Llámesele reavivamiento, renovación espiritual o cualquier otro nombre, la verdad es que algo grande e inusitado está sucediendo dentro del catolicismo romano. Al tiempo que cantan con gran entusiasmo y que agitan las manos en el aire mientras rezan, hablan y cantan en lenguas, decenas de millares de católicos pentecostales claman por una vida de oración más profunda, alaban a Dios por la conversión que están experimentando y estudian las Escrituras en una escala que jamás se vio en la historia de la Iglesia Católica. Algunos lo ha descripto como un “mero sentimentalismo”, y otros temen que sea “sólo otro factor divisivo”, pero el hecho es que el pentecostalismo católico está llegando a la mayoría de edad.

            Algunos católicos han sido completamente ganados por el movimiento. Otros mantienen una actitud cautelosa y aun escéptica. Pero con todo, algunos obispos, un creciente número de sacerdotes y monjas y millares de laicos están observando con más detenimiento a los pentecostales o, como muchos de ellos prefieren ser llamados, los carismáticos.

Participación Católica

            Tradicionalmente el pentecostalismo ha estado relacionado con algunas iglesias protestantes. Pero a comienzos de 1967, y más notoriamente durante un retiro de fin de semana realizado por estudiantes de la Universidad de Duquesne, Pittsburg, Estados Unidos, se inició dentro del catolicismo romano lo que ha llegado a convertirse en un movimiento pentecostal unificado. Fue precedido por un creciente sentimiento de frustración debido al estancamiento espiritual, por las oraciones de laicos preocupados y por la lectura del libro La Cruz y el Puñal, del autor protestante David Wilkerson. Las noticias de lo sucedido se difundieron en las universidades de Notre Dame y Michigan, donde los estudiantes y miembros del personal docente solicitaron la colaboración de los protestantes del lugar para que los ayudaran a organizar sus reuniones de oración. De estos dos centros, aunque también de otros comienzos independientes en Los Ángeles, Boston y otros lugares, el movimiento se difundió posteriormente por todo el territorio de los Estados Unidos y el Canadá.

            El dramático crecimiento del movimiento católico pentecostal —que por cierto no se limitó a las universidades— puede ser ilustrado por el hecho de que a fines de la primavera de 1967 unas 90 personas se reunieron en Notre Dame para celebrar la primera Asamblea Católica Pentecostal. Esa reunión atrajo a 150 interesados en 1968; unos 450 en 1969 (que fue en realidad la primera reunión a nivel nacional); 1.400 en 1970; 4.500 en 1971; y 10.000 el año pasado. Durante el primer fin de semana de junio de 1973 se reunieron unas 25.000 personas para celebrar el séptimo congreso de Renovación Carismática Católica en el estadio de Notre Dame. Hay probablemente más de 200.000 miembros en los Estados Unidos en la actualidad, organizados en más de 1.200 grupos de oración, como lo indica la guía publicada por el movimiento (Box 12, Notre Dame, Indiana 46556).

            También imprimen un órgano de informaciones, The New Covenant (El nuevo pacto), (Box 102, Ann Arbor, Michigan 48107), que tiene una circulación de 22.000 ejemplares, el doble del año pagado. Más recientemente, este movimiento renovador ha echado raíces en otros países, en los cuales se está propagando rápidamente: Hong Kong, Corea, Perú, Australia, Francia, Brasil y aun Roma, entre otros.

El Porqué del Éxito

            ¿Cómo se explica el extraordinario crecimiento y el éxito del movimiento? Podríamos referirnos, por supuesto, a factores sociológicos y psicológicos. Ya ha sido hecho. Pero creo que la respuesta es más profunda. Existe entre los católicos un hambre espiritual —que no está siendo satisfecha— de una experiencia religiosa más íntima y personal. El hecho de que en la iglesia no se han realizado algunas reformas institucionales muy anheladas produciéndose así una cierta época de decepción, ha inducido a muchos a procurar una experiencia religiosa dentro de comunidades que oran. Como resultado, una religión que se había mantenido estática y distante, recobra de pronto vida para el creyente lleno del Espíritu, en forma tal que impregna la existencia cotidiana. Los participantes sienten la dependencia de Dios: el vigor y la esperanza los invaden. Experimentan un cálido y a veces irresistible sentido de la presencia divina que contribuye a proporcionarles paz interior y una sincera comunicación interpersonal, algo que jamás habían conocido, cuya existencia ni siquiera sospechaban. Algunos de ellos manifiestan hablar en lenguas y otros no. Pero todos pretenden estar ‘‘bautizados en el Espíritu” y experimentar un sentimiento de amor irresistible, un espíritu de unidad que no siempre se encuentra en otras reuniones religiosas laicas.

