¿Cuál es la mejor forma de relacionarnos con los miembros apartados de la iglesia? No todas las puertas están cerradas; algunas se abren. Necesitamos encontrar la llave adecuada.

“¡No soy un proyecto!”, expresó la mujer a Samantha,[1] un miembro de nuestro equipo de ministerio hacia miembros inactivos (nos referiremos de esta manera a los miembros que no han estado asistiendo a la iglesia durante algún buen tiempo). “¡No me molesten más!” Y le cerró la puerta en la cara. Samantha permaneció durante un momento en las frías escaleras de cemento, y luego se fue caminando lentamente, con lágrimas en sus ojos. Esas mismas lágrimas asomaron cuando ella relataba su experiencia con nuestro grupo, el sábado siguiente en la iglesia.

Samantha narró su encuentro. “Ella me preguntó por qué las personas de la iglesia estaban viniendo cada semana. Le expliqué que conformamos un nuevo proyecto, llamado “Proyecto amor”, para alcanzar a los miembros que no han estado asistiendo a la iglesia. Entonces, cayó en la cuenta. “Quizás el nombre de nuestro ministerio la hizo sentir como un mero proyecto. ¿De qué manera podría haber manejado mejor esta situación?”

Alcanzar a miembros inactivos es un desafío para la Iglesia Adventista. Algunos estiman que bien podría haber más de un millón de ex miembros, solo en la División Norteamericana.[2] Como Samantha, muchos pastores y miembros se preguntan cómo abordar mejor los obstáculos de conectarse con quienes alguna vez formaron parte de la familia de la iglesia. No todas las puertas se cierran; algunas se abren.

Después de que Samantha compartiera con nuestro grupo su experiencia nos arrodillamos, y oramos por este miembro inactivo de la familia, y para que los miembros de nuestra iglesia local lleven un registro de las personas que no han asistido durante un buen tiempo. También, analizamos cómo relacionarnos con aquellos que han dejado de concurrir a la iglesia. Desde esa vez, he aprendido algunas lecciones acerca del porqué las personas abandonan la iglesia y cómo alcanzar a esta parte extendida de nuestra familia de iglesia. Me gustaría mencionar tres importantes factores:

Las personas no son proyectos

Samantha no tuvo la intención de hacer sentir a esa dama que ella era un mero proyecto. Sin embargo, a veces podemos relacionarnos inconscientemente de maneras que son menos relacionales y más objetivas. Amo ser organizado, y nuestro ministerio de alcanzar a los miembros inactivos durante un período de diez semanas estaba bien organizado. Los organigramas y los volantes tienen su lugar, pero no sustituyen la necesidad de aproximarse con corazones preocupados por las personas que han escogido dejar de asistir a la iglesia. Elena de White nos anima: “Todos los que se dedican a esta labor personal deben tener tanto cuidado de no volverse mecánicos en su manera de obrar”.[3]

Nadie desea ser un proyecto. No se puede amar “eficientemente” a los demás. La preocupación por las personas debe surgir desde adentro, y estar por encima de todos los planes estratégicos y competentes. Los sistemas tienen su lugar, pero los métodos, a veces, nos llevan a simplemente mirar a los ojos de otra persona y decir: “Me preocupo por ti”.

Los pastores y los miembros con dones organizativos son reticentes a dejar a un lado las fórmulas que generan buenos resultados: pero he descubierto que, demasiado a menudo, las personas que ya no asisten a la iglesia recelan de las visitas “estructuradas” y miran escépticamente a los ministerios que quieren “empujarlas” de regreso al redil. Las relaciones toman tiempo. Como solía decir Don Gray, un ministro y experto en alcanzar a miembros inactivos, mientras más tiempo han permanecido afuera, necesitarán más contactos para reconectarlos.

Si vamos a alcanzar a los miembros inactivos debemos orar, pidiendo un corazón que se preocupe genuinamente. Debemos guiar a nuestros miembros a mostrar simpatía de una manera que no intente “mejorar” a los miembros que se han ido. Haríamos mejor en pensar acerca de cómo amar profundamente a los demás, y no tratar de ser eficientes o exitosos; actitud que se centra más en el yo. El amor abnegado se centra en las necesidades de los demás.

