Los fariseos y escribas, muertos en el pecado, empuñaban firmemente las piedras. Algunas manos estaban vacías, pero los ojos, dirigidos por cerebros listos a la acción homicida, habían divisado las piedras que yacían aquí y allá en el polvo. Esos “dos veces muertos” hijos de Satanás, como turbulentas ondas del mar, se levantaban alrededor de Cristo y de la mujer condenada. Esta era la escena cuando la mujer sorprendida en adulterio fue llevada a la presencia de Jesús. La situación era tensa. Se trataba de un caso de adulterio. La humanidad perdida se interesa y se excita cuando es el sexo lo que está en juego. Hollywood iría a la bancarrota sin ese tema carnal.

Un cobayo humano

El complot estaba urdido por toda una camada de predicadores y dirigentes religiosos. Tan sólo comenzamos a darnos cuenta de la magnitud de la perversidad envuelta en este episodio cuando pensamos que era un plan premeditado y ejecutado con el doble propósito de apedrear tanto a Jesús como a la mujer. Secretamente los acusadores pueden haber esperado que el violento tumulto resultante, terminaría en la muerte de ambos. Este pensamiento hace sobresaltar nuestros sentidos por dos razones. Primera, ¿por qué matar al Creador y Sustentador de la vida? Segunda, nos horrorizamos ante el hecho de que la mujer era tan sólo un cobayo humano, un conejillo de India, usado sólo como ingrediente en un experimento explosivo para destruir al Señor. La imaginación de una persona sensible, casi explota dentro de su conciencia al presenciar, no solamente el fin último, sino los medios preparados para alcanzar ese fin. Este relato da prueba de la falta de humanidad del hombre para con el hombre,

Hormigas y jofainas

No había allí ningún respeto por el alma o los sentimientos de la mujer. Uno de esos dirigentes que tenía una piedra en el puño había seducido a la mujer. La destrucción de su víctima no tenía mayor trascendencia que la de pisar a una hormiga. Sus bajas acciones se parecían a marcas de suciedad en los bordes de una jofaina. ¡Qué contraste entre estos hombres y el Salvador! La primera diferencia notable era que Cristo estaba totalmente despreocupado en cuanto a sí mismo o a la turba rebelde. Esta actitud es algo único. La mayoría de los hombres, incluso los ministros, al ser puestos en una situación similar, inmediatamente piensan en actuar de acuerdo con las leyes de la auto conservación. Sería una batalla por la supervivencia. Pero, para asombro de todos, Cristo piensa solamente en una cosa: la adúltera que está temblando, inclinada delante de él.

Contraseñas secretas

La segunda notable diferencia está en la manera singular de derrotar a sus infernales adversarios. Ningún dedo acusador. Ninguna palabra de inflamada justicia. Ningún llamado a la misericordia. Ninguna defensa de la mujer o propia. Tan sólo un silencioso trazar de vividas palabras en el polvo. Contraseñas secretas que abrieron recovecos escondidos de almas contaminadas. Los ojos de la turba leían cada palabra, cada frase. Los rostros cambiaron la insana alegría del odio por el terror a medida que sus sucios caracteres eran expuestos en el tendedero del público conocimiento. Entonces Jesús se levantó. Dio permiso para que se hiciera la ejecución, pero con una condición: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella’’ (Juan 8:7). Inclinándose de nuevo, siguió echando sobre sus enemigos los rayos iluminadores de la verdad.

