Nota editorial: Aunque vemos claramente la necesidad de publicar este penetrante artículo, nos preocupa que al hacerlo añadamos algo más a la negatividad bien identificada en él. Confiamos en que nuestros lectores usarán este artículo con oración y muy juiciosamente, mientras encuentran formas constructivas de tratar con los elementos destructivos que puedan encontrar en sus congregaciones.

Reimpreso de The Clergy Journal, agosto de 1993, con permiso de Logos Productions, Inc. Este artículo ha sido editado por Ministerio Adventista.

            Estoy disgustado con algunas personas de la iglesia que destruyen a los pastores. Esta revista la leen normalmente los ministros y, por lo tanto, sé que estoy “predicando al coro”. Pero debo decir algunas cosas de todas maneras, porque pueden añadir un poquito de valor o claridad a las vidas de pastores perturbados, o al menos asegurarles que no están solos.

            Pienso en el cruel pasatiempo que convierte a un pastor en un objetivo que debe ser destruido y la congregación es seriamente dañada por la caída. Los perpetradores de este crimen siguen libres, por supuesto, muchas veces para volver a atacar de nuevo, y con frecuencia convencidos de que están haciendo lo correcto.

            Cuando encuentro gente de este tipo recuerdo los pasajes bíblicos donde un pueblo religioso destruye o aterroriza a sus líderes espirituales. Ni siquiera Jesús quedó exento. En un sentido no deberíamos sorprendemos cuando somos aterrorizados como pastores, pues a los perseguidores no les tomó más que tres años acabar con Jesús. Por supuesto, lo que más lastima es que estas personas pretendan ser cristianas. Y muchas veces son personas en quienes hemos invertido significativa cantidad de tiempo y energía personal y profesional.

            Mi propósito al escribir sobre este tema es aclarar, en beneficio de los ministros y los ejecutivos denominacionales, el hecho de que existen los perseguidores de los pastores, los métodos que utilizan y el remedio que se les debería aplicar.

La realidad de los perseguidores de los pastores

            Casi todos los pastores experimentados y los ejecutivos denominacionales se han encontrado con estos perseguidores. Nosotros tendemos a negar su existencia, a excusarlos o a mimarlos en la iglesia. Pero la verdad es que son muy reales y sumamente tóxicos. Yo los he encontrado en todas las denominaciones, y en muchas congregaciones, a través de los años. Pero como creemos que tales personas no deberían existir en la iglesia, y que todos deberíamos ser bondadosos y de espíritu perdonador con todos, no logramos admitir o comprender las tácticas, las motivaciones, y la cuota devastadora que le arrebatan a la iglesia en energía y recursos. Los perseguidores de los pastores (PPs) tienen, típicamente, poder intimidante porque están dispuestos a violar las reglas del decoro. Esto es muy poderoso a nivel subconsciente, porque sentimos que tales personas están dispuestas a llevar la lucha y a usar tácticas a niveles que nosotros no podemos llegar. De hecho, la mayoría de nosotros los pastores ni siquiera sabemos cómo defendemos a nosotros mismos, mucho menos tenemos los recursos necesarios para la clase de persecuciones y confrontaciones que ellos son capaces de producir.

            Los PPs son maestros del disimulo. Pueden presentarse como piadosos y activos miembros de la iglesia que “sólo están haciendo esto por el bien de la congregación”. Los miembros de la iglesia, ingenuos y corteses (“paz a cualquier costo’’), pueden ser engañados por este camuflaje. Y ellos, típicamente, interceden ante los pastores e instan a la junta de la iglesia a ser pacientes, hacer concesiones, y no juzgar mal a tales personas. Los PPs convencen a muchas personas de que están suscitando cuestiones legítimas. Contra aquellos que podrían oponérseles, los PPs usan las bravatas, las amenazas, y el terrorismo para parecer como gigantes invencibles. Los PPs incluso encuentran aliados de oportunidad, i.e., miembros que no aprueban las causas que ellos defienden, pero que desean castigar al pastor por razones personales y ocultas.

