Comprender la cosmovisión de los autores bíblicos ayuda a interpretar mejor la Palabra de Dios

            Es necesario admitir que los griegos dejaron una herencia muy rica para Occidente, en las artes, la ciencia y la cultura. Sin ellos, no seríamos lo que somos hoy. Sin embargo, si actualmente tenemos tanta dificultad para entender la Biblia, en gran parte se debe a nuestra mente “helenizada”; en rigor, griegos y hebreos eran muy diferentes en su manera de ver el mundo.

            Podemos afirmar que la Biblia es esencialmente hebrea,[1] a pesar de que el Nuevo Testamento haya sido escrito en griego y que haya influencia griega en su estilo, su “paño de fondo es […] hebreo. Los escritores [con excepción de Lucas] son hebreos; la cultura, la religión y las tradiciones son hebreas; y los conceptos son hebreos”.[2] En su gran mayoría, la Palabra de Dios fue “pensada por mentes hebreas, incluso cuando los labios hablaran y las manos escribieran en griego”.[3] De ahí, la importancia de entender más a fondo la mentalidad hebrea antigua.

            A continuación, relacionaremos de modo sucinto algunas de las principales bases del pensamiento hebreo, confrontándolas con el pensamiento griego, que generalmente es también el pensamiento occidental. Vale recordar que no todos los griegos ni todos los hebreos pensaban de manera idéntica. Había, dentro de cada cultura, diferentes ramificaciones en relación con la religión y la filosofía. Las características que se presentan a continuación, representan cada cosmovisión de forma general, sin tomar en consideración las diferentes vertientes.

Concretismo

            En el idioma hebreo antiguo (lengua que predomina en el Antiguo Testamento), al contrario que en el griego, las ideas eran mucho más concretas que abstractas. Hasta conceptos abstractos, como los sentimientos, acostumbraban a ser asociados a algo concreto.

            En hebreo, la palabra “ira”, o “rabia”, por ejemplo, es ‘af (Éxo. 4:14), la misma que es utilizada para “nariz” o “narinas” (Job 40:24). Generalmente, quien se aíra respira de manera acelerada, y las narinas se dilatan. Es posible que ese sea el motivo concreto detrás de la relación entre las dos palabras.

            Otro ejemplo de ese concretismo hebrero es la palabra “fe”, ‘emunah (Hab. 2:4), que en lugar de significar –meramente– creencia o aceptación mental, como en el idioma griego, expresa también calidades como firmeza, fidelidad y estabilidad, como una estaca afincada en el suelo (en Isa. 22:23, la palabra “firme” proviene del verbo ‘aman, la misma raíz de ‘emunah). Por lo tanto, el creer, desde el punto de vista bíblico hebreo, tiene mucho más que ver con una actitud de fidelidad para con Dios que con un mero asentimiento mental.

Dinamismo

            Los hebreos eran un pueblo extremamente dinámico, y su idioma lo reflejaba. En castellano, como en otras lenguas, el nombre o el sujeto viene en primer lugar en la oración, y el verbo generalmente es colocado después. Por ejemplo: “Antonio obedeció a su padre”. En hebreo, frecuentemente, el orden es inverso: “Obedeció Antonio a su padre”. “Este tipo de énfasis en el verbo sugiere que los hebreos eran un pueblo centrado en la acción”.[4]

            Hasta sustantivos que para nosotros no implican, necesariamente, una acción, en lengua hebrea antigua involucraban algún movimiento. La palabra “presente” (o “bendición”), berakah (Gén. 33:11), por ejemplo, viene de la raíz brk (“bendecir” o “arrodillarse”), y puede significar “aquello que se da con las rodillas dobladas”; una posible referencia a la costumbre de inclinar el cuerpo para brindar algún presente a alguien.[5]