¿De quién es el problema?

Me avergoncé al ver cómo uno de los miembros de mi iglesia habló acerca de alcanzar a los miembros inactivos. “Pastor, este es un país libre. Si ellos quieren irse, es su decisión. Pienso que solamente deberíamos dejarlos solos”. La negligencia es uno de los problemas clave, en la tarea de alcanzar a quienes han apostatado. Ciertamente, Cristo no asumió esta postura con aquellos que dejaron el redil (Luc. 15:4). Pablo escribió: “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gál. 6:10).

Cuando dicto seminarios acerca de cómo alcanzar a los miembros inactivos, realizo un sencillo ejercicio de hacer que las personas levanten sus manos si conocen a un miembro que no ha estado asistiendo a la iglesia. Casi todos lo hacen. Entonces, pregunto: “¿Cuántos de ustedes tienen miembros de su familia que no asisten a la iglesia?” Es común que más del 75% levante su mano. Hay mucho dolor y preocupación entre la familia de la fe. No se trata solo de una teoría; se trata de nuestra familia.

Las personas que están en la iglesia a veces pueden buscar excusas para explicar por qué algunos miembros se alejan. Muchos dicen que es por razones doctrinales o espirituales. En otras palabras: “Me siento bien porque todavía sigo en la iglesia. Ellos tienen un problema, porque se fueron”. Pero, esta explicación egoísta quita toda la responsabilidad de los miembros que permanecen, y la coloca sobre quienes se fueron. Esto nos incapacita para ver lo que pudo haber contribuido a que otros se alejen.

Si bien no se puede poner a todos los ex miembros de la Iglesia Adventista en la misma bolsa, hay algunos patrones que explican por qué las personas se van. Aun cuando algunos ex miembros dirán frontalmente que se fueron por alguna enseñanza de la iglesia, a veces están heridos emocionalmente, y no lo demuestran.

Este dolor se genera por eventos comunes de la vida diaria, que ocurren naturalmente. Las personas se diploman de la universidad, se mudan, tienen hijos o pierden su trabajo. El evento más común que hace que las personas se aparten de la iglesia es el divorcio. Romper con el cónyuge puede resultar embarazoso, y las personas no siempre desean tener que explicar la situación a los miembros de iglesia que preguntan; especialmente, a aquellos miembros a quienes les gusta averiguar. Resulta más fácil, sencillamente, dejar de asistir.

Las razones relacionales por las cuales las personas dejan la iglesia a menudo no están conectadas con las fallas de alguien en particular en la iglesia, en un sentido activo. Ocasionalmente, algunos culparán al pastor o a otro miembro, con frecuencia como una manera de justificar su alejamiento de la iglesia. La mayor falla de la iglesia está en la actitud de los miembros hacia la persona que se ha alejado. Algunos tratan de buscar a quién culpar por el alejamiento de la persona; pero, esto generalmente es una pérdida de tiempo y de energía. Otros interrogan a los miembros que regresan, que pueden sentir que se los está juzgando. Pero, la mayoría de los que se van silenciosamente son, simplemente, ignorados.

Cierta vez, visité accidentalmente a una pareja joven que no había asistido a la iglesia durante más de un mes. Era el pastor asociado de una iglesia grande y, realmente, no había notado su ausencia. Sucedió que solo pasé por allí, y ellos me dieron una calurosa recepción en su hogar, “sabiendo” la razón de mi visita: conocer por qué ellos no habían estado concurriendo a la iglesia. Realmente, no me había percatado de ello hasta que nos sentamos y comenzamos a hablar. Se sentían frustrados porque la junta de nombramientos de la iglesia no les había pedido que ayudaran en algo. Querían colaborar activamente, pero los habían ignorado. Inmediatamente los conectamos con un ministerio que se ajustaba a sus dones y pasiones, y rápidamente se comprometieron activamente en la iglesia.