            Los PPs son malos. ¡Sí, así como se oye! Hay nombres clínicos, por supuesto, pero en nuestras categorizaciones teológicas, ellos son malos. Esto no significa que son simplemente pecadores, en el sentido normal de ignorancia o por error. Ellos hacen el mal intencionalmente, y prosiguen voluntariamente sus métodos y fines destructivos. Incluso el arrepentimiento y las restricciones que se imponen son sospechosos, porque típicamente no son más que una táctica. Vivir con este tipo de gente y tener que asociarse con ellos, tienta a los saludables líderes espirituales a pronunciar maldiciones (“ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas”), como Alguien que conocemos muy bien hizo más de una vez mientras estuvo en esta tierra.

Identificar a los PPs y sus efectos

            Desde una perspectiva clínica, es posible que los PPs tengan desórdenes de personalidad (paranoicos, antisociales, histriónicos, narcisistas, incluso comportamiento agresivo-pasivo). O puede ser que sean o hayan sido víctimas de abuso. Puede ser que tengan personalidad adictiva o volátil. Puede ser que hayan tenido una socialización inadecuada, hayan sido arrestados como adolescentes, o que tengan modelos de violencia en su historia.           Y puede ser que por lo mismo hayan desarrollado un gusto perverso, voyeurístico y vengativo, por los sufrimientos de las víctimas a quienes eligen como objetivos.

            En una terminología más ordinaria, los PPs han aprendido el poder de hacer “grandes berrinches para impresionar” y abrirse paso. Han aprendido el arte de intimidar. Saben cómo distraer, confundir, y seducir. Y tienen muy poca sensibilidad por los sentimientos de aquellos que están fuera de su círculo de incondicionales.

            Me tomó algún tiempo comprender las dimensiones y las variaciones de las tácticas de los PPs. En términos generales, pueden herir o matar por medio de un ataque directo, logrando que otros lo hagan en su lugar, o induciendo a sus víctimas a la autodestrucción. Los dos primeros se explican por sí mismos. Pero esta tercera forma genérica de victimización puede pasar inadvertida.

            La táctica de inducir a la víctima a la autodestrucción no es muy rara. No es raro en los negocios, en la política u otras profesiones acosar a una persona en una forma sutil y a veces abierta, hasta que su estrés le produce un comportamiento irracional y autodestructivo. Puede herirse o destruirse a sí misma. Puede destruir a un chivo expiatorio. O puede hacer algo extravagante o hasta criminal contra la ética, de modo que las autoridades civiles tengan que castigarla. Y no es raro tampoco que la víctima de un perseguidor de pastores desarrolle comportamientos y actitudes que conducen a la alienación de la familia y los amigos, al divorcio y a la pérdida de las credenciales ministeriales.

            Podría citar muchos ejemplos de PPs en acción. Uno que vuelve a encenderme en ira cada vez que me acuerdo de su nombre es el caso de un ex pastor que una vez fue una estrella brillante en su denominación. Parecía lograr que todas las cosas coadyuvaran con sus planes hasta que llegó a ser pastor de una iglesia de tamaño medio, luchadora y progresista. En la congregación había varios profesores universitarios y un maestro del seminario que resintieron el carisma y el éxito de este pastor. Se combinaron para sabotear su liderazgo. Y cuando su confianza comenzó a flaquear y su competencia pastoral empezó a desvanecerse bajo sus ataques, comenzaron a acusarlo de desórdenes mentales. Su esposa se divorció de él. Finalmente dejó el ministerio, y desde entonces no ha podido desempeñar más que trabajos serviles. Ahora vive en un barrio bajo, apenas capaz de subsistir e incluso de reconocer a antiguos amigos, mientras que los PPs continúan orando en la iglesia.

