Como me envió el Padre así también yo os envío. Estas palabras siempre han sonado como un desafío para el verdadero mensajero de Cristo. Los discípulos las tomaron tan literalmente que fueron por todas partes predicando la palabra, y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos. Esta es todavía la gran misión de la iglesia, y cumplirla con sentido de urgencia, y con amor, es el interés primordial del ministro evangélico.
La palabra penetración se usa muy a menudo en los círculos evangelísticos, como también en muchos otros tipos de actividad. Da la idea de salir respondiendo a la orden del Señor de proclamar a toda tribu, lengua y pueblo el glorioso Evangelio de salvación, que es la mayor necesidad del mundo de hoy.
A pesar de los obstáculos
Al cierre del Congreso de Evangelismo de Berlín, en un simbólico acto de penetración, la mayor parte de los 1.250 delegados y observadores salieron marchando de la Kongresshalle, portando flameantes banderas, yendo al mundo entero para proclamar la historia de la gracia salvadora en esta generación. Salieron conociendo las tremendas dificultades que les esperaban; salieron sabiendo de las barreras que se habían erigido, de los muros que se habían levantado y de las cortinas que se habían bajado, todo lo cual está concebido primordialmente para obstaculizar la marcha triunfal del Evangelio. Salieron con la promesa del Salvador resonando en sus oídos: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
Dios no ha prometido que el camino será fácil, pero ha prometido que tendremos éxito. “Ninguna arma forjada contra ti”, ofensiva o defensiva, “prosperará” (Isa. 54:17). Esto es palabra de Dios y debemos creerlo. Debemos ir con las benditas nuevas. Es nuestra tarea y responsabilidad. Dios se ha hecho responsable de nuestro éxito.
Ir por todas partes y penetrar, es el desafío para la iglesia remanente, no sólo en un acto simbólico, sino en forma literal. Debemos penetrar las grandes ciudades donde se han levantado innumerables muros. Debemos penetrar esas paredes, aun las fortalezas de concreto de los grandes edificios de departamentos detrás de las cuales incontables miles de personas viven en el temor y en la zozobra. Debemos buscar caminos y medios de modo que, por toda forma posible, pueda darse el mensaje a aquellos que yacen en tinieblas y sombra de muerte. Debemos descubrir mejores métodos y herramientas más afiladas de manera que ninguna persona, sea cual fuere su condición o actitud, esté fuera del alcance de nuestra penetración. Debemos usar el púlpito, el contacto personal, la radio, la televisión, los diarios, las revistas y el teléfono.
Responsables por el mundo
Debemos penetrar en los distritos apartados y en las ciudades y pueblos no trabajados de todo el mundo. Incontables millones de personas viven en lugares donde nunca se ha predicado el mensaje adventista y donde no ha brillado ni siquiera en parte la luz de este último mensaje de misericordia. Esta es la responsabilidad de cada ministro, cada organización, cada institución, cada miembro de iglesia en todas partes. La nuestra no es una tarea limitada a nuestra pequeña área de actividad, sino que abarca cada parte del mundo entero.
Debemos penetrar las paredes de la indiferencia, la satisfacción propia y el prejuicio (real o imaginario), que separa al mundo y construye refugios bajo los cuales hay tantos que se esconden, presa del temor y la incertidumbre. Debemos penetrar en los terrenos de las grandes instituciones educativas del mundo con esta verdad salvadora. Debemos penetrar la filosofía sin Dios proclamada por filósofos sin Dios. Debemos llegar hasta los millones de jóvenes que son espiritualmente ignorantes y rebeldes, y que seguirán así a menos que los alcancemos con las buenas nuevas. hombres. Debemos vencer este mal con un amor que barra con toda indiferencia, con toda encallecida autosatisfacción.
Debemos penetrar la tibieza de la iglesia remanente e instar a nuestro querido pueblo a comprar “oro refinado en fuego,… y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez: y unge tus ojos con colirio, para que veas” (Apoc. 3:18).
Debemos penetrar la pared de la justificación propia que tanto impregna nuestro servicio egocéntrico. Debemos dejar de pensar en lo que sacaremos de provecho de ello, y preocuparnos más en cuanto a qué más podemos hacer para que otros puedan ser beneficiados por el testimonio de nuestra vida semejante a la de Cristo.
Alcanzar a los hospitalizados
Debemos penetrar las gigantescas instituciones médicas. Allí sufre y muere la gente, la gran mayoría sin que la luz del Evangelio alcance su corazón entenebrecido. Para hacer frente a este desafío, para penetrar esta pared, necesitamos consagrados y dedicados obreros sanitarios de toda clase que sepan compartir su fe y disipar así las tinieblas.
Debemos penetrar las paredes de nuestros establecimientos penitenciarios. He ahí una categoría de personas cuya amargura y resentimiento las ha marcado como los indeseados y despreciados. Hay que llevarles el mensaje; la luz de la esperanza y de la fe debe brillar para ellos.
Penetrar las paredes de la complacencia
Debemos penetrar las paredes de la complacencia y del materialismo que está tan a la vista en nuestra sociedad acaudalada. “Tenemos todo lo que necesitamos: ¿quién necesita de Cristo?” Aun para estas personas debemos trabajar, y con simpatía y comprensión hacerles tan deseable y atractivo el Evangelio, que aun los que estén llenos de suficiencia propia anhelen poseer la perla de gran precio.
Debemos penetrar la frialdad de nuestro formalismo carente de Cristo. Debemos revelarles que el tener una forma de piedad negando su eficacia es colocarse en la situación del más miserable de los hombres. Debemos vencer este mal con un amor que barra con toda indiferencia, con toda encallecida autosatisfacción.