            Para la mentalidad hebrea, la acción precedía al pensamiento, y no al contrario. “En vez de pensar de la causa hacia el efecto, como el pensamiento occidental moderno tiende a hacerlo, los antiguos hebreos razonaban del efecto hacia la causa […]. De hecho, el mecanismo del pensamiento hebreo es opuesto al cogito cartesiano (“Pienso, luego existo”), siendo este último el presupuesto básico en la metodología occidental. En lugar de afirmar: “Pienso, luego existo [soy]”, el pensamiento hebreo declara: “Existo [soy], luego pienso”. [6]

            Para los hebreos, había una íntima relación entre lo que se dice y lo que se hace. Se entendía que la palabra de un hombre debía corresponder a sus acciones. Es más, “palabra” (dabar en hebreo) puede significar también “cosa” o “actos”. Entonces, en la mentalidad hebrea, decir algo y no actuar de acuerdo con lo dicho implicaba mentira, falsedad.

Descripción funcional y personal

            Generalmente, los griegos describían los objetos con énfasis en la apariencia; lo que nosotros, occidentales, también hacemos. Los hebreos, al contrario, consideraban más la función y el objetivo de las cosas. Si nos mostraran un lápiz y nos pidieran describirlo, probablemente diríamos: “El lápiz es azul” o “el lápiz es amarillo”; “tiene punta fina” o “su punta es gruesa”; “es cilíndrico” o “es rectangular”; “es corto” o “es largo”, etc. Nota que, en todas las características, el énfasis está sobre la apariencia. Un semita antiguo tal vez describiría el mismo lápiz de una manera más simple y objetiva: “Yo escribo palabras con eso”.[7]

            Para la cosmovisión hebrea, la función, la finalidad y la utilidad de los objetos eran más importantes que la forma o la apariencia.

            Tal vez por eso los elogios de Salomón a su amada, en el libro de los Cantares, suenan tan extraños a nuestros oídos. Por ejemplo, decirle a una mujer: “Tu vientre es [un] monte de trigo” (Cant. 7:2) ¡puede resultar ofensivo hoy en día! Sin embargo, en la cultura de la época, la imagen del trigo traía la idea de fertilidad, sustento, abundancia y saciedad. De esa manera, el elogio de Salomón es más funcional que visual.

            Otro ejemplo es la descripción hecha del arca de Noé y del Tabernáculo del desierto (Gén. 6:14-16; Éxo. 25-28). Cualquiera que lea lo que la Biblia dice respecto de esas construcciones, nota que hay muchos más detalles sobre la estructura y los materiales empleados en la confección que en relación con la apariencia.

            “Cuando queremos hablar al respecto [de un objeto] y describirlo, intentamos reproducir en nuestros oyentes, por medio de las palabras, la misma imagen [que está en nuestra mente]. Los griegos hacían esto también. Los [hebreos], por otro lado, no tenían interés en la apariencia “fotográfica” de las cosas o de las personas. [Ellos] no dan sus impresiones del objeto percibido” (la cursiva fue añadida).[8]

            Además de funcional, el estilo de descripción de los hebreos era también personal; el objeto era descrito de acuerdo con su relación con la persona. Al describir un día soleado, en lugar de decir “El día está lindo”, un hebreo tal vez diría: “El sol calienta mi rostro”. Esto nos ayuda a explicar la declaración de David, cuando dice: “El Señor es mi pastor” (Sal. 23:1).[9]

Conocimiento práctico

            Para los griegos, la sabiduría era el resultado, sobre todo, del estudio, la contemplación y el razonamiento. El conocimiento era básicamente teórico, limitado al mundo de las ideas. Para los hebreos, sin embargo, el conocimiento era esencialmente práctico. Conocer era, principalmente, experimentar, involucrarse con el objeto de estudio. “La palabra hebrea yada’, que expresa la idea de conocimiento, es utilizada también para expresar la dinámica de la relación conyugal […] (Gén. 4:1, 17; 19:8) y hasta, de manera figurativa, [la relación] entre Dios y los seres humanos (Sal. 16:11; Jer. 9:23, 24; Ose. 8:2). [En la intimidad hebrea] conocer significa “convivir con”. El conocimiento no consiste en observar y analizar el objeto, es el resultado de la experiencia, de una caminata con alguien (Sal. 95:10), e implica un compromiso personal con el objeto o la persona a ser conocido(a)”. [10]

