Un pastor comparte su traumática experiencia con el agotamiento
Yo tenía 24 años, estaba recién convertido y lleno de fe y vigor. Cierto día conocí a Richard, un piadoso adventista que tendría unos 35 años. Cuando me dijo que se estaba recuperando de una grave depresión nerviosa, no lo podía creer. Dije: “Un cristiano no debería tener un quebrantamiento nervioso, Richard”. Su mirada reflejó molestia e indignación. Respondió rápidamente: “¿Por qué?” Deseando ayudarlo, respondí: “Nuestra fe en Dios nos eleva por encima del estrés”. Richard no quiso seguir la conversación. No me di cuenta en ese momento, pero debe de haberse sentido apenado por mi juvenil ignorancia. Nada hacía sospechar entonces que años más tarde, como un experimentado ministro, yo también sufriría un gran quebrantamiento nervioso relacionado con el estrés.
Pocos años después de haber conocido a Richard, un presidente de asociación dijo a mi clase de teología que él esperaba que nosotros trabajáramos duro para terminar la obra”. Como joven ministro seguí su consejo hasta el punto de sentirme culpable si me quedaba en casa cuando alguien cancelaba un estudio bíblico.
Primeros síntomas
La mayor parte del tiempo mi ministerio me ha producido gozo. Sin embargo, mi preparación teológica no me preparó para enfrentar el dolor causado por la artillería y los misiles que algunos de los santos me lanzaron. Mientras trabajaba en pequeñas iglesias se me hizo muy difícil manejar los conflictos, y me agoté emocionalmente. Cuando andaba casi por los cuarenta comencé a sentirme extrañamente cansado. ¡En vez de ser yo quien “terminara la obra”, la obra estaba terminando conmigo! Se me hacía sumamente difícil relajarme. No disfrutaba mis comidas. No podía apreciar la belleza de las flores o los colores de una mariposa. El ruido que hacían mis hijos cuando jugaban alegremente me alteraba los nervios. Mi mente estaba atrapada por los problemas de la iglesia. Ya no disfrutaba tanto del ministerio como en el pasado. A pesar de mis planes hechos con anticipación, había ocasiones en que no podía recordar que debía hacer a continuación. Algunas veces me incomodó vivir en la casa pastoral al lado de la iglesia. “¿Nunca me dejarán en paz los miembros?”, me decía a mí mismo.
Se estaba produciendo un cambio tan sutil en mí, que difícilmente podía discernirlo. No reconocí entonces que estaba experimentando los primeros síntomas de un colapso nervioso. Pensé en ir al médico, pero no lo hice, con la esperanza de que mis próximas vacaciones volverían a cargar mis baterías. Pero no ocurrió así. Continué experimentando altas y bajas, pero las bajas casi siempre eran peores. En ocasiones una extraña depresión se apoderaba de mí temporalmente. Aunque comprendí que podía estar sufriendo los síntomas del estrés, nunca comprendí hasta dónde podía conducirme aquella situación seria.
En la mayoría de las enfermedades, el dolor físico lo aleja a uno de la acción. Pero con el agotamiento psicológico, los síntomas de advertencia son más sutiles y difíciles de detectar.1
Hace poco hablé ante un grupo de personas que se estaban recuperando del agotamiento nervioso. Si bien la mayoría de ellos puede reconocer ahora las señales de advertencia, cuando les ocurrieron, no pudieron reconocerlas. Personalmente yo era vagamente consciente de los indicadores, pero fue necesaria una crisis para despertarme. Cuando eso sucedió, ya era demasiado tarde para evitar una irreversible caída en un severo colapso nervioso. Es por eso por lo que es sumamente importante para los pastores tener la capacidad de identificar los síntomas a tiempo.
Es obvio que, cuando uno está experimentando los síntomas de advertencia de un colapso nervioso, no es sabio aceptar una nueva asignación que implica responsabilidades adicionales; sin embargo, eso hice exactamente. Fue una decisión poco sabia, y produjo la ola que hundió mi barco.
