La crisis provocada por la COVID-19 afectó al mundo de tal manera que, algunos –en un impulso retórico- llegan a resignificar las siglas a.C. y d.C. Exageraciones aparte, necesitamos reconocer que la pandemia alteró sustancialmente la vida de todos y el modo en que hacemos las cosas, incluido el trabajo pastoral. Aunque sea imposible publicar en una página todas las implicaciones de esta coyuntura para el ministerio, elegí hablar de cinco cambios que juzgo esenciales en esta primera fase poscoronavirus.
Un uso estratégico de los recursos digitales. La pandemia volvió imprescindible nuestra participación en las redes sociales. En poco tiempo despertamos al hecho de que es posible, desde el ámbito digital, capacitar a la iglesia de un modo más eficiente; producir contenido evangelizador para públicos específicos; y establecer relaciones con esas personas, además de ampliar la esfera de nuestro cuidado hacia los miembros, especialmente a aquellos en el grupo de riesgo de COVID-19.
Reflexión sobre las prácticas de la iglesia. La comodidad de acceder a contenido religioso en el confort del hogar ha llevado a algunas personas a minimizar la importancia de estar en la iglesia. Esta realidad nos desafía a reevaluar nuestras prácticas litúrgicas, de evangelización y de gestión. Precisamos fortalecer el sentido comunal de la fe. En general, el contenido disponible en la web tiene algunas características que haríamos bien en incorporar en nuestra cotidianidad: relevancia, objetividad, excelencia y autenticidad. ¿Qué impacto habría en nuestros cultos y reuniones si fueran incorporados estos elementos? ¿Qué tipo de participación lograría en las personas que están cada vez más acostumbradas a la dinámica de Internet?
Revisión presupuestaria. Estamos ante la mayor crisis económica desde la Gran Depresión, en 1929. Por eso, las congregaciones deben tener en cuenta las inversiones en programas de soporte social, adecuaciones estructurales de los templos para prevenir la transmisión de COVID-19 y la relevancia de su presencia y eficiencia en el ambiente digital. Al mismo tiempo, es necesario analizar costos regulares, cortar gastos no esenciales y simplificar procesos. De hecho, momentos como el que estamos viviendo nos enseñan a ser más objetivos en relación con lo que necesitamos hacer y cómo debemos emplear nuestros recursos.
Oportunidades de servicio. Como portadores de un mensaje de salvación integral, debemos ver en cada dificultad una oportunidad de evangelización. La sociedad está abierta a nuestro mensaje de salud, a nuestros programas de valorización de la familia, de protección a los más vulnerables (niños, mujeres y enfermos) y de desarrollo y asistencia social. Y también a nuestra predicación. Ante la incertidumbre por el futuro, son bienvenidas las palabras y las acciones que confortan y transmiten esperanza.
Avivamiento escatológico. Los cambios drásticos en la economía, en las relaciones diplomáticas y en la percepción de las garantías y las libertades individuales resultantes de la pandemia hicieron que muchas personas revisaran su comprensión acerca de las profecías. Si algunos tenían dudas de que el orden social podía cambiarse de la noche a la mañana, la COVID-19 prueba que situaciones extremas dan oportunidad a soluciones extremas. Hoy, a causa de un virus. Mañana, en virtud de catástrofes “provocadas” por la desobediencia de aquellos que insisten en guardar la Ley de Dios. Por eso, nunca debemos descuidar la perspectiva apocalíptica de nuestra predicación.
A lo largo de la historia Dios condujo a los adventistas del séptimo día a través de grandes crisis globales, llevándolos al crecimiento espiritual, que se tradujo en compromiso con la misión. No sabemos cuántas crisis semejantes o peores que esta aún enfrentaremos, pero como escribió sabiamente Elena de White “No tenemos nada que temer del futuro, a menos que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido” (Eventos de los últimos días, p. 73).
Sobre el autor: Editor de la revista Ministerio, edición de la CPB.