En una de mis caricaturas favoritas el primer cuadro muestra al gato Garfield de pie en las sombras, a un lado del brillante rayo de sol que se filtra por la ventana. El contempla la calidez de la luz del astro rey.
El globo que está por encima de su cabeza tiene escritas estas palabras: “Me pregunto si puedo cruzar este tiempo”.
El segundo cuadro de la caricatura lo muestra dando un tremendo salto, tratando de cruzar a través de la luz hacia el otro lado. El último cuadro lo muestra caído sobre un montón de objetos en medio del acogedor rayo de luz. Se había dormido, al calor y confort del sol.
Esa caricatura es un cuadro de mi viaje hacia mi oficina cada mañana. En el extremo opuesto está una silla en la cual se supone debo realizar mis actividades devocionales. Allí se encuentra mi Biblia, un libro devocional y otro material de lectura. Pero en el camino hacia esa silla debo pasar por la casi irresistible atracción de mi escritorio y mi computadora. El escritorio está lleno de trabajo, y la computadora me tienta con sermones, E-mail, Internet y quizá un juego o dos. Es como si hubiera un agujero negro de compromisos que me atrae irresistiblemente hacia él.
Desde cuando era pastor hasta hoy que soy rector de una universidad, la actual némesis de mi vida es resistir mi personalidad activista: el deseo de hacer cosas y agradar a la gente, en vez de tomar tiempo para estar con Dios en mi desarrollo espiritual personal. Me he puesto de pie cuando se han hecho llamados a pasar una hora diaria en oración. He aceptado la invitación cuando se han hecho llamados para dedicar 15 minutos diarios a la lectura de la Biblia y a la oración. He hecho llamados a otros al final de apasionados sermones, y entonces he tenido que vivir con el sentimiento de culpabilidad por mi falta personal de dedicación a ello. Con Pablo, digo. “Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo”.[1]
He pensado en mi debilidad, pero encuentro que mi naturaleza humana me incita a agradar a la gente, no a Dios. Cuando contesto la correspondencia, escribo cartas, organizo eventos, redacto boletines, envío notas de agradecimiento, hablo por teléfono a la gente, y hago visitas al hospital, me siento recompensado. Las recompensas de pasar tiempo con Dios no son tan inmediatas. Dios no me envía notas de agradecimiento por los sermones que predico, ni me aplaude por la visitación que realizo.
Mi carrera ministerial comenzó muy bien. Mi primer empleo fue como aspirante al ministerio en la Asociación del Norte de California, específicamente en la Iglesia del Este de Oakland. En realidad, no sabía muy bien lo que tenía que hacer, excepto visitar a algunos interesados y planear algunos programas juveniles, por lo cual pasaba mucho tiempo estudiando. Cuando fui como capellán a la Academia Río Lindo, en el norte de California, pasaba una hora o algo así, cada mañana, leyendo la serie del Conflicto de los siglos y los pasajes de la Biblia que encontraba en ellos. Incluso comencé a leer todos los artículos que escribió Elena de White en la Revieiv and Herald, que están en aquellos enormes volúmenes verdes encuadernados e inicié mi propio índice de aquellos artículos.[2] Pero aquel estudio y crecimiento espiritual reflexivo tendían a menguar con el incremento de responsabilidades y la presión de la preparación de sermones.[3]
Cuando leía libros escritos por Henri Nouwen,[4] quien abandonó un puesto de profesor y una exitosa carrera en Harvard por una vida más sencilla de búsqueda espiritual, pensaba que quizá yo debía dejar también la frenética vida del activismo administrativo ministerial. Quizá podría firmar un contrato por un período como misionero en ultramar, donde podría trabajar en una colonia de leprosos. Cuando comparaba mi profundidad espiritual con la de él, sentía como si estuviera jugando a la vida espiritual, y resonaba en mi mente la frase de Gordon McDonald: “corriendo sobre el vacío”.[5]
En 1994, después de 13 años de pastorado en la Iglesia del Colegio en Collegedale, Tennessee, fui llamado para ocupar la presidencia de la Asociación de Georgia, Cumberland. Sentí que era tiempo para un cambio en mi iglesia y acepté la oportunidad de ministrar en las oficinas de la asociación. Había oído historias de presidentes de asociación que usaban notas amarillentas y predicaban el mismo sermón a través de toda la asociación una y otra vez.[6] Yo no quena que me ocurriera lo mismo y fui a las oficinas de la asociación con la mejor de mis intenciones.