            Desórdenes cardiovasculares, cáncer, artritis, desórdenes gastrointestinales o respiratorios, eran raros entre los pastores. Y los ministros generaban, por lo general, las mejores estadísticas de salud mental y longevidad de cualquier profesión. Pero ya no es así. Actualmente escucho informes con mucha frecuencia acerca de pastores altamente estresados, paranoicos, cínicos, y con disfunciones diversas, y el número crece rápidamente. Muchas de estas enfermedades pueden rastrearse hasta los PPs y su obra. Los costos para la iglesia son enormes, en pérdida de obreros, en costos de salud, en congregaciones divididas, pérdida de recursos ministeriales, y en pastores debilitados, incapaces de funcionar a un nivel mucho más alto que el de la supervivencia. ¿No hay nadie que pueda detener a estos PPs?

El daño extendido

            Una de las mayores causas de bajas en las filas ministeriales en las denominaciones protestantes principales es el síndrome del pastor herido. Cuando un pastor está sangrando y tratando desesperadamente de sobrevivir, es claro que tendrá poca energía disponible para la creatividad pastoral que una iglesia en crecimiento necesita. Pero como el pastor todavía es visible y los servicios tradicionales continúan, la mayoría de la gente no se da cuenta de lo que está ocurriendo. Esta condición semeja la de un perro lleno de parásitos. Todavía parece un perro, de modo que nadie cuestiona la falta de energía y el debilitamiento de la misión. Y por supuesto, es muy difícil que alguien vaya con el pastor y le ofrezca la clase de bondad, fuerza, ánimo apoyo que necesita.

            Una vez estuve en una comida con un grupo de pastores en una conferencia que estaba dirigiendo sobre otro tema. Fue notable escucharles hablar casi constantemente de la situación de iglesias en las cuales el pastor estaba bajo ataque. Sus comentarios iban desde “allí, si no fuera por la gracia de Dios, yo…” hasta “¡pobre pastor, me gustaría poder ayudarle!”

            Más de un dirigente denominacional me ha dicho últimamente que cuando viajan por su distrito o por todo el país, encuentran que los ataques a los pastores son endémicos. Y ellos indican una grave incapacidad para hacer algo al respecto. Porque incluso en las denominaciones que tienen dirigentes fuertes, hasta los líderes de más alto nivel carecen de autoridad para desarmar a los PPs. Temen ofender a laicos poderosos no importa cuán destructivos sean. Siendo partes de un sistema cuasi-político, comprenden que su poder es derivativo. Y la mayoría de los ejecutivos denominacionales no tienen una inclinación a utilizar las tácticas de poder que se necesitan para eliminar a los PPs de una congregación. La prevalencia de las demandas judiciales que existe en algunos países, no alienta ciertamente a ningún líder denominacional a arriesgarse a ofender a las personas hostiles y agresivas.

            Sería útil si los seminarios pudieran preparar pastores para trabajar en la verdadera jungla de la iglesia local. Lo académico no es, por lo general, notable por su realismo; sin embargo, se está volviendo cada día más obvio que los pastores necesitan entrenamiento de supervivencia. Ellos ciertamente debieran ser entrenados en la habilidad para manejar conflictos. El servicio de labios para esta necesidad ciertamente no es adecuado.

            Hace poco consulté con una organización que está estableciendo un proceso de entrenamiento de liderazgo fuera de los seminarios. Esta organización se propone “entrenar pastores en evangelismo, crecimiento de iglesias, y pasturados basados en la comunidad”. Cuando pregunté al director qué clase de entrenamiento se ofrecía a los pastores para fortalecer su propia base de apoyo, y sus tácticas de supervivencia, él me miró como si hubiera dicho un disparate. Luego dijo: “Si un pastor es un líder dinámico, no existirán tales problemas”. Si no hubiera estado tan seguro del éxito de su instituto, yo le podría haber mencionado a un desesperado pastor con quien había hablado la semana anterior… que había graduado de este programa, y de por lo menos otros dos, de quienes supe que estaban bajo ataque de los PPs.