            Los católicos pentecostales son un grupo lleno de entusiasmo. Se dedican a cantar y orar con verdadero deleite y matizan su conversación con una exclamación que aplican en cualquier circunstancia: “Gloria a Dios”. No niegan el hecho de que la mayoría ha recibido su “experiencia pentecostal” por medio de un pentecostal no católico. Como ya se mencionó, el libro de David Wilkerson La Cruz y el Puñal, fue la semilla de la cual brotó el movimiento en más de un lugar, en tanto que en muchos otros se originó por el trabajo de la agrupación pentecostal conocida con el nombre de Full Gospel Business Men’s Fellowship International (Asociación internacional de hombres de negocios del Evangelio completo). Pero a pesar de esta herencia, el pentecostalismo católico ha adquirido un matiz algo diferente de las iglesias pentecostales clásicas. Los cultos de los católicos carismáticos no son por lo general tan emocionales como los otros. Tampoco creen que la glosolalia —el don de lenguas— sea necesariamente la señal universal del bautismo del Espíritu. Ellos consideran que el don de lenguas es tan sólo uno entre varios dones espirituales. La evidencia del bautismo del Espíritu es una vida transformada.

Creciente Aceptación

            La jerga usada por el movimiento, la modalidad de sus reuniones de oración —semejantes a los antiguos reavivamientos protestantes—, y el énfasis que pone en la necesidad de experimentar el poder del Espíritu Santo a través de los “carismas”, hicieron que muchos católicos desconfiaran de este movimiento. Todavía hay quienes mantienen esa actitud, aunque uno de los hechos más sorprendentes del congreso pentecostal de 1973 celebrado en Notre Dame fue que la renovación carismática católica ha ganado respeto, obviamente, como fuerza dentro del catolicismo romano contemporáneo. El movimiento atrae ya no sólo a jóvenes estudiantes, sino también —al menos en apariencia— a una gran variedad de católicos. También hay señales de una mayor aceptación por parte de las autoridades de la Iglesia Católica. Por ejemplo, ocho obispos, incluyendo a un cardenal belga, un arzobispo de Nueva Escocia y obispos de Corea y Haití participaron en la última reunión. El fin de semana se cerró con una misa celebrada un domingo de tarde por más de quinientos sacerdotes.

            Hay una gran diferencia entre la situación actual y la que existía hace seis años, cuando la mayoría de los dirigentes católicos miraban con recelo al “bautismo del Espíritu”. Algunas señales son particularmente significativas, por ejemplo, el poderoso apoyo brindado por el cardenal Leo Jozef Suenens, de Bélgica, una de las voces más progresistas que se elevan dentro de la jerarquía eclesiástica. Como un firme campeón de la posición que defiende la responsabilidad compartida de los obispos con el papa, Suenens enfatizó que las reformas estructurales introducidas por el Vaticano II deben ir acompañadas por una renovación espiritual. “Los dones del Espíritu son concedidos especialmente para fortalecer la comunidad cristiana”, dijo a la multitud que colmaba el estadio. “Después del Vaticano II tuvimos que practicar una serie de reformas, y debemos continuar haciéndolo. Pero no basta con cambiar el cuerpo. Necesitamos cambiar el alma, renovar la iglesia y la faz de la tierra”.

La Jerarquía Eclesiástica Norteamericana

            Cuando la jerarquía eclesiástica católica romana norteamericana expresó en 1969 su declaración: “esperar y observar”, urgió a los obispos a ejercer “prudencia” y “supervisión apropiada” al guiar a los católicos carismáticos. Después de enfatizar la participación de “sacerdotes prudentes”, el informe concluía diciendo que “a esta altura no se debería desalentar el movimiento, sino que habría que permitírsele que se siga desarrollando”. Cuatro años después, los obispos norteamericanos parecían satisfechos ante el crecimiento y la conducta de los grupos de renovación carismática perteneciente a sus diócesis. “Algunos son entusiastas y a otros les gustaría saber más”, afirmó el obispo auxiliar José C. McKinney, de Grand Rapids, Michigan, un moderador episcopal del Movimiento de Renovación Carismático Católico.

            Muchos obispos, en realidad, han notado los elementos positivos del movimiento: una vida de oración más profunda, santidad personal y las nuevas fuentes de energía espiritual que sus miembros esparcen a su alrededor. Piensan que la renovación carismática es beneficiosa para la Iglesia Católica. Pero otros se muestran escépticos, y entre los católicos que no participan en el movimiento existe una actitud cautelosa. La afirmación de que hablan en lenguas, el pretendido anti-intelectualismo, el lenguaje que usan —generalmente prestado de la terminología protestante— y la impresión que dan algunos adherentes de ser especialmente escogidos por Dios, producen en muchos católicos un desasosiego con respecto a ese movimiento que parece escapar a la experiencia católica tradicional.

            Entre los aspectos que causan preocupación figura una creciente tendencia antiinstitucional que se observa en una minoría de católicos pentecostales: misas celebradas en casas de familia, falta de interés en la liturgia tradicional, objeciones a ciertas doctrinas.

