El borracho le preguntó: -¿Está usted muy apenado?

 -Sí, me da muchísima pena.

 -Entonces -replicó Tom-, si está muy, pero muy triste, le perdonaré.

 El espíritu de humildad y mansedumbre afirma que ninguno de nosotros está por encima de la necesidad de recibir perdón ni más allá del deber de perdonar. Todos creemos en el perdón, pero con bastante más pasión oramos: “Perdónanos nuestras faltas”, que “como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. La enseñanza obvia, tanto de Jesús como de Pablo, es que la gracia perdonadora es un camino de doble sentido: va y viene. Ir es un reflejo de la gracia divina. Así como “nosotros le amamos a él. porque él nos amó primero”, también perdonamos a los demás porque hemos sido perdonados.

Justicia divina

 Incluso aquellos que han sido “lavados en la sangre del Cordero” tienen a veces manchas en la vida. Como el profeta Oseas se lamentaba: “Hay enemistad hasta en el mismo templo de Dios” (REB). El general Oglethorpe le dijo una vez a Juan Wesley: “Yo nunca perdono”. A lo cual Wesley replicó: “Entonces, Señor, espero que nunca peque”. Un cristiano que no perdona es una contradicción. La incapacidad de perdonar es el resultado de la incapacidad de aceptar o de apreciar el perdón.

 Hace muchos siglos Séneca dijo: “Errare humanum est”. Alejandro Pope completó la declaración: “Errar es humano, perdonar es divino”. La humanidad equívoca es la cosa más natural del mundo; pero el perdón no es natural. Va contra la naturaleza humana. ¿Por qué habría de ofenderme una persona o herirme impunemente sólo porque yo vuelvo la otra mejilla o camino la segunda milla? ¿Dónde está la justicia?

 Lo que no logramos entender es que, en la economía divina, nadie se libra de saldar sus cuentas. Al perdonar, no estamos absolviendo a nuestros enemigos de su culpa o de su responsabilidad, simplemente nos negamos a tomar la justicia en nuestras manos y la ponemos en las de Dios, sabiendo que Su justicia es simplemente justa, total e imparcial. En su tribunal no hay trucos, ni sobornos, ni jurado perjuro. Toda virtud es recompensada y todo vicio castigado. “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”.

 Pablo, que tenía más conflictos y desacuerdos de lo normal, no se nos presenta en la Escritura como uno que puede perdonar fácilmente. Y sin embargo, este es el hombre que dijo: “El amor es sufrido, es benigno: el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece… Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Esto no suena muy parecido al viejo guerrero que reprendió públicamente a Pedro, que rehusó dar al joven Juan Marcos una segunda oportunidad, y que castigó con ceguera al mago chipriota Elimas. No suena como el pastor que entregó a Satanás a dos de sus miembros, Himeneo y Aristarco, “para que aprendan a no blasfemar”. Pero es perfectamente consistente con 1 Corintios 13, si entendemos la verdadera naturaleza del amor y el perdón cristianos.

 Cuando Pablo escribió acerca de lo que una persona debía hacer al alimentar o dar de beber a sus enemigos, puso antes la seguridad de que: “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Por tanto, si tu enemigo tiene hambre…”. Y ese “por lo tanto”, de Pablo, está allí por una razón: Dios será el Juez final. El aseguró a los creyentes en Tesalónica que “es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan” (2 Tes. 1:6). Ya había declarado: “Mirad que no paguéis a otros mal por mal”.

 Ana de Austria dijo: “Dios es un Pagador puntual. Puede ser que no pague al final de cada semana, o mes, o año, pero recordad que paga al final”. Sin esa seguridad, el perdón sería extremadamente difícil, especialmente para aquellos que tienen un deseo natural de ver su causa vindicada. Salomón escribió: “No digas, como me hizo así le haré, pagaré al hombre conforme a sus hechos”. Lo escribió en la época en que la ley del talión era la regla aceptada “ojo por ojo, y diente por diente”, hasta que todos estuvieran ciegos y desdentados.