El contexto

            La etiología del fenómeno de los perseguidores de los pastores no es misteriosa, porque siempre hemos tenido un puñado de gente mala en la iglesia. Pero la sociedad contemporánea es especialmente compatible con los perseguidores de los pastores. Hay una desconfianza general de las figuras de autoridad de toda clase. Hay un analfabetismo bíblico y teológico en las bancas. Esto quiere decir que los miembros no comprenden los propósitos de Dios y las dinámicas del liderazgo espiritual. Hay una creciente sensación general en la iglesia de que se tienen derechos: derecho a la comodidad, al poder, y a los privilegios. Si el pastor no los complace, se sienten libres para criticarlo y castigarlo. Hay una creciente mentalidad comercial en la iglesia que dice que, si el pastor no produce, simplemente debiera ser desempleado. Y hay una movilidad en medio de los miembros, que indica que no sienten ninguna lealtad a “la paz y la unidad” de la iglesia local, porque muy pronto se cambiarán a otra, sin tener que vérselas con las consecuencias de su comportamiento irresponsable. Y como se ha mencionado, no estamos entrenando a los pastores a manejar conflictos, ni para apoyarlos en situaciones de supervivencia.

            Por supuesto, que no todas las iglesias y pastores están sufriendo. Y no todos los críticos de los pastores son PPs. Algunos pastores son incompetentes, y algunos “se inhabilitan a sí mismos”, pero ninguno de ellos merece las torturantes tácticas de los PPs.

            No es el pastor convertido en víctima el único que sufre, por supuesto. Hemos notado los sutiles pero significativos daños que se infligen a las congregaciones y a las denominaciones. Ciertamente debiéramos notar también el daño que se hace a las esposas de los pastores, a sus familias y a sus amigos íntimos, cuando son atacados. Es posible que tales víctimas tengan incluso menos recursos de supervivencia, a menos que tengan sus propias carreras y grupos de apoyo.

            Identificar un problema es útil. Pero ofrecer soluciones posibles y técnicas de prevención también es necesario. Aun cuando el tema de la persecución a los pastores sea desagradable y negado, debieran ofrecerse algunas ideas que sean útiles: al menos para los pastores que saben por experiencia propia cuán vulnerables son a esta traicionera actividad.

Un caso típico

            La primera señal abierta de este proceso de persecución comenzó en una reunión de la junta de la iglesia. Un miembro dijo: “Mucha gente se está quejando conmigo del pastor. Dicen que no visita lo suficiente; no pueden contar con él cuando lo necesitan; no es muy amigable”.

            La junta preguntó quiénes eran las personas que habían hecho tales comentarios, pero el quejoso no quiso mencionarlas. Le pidieron ejemplos específicos, pero dijo que no sería específico. La junta dijo que no podría tomar ningún voto a menos que conociera las quejas específicas. El quejoso respondió que tenían que hacer algo porque los que se quejaban eran miembros importantes que podían abandonar la iglesia.

            Antes de la siguiente reunión de la junta se le envió a la congregación una carta llena de indirectas e insinuaciones contra el pastor. En la reunión la junta y el pastor estaban al borde del pánico. El quejoso dijo que había hablado con el presidente de la asociación, quien había dicho que estos cargos eran muy serios y que debían ser investigados.

            Un nuevo equipo de investigación informó que parecía haber una gran cantidad de gente que no se sentía feliz con el pastor. La junta votó que una delegación lo entrevistara.

            En la siguiente reunión el pastor estuvo ausente. Después de seis meses de este ataque, estaba en el hospital. La junta votó enviar una delegación al presidente. En la siguiente reunión la delegación recomendó el cambio del pastor.

            Actualmente el pastor está programado para una operación en la cual le instalarán un marcapasos. Los rumores dicen que su esposa está buscando consejería personal.

