El pastor y la Junta de Iglesia deben responder, juntos, las siguientes preguntas: ¿Dónde estábamos? ¿Dónde estamos? ¿Adonde queremos llegar?

Cuando pensamos en una iglesia organizada, con toda su estructura de departamentos, sus recursos humanos y sus desafíos misioneros, tenemos que pensar en la planificación estratégica. Dijo Jesús: “Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?” (Luc. 14:28).

La planificación forma parte de la vida, pues si no sabemos la dirección que debemos tomar jamás llegaremos a nuestro destino. Muchas iglesias sencillamente no crecen porque no evalúan ni planifican de acuerdo con los principios bíblicos. En verdad, muchas veces “somos tardos en comprender cuán necesario es entender las enseñanzas de Cristo y sus métodos de trabajo”.[1] En ese sentido, el papel de los líderes es fundamental. “Los que tienen la visión espiritual de la iglesia deben idear formas y medios por los cuales pueda darse una oportunidad, a todo miembro de ella, para que desempeñe alguna parte en la obra de Dios”.[2]

Aspectos de la planificación eficaz

Al estudiar el perfil de algunos líderes de la iglesia caracterizados por la falta de organización, verificamos que, en cierto sentido, este factor ha influenciado en la planificación. Algunos directivos son creativos, pero no tienen un sentido de la planificación muy perfeccionado. Necesitan desarrollarlo. ¿Cómo podemos impedir que ese comportamiento sea reflejado en la iglesia local? Con trabajo serio y comprometido con Dios, quien a través del profeta Jeremías advierte: “Maldito el que hiciere indolentemente la obra de Jehová” (Jer. 48:10).

En el proceso de la planificación estratégica eficaz, hay tres aspectos que debemos tener siempre en mente:

  1. Esclarecimiento de creencias y valores.
  2. Focalización en la misión.
  3. Ampliación del horizonte, con evaluación, acompañamiento y visión evangelizadora.

Nuestra declaración de misión expresa lo siguiente: “La misión de la Iglesia Adventista del Séptimo Día es comunicar a todas las personas el evangelio eterno del amor de Dios en el contexto del mensaje de los tres ángeles de Apocalipsis 14:6 al 12, conforme está revelado en la vida, la muerte, la resurrección y el ministerio sacerdotal de Jesucristo, invitándolas a aceptar a Jesús como su Salvador personal y a unirse a su iglesia, y asistiéndolas y edificándolas espiritualmente en preparación para su pronto retorno”.[3]

Tres puntos están bien claros en esa declaración: la creencia, la misión y el acompañamiento. Aun así, muchas iglesias no consiguen crecer. ¿Por qué? Sencillamente les falta lo que llamamos “funcionamiento estratégico”, que se resume en planificación, organización, personal, direccionamiento y control (acompañamiento).

Importancia de la Junta

“La función primordial de la Junta Directiva de la iglesia es servir como la junta de más alto rango de la iglesia local. Cuando la Junta Directiva de la iglesia dedica su principal interés y sus mejores energías al evangelismo por parte de todos los miembros, la mayoría de los problemas de la iglesia se alivian o se previenen; y se siente una fuerte y positiva influencia en la vida espiritual y en el desarrollo de la hermandad”.[4]

Podemos resumir en siete las principales responsabilidades de la Junta de Iglesia: 1) Nutrición espiritual y evangelización en todos sus aspectos; 2) Preservación de la pureza doctrinal; 3) Defensa de las normas cristianas; 4) Recomendar movimientos en el conjunto de miembros (cartas de traslado, etc.); 5) Cuidado de las finanzas eclesiásticas; 6) Protección y cuidado del patrimonio; y 7) Coordinación de los departamentos de la iglesia.[5]

En muchos lugares, cuando la Junta de Iglesia de reúne, la primera preocupación de sus miembros es la solución de problemas disciplinarios, en lugar de la nutrición espiritual y la evangelización. Evidentemente, no debemos despreciar la búsqueda de la solución de problemas, pero la prioridad es siempre la misión. Otro factor se relaciona con la departa- mentalización sin objetivos claramente evangelizadores. Se ha revelado como un obstáculo para el crecimiento de muchas iglesias, favoreciendo disputas internas y superposición de programas no integrados. La pregunta es la siguiente: ¿Dónde deben marcar la diferencia los miembros, la Junta y el pastor en todo este proceso?