Debemos penetrar la tibieza de la iglesia remanente e instar a nuestro querido pueblo a comprar “oro refinado en fuego… y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez: y unge tus ojos con colirio, para que veas” (Apoc. 3:18).
Debemos penetrar la pared de la justificación propia que tanto impregna nuestro servicio egocéntrico. Debemos dejar de pensar en lo que sacaremos de provecho de ello, y preocuparnos más en cuanto a qué más podemos hacer para que otros puedan ser beneficiados por el testimonio de nuestra vida semejante a la de Cristo.
Combatir el fuego con fuego
Debemos penetrar las barreras de la sumisión y de la falta de vitalidad que tan a menudo caracterizan nuestro testimonio en el púlpito y fuera de él. No es pecado ser vigoroso, ser realmente enérgico al tratar de despertar a la gente a su desesperada necesidad. Haciendo buen uso de los anticuados golpes sobre el púlpito, levantando la voz y hablando fuerte podemos convencer a la gente que estamos preocupados seriamente de la urgencia del mensaje que debemos llevar, y por su salvación. Los discursos insípidos y sin vida no tienen lugar en esta época cuando todo el mundo está en llamas. Si hemos de rescatar a algunos de la segura destrucción, tenemos que lanzarnos contra esas paredes de fuego y vencer con fuego santo al fuego que consume espiritualmente.
Ni una décima parte
Estamos ante un mundo desesperadamente necesitado. Estamos presenciando explosiones de toda clase, de las cuales no es la menor la explosión demográfica. Nos da que pensar el hecho de que el crecimiento combinado de la iglesia cristiana no alcanza a la décima parte del crecimiento de la población mundial. Vivimos en un tiempo en el cual la autoadoración está rápidamente reemplazando a la adoración de Dios. Esto se ve más en los países así llamados cristianos. Y pensemos en el desafío de los países paganos.
Más ex miembros que miembro:
Estamos ante una iglesia desesperadamente necesitada: necesitada de reavivamiento y reforma, una iglesia que se cree rica y enriquecida de bienes y no necesitada de cosa alguna. Sin embargo hasta ahora la mayoría, quizá, no está preparada para la venida del Señor, y se perderá ciertamente a menos que ocurra algún cambio, y pronto. Es impresionante el número de las personas que se apartan y apostatan de nuestra iglesia. En muchas de nuestras grandes ciudades tenemos más ex miembros que miembros efectivos.
Para hacer frente a estos desafíos en el mundo y en la iglesia tenemos un hermoso mensaje de esperanza y salvación. Esto es lo que se necesita en ambos lugares. Nuestro mensaje es siempre oportuno, importante y significativo. No necesitamos cambiarlo ni ahora ni nunca. Lo que se necesita no es un mensaje cambiado, sino hombres cambiados que lo proclamen: hombres llenos del Espíritu que se dejen de fantasías y abandonen todo lo que se levanta contra el conocimiento de Dios. “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Cor. 10:4, 5). Es, pues, nuestro deber dar al mundo una visión completa de este templo de la verdad al cual pueden entrar todos los que deseen para hallar ayuda y seguridad.
La barrera del pecado
Encontramos hoy día en todo el mundo barreras que tratan de dividirnos: barreras de raza, color y posición social. Pero la barrera más grande de todas, la verdadera pared de separación, es el pecado. Hay que penetrar esa barrera de manera que los hijos de Dios por doquiera no estén separados. Las familias deben ser reunidas, los hogares reconstituidos, las iglesias reedificadas para que las gentes justas guardadoras de la verdad puedan ser juntadas en el reino del querido Hijo de Dios.
El hall de las lágrimas
Una gran pared, ahora todo el mundo, separa a Berlín este Berlín oeste. Esta pared divide una ciudad, separa personas amadas y divide hogares. En esta pared hay un de control conocido con el nombre de “Hall de las lágrimas”. En diferentes oportunidades acuden allí personas ligadas por lazos de afecto que han sido separadas por la pared. Allí acuden y buscan con mirada ansiosa y anhelante un rostro familiar. Cuando por fin distinguen uno, se saludan agitando la mano y lloran. No les está permitido otro contacto: deben limitarse a saludarse de lejos, y a llorar. Es una ocasión que parte el corazón a todos, y todo está causado por una pared: una pared que no había necesidad de haber construido nunca.
Viene el tiempo, queridos compañeros en el ministerio, cuando nuevamente habrá una gran pared de separación. De un lado estarán las hordas de los perdidos, y del otro la compañía de los redimidos. Habrá personas amadas que se buscarán unas a otras. Se saludarán agitando las manos, y de ambos lados se derramarán lágrimas. Que no haya familias divididas por esa pared debido a que nosotros hemos fracasado en hacer todo lo que estaba a nuestro alcance para que recibieran las buenas nuevas de la salvación.
Que Dios nos ayude en el poco tiempo que nos queda a salir con la verdad, a romper con las divisiones, paredes y cortinas de separación, y a proclamar con todo el fervor y la urgencia que tenemos las gloriosas nuevas de la salvación y de la venida del Señor. Penetremos por todas partes hasta que el mundo esté lleno de la gloria del Señor como las aguas cubren el mar.
“Como me envió el Padre, así también yo os envío”. Penetremos cada reducto, cada fortaleza que el maligno haya erigido, de modo que pronto la obra pueda terminarse y Jesús pueda volver.
Sobre el autor: Presidente de la Asociación Ministerial de Ja Asociación General