Escribió Corneille: “Triunfamos sin gloria cuando vencemos sin peli- gros”.[1] Pienso que éste no es nuestro caso como iglesia. Nosotros, juntamente con toda la creación, gemimos agravados esperando ser libertados “de la esclavitud de la corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios”.[2] La crisis en la cual ya hemos entrado, y que se irá acentuando hasta un grado inimaginable, no es más que el resultado de la suma de una serie de peligros interiores y exteriores que amenazan a la iglesia y tratan de destruirla. Recientemente nuestro presidente mundial, el pastor Roberto H. Pierson, identificó esos peligros potenciales que se ciernen sobre el horizonte de la iglesia. Son los siguientes: Erosión de la fe, un secularismo intruso, mundanalidad, hipocresía, apatía, falta de honradez, falta de conversión e inactividad.[3]

Pero sin peligros no hay gloria, y sin crisis no hay victoria, por eso decimos con Pablo: “A Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús”.[4] San Pablo conocía perfectamente los peligros de sus días, los riesgos y amenazas siempre pendientes sobre el ministerio de la iglesia. El los experimentó repetidamente en su propia vida. En el capítulo 11 de su segunda carta a los corintios los menciona en detalle: peligros exteriores que no le preocupaban mayormente, y peligros interiores que angustiaban su espíritu al punto de arrancarle lágrimas. Sin embargo, ya en el crepúsculo de su vida pudo escribir: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.[5] Su confianza en la iglesia fue siempre total, inalterable; nunca dudó del triunfo de la iglesia de Dios, aunque más de una vez escribió con pena acerca de fracasos individuales, hasta de colaboradores en el Evangelio, quienes lo desampararon amando más al mundo.

Al estudiar los peligros de la iglesia, recordemos que ella no es un ente impersonal, sino un edificio santo, en el cual, sobre el fundamento de Cristo y sus mensajeros los profetas y los apóstoles, nosotros mismos estamos siendo edificados. Como estructura divina no corre peligros; no hay potencia en la tierra, ni poder del averno, ni energía alguna del cosmos que pueda hacer peligrar siquiera su triunfo. La iglesia puede tener muchos defectos e imperfecciones, pero es el único objeto en la tierra al cual Cristo confiere su suprema consideración. ¡Su triunfo es seguro!

Sin embargo, lo que no está determinado es quiénes han de triunfar con la iglesia. Es en el plano individual donde los peligros se tornan serios y graves. Escollos imprevisibles pueden llevar al desastre. De ahí la importancia del consejo inspirado: “Manteniendo la fe y buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos”.[6]

Hemos dejado Egipto y nos estamos acercando a Canaán. Ese arduo camino de la esclavitud a la herencia gloriosa de los santos en luz, ha sido recorrido en más de una oportunidad por los escogidos de Dios. “En la arena están las huellas de los que pasaron ya…” Los peligros están claramente indicados, porque “estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros a quienes han alcanzado los fines de los siglos”.[7]

“Los recorridos de los hijos de Israel se describen fielmente; la liberación que el Señor obró en favor de ellos, su perfecta organización y su orden especial, su pecado en murmurar contra Moisés y así contra Dios, sus transgresiones, sus rebeliones, sus castigos, sus esqueletos esparcidos en el desierto debido a su falta de disposición a someterse a los sabios planes de Dios: este fiel cuadro está colocado delante de nuestros ojos como una advertencia, no sea que sigamos su ejemplo de desobediencia y caigamos como ellos”.[8]

Hace algún tiempo, una revista de la Iglesia Congregacional publicó una interesante descripción de cuatro nuevas especies de aves eclesiásticas. Entre ellas aparecía la denominada Statisticus privius: se distingue por su gran amor por números de todas clases; puede sumar, dividir y obtener promedios con gran facilidad, y los cita frecuentemente, pero se perturba fácilmente con números pequeños. Su alimento preferido son estadísticas secas, que ingiere en grandes cantidades. Se desarrolla especialmente en iglesias crecientes, pues le agrada reunirse en grandes bandadas y, desde distintos ángulos, contar sus componentes vez tras vez.[9] Ni la publicación que estamos citando, ni quien esto escribe, están en contra de las estadísticas. Estas son necesarias y altamente orientadoras, pero el peligro reside en el uso que se les dé.