Se desvanece el falso perfeccionismo

En pocos momentos ese rincón del templo estuvo desierto. Cada perfeccionista de la turba juzgó que era imperfecto y de pronto se acordó que tenía un compromiso anterior. La enérgica protesta de Cristo contra los pecados manifestada al trazarlos en el polvo, tuvo su efecto no sólo sobre los acusadores sino también sobre la acusada. Es más, a ella le había parecido oír su propia sentencia de muerte cuando el Señor dijo: “…sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. Cuando se atrevió a mirar a su alrededor, ¡sus acusadores se habían ido! ¡Fue dejada sola en presencia de Aquel que no conoció pecado! Ahora estaba bajo el poder convincente de la justicia de Cristo. Al principio, ésta fue una experiencia aterradora. La pecaminosidad en presencia de la absoluta falta de pecado. La imperfección ante la perfección. La impureza frente a la absoluta pureza. El pecado es el pecado, pero es más horrible y odioso en la presencia de Alguien que era totalmente ajeno al pecado. Todo el que se encuentre bajo la más leve convicción del Espíritu Santo conoce los sentimientos de horror cuando su carácter es comparado con el carácter de nuestro Señor.

El milagro de los milagros

Conteniendo el aliento, ella espera el juicio de esta divina Persona. Pero para su asombro, ¡Cristo no la disculpó ni la acusó! ¡La resucitó! La esperanza y la ayuda eran suyas cuando el poderoso Señor dijo las vivificantes palabras de perdón y de nueva creación: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. Esta orden fue el comienzo de la vida eterna para una mujer que un rato antes era contada entre las heces de la humanidad. Una mujer que estaba muerta en el pecado ahora sentía el poder de resurrección de Jesús que la levantaba a una nueva vida de belleza y de obediencia. Este milagro de conversión se yergue como un Monte Everest por encima de cualquier milagro de sanidad que Cristo realizó. Preferiríamos mil veces ver sanada a un alma marchita y ciega antes que ver físicamente restaurado un miembro paralítico.

“Confortará mi alma”

Con agradecida emoción se arrojó a los pies del Señor con el corazón henchido de amor y de arrepentimiento. El Señor compartió con ella la experiencia de su futura resurrección. Así como la roca había de ser quitada de su tumba por ángeles poderosos, el Señor hizo que esas piedras cayeran de las manos de los agentes satánicos que clamaban por su vida. Así como el Señor iba a ser librado de su celda de piedra de la muerte, de la misma manera el Señor emancipó a esta mujer, tanto de sus acusadores como de su propia conciencia culpable. Estaba libre, libre de la condenación de Dios, libre de su auto condenación, libre de su enfermedad espiritual. Con el salmista podía decir triunfantemente: “Confortará mi alma”.

¿Matar o salvar?

Los ministros tienen el privilegio de compartir esta dinámica noticia con el mundo. Por supuesto, para poderla compartir con otros debemos haberla experimentado nosotros primero. Los dirigentes religiosos durante el tiempo de la vida de Cristo en la tierra rechazaron este maravilloso poder. El rechazo llevó al terrible resultado que los hacía condenar, matar, destruir, arruinar a aquellos a quienes deberían haber guiado a una experiencia de resurrección. Deberían haber estado en condición de guiar a los pecadores de la esclavitud del pecado a la libertad de la justicia en Cristo Jesús. Pero, ¡ay!, su amor a la alabanza, al egoísmo y a la comodidad los llevó a acciones de destrucción.

Los registros de los atrios celestiales

Hoy en día el mundo no carece de seres humanos que se consideran justos a sí mismos, con suficiencia propia, y que critican a los demás. ¡El testimonio en contra de la gente por lejos sobrepasa el testimonio en favor de la gente! Los registros celestiales están atestados de palabras, pensamientos y acciones en contra de las personas, mientras que hay muchísimas páginas en blanco en los registros de las entradas positivas.

La pregunta es: ¿Dónde están aquellos que odian el pecado, pero aman al pecador? ¿Dónde están los que desean negarse a sí mismos una vida de comodidad para mostrar a los hombres cómo pueden ser resucitados de sus tumbas de vicio y maldad? No necesitamos ninguna débil excusa del pecado, ni bajar las normas. Pero necesitamos un ministerio convertido y laicos que sepan cómo extender piadosos brazos alrededor de las preciosas almas que están en el error, y señalarles bondadosamente a Cristo, la única esperanza para los desesperanzados. Necesitamos hombres que ayuden y sostengan, antes que dedicarse a perjudicar y dañar. Creo firmemente que la mayoría de las almas que se detienen a pensar un poco en cuanto a su condición espiritual, se sienten extremadamente débiles y solas. Parece tan inútil hacer énfasis en cuán hondo han caído en el pozo del pecado, a menos que pueda hacerse un énfasis aún mayor sobre la escalera de la resurrección que se les puede facilitar para salir del fango de la muerte.

