Sobre nuestro escritorio hay en este momento un montón de papeles mimeografiados. Los hay blancos y de colores; unos contienen dibujos y otros no; algunos son hojas sueltas, mientras que otros forman verdaderos libros.

Abrimos el fichero y encontramos allí centenares de hojas tales. ¿Qué contienen? Planes trazados para dar algún enfoque a tal o cual trabajo. Vienen del campo local, de la unión, de la división y de la Asociación General.

Como adventistas no carecemos de planes. Nuestras juntas y congresos los producen o aprueban por cantidades. Los departamentales, a través de boletines, los distribuyen generosamente en los campos. Planes, planes y más planes.

¿Están de más los planes? ¿Representan todos aquellos papeles una inversión inútil de tiempo o de dinero? Nuestra respuesta es categórica: NO. Hay en todo aquel montón de papeles tesoros valiosos, muy a menudo escondidos o enterrados. A veces —es cierto— los cubren algunos papeles que contienen teorías surgidas en un escritorio, sin una base de conocimiento real de los problemas que tratan de resolver. Pero no podemos negar el inmenso valor de muchísimos de ellos.

Nos ponemos a examinar detenidamente algunos de esos papeles. Aquí hay uno, amarillento por los años, que habla de las características de una reunión de oración bendecida. Dejamos la pluma y lo leemos. ¡Contiene consejos y sugerencias valiosísimos! ¡Cuántas iglesias con reuniones de oración anémicas y moribundas, cambiarían su condición si sus pastores pusieran en práctica algunos de esos sabios consejos y sugerencias tan valiosos!

Aquí hay otro folleto que contiene un diagrama con un calendario de evangelismo del año. Un examen detenido de cuanto contiene, tanto el diagrama como el folleto, nos hace pensar en la aventura deliciosa que significa tomar con interés la planificación de nuestro trabajo en la iglesia. ¡Cuántos días tediosos y rutinarios se evitarían algunos ministros si dedicaran tiempo al estudio de las buenas ideas sugeridas y planearan su aplicación en su ministerio! Si pusiéramos en práctica lo que aquí se aconseja, nuestra siembra comenzaría temprano en el año y lograríamos cosechar mucho más en el transcurso de doce meses.

Aquí hay otro plan. Habla del culto sabático. En la segunda página encontramos un programa sugerente para esa hora sagrada. Sugiere maneras de ahorrar tiempo durante el desarrollo del culto, a fin de lograr un contacto más efectivo y agradable con Dios. Es posible que muchos ejemplares de este material hayan seguido la misma

ruta que siguen muchos de sus congéneres: mimeógrafo, correo, oficina pastoral y… canasto de papeles. Y sin embargo, ¡cuánto bien haría la aplicación de todas esas excelentes ideas en muchas de nuestras iglesias donde la presencia de Dios es impedida o estorbada por la falta de organización, planificación y orden!

Planes y más planes. Kilos de papel y litros de tinta. Fortuna en estampillas, tiempo y esfuerzo. ¿Tiempo perdido? NO. Hay ministros responsables que los estudian y digieren con oración y que llevan a cabo un trabajo eficiente, ordenado e inteligente. Esos son los que tienen éxito. Esos son los que saben hacia dónde van y qué es lo que quieren. No piensan en la jubilación. Están siempre entusiasmados. Cuando se levantan de mañana están pensando en la satisfacción que les depara un día lleno de actividades constructivas al dar un paso más en el fascinante plan que desde hace un tiempo están desarrollando y que progresivamente se va traduciendo en frutos de un ministerio pleno de santas aventuras.

La rutina es enemiga del éxito y de la felicidad en el ministerio, tanto como en cualquier otra actividad. En cambio la planificación, unida al trabajo duro y consagrado, transforma el ministerio en un verdadero “romance”.

Un bombero no tiene ni puede tener planificación en su trabajo. No puede proponerse apagar 50 incendios este mes o este año… Solamente espera que surja un incendio para poderlo apagar. El arquitecto, en cambio, pasa horas y horas sobre su mesa de trabajo; la luz de su estudio permanece encendida hasta tarde en la noche pues el nuevo edificio que está proyectando lo tiene muy entusiasmado. Cuando los planos están listos y aprobados, las máquinas comienzan a llegar al terreno escogido, que entonces está lleno de escombros y basura. Pero esa situación no durará mucho. Un ejército de obreros comienza a limpiar, cavar, cargar y descargar, trazar, medir y construir. Día a día los materiales van tomando forma en un conjunto armonioso. Hoy el cemento, mañana las puertas, pasado el revoque. Al final los desvelos se ven recompensados: la ceremonia de entrega e inauguración de una obra maestra que a partir de ese instante pasa a prestar servicio útil a la comunidad. Aquello es un monumento a la habilidad, la planificación esmerada y el trabajo duro. Allí se han mezclado esos ingredientes con la arena, el cemento y el hierro. El resultado está a la vista.

Aquel arquitecto leyó libros y más libros para saber calcular el hierro que necesitaba tal o cual columna o viga, la resistencia de cada material y la técnica del diseño de un edificio moderno. Luego, el mismo arquitecto gastó hoja tras hoja de papel proyectando las instalaciones de luz y agua, la ventilación y mil detalles más.

El bombero en cambio sólo aprendió a apagar incendios. No necesita muchos libros al respecto, le basta con saber usar los elementos útiles de su trabajo. Los dos hacen un trabajo útil, pero sólo el arquitecto puede ver el edificio que brotó de su mente y que fue fruto de su imaginación y talento.

Un pastor sin planes puede “apagar incendios” con éxito. Puede resolver los problemas a medida que se presenten. Predica los domingos, los miércoles y los sábados; cuando hay una cantidad de interesados listos, los bautiza; si alguien muere… lo entierra. Pero el verdadero ministro es aquel que sabe hacia dónde va y qué es lo que quiere. Examina todo plan que llega a sus manos y ve la manera en que esas ideas pueden ayudarle a ganar más almas. Tiene un plan diario, un plan semanal, mensual y anual. Apaga los incendios que brotan, pero también construye edificios.

¿Qué clase de pastor es usted, estimado lector?