La libertad de perdonar

 Alejandro Pope dijo: “Un hombre valiente no piensa que es superior el que hace una ofensa, porque tiene los medios en su mano para ser superior al otro perdonándolo”. Hay una cierta victoria en el perdón, una cierta grandeza en la moderación. Booker T. Washington, que sufrió mucho por causa de la discriminación racial, dijo: “No permitiré que ningún hombre degrade mi alma al grado de hacerme odiarlo”. Era lo suficientemente sabio como para saber que era fútil mantenerse despierto toda la noche planeando su venganza, mientras el enemigo dormía plácidamente. Podía tragarse su orgullo sin sufrir indigestión emocional o espiritual.

 El perdón tiene un profundo efecto sobre la química cerebral. Los recuerdos se almacenan en nuestras células cerebrales y se recuerdan por las experiencias de la vida. Cuando hemos sido heridos, los eventos y sus recuerdos se archivan en la computadora de nuestro cerebro. El perdón libera la energía y los surcos del cerebro, permitiendo los pensamientos positivos y un comportamiento reconciliador. Con eso se acentúa lo positivo y se elimina lo negativo.

 Walter Weckler escribió en Newsweek “La venganza no tiene efecto mitigador en las emociones, del mismo modo como el agua salada no mitiga la sed”. Mi abuelo paterno fue un guardabosques negro, cuyo lema era: “Nadie nos puede herir con impunidad”. Yo viví bajo ese principio en mi juventud y sé que la carga más pesada que se puede llevar durante la vida no es algo que se lleva sobre los hombros. No podemos cambiar el pasado; lo único que podemos hacer es curarnos las heridas que nos vienen del pasado.

 La sobreviviente de los campos de la muerte nazis, Corrie Ten Boom, habló acerca de su incapacidad para olvidar la ofensa que le habían hecho, aunque hubiera perdonado. Un pastor Luterano la dirigió hacia la campana que estaba en la torre de la iglesia. “Allá, en lo alto de esa torre -le dijo- está una campana que suena cuando se tira de esta cuerda. Pero ¿sabe qué?, después que el campanero suelta la cuerda, la campana continúa tocando… Cuando perdonamos, sacamos nuestras manos de sobre la cuerda. Pero si hemos estado espaciándonos en nuestras ofensas durante mucho tiempo, no debemos sorprendernos si los viejos y airados pensamientos siguen presentándose de vez en cuando. Son como el repique de la vieja campana que se van desvaneciendo”.

 Cuando Leonardo Da Vinci estaba pintando el cuadro de la Última cena, se enojó mucho con un hombre y lo increpó con palabras airadas y ofensivas, y amenazó con vengarse. Pero cuando el gran pintor volvió a su tela y comenzó a pintar el rostro de Cristo, encontró que estaba tan perturbado e inquieto, que no podía controlarse para realizar su delicado trabajo. No fue sino hasta que buscó al hombre y le pidió perdón, que encontró la calma interior que le ayudó a dar al rostro del Maestro la expresión adecuada.

Perdón condicional

 A mediados de la década de 1950, una popular balada inglesa titulada He (Él), tenía este estribillo: “Aunque le entristece ver la forma en que vivimos, siempre dice ’te perdono’“. Esto nos envía el desafortunado mensaje de un perdón divino incondicional, que no es un atributo de Dios, ni debería tampoco ser la política del cristiano. Esto refleja una incomprensión básica del perdón, tanto divino como humano.