Necesitamos evaluar cuidadosamente nuestros propios motivos para acercarnos. Quizá no seamos conscientes de qué es lo que nos está impulsando a tratar de relacionarnos con ellos. En el libro del Instituto Arbinger, The Anatomy of Peace: Resolving the Heart of Conflict [La anatomía de la paz: cómo resolver el meollo del conflicto], los autores explican cómo un espíritu de justificación propia puede hacer que no seamos conscientes de cuán hirientes podemos ser hacia otras personas: “La manera más profunda en la que podemos equivocarnos o no […] es en la manera en que nos relacionamos con los demás. Puede parecer correcto en la superficie (en mi conducta o mis posturas), mientras estoy totalmente equivocado en el interior, en mi forma de ser”.[4]

Hay que enseñar a la gente a evitar ciertas declaraciones y a no preguntar por qué se fueron. Si las personas quieren expresar cuál fue la razón para alejarse, deje que lo hagan en sus propios términos. De otra manera, sencillamente muestre compasión por lo que podría estar ocurriéndoles en ese momento. Las personas, en algunos casos, dejan de asistir porque han perdido su trabajo; esto puede ser una situación incómoda para muchos miembros, y la persona puede sentir que es culpa suya. Seamos sensibles acerca de cómo afrontar estos eventos de la vida, cuando hablamos con ex miembros.

La mayor habilidad

Todas las investigaciones acerca de cómo alcanzar a la gente señalan una habilidad que las supera a todas: escuchar empáticamente. Si bien existen muchas otras cualidades que podemos aprender para relacionarnos con los miembros que se han apartado (cómo encontrarlos, el primer contacto, cuándo invitarlos a regresar a la iglesia, cómo proporcionarles un ambiente seguro para crecer), nada es tan importante como escuchar cuidadosamente. Trate de ponerse “en sus zapatos”.

“¡No fue tratado con justicia!”, me dijo el padre de un adolescente, cierta vez. El padre era un miembro que no estaba asistiendo a nuestra iglesia, que se había enojado y estaba herido porque su hijo había sido expulsado de la escuela de la iglesia. “Al director del colegio no le agradaba mi hijo, por eso lo echaron”. Su esposa tampoco había estado asistiendo con regularidad. El incidente había sucedido un par de años antes de que yo llegara a esa iglesia.

Si bien conocía la historia, en líneas generales, de parte de fuentes respetables, simplemente me dediqué a escuchar. Hubo momentos en los que quería interrumpir y “corregir” su versión de los hechos. Pero, sencillamente, dije: “Eso tuvo que haber sido difícil. Lamento mucho cómo terminó todo”. No concordaba con todo lo que los padres decían, pero mostraba comprensión. Les hice saber que estaba dispuesto a ayudar en lo que pudiera, aun cuando su hijo ya no tenía edad para asistir a la escuela. Al final, esto generó un puente para que ellos se reconectaran con la iglesia, inclusive su hijo. En esa ocasión, sentí que mi acción de solamente escuchar no había generado nada bueno; subestimé el poder de mostrar interés.

Dado que muchas de las personas que ya no están en la iglesia tienen una historia dolorosa que contar, crearíamos más avenidas de regreso a la iglesia si reconociéramos su dolor; incluso, si cuestionamos los hechos de algún evento difícil de la iglesia. Es mejor decir, sencillamente: “Lo siento mucho. Eso, obviamente, no representaría ni a Dios ni a la iglesia”. Hay momentos en que también sería apropiado agregar: “En nombre de la iglesia, me gustaría disculparme”. Estas simples palabras pueden ayudar a sanar una herida que ha permanecido abierta durante décadas.

La desesperanza es un marcador clave que los ex miembros cruzan, en su derrotero para alejarse de la iglesia. Cuando suceden ciertos eventos en la vida y los miembros se sienten desanimados, es común que se cuestionen el valor de las cosas espirituales. Los cristianos pueden comenzar a pensar: La iglesia me parece sin sentido. A nadie le importo. Cuando esta mentalidad se apodera de las personas, ya han comenzado a dejar la iglesia. Si miembros amorosos interceden, al reconocer la situación difícil por la que está pasando esa persona, y muestran compasión, demuestran que la iglesia tiene su importancia. Le muestran que la familia de Dios se interesa realmente por ellos. Escuchar comunica amor.

