La depresión es una enfermedad muy sutil. William Styron la describe, a partir de su propia experiencia, como “un desorden del estado de ánimo, de la disposición, tan misteriosamente doloroso y elusivo en la forma en que llega a ser conocida por el yo -el intelecto mediador-, como para decir que casi está más allá de toda descripción”.[1]

            Donald Klein y Paul Wender dicen que “las enfermedades depresivas pueden ser insidiosas porque muchas veces se parecen a esa especie de infelicidad que es parte de la vida del ser humano. La mayoría de las personas no podrá distinguir entre la depresión psicológica y las enfermedades biológico-depresivas. Una de las razones es porque la mayoría de la gente, cuando está deprimida, traza inmediatamente su estado emocional hasta los problemas de su vida actual o pasada, sin lograr reconocer las señales que indican que es posible que padezca una enfermedad”.[2]

            La depresión es una enfermedad del estado de ánimo que se infiltra hasta el cerebro. No se presenta en una forma dramática. Mi propia experiencia es un ejemplo de lo que digo. Es posible que los ministros, más que todos los demás, encuentren difícil admitir la presencia de una condición tal, por la convicción de que nosotros, más que todos los demás, deberíamos poder usar el conocimiento espiritual que tenemos para resolver nuestros propios problemas. Por esta causa es posible que los ministros posean una actitud que complica más el proceso de reconocer y manejar el problema de la depresión.

Mi experiencia

            Sé de lo que hablo. He librado una batalla cuerpo a cuerpo con esta frustrante enfermedad. Las primeras señales de que algo andaba mal comenzaron muy al principio de mi ministerio pastoral. Casi cada año, cerca del fin de la primavera y principios del verano (el significado de esto lo diré más adelante), pasaba una semana o dos rumiando mi desaliento en el ministerio. A medida que los años pasaban, en realidad ya me veía cambiando de profesión.

            Estos episodios aumentaron de frecuencia hasta que finalmente busqué ayuda hace 14 años. Comencé a ver a un terapeuta. La noticia se extendió como fuego en las oficinas de la asociación. El hecho de que yo estuviera recibiendo tratamiento psicológico me hizo objeto de amplios comentarios. Afortunadamente, las actitudes han cambiado en tiempos recientes.

            Después del verano de 1987, cuando fue necesario que me reemplazaran dos huesos de la cadera, mi depresión se agudizó. Comencé a usar medicamentos. Después de algunos días de tomarlos, comencé a sentirme extremadamente nervioso y ansioso, al grado que sentí que en cualquier momento podría tener un colapso nervioso. (Desde entonces aprendí que los antidepresivos pueden actuar adversamente con la química de nuestro cuerpo, produciendo efectos exactamente opuestos a los que se supone deben producir.) Cuando le comuniqué a mi psiquiatra mi experiencia, cambió inmediatamente la prescripción a una que era más compatible. Durante más de dos años mi estado de ánimo fue normal. Me sentí tan bien que abandoné el tratamiento.

            Aquello fue un error. Caí de nuevo en la depresión en el lapso de dos años. E incluso, entonces, cuando se manifestó completamente, no la reconocí. Pensé que lo que tenía era una tensión nerviosa por causa del trabajo. Con frecuencia los que sufren de depresión o maníaco-depresión, tomarán ciertos medicamentos que dan buenos resultados, para luego dejar de hacerlo. Kay Jamison habla de la batalla que libró con la maníaco-depresión, que con el tiempo descubrió que podía tratarse con el Litio. Repetidamente descontinuó la medicación, sólo para darle la oportunidad a la enfermedad para que regresara con vengativa violencia.[3]

            Yo también dejé de tomar las medicinas en cierta ocasión, y pronto vi reaparecer mi enfermedad. A través de los años he experimentado muchos giros y cambios en el desarrollo de la depresión y en mis esfuerzos por hallar alivio. He sentido gran temor y ansiedad que siempre parecían estar unidos a algún estresor de mi entorno. Hace algunos años mi esposa y yo tomamos unas cortas vacaciones en uno de nuestros lugares favoritos, Santa Fe, Nuevo México. Yo estaba parado frente a una tienda mientras mi esposa hacía las compras. De pronto los sentimientos de ansiedad me abrumaron. Pensé para mí mismo: “Debo controlarme. Si no lo hago, tendré un colapso nervioso aquí mismo”. Durante ese tiempo nuestra iglesia estaba experimentando un tremendo déficit presupuestal y durante todas mis breves vacaciones había estado preocupado con ese problema.

            He sufrido de fatiga durante meses en forma ininterrumpida. Algunas veces había tenido que hacer la decisión de dar un paso tras otro para poder hacer mi trabajo. Y he sufrido períodos de insomnio; muchas veces me despertaba a las 3:00 o las 4:00 de la madrugada sin poder volver a conciliar el sueño, mientras rumiaba durante esas horas una multitud de amarguras.