Pronto descubrí que las presiones administrativas habían aumentado a un grado tal que un tipo que le gustaba agradar a las personas como yo, no tendría tiempo para nada. También decidí hacer el viaje de 45 minutos de mi hogar en Collegedale, Tennessee, a las oficinas en Calhoun, Georgia. La combinación de las presiones administrativas y los 400 sermones que había acumulado en una computadora durante 13 años de predicar en Collegedale hicieron demasiado atractiva la tentación de usarlos en mis predicaciones. No usaría notas amarillas, razonaba, sencillamente imprimiría una nueva copia.
En medio de mis múltiples ocupaciones en la Asociación de Georgia-Cumberland, se me pidió escribir este artículo para la revista Ministerio sobre “la peregrinación de los pastores a través de la crisis de la espiritualidad”. ¿Por qué me lo pidieron a mí?, pensé. ¿Estaba alguien espiando mi vida espiritual? Acepté la asignación como un desafío para ayudarme a poner en orden mi vida devocional. Pensé que, si tenía que escribir acerca de las respuestas, debía tener algunas.
Pues bien, antes de la fecha en que debía entregar el artículo, ocurrió otro cambio en mi vida. La Junta de Gobierno de la Universidad Adventista del Sur me pidió que sirviera como rector. Algo que estaba en el fondo de mi mente cuando acepté esta nueva responsabilidad era que quizá con menos cambios y menos necesidad, en general, de viajar, podría organizar mi vida de estudio.
He establecido un lugar donde estudiar y orar todas las mañanas en mi nuevo trabajo. He iniciado un viaje a través de la Biblia, y la responsabilidad de este nuevo empleo me ha llevado a mis rodillas en más de una ocasión; pero la lucha está lejos de haber terminado. La batalla diaria para pasar a través de mi escritorio y mi computadora hacia mi rincón devocional es muy real.
Mientras reflexiono en este asunto, me pregunto si parte de mi problema no será la departamentalización de mi vida, midiendo legalistamente lo espiritual y lo no espiritual según las expectativas de la comunidad. Cada personalidad responde a Dios en una forma diferente. Estar en el carril espiritual correcto no significa que todos debemos vestir de saco y sentamos en ceniza e irnos de misioneros al extranjero a trabajar por los leprosos, o que la existencia de cada uno deba elevarse a un plano místico. Para ser honestos, yo nunca me he identificado con una persona que simplemente tiene un omnipresente “brillo espiritual”. Ellos le hablan a Jesús todo el tiempo, dicen “bendito sea Dios” a cada paso, y caerán espontáneamente de rodillas casi en cada ocasión. De hecho, para ser perfectamente honesto, algunas de esas personas me ponen nervioso. ¿No soy espiritual? ¿Tengo que manifestar mi espiritualidad en la misma forma en que ellos lo hacen para ser considerado espiritual?
Hay una peligrosa tendencia a mirar en derredor y medir nuestra espiritualidad por las cosas externas que Jesús condenó, sea ayunar dos veces por semana, orar en voz alta en las esquinas de las calles e incluso dedicar una hora al día al estudio de la Biblia y a la oración.
Yo quiero poder espiritual en mi vida como el que tenía Pablo. Él dijo a los Corintios: “Ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder”.[7] ¿Qué significa predicar con “demostración del Espíritu y de poder”? Si alguien que viene de visita a su iglesia le dijera:
-Estoy aquí para escucharle predicar y quiero tener una demostración del poder del Espíritu-, ¿qué haría usted? Eliot Wigginton informa sobre un servicio religioso lleno de poder: “Cada uno de nosotros (que participábamos en la adoración) encontró que ésta era una iglesia de increíble fortaleza, tremenda energía y honestidad, y de total compromiso con Dios y con la congregación. No es una iglesia de palabras, sino de acción, tan dinámica que, frente a ella, las formas más convencionales de adorar parecen rancias y sin vida”.[8] ¿Es ésta una descripción de sus cultos de adoración? ¿Un servicio con acción, no con palabras? ¿Un servicio dinámico con despliegue de tremenda energía? Tengo la esperanza de que aquellos adjetivos describan de verdad sus servicios de adoración, pero también espero que usted no haga lo que esta iglesia hizo para obtener esa energía dinámica. Este fue un informe acerca de un servicio donde se manejaban serpientes. Toda esa energía no es del Espíritu, ni el poder viene de Dios.
Es posible crear una crisis de espiritualidad artificial en nuestras propias vidas usando normas de comparación germinadas en viveros de emocionalismo pentecostal. Hay una falsa espiritualidad en el mundo actual que refleja más el misticismo de la Nueva Era que la espiritualidad bíblica. Debemos ir a la Escritura para encontrar lo que hay en el centro de nuestra vida espiritual.