            Los hebreos consideraban la inteligencia no solo como una capacidad intelectual, sino también como la habilidad de escuchar, de recibir conocimiento externo. Para la mentalidad hebrea, los oídos estaban especialmente relacionados con la sabiduría (Isa. 50:5; Job 12:11; Neh. 8:3; Jer. 6:10).[11]

            Si para los griegos el conocimiento era subjetivo, inherente al hombre (lo que se percibe por la inscripción “Conócete a ti mismo”, del oráculo de Delfos, en Grecia), para los hebreos el conocimiento era objetivo y, en último análisis, resultado de la revelación divina.

            En la cosmovisión bíblica hebrea, “temer a Dios” es el primer paso para obtener sabiduría (Sal. 111:10; Prov. 1:7). “La epistemología griega enseñaba que la verdad última es adquirida por el exclusivo ejercicio de la razón, que la descubre. Por su parte, la epistemología hebrea entendía que la verdad última es un misterio que solo se conoce en caso de que Dios la revele. El papel de la razón se resume en el asentimiento a lo que Dios reveló de sí mismo. […] Verdades simples pueden ser aprendidas por la razón; verdades teológicas, por la revelación”.[12]

Noción de tiempo e historia

            En la mentalidad semita antigua, la percepción del tiempo también era diferente de la nuestra. Para los hebreos, es posible que el pasado (tiempo completo) fuese visto como estando al frente. La palabra qedem, “antigüedades” (Sal. 77:11), también tiene el sentido de “frente”; y el futuro (tiempo incompleto), como estando atrás: mahar, “mañana” (Éxo. 13:14) o “en el futuro” (Deut. 6:20), viene de la raíz ‘ahar, que significa, entre otras acepciones, “quedar atrás”.

            Es posible que esta manera de observar el tiempo fuese en virtud del pensamiento concreto y funcional de los antiguos semitas, mencionado anteriormente. La lógica sería esta: el pasado fue completado, por eso podemos mirar hacia él como si estuviese delante de nuestros ojos. El futuro, por el contrario, todavía está indefinido, incompleto, por eso todavía es desconocido y es como si estuviésemos de espalda hacia él. Es semejante a un hombre que rema en un barco: ve a su frente lo que pasó, mientras el destino está a sus espaldas.[13]

            Aunque el tiempo, en la visión hebrea, asumiera una forma rítmica –término que es preferible a “cíclica”–[14] (con los periodos del día, el sábado semanal, las lunas nuevas, las estaciones, las fiestas anuales y el año de jubileo), la noción de historia era lineal. Dios fue quien inició la historia (Gén. 1:1) y es él quien hace que ella prosiga hacia un final, un clímax, el llamado “Día del Señor” (yom Yahweh), tiempo en que él intervendrá en la historia humana para salvar a los fieles y castigar a los rebeldes (Sof. 1:7, 14; Joel 2:1; 2 Ped. 3:10). A pesar de todo, esa discontinuidad de la historia es vista meramente como el comienzo de la eternidad (‘olam; Dan. 12:2).

            “Se cree que los griegos veían la historia como un ciclo interminable de repeticiones sin rumbo […]. [Para ellos] la historia andaba en círculos, repitiéndose sin ningún destino en vista. Los hebreos, por otro lado, veían la historia humana como dirigiéndose a un punto. Tuvo un comienzo definido y se dirigía hacia una meta definida, culminando con el Reino mesiánico del Redentor de Israel. [Los hebreos] tenían un concepto de historia en línea recta, avanzando hacia adelante, como una flecha yendo hacia el blanco”.[15]