Luego de pasar un año junto al Sinaí, el pueblo de Israel se encontraba estadísticamente muy bien. Todo había sido organizado hasta en sus mínimos detalles. La prosperidad sanitaria y económica lo acompañaba. El abastecimiento de víveres se realizaba con toda regularidad mediante el maná y las ocasionales codornices. Su bienestar estaba asegurado por la refrigerante nube diaria y la providente columna de fuego nocturna. El agua no era problema, ni se producía desgaste en su ropa y calzado. Fue natural que el pueblo comenzara a encontrar gusto en lo logrado, y cuando la orden divina les indicó que debían abandonar el monte y viajar hacia el norte, inmediatamente se elevó un clamoreo de protesta. Tabera fue el nombre que recibió el sitio, y Tabera significa incendio, porque allí el fuego del cielo acalló las protestas, demostrando el disgusto con que Dios mira el conformismo en su pueblo.

¿Nos amenaza a nosotros el conformismo? Estamos proyectando una buena imagen en la comunidad. Algunos artículos periodísticos acerca de nuestra obra, escritos en términos de admiración y respeto, se publican con bastante frecuencia. Gozamos del favor de la gente, y hasta, en cierto modo, somos populares. Con raras excepciones, se nos mira con estima. Las fotografías de intendentes, tijera en mano, listos para cortar las cintas que dan acceso a un nuevo local adventista, son frecuentes. Es que estamos creciendo.

¿No estamos acaso conformes, contentos, satisfechos con lo logrado? Por supuesto que sí, y con buenas razones. Pero hay peligros que nos asechan en el terreno del conformismo: es que los progresos no constituyen la señal distintiva del pueblo de Dios. Una cosa es sentirnos agradecidos a Dios por lo que ha hecho por su iglesia hasta aquí, y otra muy distinta la de descansar confiados en los presuntos méritos de lo logrado. Cosa terrible es cabecear y dormitar sin percibir que el aceite de las lámparas se va agotando o se ha agotado ya, porque la obra ha de ser terminada “no con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”.[10]

Ernst Troeltsch y Max Weber, en una serie de estudios acerca de la forma en que crecen las iglesias, tratan de demostrar que los movimientos religiosos siguen un derrotero inexorable: se inician en el fervor y el entusiasmo del movimiento (llamado “secta” por Troeltsch y Weber) para terminar en el conformismo y la tibieza de la iglesia. Estos autores distinguen cuatro etapas en el proceso: movimiento, denominación, denominacionalismo e iglesia.[11] ¿Será que nuestra iglesia está recorriendo este mismo sendero, o mantenemos todavía el espíritu fervoroso y la disposición de sacrificio de nuestros pioneros?

Listón Pope, en una de sus obras, puntualiza las diferencias más marcadas entre los dos estadios opuestos: movimiento e iglesia.[12] El movimiento pone énfasis en la interpretación bíblica literal; la iglesia, en cambio, incorpora el pensamiento humanístico y científico en su interpretación de las Escrituras. El movimiento mantiene una rígida comunidad moral, excluyendo de su seno los miembros indignos; en la iglesia no se encuentra tal estrictez: sólo requiere que la conducta se ajuste a las normas sociales existentes, y antes de tomar alguna medida disciplinaria, estudia todas las posibles repercusiones del asunto. El movimiento busca y anima la participación de la congregación; en la iglesia, el liderazgo laico ha sido suplantado por un reducido grupo especializado. El culto del movimiento es fervoroso; en la iglesia todo está regido por una liturgia más o menos elaborada. El movimiento da gran énfasis al evangelismo y a los reavivamientos; en la iglesia estas actividades son miradas como rayanas con el fanatismo, y el énfasis descansa sobre la educación.

La lista de comparaciones sigue, pero las presentadas son ilustrativas. No nos agrada que se nos llame secta; pensamos que en esa palabra hay una cierta calificación despectiva. En cambio, buscamos el reconocimiento de parte de los grandes cuerpos religiosos del cristianismo, y estamos contentos por haberlo logrado en parte. Lo triste sería que ese reconocimiento fuera el fruto de una pérdida de nuestra agresividad evangelística y en menoscabo del fervor que tuvieron nuestros pioneros en la proclamación y testificación de nuestro mensaje distintivo.

