensable para que se cumpla su verdadera finalidad. Por otra parte, el éxito de un ciclo de conferencias no puede medirse por la cantidad total de conferencias que se hayan dictado sino por lo que se haya enseñado durante las mismas y por los resultados inmediatos y mediatos que siguieron o que seguirán a esas enseñanzas.
Con frecuencia se estudian debidamente los diferentes factores relacionados con los ciclos de conferencias, mientras no se da la debida consideración a los temas que deben ser presentados y a la relación que debe mantenerse entre unos y otros, teniendo en cuenta los factores lógicos y psicológicos que entran en juego. ¿Cuáles son los grandes temas que deben ser desarrollados en un ciclo de conferencias? ¿En qué orden conviene presentarlos para que resulten más comprensibles y, por lo tanto, más aceptables? Esta es la cuestión que será presentada en el próximo número de esta revista.