 El perdón es condicional. Cuando Moisés intercedió por el pueblo de Israel, dijo: “Jehová, tardo para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, aunque de ningún modo tendrá por inocente al culpable; que visita la maldad de los padres sobre los hijos hasta los terceros y hasta los cuartos” (Núm. 14:18). Cuando Jesús oró en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, no fue un perdón incondicional. No significó que sus acusadores y atormentadores se fueron tranquilos y libres de condenación. Claro que no. La mayoría de ellos serán eternamente condenados por el crimen más horrendo de la historia. Sin embargo, muchos de los 3,000 que se convirtieron en el Día de Pentecostés, eran de los que habían gritado: “Quita a éste, suéltanos a Barrabás”. El sermón de Pedro, que abrumó a 3,000 de sus oyentes con una contrición inmediata, trajo a sus mentes, no sólo la terrible comprensión de la enormidad de su crimen, sino la bendita paz que viene del conocimiento de que los pecados han sido perdonados. Los escribas, los fariseos, los saduceos, Anás, Caifás, Pilato y otros, rechazaron la maravillosa gracia de Dios, y pagarán el precio.

 La oración final de Jesús estaba limitada en su espectro. El perdón no es condonación. El perdón es positivo y creativo. Toma en serio al pecado y nunca pasa por alto o minimiza su horrorosa pecaminosidad. En el perdón hay condiciones, así como también “dádivas”.

 Algunos de mis colegas son muy dados a decir: “Dios nunca se da por vencido ni nos abandona”. Eso suena bonito, pero es un sonido hueco. Dios abandonó al mundo antediluviano diciendo: “No contenderá mi Espíritu para siempre con el hombre”. En Romanos 1, Pablo describe la depravación moral y espiritual de su mundo y dice: “Por lo cual Dios también los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones… A una mente reprobada” (vers. 24, 28). En Salmo 81:11,12, Dios dijo: “Pero mi pueblo no oyó mi voz, e Israel no me quiso a mí. Los dejé, por tanto, a la dureza de su corazón; caminaron en sus propios consejos”. Pablo “entregó a Satanás” a dos miembros de su iglesia. Dios dijo a Moisés: “Raeré del todo la memoria de Amalee de debajo del cielo” (Exo. 17:14). Juan vio en la isla de Palmos las almas de los mártires de la fe, que decían: “¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?” (Apoc. 6:10). Demandan juicio, no perdón.

Confesión

 El arrepentimiento es el prerrequisito del perdón, y la confesión es la voz del arrepentimiento. “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado”.

 Después del escándalo PTL, que ha sido llamado “Pearly-gate”, el personal de Jim Bakker construyó un gigantesco anuncio que decía: “Perdonado”. Pero nunca hubo una confesión, y ciertamente no arrepentimiento, al menos no en ese tiempo. Richard Nixon fue perdonado sin siquiera admitir su culpa. El perdón no existe en el vacío, sino en un contexto. Bonhoeffer dijo: “Gracia barata es la predicación del perdón sin requerir arrepentimiento, sin disciplina eclesiástica; comunión sin confesión, absolución sin confesión personal”.

 Confesar significa: “Decir con”. Digo finalmente lo que Dios estaba diciendo de mí. “Porque yo reconozco mis rebeliones y mi pecado está siempre delante de mí”, dijo el contrito rey de Israel. No admitía simplemente que era un pecador genérico, sino que su confesión era específica: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y hecho lo malo delante de tus ojos” (Sal. 51:4). El resultado natural de la verdadera confesión es arrepentimiento genuino, que significa tristeza por el pecado, suficiente como para no volverlo a hacer. El arrepentimiento no es una píldora amarga que tenemos que tragar. Es abandonar algo que nos está dañando y volvernos hacia Uno que puede sanarnos. Entonces, como el siervo en la parábola de Jesús, hacemos frente a la abrumadora responsabilidad de perdonar.

 Pero ni siquiera esto significa perdón incondicional. Pablo dice que deberíamos perdonarnos unos a otros como Dios, por causa de Cristo, nos perdonó a nosotros. Pues bien, ¿cómo nos ha perdonado Dios? Nosotros buscamos este perdón, nos volvemos de nuestros pecados en confesión y arrepentimiento. Jesús dijo: “Si tu hermano pecare contra ti, repréndele, y si se arrepintiere, perdónale” (Luc. 17:3).