La crisis
Una noche, hace aproximadamente unos dos años, hice una larga visita a una pareja que estaban siendo arrastrados hacia un legalismo fanático. Después de esa visita emocionalmente agotadora, me dirigí hacia el campo para dar un estudio bíblico. Apliqué los frenos demasiado tarde. El carro voló a cien kilómetros por hora y aterrizó en un lodazal. El automóvil quedó prácticamente destruido, pero yo no había recibido heridas serias. Totalmente aturdido oré: “Gracias, Señor, por protegerme. Ni siquiera vi la curva; algo grave debe de estar ocurriéndome”. Mi avanzado estado crítico requirió ese accidente para convencerme de que estaba enfermo. Desde ese momento mi salud se deterioró rápidamente. Se me diagnosticó un colapso nervioso ocasionado por el estrés. Para mi sorpresa, pruebas sanguíneas revelaron la presencia de un “virus que causaba la fatiga crónica”.
Los médicos me dijeron que el prolongado estrés había afectado mi sistema inmune, y permitió que el virus causante de la fatiga se manifestara, debilitando más mi capacidad de superar el estrés.
Colapso psicológico-emocional
Un severo “colapso” emocional causa sufrimientos mucho más intensos que la mayoría de los dolores físicos. Cuando enfermamos físicamente nuestra mente por lo general todavía puede pensar lo suficiente como para soportar el sufrimiento. Sin embargo, cuando la mente, que controla el mecanismo que hace frente a las crisis se quebranta, el resultado es devastador. Sin ninguna exageración, mi lucha fue igual de intensa que el trauma de despertar de una pesadilla y descubrir que es real.2 Mi sueño muy irregular fue invadido por ataques de pánico que hacían que diluvios de adrenalina me produjeran espasmos cardíacos y pensamientos de fobia (las fobias y el agotamiento emocional son comunes en esta condición).3 Pude comprender entonces por qué muchos se suicidan y qué los motiva a hacerlo, no por alguna nueva e inesperada tragedia, sino por un deseo desesperado de escapar a los torturantes síntomas de una depresión clínica.4
No tuve más remedio que aceptar el consejo médico y tomar un largo retiro por enfermedad. Han pasado dos años, y todavía no estoy lo suficientemente bien como para hacer frente a las demandas emocionales del ministerio. Tomó mucho tiempo para que el estrés acumulado ocasionara el colapso. Y toma mucho tiempo para sanar. Ver mi vida casi deshecha no fue fácil, aun cuando Dios me ha bendecido grandemente en cada nuevo paso que he dado. Para alguien que ha sido un ministro activo durante muchos años, es sumamente difícil hacer otra cosa. Porque mi corazón está todavía en el ministerio. Este tipo de frustración es inevitable en un ministro afectado por un profundo colapso nervioso5 y causa mucho dolor emocional.
La familia también sufre, en adelante tiene que vivir con una persona enferma cuyas gastadas reservas nerviosas no pueden enfrentar exitosamente las demandas de criar a los hijos (particularmente adolescentes). La fatiga crónica total, que es un síntoma clásico del colapso nervioso, tiene que ser experimentado para ser totalmente comprendido. La mayoría de los choferes saben lo que es sentirse tan cansados cuando manejan, que les parece imposible mantenerse despiertos un instante más. Pero cuando uno experimenta una fatiga mental similar a las 10.00 de la mañana, a pesar de haber disfrutado una buena noche de descanso, entonces uno sabe lo que significa el síndrome de la fatiga crónica.
Depresión clínica
La depresión clínicamente diagnosticada, con frecuencia causada por el colapso nervioso, es más común de lo que muchos ministros creen. El Dr Fran Singer escribe: “Se estima que uno de cada veinte hombres y una de cada diez mujeres llegarán a ser clínicamente depresos en algún momento de su vida”.6 Y los cristianos no están exentos de ello, pero por temor a la vergüenza tratan de ocultar su enfermedad. Admitir que se está deprimido, se considera como una falta de fe, particularmente en un clima donde se mide la fe por las gozosas experiencias emocionales.
Una persona clínicamente deprimida no es alguien que simplemente pasa por una etapa de tristeza. “Los sentimientos de tristeza, frustración, e infelicidad son reacciones naturales ante los problemas de la vida real; una pérdida dolorosa… un conflicto. Los psiquiatras se refieren a tales reacciones como ‘desórdenes de ajuste’. Si los síntomas desaparecen gradualmente a medida que los problemas se arreglan, probablemente usted tenga simplemente un desorden emocional ordinario. Pero si no, puede ser que usted sufra depresión de tipo clínico”.7
Sólo hasta cuando experimenté el colapso nervioso pude apreciar lo que el salmista quería decir cuando describió su confusión interior: “Se han consumido de tristeza mis ojos, mi alma también y mi cuerpo. Porque mi vida se va gastando de dolor, y mis años de suspirar; se agotan mis fuerzas a causa de mi iniquidad, y mis huesos se han consumido” (Sal. 31:9, 10).