Teocentrismo e integralidad

            Los hebreos no dividían la vida, como lo hacemos nosotros, en sagrada y en secular. “Para la mente hebrea, todo es teológico. Todo está bajo el dominio de Dios. […] [Los hebreos] veían todos los aspectos de la vida como una unidad […] todas las circunstancias de la vida –los momentos buenos y los difíciles– que ocurren, no por casualidad, sino bajo el control soberano de un Dios Todopoderoso”.[16]

            Hasta incluso las tareas cotidianas eran consideradas, de cierta manera, sagradas. La palabra hebrea ‘atsab, en el grado Piel, significa tanto “hacer”, en el sentido de “fabricar”, como “adorar”; así como el verbo ‘abad (“trabajar” o “servir”) muchas veces aparece en el contexto de adoración (Jos. 24:15; Sal. 100:2).[17] En la labranza, en la escuela o en el Templo, la vida era vista como un constante acto de adoración (1 Cor. 10:31). Para el pueblo hebreo, la adoración era más que un evento: era un estilo de vida; y la religión permeaba cada aspecto de la rutina.

            El filósofo griego Platón difundió una interpretación dualista de la realidad. Creía que había dos mundos: el de las ideas (o del espíritu) y el mundo real. De acuerdo con esa visión, el ser humano estaba formado por dos partes: espíritu (o alma) y cuerpo. El cuerpo y los elementos materiales eran considerados ruines, y solo el “espíritu” y su mundo, y las cosas del “más allá”, eran vistos como algo bueno. De esa manera, la muerte, en realidad, sería la liberación del alma, que mientras estuviese en el cuerpo estaría presa al mundo material.

            Por su parte, los hebreos tenían una visión integral de la vida. Para ellos, el ser humano era completo, indivisible. En la mentalidad hebrea, alma se refiere al individuo como un todo (cuerpo, mente y emociones). Al contrario de los griegos, que creían en la inmortalidad del espíritu, los antiguos hebreos –que todavía no habían sido influenciados por el helenismo– creían en la mortalidad del alma y en la resurrección (Eze. 18:4; Dan. 12:1, 2). “La visión de una dicotomía –cuerpo y alma– era extraña para la mentalidad hebrea. La muerte, para los hebreos, era entendida como una cesación real y total de la vida. En el Antiguo Testamento, un fallecido era tenido como un “alma muerta” (Núm. 6:6; Lev. 21:11). El ser humano no tenía un alma, sino que era un alma”.[18]

Espiritualidad concreta

            Para la mente greco-romana, la espiritualidad era algo místico. Ser espiritual significaba despreciar totalmente la materia y conectarse al “otro mundo”. Este desprecio por los elementos materiales variaba entre dos extremos. Algunos, por ejemplo, renunciaban completamente a los placeres físicos, tales como la alimentación y el sexo, al punto de mutilar sus órganos genitales. Otros, por el contrario, se entregaban a todo tipo de sensualidad y a orgías. Ambos comportamientos tenían como base la idea que el cuerpo era malo, y que, al final de cuentas, lo que importa realmente es el “alma”.

            Para la cosmovisión hebrea, sin embargo, el cuerpo fue creado por Dios, y por eso es considerado sagrado. Las Sagradas Escrituras afirman que “del Señor es la tierra” (Sal. 24:1). Y, mientras creaba el mundo, Dios vio que este “era bueno” (Gén. 1:10, 12, 18, 21); y no malo, como afirmaba el pensamiento platónico. En la comprensión bíblica hebrea, Dios hizo el mundo (las cosas materiales), y dio al hombre la responsabilidad de cuidar de ellas. “La civilización helénica tenía una concepción antropológica que se fundamentaba en la sumatoria de dos partes: el cuerpo y el alma. La civilización semítica, particularmente la hebrea, no aceptaba esa dicotomía. El cuerpo era concebido como el ser humano en su totalidad […]. [La] visión dicotómica valoraba acentuadamente el alma en detrimento del cuerpo, que era su cárcel. Por otro lado, en la intelección semítica, el modelo no conocía un alma sin cuerpo. Cuerpo significaba el ser humano en su totalidad. En realidad, el israelita no hablaba de creación del cuerpo, sino del ser humano”.[19]