“Deben idearse y ponerse en práctica, entre las iglesias, los métodos más sencillos para trabajar. Si los miembros aceptan unánimemente tales planes y con perseverancia los llevan a cabo, segarán una rica recompensa; porque su experiencia se irá enriqueciendo, su capacidad aumentará y por sus esfuerzos salvarán almas”.[6]

Con el fin de crear condiciones para atender una apreciación organizacional completa, la Junta de Iglesia, el pastor y los miembros de iglesia pueden responder las siguientes preguntas: “¿Dónde estábamos?” “¿Dónde estamos?” “¿Adonde queremos llegar con nuestra evangelización?” Es a partir de aquí que se establecen metas de participación o discipulado, crecimiento, acompañamiento y, finalmente, cosecha de nuevos conversos para Cristo. Los líderes necesitan aprender a planificar, acompañar y evaluar. Un pensamiento que orienta el trabajo administrativo establece que “confiar es bueno, conferir es mejor”.

Métodos de acompañamiento

En la práctica diaria eclesiástica, existen algunas formas de acompañamiento de los proyectos evangelizadores locales por parte de líderes y pastores. Son:

Oficiales de iglesia. El líder planifica solo para los oficiales y la iglesia no es informada acerca de los planes. No se hace participar, y no hay un sistema de evaluación regular y sistemático. Al llegar al fin del año, solo se dice si funcionó o no.

Acompañamiento verbal. El líder sencillamente predica, pregunta a los miembros cómo están las cosas, pero no existe evaluación, redireccionamiento ni corrección de rutas para el crecimiento. Todo no pasa de las palabras.

Anotaciones de datos. En este modelo de acompañamiento, el líder anota lo que está sucediendo en la iglesia, él solo. No hay planificación participativa, en la que el líder planifica, coordina y evalúa en conjunto con los liderados, motivando y creciendo juntos, con variables y corrección de ruta en algunos momentos.

Cuadro de acompañamiento o carteles visualizadores. Se trata de un paso importante, en el que la iglesia establece blancos de participación, pero todavía no hay integración de los miembros ni de la Comisión en el proceso de planificación estratégica y evaluación. El líder solo establece lo que cree, y punto final.

Cuadro de acompañamiento, visualizadores, junta e iglesia. Este es uno de los modelos más sencillos y eficaces en el crecimiento de la iglesia, pues el líder reúne a la Junta, y establece blancos de participación y discipulado, que son presentados y votados. Estos blancos pueden contemplar los siguientes aspectos: número de miembros que participan en el proyecto de intercesores, Grupos pequeños, parejas misioneras, clases bíblicas, instructores bíblicos, evangelización de cosecha y bautismos. A partir de entonces, el líder y la Junta acompañan mensualmente y actualizan los datos, presentándolos de forma motiva- dora y espiritual, con el fin de que la iglesia compruebe la participación real y vea los resultados de lo que fue planificado.

A través de la Junta de Iglesia, el acompañamiento y la planificación evangelizadora pueden ser eficaces, si los líderes trabajan de manera organizada. Por eso, es hora de organizar la iglesia para cumplir la misión y alcanzar al mundo con el evangelio de Cristo. “Ha llegado el tiempo cuando debemos esperar que el Señor haga grandes cosas para nosotros”.[7]

Sobre el autor: Secretario ministerial de la Asociación Paulista Central.


Referencias

[1] Elena G. de White, Consejos para los maestros, p. 377.

[2] Servicio cristiano, p. 78.

[3] Reglamentos eclesiástico-administrativos, División Sudamericana de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, p. 45.

[4] Manual de la iglesia, p.86.

[5] Ibíd.

[6] Elena G. de White, Joyas de los testimonios, t. 3, p. 66.

[7] Mensajes selectos, t. 2, p. 131.