Pablo estaba bajo arresto domiciliario en Roma. Enfrentaba la posibilidad de morir por su fe. Había escrito una carta de amor y ánimo a los creyentes de Filipos, su iglesia favorita. Al referirse a las difíciles circunstancias que estaba atravesando, el apóstol escribió: “Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido han redundado más bien para el progreso del evangelio” (Fil. 1:12). En el original griego, la palabra prokope, que se traduce como “progreso”, es de carácter enérgico y se usa para referirse al avance de un ejército o de una expedición que realiza alguna misión arriesgada.

El verbo correspondiente a este sustantivo significa literalmente “cortar lo que está delante de uno”. Los griegos lo aplicaban a los árboles caídos, a la limpieza de maleza, de piedras o de cualquier otra cosa que impidiera avanzar. Hoy podríamos compararlo con una gigantesca topadora que no deja nada a su paso. Tiene que avanzar bajo cualquier circunstancia y a cualquier precio.

Pablo deseaba asegurar a sus amados conversos que nada debía ni lograría interponerse en el camino del progreso del Evangelio —ni siquiera la cárcel, las cadenas, el destierro, la oposición o los obstáculos.

Así debe ser hoy también. No debemos permitir que nada obstruya la pronta terminación de la obra de Dios. Cuando las tensiones nos rodean y estamos sumidos en una atmósfera de frustración, Satanás puede tentarnos a descansar un rato o, lo que es peor, a proclamar una moratoria en los proyectos de activa ganancia de almas. ¡Eso no debe ocurrir jamás!

Debemos ser dirigentes valientes, consagrados, dignos del tiempo en que vivimos, del desafío que enfrentamos y de la gente que nos ha sido confiada. Nuestros corazones y nuestros labios deben estar llenos de fe y de ánimo a fin de que los que nos siguen puedan extraer fuerza y valor de nuestro animoso ejemplo.

Al igual que el Israel de antaño, podemos enfrentarnos a situaciones similares a la del Mar Rojo. En ciertas circunstancias, quizá no vemos ningún camino a seguir: sólo la frustración o la derrota nos rodean. Debemos confiar en nuestro Dios y hablar palabras de ánimo, aunque nuestro corazón desfallezca. Si el líder se desespera, la causa está perdida.

En algunos momentos tenemos que hacer planes, aunque no haya posibilidades visibles de llevarlo a la práctica. Nuestro Líder nos ha dado la orden: “Negociad entre tanto que vengo” (Luc. 19:13).

Cuando una puerta se cierra, debemos estar preparados para entrar en otro lugar. Si no conseguimos realizar un proyecto determinado, concentrémonos en los que aún ofrecen posibilidades. Si es necesario que retrocedamos temporariamente en un frente, avancemos en algún otro. Jamás consintamos en que las cosas que no se pueden hacer nos cieguen la visión al punto de que no podamos ver aquellas otras que todavía podemos hacer.

No nos atrevamos a mantener el status quo en tiempos difíciles. Para Dios y su movimiento de los últimos días, no existe un statu quo. No basta con que apuntalemos nuestras defensas; también debemos trazar planes arriesgados para terminar la obra. Es probable que en determinados momentos y lugares el avance sea lento y nos produzca un sentimiento de frustración, pero siempre debemos avanzar.

Me ha tocado servir en territorios difíciles, donde el Evangelio recibía muy poca respuesta y estábamos rodeados por guerras y levantamientos políticos. Conozco las frustraciones y el desánimo que debe afrontar el dirigente. No siempre resulta fácil ser fuerte.

Durante muchos años he mantenido en la primera página de mi Biblia las siguientes palabras de incentivo: “El hombre puede moldear las circunstancias, pero nunca debe permitir que ellas le amolden a él. Debemos valernos de las circunstancias como de instrumentos para obrar. Debemos dominarlas, y no consentir en que nos dominen” (El Ministerio de Curación, pág. 399).

A ustedes y a mí nos toca dirigir la iglesia de Dios durante la hora más crucial y desafiante de la historia del planeta Tierra. ¡Qué responsabilidad abrumadora! ¡Cuánto necesitamos de la ayuda celestial y del poder iluminador del Espíritu Santo!

Jamás olvidemos las palabras de la sierva de Dios: “Nuestro santo y seña debe ser: ¡Adelante, siempre adelante! Los ángeles de Dios irán delante de nosotros para prepararnos el camino. No podemos deponer nuestra preocupación por las regiones lejanas antes de que toda la tierra esté iluminada por la gloria del Señor” (El Evangelismo, pág. 513).

¡Esta es la medida del desafío que se presenta ante los dirigentes en 1976!

Sobre el autor: Presidente de la Asociación General