            La doctrina, por ejemplo, puede convertirse en un problema para el católico pentecostal que, después de descubrir que lo que realmente importa es la fe personal en Cristo, se pregunta qué valor tiene el bautismo infantil. Sin embargo, los católicos carismáticos manifiestan cada vez con mayor frecuencia que el haber sido bautizados en el Espíritu les ha proporcionado una nueva apreciación de las doctrinas de la iglesia y ha profundizado el significado de los sacramentos. “Ahora”, he oído afirmar muchas veces, “puedo ver el significado oculto en la estructura, en el ritual. He hallado la fuente en Cristo Jesús, algo que hasta ahora desconocía”.

            “Déjenme compartir un secreto con ustedes: cómo se puede recibir mejor el Espíritu Santo”, sugirió el cardenal Suenens a la multitud reunida en el estadio de Notre Dame. “El secreto de nuestra unidad con el Espíritu Santo es nuestra unidad con María, la Madre de Dios”. Los 25.000 espectadores se pusieron de pie durante un largo rato para aplaudir y apoyar con expresiones de alabanza estas palabras, en señal de su interés por la doctrina católica y su dedicación a ella.

            La misma cosa sucede en lo que atañe a la relación que los creyentes en esta nueva corriente mantienen con las autoridades eclesiásticas. A diferencia de otros campeones de movimientos de renovación espiritual, los católicos pentecostales generalmente no influyen en la gente para que abandone la iglesia. Por el contrario, hasta ahora los obispos los han hallado sumamente obedientes y dóciles a las correcciones impartidas, lo cual constituye un extraño fenómeno en esta era de intransigencia.

“Tú Eres el Sucesor de Pedro”

            En la reunión celebrada recientemente en Notre Dame, los oradores volvieron a destacar la necesidad de que los católicos carismáticos sean obedientes a sus obispos y les pidan orientación. El sacerdote jesuita Cohén, de Nueva Orleans, capellán de los estudiantes en la Universidad de Loyola y jefe del equipo pastoral de la comunidad carismática local, instó a los grupos de oración a mantener contacto directo con el obispo de la zona “para asegurarle que ustedes no constituyen un grupo rebelde. Y el obispo se sentirá contento al saber que existe un grupo que desea obedecerle sin reservas”. Al dirigirse a los jefes de la iglesia, Cohén exhortó a los obispos a que averiguasen lo que está sucediendo dentro del movimiento. “¿Dónde encuentran ustedes en la iglesia de hoy —preguntó— un número tan creciente de personas que clamen solicitándoles respaldo y orientación?”

            Luego, dirigiendo sus palabras al papa Pablo VI, le imploró que otorgara su discernimiento en cuanto al movimiento carismático católico y que se defina “acerca de la verdadera naturaleza y el uso apropiado de los dones [carismáticos]”. “Vos sois en la tierra el vicario de Jesucristo, el Hijo del Dios Viviente. Sois el sucesor de Pedro. Sobre esta roca Jesús edificó su Iglesia. Estamos fundados en esta roca y sobre esta roca permanecemos”, concluyó. Al finalizar su declaración, la multitud volvió a estallar en aplausos y canciones de aleluya, ratificando con una prolongada ovación el voto de lealtad al papa.

Un Nuevo Desafío

            El pentecostalismo católico romano es un fenómeno demasiado nuevo como para que alguien lo pueda evaluar debidamente. El tiempo constituirá la mejor prueba de su valor y eficacia. Pero una cosa sigue siendo segura. En nuestro intento por llevar, como ministros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, el “evangelio eterno” a los millones de católicos romanos que residen en los diversos países, tenemos que reconocer que nos estamos enfrentando con un movimiento de la mayor importancia dentro del catolicismo romano contemporáneo. Tal como ha incidido en este, el mencionado movimiento no elimina doctrinas o costumbres, no introduce otras nuevas ni tampoco crea congregaciones diferentes: más bien despierta en la gente una apreciación más profunda hacia la Iglesia Católica y sus tradiciones. Sus partidarios hablan con agrado y constantemente de Jesús, y se interesan por ayudar a la gente a experimentar un encuentro personal con Dios mediante el estudio de las Escrituras.

            Queda abierto el interrogante de cuánto hay en todo esto de emocionalismo puro y simple, y cuánto de una genuina y real conversión a Cristo. Creo, sin embargo, que nos ofrece una oportunidad nueva y sin paralelos para abrir la Palabra de Dios a los católicos romanos que aceptan seriamente las doctrinas; una nueva oportunidad de proclamar la plenitud del Evangelio, sin alteraciones ni encubrimientos en el mensaje que Dios nos ha dado, un mensaje que se ha tornado más atrayente y precioso porque se centra en Jesucristo. ¡Cómo resalta la vigencia de la declaración de la pluma inspirada que dice: “¡Los adventistas del séptimo día debieran destacarse entre todos los que profesan ser cristianos, en cuanto a levantar a Cristo ante el mundo!” (Obreros Evangélicos, pág. 164).