            Actualmente me siento feliz de haber alcanzado un punto de equilibrio. Tengo mucha energía y disfruto de la vida como nunca antes en muchos años. Le diré cómo alcancé este equilibrio más adelante. En mis esfuerzos por encontrar sanidad, he encontrado ayuda en una máxima médica que dice: “Si lo que estás haciendo funciona, no te detengas; y si no, prueba otra cosa”. Esto se aplica especialmente a la depresión.

Causas de la depresión

            Actualmente sabemos mucho acerca de las causas y tratamientos de la depresión. “Ahora sabemos que muchos desórdenes mentales tienen en realidad orígenes biológicos”[4] Styron añade: “La demencia [depresión] es resultado de un aberrante proceso bioquímico. Se ha establecido con razonable certidumbre que tales demencias son químicamente inducidas entre los neurotransmisores del cerebro”[5]

            La serotonina es el neurotransmisor que comunica el sentido de calma y bienestar a las células del sistema nervioso central. Cuando se incrementa la serotonina se produce un estado de paz; pero cuando ésta disminuye, se produce un estado de agitación.

            La investigación ha demostrado que hay muchas y variadas causas que propician el incremento o la disminución de la serotonina. Klein y Wender han encontrado que “la mayoría de los casos de depresión y de las enfermedades maníaco-depresivas parecen ser genéticamente transmitidas y químicamente producidas. Para decirlo de otra manera, los desórdenes parecen ser hereditarios, y lo que se hereda es una tendencia al funcionamiento anormal de la química del cerebro”.[6]

            Uno puede heredar cierta debilidad en la química del cerebro que responde más fácilmente a factores externos. El estrés o una cantidad inadecuada de sueño, por ejemplo, puede afectar la química del cuerpo y bajar el nivel de serotonina.

            La química de la sangre puede ser afectada por los eventos de la vida real, como la muerte de un ser querido, por ejemplo. Los investigadores creen que la depresión es, muchas veces, el resultado de “una mañana incompleta” de una persona joven que en sus primeros años sufrió la pérdida de uno de sus padres o de un ser amado.

            Howard Kushner, historiador social, ha estudiado la vida de Abrahán Lincoln en conexión con la severa depresión que padecía con frecuencia. En un punto de su vida se le oyó decir a Lincoln: “Soy, sin ninguna duda, el ser humano más miserable que ha vivido jamás”. Durante su juventud Lincoln experimentó muchas veces impulsos suicidas. Kushner cree que estos sentimientos pueden ligarse directamente con la muerte de su madre, Nancy Hanks, cuando Lincoln tenía 9 años. Su tristeza se profundizó aún más después, cuando murió su hermanita de 10 años. Estas pérdidas, que probablemente nunca fueron asimiladas adecuadamente, lo condujeron más tarde a los ataques de melancolía.

            Mi propia experiencia demuestra este hecho. Mis padres se divorciaron muy poco después de mi nacimiento. Mi padre, que vivía en el vecindario, nunca vino a verme. De hecho, yo pensaba que mi abuelo, con quien vivía, era mi padre. Un día un compañero de escuela me dijo que él conocía a mi verdadero padre. Durante la cena, cuando mencioné esta noticia, me dijeron finalmente quién era mi padre.

            Cuando yo tenía 13 años mi abuelo, quien había sido la figura paterna para mí, murió. Me sentí tan desamparado, que pensé que no podría vivir sin él. Murió el 6 de junio, un día brillante y soleado. Años más tarde descubriría la conexión de este evento con la forma como empezaba a sentirme cuando llegaban los últimos días de mayo y principios de junio. Recordé cómo me sentía ese día de junio y comprendí que era exactamente lo que yo experimentaba cada año a principios del verano, ya como adulto. Incluso llegué a aborrecer el verano. Quizá mi incapacidad de relacionarme adecuadamente con estos dos devastadores eventos ha creado en mí una tendencia hacia la depresión.

Cómo se siente la depresión

            Antes de considerar ciertos posibles tratamientos, veamos cómo se siente estar deprimido. ¿Cuáles son los síntomas de la presencia de la depresión? Son psicológicos y físicos. Consideremos primero los síntomas físicos. Uno puede experimentar un aumento o disminución del apetito. Algunas personas deprimidas experimentan una considerable pérdida de energía, por lo cual se sienten continuamente fatigadas. Algunos duermen más, otros menos, y despiertan más temprano que de costumbre.

            Los síntomas psicológicos de la depresión abarcan sentimientos de indignidad e insana culpabilidad; un agudo decaimiento de la capacidad para experimentar placer; sensación de tristeza y pérdida general de interés en la vida; pronunciada falta de capacidad para tomar decisiones, aun acerca de los asuntos más triviales de la vida; notable descenso de la capacidad para recordar; incremento de la irritabilidad y la ira; y una carencia de esperanzas para el porvenir.

            No todos estos síntomas se presentan cuando una persona padece de depresión. Norden dice que “para calificar en el diagnóstico de una depresión profunda uno sólo necesita tener cinco síntomas, y un estado de ánimo deprimido no necesariamente debe estar entre ellos”.[7]

¿Qué puedo hacer?