Los remedios

            El primer remedio lo constituye el objetivo de este artículo, es decir, el reconocimiento de la existencia de los PPs. Tales personas existen y continúan su devastadora tarea a la sombra de la religión institucional, detrás de la prominencia del púlpito y las bancas. Cuando consulto con los pastores que han sido víctimas de estos ataques, e incluso con sabios ejecutivos denominacionales, encuentro que es difícil para ellos admitir la existencia de esta gente y el daño que causa. Es más fácil culpar a los pastores, porque existen expectativas no escritas de que los pastores de éxito no debieran tener miembros infelices. Hay pastores incompetentes, por supuesto, pero también hay PPs.

            El segundo remedio es que las motivaciones y tácticas de los PPs son de un orden o magnitud diferente a las de los críticos ordinarios o murmuradores y detractores. Son más siniestras. Y esto es lo que las hace muy difícil de manejar. Porque, aunque la religión y los pastores no son inmunes al mal, hemos olvidado que en ocasiones es necesario fiscalizar tal depravación. El problema es que los PPs no se detienen ganando una simple victoria sobre un pastor. Sólo es cuestión de tiempo hasta que fomenten otro ataque. Los PPs no se detienen cuando se les bloquea. Disfrazan sus métodos a través de la negación, la piedad, las distracciones, la seducción y, por increíble que parezca, con las alianzas. Sus objetivos son a largo plazo. Cuando han logrado deshacerse de un pastor, casi con seguridad esperarán una oportunidad para perseguir al siguiente, aun cuando ellos mismos hayan participado en el proceso de traerlo al púlpito.

            El tercer remedio acerca de los PPs, es lo difícil y raro que resulta encontrar métodos y maneras de éxito para oponerse a ellos o eliminarlos sobre bases permanentes. Como ya he mencionado, el proceso de negación en la iglesia es tan fuerte que ni la teología tradicional ni los reglamentos ofrecen algún alivio. Pero hay varias estrategias que ofrecen alguna posibilidad de éxito:

  1. Tenga paciencia. Si uno aprende tácticas de supervivencia, es posible sobrevivir a los PPs. Cuarenta años en el desierto pueden eliminar a algunos de ellos.
  2. Despierte la conciencia. Educar a los laicos y a los pastores acerca de la existencia del fenómeno de los perseguidores de los pastores es valioso, tanto a corto como a largo plazo. Esta es una educación sofisticada, sin embargo; porque la negación o la venganza de los perseguidores de los pastores puede sabotearla.
  3. Enseñe supervivencia. Los pastores y sus familiares más íntimos deben aprender habilidades de supervivencia personal. Pocos miembros laicos, colegas, o dirigentes denominacionales vendrán en su ayuda, listos para permanecer a su lado durante todo el curso de la lucha con los tenaces PPs.
  4. Fortalezca los reglamentos y la teología para que cuando los PPs sean identificados, puedan ser eliminados.
  5. Contrate consultores externos para traer de fuera habilidades muy necesarias en esta lucha para la cual la iglesia no está bien preparada. Estos profesionales pueden aconsejar y diseñar las necesarias intervenciones. Yo he alentado a experimentados consejeros pastorales a poner sus habilidades al servicio de la iglesia para este ministerio.
  6. “Aténgase al librito”. Siga los reglamentos y protocolos de su denominación tan de cerca como sea posible. Esto no sólo disminuye las responsabilidades legales, sino también establece precedentes y da a todas las partes involucradas perímetros claramente definidos dentro de los cuales operar.
  7. ¡Todo lo arriba mencionado!

Este artículo es negativo porque tratamos en él un tema ingrato con riesgos y peligros de ira claramente admitidos. Oro, sin embargo, para que sus efectos sean positivos en beneficio de los pastores que sirven a la iglesia de Dios y que se encuentran bajo ataque.

Sobre el autor: es un consejero pastoral, autor, orador, y consultor especializado en asuntos relacionados con el liderazgo pastoral. Vive en Roseville, Minnesota.