Hasta la vigorosa mente de David fue reducida a una severa depresión que duró muchos años. ¡Indiscutiblemente, los líderes espiritualmente fuertes no están libres de una severa depresión! Es significativo que el salmista mezcla expresiones de sufrimiento con expresiones de gran fe: “Mas yo en ti confío, oh, Jehová… En tu mano están mis tiempos” (vers. 14, 15). Al parecer, los sufrimientos de David fueron causados, no por falta de fe, sino por las prolongadas situaciones de conflicto que afrontó.
Por tanto, no es lo más apropiado, en general, decir a los cristianos deprimidos que “tengan más fe” o que “dejen sus cargas al pie de la cruz”. Es posible que ya estén afectados por la Idea errónea de que su condición se debe a la falta de fe, cuando en realidad su problema es de orden médico. Es mucho mejoría, que Dios está con ellos y que el sufrimiento pasará.
Algunos indicadores prácticos
Si bien no es de mi competencia dar consejos médicos, trataré de mencionar brevemente algunos indicadores prácticos que me han ayudado personalmente.
Muy pronto durante mi enfermedad Dios me guió al encuentro de un libro muy útil, Self-Help for Your Nerves (Autoayuda para sus nervios).8 Este libro me convenció de que los traumáticos síntomas que experimentaba eran incómodos, pero no dañinos a largo plazo. Me mostró que no debería asustarme indebidamente por las reacciones corporales involuntarias de mi situación depresiva, y me indicó que ello siempre ocurre y que disminuiría con el tiempo.9
También me beneficié mucho con el ejercicio físico y una dieta sencilla libre de alimentos altamente refinados y postres demasiado elaborados. El médico me prescribió una droga antidepresiva, y me ayudó. No era de aquellas que producen euforia, pero me ayudó al elevar mi nivel de neurotransmisores cerebrales.10
También he descubierto que visitar los balnearios que cuentan con aguas termales calman los nervios. Los pasatiempos favoritos producen un placer terapéutico muy necesario sin el molesto estrés, y distraen la mente de las preocupaciones enfermizas.
En mi caso, me hubiera gustado que la iglesia tuviese consejeros calificados que pudieran visitar a los pastores incapacitados en forma regular. En la Fuerza Policial de Nueva Gales del Sur un consejero especializado visita semanalmente a los oficiales de policía que sufren de estrés y les da valioso aliento y orientación. Esta clase de ministerio dentro de la iglesia sería de un valor incalculable para los pastores.
Medidas preventivas
Si sospecha que va camino a un colapso nervioso, busque a un médico que conozca la compleja naturaleza del ministerio. Él puede aconsejarle a que disminuya un poco su ritmo, o podría sorprenderle que le recomiende un largo período de descanso, lejos del trabajo. Esto podría parecerle una exageración, pero es preferible a tener que experimentar otros posibles efectos de la depresión. Es probable que requiera de mucho valor para informar a sus administradores que se siente estresado, que deberían permitirle aligerar sus cargas. Informe a su congregación acerca de sus limitaciones y su necesidad de disminuir su ritmo de trabajo. Si no lo hace, seguirán buscándole con más y más insistencia. Algunos ministros tratan de impresionar queriendo parecer invencibles, pero los miembros de iglesia respetan a los ministros que muestran su necesidad de algunas pausas.
Aprenda a decir no más a menudo. No se preocupe si esto ofende de vez en cuando a algunos miembros bien intencionados que piensan que usted debería actuar según sus personales expectativas. Ningún ministro literalmente es inmune a la crítica.
Algunas veces incluso un ministro aparentemente sano puede tratar de adoptar una semana de cinco días de trabajo con el propósito de sobrevivir. La capacidad de llevar cargas relacionadas con el trabajo varía mucho de una persona a otra. “Cada individuo debe encontrar su nivel de tolerancia del estrés, pues si está por debajo se sentirá aburrido, y si está por encima, llegará al agotamiento”11
Sobre el autor: Es pastor en Nueva Galés del Sur, Australia.