            Si sospecha que sufre de depresión, lo primero que debe hacer es pedir ayuda. Consulte a un psiquiatra profesional y de experiencia. Después de la consulta éste puede prescribirle antidepresivos. “Es abrumadora la evidencia de que el tratamiento médico efectivo puede aliviar o quitar totalmente los síntomas en un 80 por ciento de las personas que padecen de depresión severa”.[8] Estos medicamentos no forman hábito.

            Cuando se encuentra el antidepresivo correcto que es compatible con la química de nuestro cuerpo, y es administrado en la dosis apropiada, se producen pocos efectos colaterales y no se percibe ninguna “elevación de los sentimientos” o euforia.

            En la entrevista inicial usted puede determinar la actitud del médico hacia el uso de antidepresivos, y si ha tenido o no experiencia en ese sentido. Recuerde que un psicólogo no puede prescribir medicamentos, pero un psiquiatra sí. La psicoterapia unida al uso de los medicamentos puede ser de gran ayuda. He aprendido mucho acerca de mí mismo y de mi enfermedad a través de la terapia. Tengo una relación muy agradable con mi actual psiquiatra; por lo tanto, cuando nos reunimos ocasionalmente para discutir mi problema y su tratamiento, también me siento libre de hablarle de aquellos factores que afectan mis emociones.

            Además de la terapia, otras medidas útiles en el manejo de la depresión son: ejercicio adecuado (de 30 a 60 minutos tres o cinco veces por semana); por lo menos disfrutar ocho horas de sueño por noche; observar una dieta baja en grasas y azúcar; y practicar técnicas de reducción de estrés.

            En el manejo de la depresión es más efectivo combinar uno o más enfoques. Actualmente estoy tomando una pequeña dosis de antidepresivos. También estoy consumiendo una dieta baja en grasas y con muy poca azúcar. Como ejercicio he adoptado un programa de levantamiento de pesas tres veces por semana y caminata unos 50 minutos de tres a cinco veces por semana. ¿Resultado? Me siento bien, con mucha energía y un ánimo brillante y positivo.

            Un proverbio chino dice que antes de que usted pueda conquistar a una bestia tiene que hacerla bella. En cierto sentido, esa ha sido mi posición con respecto a la depresión. He aprendido muchísimo acerca de mí mismo. He conocido el increíble poder del inconsciente. He aprendido a relacionar mis sentimientos con los eventos, descubriendo así aquello que me impide comprender lo real. He aprendido a mantenerme bien, a valorarme a mí mismo, a ser paciente conmigo mismo. Y lo más importante, he aprendido a encontrar fortaleza y paz en la Palabra de Dios, particularmente en los Salmos. La experiencia de David con la depresión y el temor me ha ayudado a encontrar un lugar de refugio.

Curación de nuestras heridas

            Como ministros muchas veces llegamos a comprender que las heridas de nuestra vida nos dan una ventaja real en el ministerio y amplían nuestra influencia. Siendo que he experimentado personalmente la depresión, he podido hablar a quienes sufren de la misma enfermedad con confianza y autoridad. Ya he estado más de 14 años en la misma iglesia. He sido honesto y abierto con ellos acerca de mis luchas y problemas con dicho mal. Me he vuelto más humano ante los ojos de ellos y los he alentado a perseverar en la lucha por ganar sus propias batallas.

            Henri Nouwens comparte una parábola judía acerca del Mesías en su libro The Wounded Healer. El Mesías, cubierto de heridas, está sentado en la puerta de la ciudad esperando que aparezca alguien necesitado de sanidad. Son sus heridas las que lo capacitan para sanar. “Por su llaga fuimos nosotros curados” (Isa. 53’5). Y son las heridas de los pastores las que los capacitan para tener influencia y gracia en las vidas de aquellos ante los cuales predican y viven.

            De modo que si usted sufre de depresión y decide obtener ayuda y, con la ayuda de Dios, se recupera, no se avergüence de compartir su viaje con su rebaño. Gracias a Dios él le da el privilegio de la debilidad para que pueda experimentar la fortaleza que sólo él provee. Y él le llama a compartir su experiencia con su iglesia.

Sobre el autor: es pastor de la primera Iglesia Adventista del Séptimo Día en Denver, Colorado.


Referencias:

[1] William Styron, Darkness Visible: A Memoir of Madness (New York: Vintage Books, 1990), pág. 7.

[2] Donald F. Klein y Paul H. Wender, Understanding Depression: A Complete Guide to Diagnosis and Treatment (New York: Oxford University Press, Inc., 1993), pág. 6.

[3] Véase Kay Redfield Jamison, An Unique Mind (New York: Alfred A. Knopf, 1995).

[4] Michael J. Norden, M.D., Beyond Prozac: Brain-toxic Lifestyles, Natural Antidotes and New Generation Antidepressants (New York: Harper Collins Publishers, Inc., 1995), pág. 4.

[5] Styron, pág. 47.

[6] Klein y Wender, pág. 87.

[7] Norden, pág. 6.

[8] Klein y Wender, pág. 9.