Hay un elemento más que los pastores deben tener en mente cuando escuchan a los miembros inactivos. Como representantes de la iglesia, podemos encontrar que la ira de las personas se concentra en nosotros; es fácil tomar personalmente estas expresiones de odio. Recuerdo a un anciano que me acusaba con su dedo amenazador. No había estado asistiendo a la iglesia durante años, dijo, porque “Dios permitió que mi hija muriera en un accidente automovilístico una semana antes de casarse. ¿Cómo puedo adorar a un Dios así?” La tentación, en estas circunstancias, es teologizar. Simplemente, me senté allí con lágrimas en mis ojos y dije: “Lo siento mucho”. Los pastores representan a Dios y, a veces, las personas descargan su ira en contra de los ministros que personifican al Señor (¡incluso imperfectamente!).

No es para los temerosos

Nuestro proyecto de ministrar a los miembros inactivos se centra en tocar la vida de diez familias. Si bien hemos cometido errores (ya no lo llamamos “proyecto”) y necesitamos dedicar más tiempo a aprender a escuchar el clamor del corazón de las personas que ya no asisten a la iglesia, hemos logrado cierto éxito. Comenzamos nuestros contactos con un bajo perfil, compartiendo pan casero, regalos hechos por los niños de la iglesia en la Escuela Sabática y otros presentes sencillos. A medida que avanzan las diez semanas, comenzamos a proporcionar literatura apropiada. Luego, invitamos a estas personas a una comida o una reunión social en la iglesia. Después de diez semanas de contacto, los invitamos a regresar a la iglesia. Tres familias respondieron positivamente.

Una de estas familias se había peleado con otra familia de la iglesia por una propiedad en alquiler. Las dos partes nunca habían tratado de reconciliarse, hasta que uno de los voluntarios de nuestro ministerio se ofreció a reunirse con ellos. En este caso, la presencia de una tercera parte produjo sanación. Después de hablar durante un par de horas, las dos parejas oraron juntas y se abrazaron. Había lágrimas. Al sábado siguiente, se sentaron juntos en la iglesia. Me doy cuenta de que algunas otras situaciones son más complejas. Pero percibí algo, al mirar hacia atrás en esta historia: esta pareja realmente quería volver a la iglesia; solo necesitaban resolver este conflicto.

Conclusión

He descubierto, a lo largo de estos años, ciertos patrones entre las iglesias que ayudan a alcanzar con éxito a los miembros inactivos. Primero, generalmente existe un grupo específico que se dedica a este ministerio. Estos miembros, con frecuencia, han recibido cierto entrenamiento para alcanzar a ex adventistas. Aprenden especialmente a escuchar con empatía a los demás, con la actitud de no juzgar. Estos grupos tienen el propósito específico no solo de alcanzar a los miembros que nos han dejado, sino también de llevar un registro de quienes han dejado de asistir.

En nuestro ministerio “Proyecto amor”, realmente espero que estas diez familias regresen. Luego de años de buscar relacionarme con ex miembros, ahora considero que el hecho de que un tercio de ellos vuelva a conectarse con la iglesia debería ser considerado como una excelente respuesta. Nos regocijamos al ver que estos miembros regresan a la iglesia, y al saber que perdonan nuestros tímidos intentos de demostrarles que nos importan. Fue menos importante seguir todos los pasos de la estrategia que demostrarles genuino amor cristiano a quienes alguna vez estuvieron activos en la familia de la iglesia. Aprendimos que las personas son más importantes que los proyectos.

Sobre el autor: Consultor del Centro para un Ministerio Creativo, de la División Norteamericana.


Referencias

[1] Es un pseudónimo.

[2] Monte Sahlin, North American Division Office of Information and Research, Silver, Spring, MD, 1994. Las estimaciones actuales confirman estas cifras. Se está llevando a cabo una investigación sobre este tema.

[3] Elena de White, Obreros evangélicos, p. 201.

[4] Arbinger Institute, The Anatomy of Peace: Resolving the Heart of Conflict (San Francisco, CA: Berrett-Koehler Publishers, 2006), p. 57.