“Revivan la fe y el poder de la iglesia primitiva, y el espíritu de persecución revivirá también y el fuego de la persecución volverá a encenderse”. Estas son las palabras con las que termina el segundo capítulo de El Conflicto de los Siglos.[13]

¿Correremos realmente el riesgo de caer en componendas, en claudicaciones, en el conformismo? Richard Niebuhr, renombrado teólogo protestante norteamericano, hace notar que sólo en casos muy excepcionales el fervor de la primera generación se manifiesta también en la segunda. ¿En qué generación nos encontramos nosotros? Con cierta alarma, y al mismo tiempo no sin alguna esperanza y alegría, leí acerca del bautismo del primer adventista de la sexta generación.[14] Ello ocurrió en nuestro Colegio del Medio Oriente, Beirut, Líbano, el 3 de junio de 1961. Con alarma, porque ese hecho habla de nuestra demora en completar la obra que se nos encomendó; pero también con alegría, porque ese hecho demuestra que los adventistas todavía mantenemos nuestro amor por la verdad. Pero, ¿mantenemos realmente el fervor y el espíritu de sacrificio de un José Bates, de un Jaime White, de un Juan Loughborough, de un Francisco Westphal? ¿No será que este largo contacto con el mundo y sus costumbres está comprometiendo nuestra identidad? Porque la mente se va adaptando a lo que contempla…

En un capítulo relativo a la moda y el vestido, la mensajera del Señor declaró: “El pueblo de Dios ha perdido, en gran medida, su peculiaridad, y se ha ido adaptando gradualmente a los cánones del mundo, entremezclándose hasta el punto de llegar a asemejarse a los mundanos. Esto desagrada a Dios”.[15] Y en uno de los testimonios que la sierva de Dios escribió para la iglesia, que trata de la separación del mundo, se halla esta advertencia: “Muchos del profeso, peculiar pueblo de Dios están tan conformados al mundo que su carácter peculiar no se discierne, y es difícil distinguir ‘entre el que sirve a Dios y el que no le sirve’ ”.[16]

Creo, con total convencimiento, que el conformismo es uno de nuestros mayores peligros. Afloja la guardia y anubla el entendimiento. En su estela el mundo se introduce en la iglesia, y con él muchos otros males y peligros la atacan. ¡Cómo oraría nuestro Señor si estuviera en la tierra ahora! “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo”.[17] Con fervor aconsejó el apóstol Juan: “No améis al mudo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo… no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.[18] También San Pablo nos exhorta, diciendo: “No os conforméis a este siglo; mas reformaos por la renovación de vuestro entendimiento, para que experimentéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.[19]

Sobre el autor: Sermón pronunciado por el Prof. Humberto R. Treiyer, en Embalse del Río Tercero, Córdoba, Argentina, en ocasión del XXI Congreso de la Unión Austral de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, en la noche del miércoles 24 de diciembre de 1969.


Referencias

[1] Henry, Lewis C., ed., Five Thousand Quotations for all Occasions, pág. 54. Doubleday & Company, Inc., Garden City, New York, 1945.

[2] Rom. 8: 21.

[3] Pierson, Roberto H., “Why Are We Here, and Where Are We Going” Review and Herald, 13-11-1969, pág. 9.

[4] 2 Cor. 2:14.

[5] Fil. 4:13

[6] 1 Tim. 1:19.

[7] 1 Cor. 10:11.

[8] Testimonies, tomo 1, pág. 652.

[9] Christianity and Crisis, 3-2-1958. Citado en The Ministry, septiembre de 1958, pág. 16.

[10] Zac. 4:6.

[11] Loveless, William, “Indian Summer”, The Ministry, noviembre de 1965, págs. 26, 27.

[12] Pope, Listón, Millhands and Preachers. Citado por William Loveless, en Ibid.

[13]  El Conflicto de los Siglos, pág. 52.

[14] Keough, G. Arthur, “A Sixth-Generation Adventist”, The Ministry, octubre de 1961, pág. 12.

[15] Testimonies, tomo 1, pág. 525.

[16] Id., tomo 2, pág. 125.

[17] Juan 17:15, 16.

[18] 1 Juan 2:15-17.

[19] Rom. 12:2.