Juntad almas y no piedras

Hay todo un alud de material de propaganda en cuanto a la perfección. ¿Podemos imaginarnos una piedra en la mano de alguien que conoce el poder de la resurrección de Cristo en su propia vida? ¿Puede alguien en quien mora el Espíritu de Jesús arrojar una piedra a un semejante? Si todos los verdaderos cristianos fuesen reunidos en una enorme arena y se les pusieran delante unos pobres pecadores, y luego oyeran el desafío: “Los que estén sin pecado, comiencen a arrojar piedras”, nadie se movería. Ningún hombre o mujer convertido se agacharía para recoger una piedra. Toda la asamblea estaría allí con los corazones apesadumbrados y las manos vacías. Si alguno de nosotros que leemos estas palabras tiene piedras de condenación, de censura o de hipocresía en las manos, déjelas caer, y con una mano tome la mano de Cristo, y con la otra aferre la mano de alguna persona espiritualmente necesitada.

Como ministros, ayudemos a nuestro pueblo a dejar de juntar piedras y comenzar a juntar almas. Dejen los labios de gritar: “Ud. es un pecador”, y comiencen a rogar: “Vete, y no peques más”. Nunca deberíamos predicar un sermón contra el pecado sin ofrecer esperanza al pecador de que puede lograr una vida de resurrección. Nunca condenemos un solo pecado sin dar instrucción práctica sobre cómo vencer el pecado. Nunca hablemos contra el mal a menos que nosotros mismos estemos libres del mal y podamos mostrar a otros el secreto de la victoria. La mejor manera de condenar el pecado es mostrar cómo Dios da a los hombres el poder de vencer el pecado. La manera más eficaz de hacer que la gente odie el pecado es proclamar el inmediato poder de resurrección del Señor Jesucristo. Cuando lo sepamos por nosotros mismos, el mundo se asombrará al ver escritas en nuestras vidas esas palabras de vivida belleza: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”.

Que se hundan los modernistas

La certidumbre de la resurrección literal de los muertos en ocasión de la segunda venida de Cristo es conocida por los que viven una vida resucitada aquí y ahora. Los que dudan de una resurrección venidera son los que violan sus mandamientos en la vida diaria. Los que creen son los que viven en armonía con su voluntad. Los que niegan el elemento sobrenatural del poder de resurrección que hoy está al alcance de los corazones, son los derrotados. Enfurézcanse los infieles y vomiten los escépticos sus sarcasmos y dudas. Húndase el modernista en su propio prejuicio que despoja de su mismo corazón la preciosa Palabra de Dios al negar su milagroso poder de convertir. Los que rechazan la experiencia de la resurrección se alistan en las filas de los desesperanzados y de los desalmados.

Como colaboradores de Dios debemos ayudar a los que están encadenados por hábitos de complacencia propia, que están atados en el cepo de la duda y la incredulidad, que están sellados en la tumba de la derrota. “¡Salid! ¡Huid! ¡Libraos, oyendo y creyendo simplemente la Palabra del Dios Viviente!”, debería ser nuestro mensaje. Gritad en los oídos de Satanás las palabras vivificadoras: Yo vivo “para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom. 6:11).

¿Cuál es nuestro mensaje en este tiempo de pascua[1] compañero en la predicación? ¿Derrota o victoria? ¿Vida o muerte? ¿Pecado o justicia? ¿Duda o fe? ¿Piedras o resurrecciones?

Sobre el autor: Secretario asociado de la Asociación Ministerial de la Asociación General.


Referencias:

[1] Este artículo fue publicado en The Ministry en abril de 1965.