Pablo describe la espiritualidad en la epístola a los Gálatas cuando expone el fruto del Espíritu: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”.[9] Desarrollar una vida llena del Espíritu es hacer crecer el fruto del Espíritu en la vida. Mi enfoque de la crisis espiritual no es añadir otra carga legalista de culpabilidad sobre mis hombros que no soy capaz de llevar. No es medir mi experiencia con la de otro. Encuentro la respuesta en cultivar el fruto del Espíritu en mi vida.[10]
Amor creciente
Hay una forma de vivir que intenta influir en otros por medio de la manipulación. Trata de moldear la opinión de las personas sin fundirlas primero con el amor. En vez de amar a las personas para Cristo, una vida así las empuja a la zona de nuestra inseguridad personal.
Existen aquellos cuya religión es “dejen que las fichas caigan donde deben”, “separad las ovejas de los cabritos”, “eleva tu voz y no te detengas”, y “señala los pecados del pueblo”. Es cierto que la vida llena del Espíritu necesita hombres “que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo”.[11] Pero tal comunicación no usa el aguijón en la gente. La vida llena del Espíritu refleja el amor incondicional del Padre.
Creciente gozo
Cuando se ha experimentado el evangelio, hay gozo en la vida. ¡Compartimos las “buenas nuevas”! ¿Disfrutan los niños las reuniones de la iglesia? Es posible que no puedan comprender todo lo que usted dice, pero saben si hay gozo allí. “Pero los principales sacerdotes y los escribas, viendo las maravillas que hacía, y a los muchachos aclamando en el templo y diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! se indignaron”.[12]
Los predicadores estaban indignados.
– ¿Qué pasa aquí? Tengamos un poco de reverencia. Guarden silencio. Saquen a estos muchachos de aquí-. No podían tolerar un poquito de gozo. Podemos tener cultos de adoración con una exégesis detallada del texto y llenar el aire y las mentes con las complejidades de la vida en el Medio Oriente, y explicar por qué en esta circunstancia esta doctrina es verdadera; pero nadie es más feliz por eso. El evangelio, son nuevas de gran gozo.
Paz creciente
Un ministerio sobresaliente del cristiano es la “presencia reposada”. En medio del torbellino catatónico de la sociedad y la montaña rusa emocional de la vida privada de las personas, el pastor debe ser el Peñón de Gibraltar. El pastor debe ser una presencia reposada que da a todos una sensación de que Dios es digno de confianza; por tanto, relajaos y estad en paz.
Paciencia creciente
¿Cambia la gente tan rápidamente como usted quisiera? ¿Cambia usted tan rápido como quisiera? La mayoría de las crisis espirituales podrían utilizar una gran dosis de paciencia. Muchas crisis teológicas se han atravesado en mi senda durante mi ministerio. Yo podría haber saltado rápidamente al primer carro triunfante que pasaba pretendiendo tener todas las respuestas, pero tenía una paciencia creciente. Cuando confronto problemas inexplicables y no hallo respuestas para ellos, coloco la cuestión en un anaquel de la biblioteca de mi mente. Después de un tiempo revisaré ese asunto una vez más, y las respuestas vendrán con el tiempo. La verdadera espiritualidad es paciente.
Creciente bondad
Hay una falsa bondad en la cual suelen caer los cristianos. La bondad desarrollada en el laboratorio de las expectativas de la gente. Hacer cosas para cubrir las apariencias. La verdadera bondad es de un tipo natural que crece en un corazón genuino y no se pone ni se quita como un disfraz de carnaval. La del Espíritu no es una bondad basada en evitar cosas, o una separación artificial del mundo. Cuando nuestros hijos eran jóvenes no teníamos televisión. La gente me decía: “¿Vio usted tal o cual programa en la televisión anoche?” Yo les respondía rezumando justicia propia: “No, nosotros no tenemos televisión en nuestra casa”. Difundir una bondad externa de esa clase es parecerse a los hipócritas que se ponían de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles para ser vistos por los que pasaban.[13]
Puede ser que el crecimiento en bondad no marche al mismo ritmo con que evitamos el mal. “El sermón más fácil de predicar es por qué el mundo irá al infierno”.[14] No se necesita ser creativo para señalar los pecados del mundo. No se requiere sacrificio para levantar nuestras faldas para que no se contaminen con el mundo moralmente tóxico. Cuando la abstinencia del mal es el foco de nuestra bondad; cuando escapar es el foco de nuestra pureza, y cuando huir del mundo es la manifestación de nuestra piedad, entonces parecerá pálida y tiesa. No inspirará a la gente, y no hará más que aburrir a la siguiente generación.
