Más allá de las estrategias, los programas y las inversiones, está el desarrollo de los dones espirituales en la iglesia.
La iglesia ¿puede sobrevivir en esta época? La sociedad descalifica a las instituciones tradicionales, y opta por una mentalidad basada en el pluralismo, la duda constante y la experiencia. Alguien podría preguntarse cuál es el beneficio de asistir a la iglesia. ¿Acaso no se puede cultivar la espiritualidad de manera individual, desde casa? Si procediéramos de esta manera, perderíamos toda influencia en la sociedad. No deja de ser cierto que existe una disminución en la asistencia a la iglesia, lo que es un síntoma de la poca importancia que se le da y se aparta de lo que la Biblia afirma al respecto, a saber, un ambiente vital para el desarrollo espiritual permanente.
¿Cómo se puede rescatar la visión de Dios sobre la iglesia en medio a los ataques de la sociedad? Solo por medio de los principios revelados la iglesia hallará el apoyo para responder a estos desafíos con seguridad. En este artículo, estudiaremos un pasaje bíblico por medio del cual reflexionaremos sobre la condición de la iglesia.
Desde Efesios 4:7 al 16, verificaremos el rol de cada cristiano; la función de la iglesia, el tipo de experiencia que se puede disfrutar en la comunidad de fe y, finalmente, la postura de la iglesia en cuanto al crecimiento constante de acuerdo con el plan de Dios. Cada uno de estos tópicos será respondido desde la Carta a los Efesios[1]. Antes, analizaremos dos verdades importantes que encierran las enseñanzas del texto en consideración.
Los dones: el resultado de la victoria de Cristo
Pablo nos habla de la gracia mensurable por los dones repartidos entre los cristianos (Efe. 4:7). A pesar de que el apóstol habla mucho de la “gracia salvadora”, aquí él aborda la “gracia para el servicio”. Siendo así, la iglesia es una comunidad carismática, en el sentido de que recibe una capacitación plena por medio de los dones espirituales. Cada cristiano recibe una función ministerial, para la cual los líderes de iglesia necesitan equiparlo.
El apóstol también identifica la distribución de los dones como el resultado de la victoria de Jesucristo en la cruz. Para esto, él aplica las palabras del Salmo 68:18. Este Salmo establece (vers. 19, 20] que el pueblo de Dios comparte los beneficios de la conquista. Los conquistadores recibían presentes de parte de los conquistados, los que se repartían en medio del pueblo victorioso.
Luego, Pablo considera las consecuencias de la poderosa afirmación del versículo 8: “Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo” (vers. 9,10). En su humillación, Jesús alcanzó la victoria que ahora, en su exaltación, reparte a su pueblo. Después de esta reflexión teológica, Pablo aborda la diversidad y la funcionalidad de los dones espirituales[2].
Dones para el crecimiento de los cristianos
Aunque el círculo de quienes reciben la revelación de Jesús se restringe a los apóstoles y a los profetas (vers. 11), sin embargo, muchos más pueden participar del ministerio, pues Dios ha designado al menos un don para cada cristiano.
No se trata solo de ocupar un cargo en la iglesia, pues una responsabilidad llevada a cabo sin los dones no tendrá valor. Al identificarnos con Cristo, somos parte de su cuerpo, lo que nos aleja de una piedad individual y solitaria. Pertenecemos a Cristo, al igual que a los demás. Esto implica que una cosa sin la otra arrojaría un resultado desequilibrado y enfermizo.
La lista de dones mencionados (vers. 11) no es extensa ni pretende ser definitiva. A pesar de eso, Pablo resalta el propósito de los dones sobrenaturales, diciendo que fueron otorgados con el fin de “perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efe. 4:12). Este término griego traducido como “perfeccionar” transmite la idea de arreglar algo para un mejor uso (ver Mat. 4:15). El propósito inmediato de los dones es el ministerio realizado por todo el pueblo, la edificación del cuerpo de Cristo, es decir, la iglesia.
¿En qué momento se desarrolla esto en la congregación? En primer lugar, cuando maduramos espiritualmente nos parecemos más a Cristo (vers. 13). La iglesia funciona como una estufa: debe generar un ambiente controlado para facilitar el crecimiento espiritual armónico y colectivo. Ya que nadie posee todos los dones, nos necesitamos mutuamente para crecer en Cristo, “siguiendo la verdad en amor” (vers. 15). “La iglesia no es un cuerpo que inventa ideas; la iglesia es una declaración de aquello que Dios reveló sobre sí mismo en las Escrituras”.[3]
Al participar del proceso de maduración, podremos resistir los engaños. “Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Efe. 4:14).
Las lecciones del texto
Después de haber estudiado el texto, volvamos a los tópicos del inicio:
La función de cada cristiano: Somos llamados a ejercer nuestros dones y a colaborar con la comunidad cristiana local (vers. 11-13)
La función de la iglesia: La iglesia deja de ser una institución, y debe considerarse como un cuerpo vivo, el cuerpo simbólico del Señor Jesús, en el cual cada parte debe actuar de manera articulada (ver. 16).
La experiencia que se puede esperar de la comunidad de fe: Una comunión espiritual verdadera y sana, inspirada en Cristo y practicada en la convivencia con los demás redimidos por él (vers. 14,15).
La fórmula para el crecimiento constante de la iglesia: Más allá de las estrategias, los programas y las inversiones (todos ellos muy importantes), está el desarrollo de los dones espirituales en la iglesia (vers. 12). Una iglesia que crece espiritualmente también lo hará numéricamente. Si tan solo nos concentramos en el crecimiento numérico, no tenderemos el crecimiento espiritual prometido.
Sobre el autor: Pastor en la Asociación Catarinense, Rep. del Brasil.
Referencias
[1] John Stott, A mensagem de Efésios (San Pablo, SP: Alianza Bíblica Universitaria, 1986), p. 111.
[2] Roben Gundry, Panorama do Novo Testamento (San Pablo, SP: Edicóes Vida Nova, 2007), p. 348.
[3] Francis Schaeffer, Espiritualidade Crista (San Pablo, SP: Editora Cultura Crista, 1999), P- 299.