Perdonar y olvidar

 Pablo, quien al parecer no poseía una naturaleza perdonadora innata, predicó y practicó el perdón. Nosotros perdonamos activamente a aquellos que buscan nuestro perdón y pasivamente a los que no lo hacen. Perdonar activamente significa perdonar y olvidar; y este es un problema real para la mayoría de la gente, pero dicho problema se basa en una comprensión errónea. ¿Cómo puedo olvidar los insultos y las heridas que la parte culpable me ha infligido?

 Cuando Dios dice “no me acordaré más de sus pecados e iniquidades”, no quiere decir que nuestros pecados son borrados de su libro como una computadora cuando se va la luz. “Perdonar y olvidar” ¿significa que ya no puedo recordar cómo se me hicieron estas cicatrices y heridas? En lo absoluto. El fenómeno de la memoria es muy real (Sal. 51:3), sea divina o humana. Suzanne Simón dijo: “No podemos olvidar las heridas, ni deberíamos olvidarlas tampoco. Aquellas experiencias nos enseñan a no ser victimados de nuevo, y a no hacer víctimas a los demás”.

 El perdón activo dice: “Acepto tu apología; ya no tendré esto contra ti”. El perdón pasivo dice: “Aunque exista un estado de enemistad entre nosotros, yo no tomaré ninguna acción de represalia, sea física o verbal. No tendré ninguna mala voluntad contra ti, pero estaré prevenido. Te amo, pero no confío en ti. No estoy convencido de que no harás lo mismo otra vez”. Perdonar y olvidar significa: “Acepto tu apología. Tengo todavía las marcas de tus acciones, pero nunca las mencionaré otra vez. No existe estado de enemistad entre nosotros. Te amo y confío en ti porque sé que esto nunca más volverá a ocurrir”. Olvidar no significa amnesia sentimental, sino que no permitimos que pasados resentimientos envenen la atmósfera. El olvido refleja la necesidad de borrar el resentimiento que sentimos. Es liberalizador y terapéutico para ambas partes.

 Olvidar significa permitir que la otra persona olvide. Perdonar y no olvidar es decir: “Te perdono, ni siquiera trataré de registrarlo, pero te recordaré constantemente ese perdón. Te frotaré la nariz con mi generoso perdón”. Dios no nos vuelve a mencionar nada; él borra y limpia los registros. Jesús nunca le recordó a Pedro su cobardía, ni tampoco su sórdido pasado a la Magdalena. Los aceptó como si nada hubiera pasado nunca. No significa que el recuerdo de sus pecados fuera completamente borrado de su mente. Olvidar no significa borrones mentales, significa olvidarse de traer a colación el problema de nuevo. Como dijo Martin Luther Ring, hijo: “El perdón no es simplemente un acto ocasional, es una actitud permanente”.

 Esto nos conduce a un desafío aún mayor: la necesidad de perdonarnos a nosotros mismos. Continuar sin interrupción castigándonos a nosotros mismos, como hacen muchos cristianos, por los pecados del pasado, equivale a decir que la expiación de Cristo no fue suficiente. Tenemos formas de dedicarnos a la autoflagelación para castigarnos a nosotros mismos. Esto hacen muchos cristianos que siempre están hablando de su recién hallada paz y gozo que en realidad se convierten en prisioneros de sus propias inhibiciones y dedican su futuro a hacer expiación por su pasado. Como dijo James Alexander: “Hay muchas grandes verdades que no negamos, y que sin embargo, tampoco creemos completamente”.

Conclusión

 Amar y perdonar no significa fabricar una alfombra mental. Cuando Jesús permitió a sus discípulos que fueran armados no significa que permitió el uso de espadas para la defensa personal.

 El perdón es un tema complejo. Se requiere comprensión y mucho amor para perfeccionar esta princesa entre las virtudes cristianas. Pero no tenemos opciones: El Maestro nos ha llamado a perdonar. Él nos da la gracia para lograrlo.

Sobre el autor:  es pastor de la Iglesia Unida de Cristo de Reisterstown, Maryland.