El testimonio de los conversos a la bondad que se basa en la abstinencia, consiste en escribir una lista de todas las cosas que ya no hacen. Ya no van al baile. No toman. No dicen malas palabras. No hacen esto, no hacen lo otro y esto otro… Y ése difícilmente puede ser un testimonio que apele a los demás. Esta bondad artificial es útil para la gente que es como un cristal pintado. Gente que está llena de plomo. La gente llena del Espíritu va más allá de la piedad que se basa en la abstinencia. La piedad de la abstinencia es separación monacal de las cosas que no son santas y no involucrarse como Cristo con lo que no es santo. Es piedad de exclusión y no de inclusión. Evitamos el mal, pensando erróneamente que por lo tanto somos buenos. La bondad creciente es mucho más que evitar el mal.
Creciente fidelidad
Con frecuencia entramos en una crisis espiritual porque estamos siendo fieles a las cosas equivocadas. Dios me pide ser fiel a mis dones, no a los de usted. Me pide que yo siga la visión que él me da, no la que le da a usted. Cuántas veces se precipita una crisis en mi vida cuando me comparo con la vida, la visión, el éxito y el ministerio de usted. En la parábola de los siervos que usaron sus talentos, Jesús los felicitó o los condenó por el uso que hicieron de ellos, no por los talentos que había dado a otros.
No seamos como Pedro, que vivía mirando a los otros, que cuando preguntó qué ocurriría con Juan, Jesús le contestó: “Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú”.[15] Hemos de seguir a Jesús, no preocupamos de la forma en que los demás lo siguen.
Creciente caballerosidad
Hay un imperialismo religioso que presenta la verdad en una forma que presiona a las personas. Creamos crisis de espiritualidad en nosotros mismos y en otros cuando no somos caballerosos con la verdad y con la gente. Hay una testificación que es el equivalente verbal de la violación. Un intento de plantar semillas en la mente sin preocuparse por el terreno. “Sólo el método de Cristo será el que dará éxito para llegar a la gente. El Salvador trataba con los hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía a sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía: seguidme”.[16]
Creciente dominio propio
Muchas de las crisis de la vida podrían resolverse con dominio propio: pensar antes de hablar, escuchar antes de juzgar, reflexionar antes de saltar a la acción. La vida espiritual es una vida de dominio propio.
La persona que nunca ha experimentado una crisis de espiritualidad nunca ha pensado profundamente en la vida. El camino más práctico para pasar a través de las crisis que he encontrado, es poner la vista en una clara manifestación de la dirección del Espíritu como lo bosqueja Pablo: amor, gozo, paz, paciencia, bondad, benignidad, mansedumbre, templanza, dominio propio.
Sobre el autor: es el rector de la Universidad Adventista del Sur, en Collegedale, Tennessee.
Referencias:
[1] Romanos 7:18.
[2] Esta forma de hacer un índice era útil antes del advenimiento del CD-ROM.
[3] No soy de los que creen que la preparación del sermón y el crecimiento espiritual reflexivo se excluyen mutuamente. Mi salvación a través de los años han sido las demandas de un programa regular de predicación. Con el deseo de agradar a la gente a la cual sirvo, paso muchas horas en el estudio mientras preparo mis sermones. Creo que un buen sermón crece del corazón del peregrinaje espiritual de una persona, y por lo tanto yo no rebajaría la significación espiritual personal del estudio del sermón.
[4] Yo recomendaría la mayoría de los libros de Henri Nouwen. Aunque son un poquito místicos, lo hacen a uno pensar acerca del compromiso espiritual personal. Otro autor que es muy inspirador es Eugene Peterson, particularmente Under the Unpredictable Plan y Working the Angles.
[5] “Running on Empty” es el título del capítulo 4 de su libro Renewing Your Spiritual Passion. Otros libros escritos por Gordon MacDonald: Ordering Your Prívate World, The Life God Blesses, y Weathering the Storms of Life That Threaten the Soul, también se recomiendan.
[6] Cuando mi padre fue como presidente a la Asociación del sur de California, dice que el mejor consejo que jamás se le dio fue el de M. L. Andreasen, quien le dijo que continuara preparando nuevo material para sus sermones. Por supuesto, él descubrió que allí, en la pequeña geografía de la asociación, la gente que le escuchaba una semana vendría y le escucharía la siguiente en otra iglesia, y así fue forzado a preparar nuevo material regularmente.
[7] 1 Cor. 2:1-5.
[8] Foxfire 7, pág. 371.
[9] Gál. 5:22
[10] Note que dije “cultivar el fruto” no “juntar el fruto”.
[11]Elena G. de White, La educación, pág. 57.
[12] Mateo 21:15.
[13] Mateo 6:5.
[14] Steven Mosely, Christianity Today, 19 de noviembre de 1990, pág. 29.
[15] Juan 21:19, 22.
[16] Elena G. de White, El ministerio de curación, pág. 102.