            Para los hebreos, por lo tanto, la espiritualidad tenía que ver, sí, con esta vida. Aunque los judíos de los tiempos bíblicos tuvieran sus ojos en el Cielo, sus pies estaban bien afirmados en la Tierra.[20] En la cosmovisión bíblica, no es necesario entrar en un estado de trance para alcanzar “el mundo superior”. De acuerdo con las Sagradas Escrituras, es posible, y es necesario, ser santo y desarrollar la espiritualidad en el vivir cotidiano, en las situaciones comunes de la vida y en el trato diario con las personas (Lev. 20:7; 1 Ped. 1:16).

Cambio de perspectiva

                        Al estudiar la Biblia, necesitamos reconocer que los autores inspirados no pensaban como nosotros pensamos. Su patrón mental, su cosmovisión, no tenía las mismas características de nuestra manera de ver y entender el mundo, profundamente influenciada por el pensamiento griego. Por eso, si queremos que nuestra interpretación de las Sagradas Escrituras se aproxime al sentido original del texto, es fundamental que estemos familiarizados con las principales bases del pensamiento hebreo.

Sobre el autor: editor asociado en la Casa Publicadora Brasileña.


Referencias

[1] David Bivin; Roy Blizzard Jr., Understanding the Difficult Words of Jesus (Shippensburg: Destiny Image, 1984), p. 4.

[2] Ibid.

[3] Claude Tresmontant, A Study of Hebrew Thought (Nueva York: Desclée, 1960), p. 5.

[4] Ferdinand O. Regalado, “Hebrew thought: its implications for adventist education” (Silang: Universidad Adventista de Filipinas, 2000).

[5] Jeff A. Benner, “Ancient hebrew thought”, disponible en: <http://www.ancient-hebrew.org/12_thought.html>; Daniel López (profesor de Filosofía de la Educación en la Universidad Federal de Río de Janeiro), “El pensamiento hebreo”, entrevista concedida por e-mail.

[6] Jacques B. Doukhan, Hebrew for Theologians (Lanham: University Press of America, 1993), p. 193.

[7] Jeff A. Benner, ibíd.; Holean Costa, “A mentalidade semita de nossos pais – parte 3”, disponible en: <http://kedem.kol-hatorah.org/a-mentalidade-semita-de-nossos-pais-parte-3/>.

[8] Thorleif Boman, Hebrew Thought Compared with Greek (Nueva York: Norton, 1970), p. 74.

[9] Holean Costa, ibíd.

[10] Jacques B. Doukhan, ibíd., pp. 193, 194.

[11] Ibíd.

[12] Rodrigo P. Silva, Filosofia e Teologia: Anotações de Classe (Engenheiro Coelho: Unasp, 2009), p. 51.

[13] R. Laird Harris; Gleanson L. Archer, Jr.; Bruce K. Waltke, Dicionário Internacional de Teologia do Antigo Testamento (Vida Nova: 1998), p. 1.318.

[14] Jacques B. Doukhan, ibíd., p. 202.

[15] Christian Overman, Assumptions that Affect Our Lives (Bellevue: Ablaze, 2006).

[16] Marvin R. Wilson, Our Father Abraham (Grand Rapids: Eerdmans, 1989), p. 156.

[17]  R. Laird Harris; Gleanson L. Archer, Jr.; Bruce K. Waltke, op. cit., pp. 1.065-1.066, 1.155.

[18] Cláudio Antônio Hirle Lima, ibíd., p. 25.

[19] Joel Antônio Ferreira, “A corporeidade em 1 Coríntios: o embate entre as culturas semítica e helênica”, revista Interações – Cultura e Comunidade (PUC – Minas Gerais), t. 3, N° 3, 2008, p. 46.

[20] Marvin R. Wilson, “Hebrew thought in the life of the church”, en Morris Inch; Ronald Youngblood (orgs.), The Living and Active Word of God (Winona Lake: Eisenbrauns, 1983), p. 129.