Cuando Pablo comparó a la iglesia con el cuerpo humano enfatizó la complejidad de su naturaleza. La iglesia se compone de miembros que poseen dones diferentes, tal como ocurre con las partes del cuerpo, que difieren entre sí. Pablo presenta cuatro secretos para reducir al mínimo los conflictos de su iglesia, siempre y cuando los misiles de sus miembros no se dirijan hacia usted.

En cierta iglesia de la cual era pastor se encendió la mecha de un conflicto que bien podría calificarse de guerra santa. Se trataba de una controversia teológica animada por una revista bien intencionada, pero de naturaleza tendenciosa, publicada por uno de esos movimientos que están en la cuerda floja del adventismo. Las líneas de fuego estaban integradas por miembros de ambos bandos quienes se tildaban mutuamente como hijos de Satanás. Cuando el humo se disipó, habíamos perdido quince miembros de la congregación.

Ese conflicto afectó profundamente mi vida y mi ministerio. Comencé a presentar temas acerca de la unidad y la reconciliación, pero sin resultado aparente. Dirigir una reunión administrativa era como enfrentar a un pelotón de fusilamiento Los que se habían considerado líderes espirituales de la iglesia peleaban como demonios con el fin de conservar sus posiciones de poder. Los miembros involucrados cuestionaban severamente cada punto de la agenda. Muy pronto yo mismo estaba dudando de mi llamado al ministerio, y confieso que a veces la venta de seguros me parecía más atractiva.[1]

Mi experiencia no es la única dentro del ministerio adventista. Existen varias fuerzas en el seno de la iglesia que están originando cambios, y una de las más importantes la constituyen ciertas publicaciones independientes que enjuician el liderazgo administrativo y posiciones teológicas que la gran mayoría de la feligresía sostiene. Los miembros que apoyan a dichos movimientos con sus ofrendas, e incluso con sus diezmos, tienden a retirar de la iglesia no sólo su apoyo financiero, sino también su lealtad.[2] El caso es que mientras adoran con nosotros, se sienten en cierto modo fuera de ambiente. Se inclinan a considerar a la iglesia y a sus miembros como faltos de la nueva verdad que ahora sostienen.

Pablo advirtió a los dirigentes de la iglesia de Éfeso acerca de problemas similares. Les dijo que debían estar alertas porque “entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos” (Hech. 20: 29, 30).[3]

La primera epístola a los Corintios nos da un ejemplo clásico del tipo de cuidado que Pablo creía que los dirigentes cristianos debían prodigar al rebaño. Tras fundar muchas iglesias en Corinto, y antes de dirigirse a otros campos de labor, surgieron varios conflictos: diversas facciones exigían lealtad a diversos dirigentes (1:10-17; 3:5-23), problemas de inmoralidad (5:1-5), diferencias teológicas (15:1-58) e irregularidades en la adoración (11:2-34).

En semejantes circunstancias estas controversias dividían a la iglesia. Pero también separaban a sus dirigentes de la congregación. En su segunda epístola a los Corintios Pablo expresa su profunda preocupación personal por el problema y porque ello ocasionaba cierto enajenamiento de la iglesia (2 Cor. 2:1-4).

En su esfuerzo por aplacar el conflicto esgrimió varios argumentos teológicos y éticos. La mayoría de los pastores habrían hecho lo mismo. Pero Pablo expuso otras cuatro técnicas que también nosotros podemos usar a fin de proteger a nuestras congregaciones de las influencias separatistas de los movimientos disidentes.

1. Podemos proyectar una imagen espiritual

“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”. “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado” (1 Cor. 11:1; 2:2).

Una de las acusaciones que esas revistas de corte amarillista hacen a la autoridad eclesiástica —pastores y administradores— es que no son espirituales. Mi experiencia me dice que, por encima de todo, los miembros reclaman un liderazgo espiritual. Los pastores que conocen a Dios y son dirigidos por él, que oran con sus hermanos y por ellos, que hablan con convicción del amor de Dios, que son capaces de decir: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”, tendrán éxito en su lucha por contrarrestar la influencia de los movimientos cismáticos.

Pero no basta ser espirituales, debemos proyectar una imagen espiritual a nuestras congregaciones. ¿Cómo podemos hacerlo?

Debemos compartir algunos aspectos de nuestra experiencia espiritual. Un joven pastor caminaba por la playa muy desanimado. La grave situación que se había producido recientemente en su distrito absorbía de tal modo sus pensamientos que casi no notaba la tormenta invernal que rugía en su derredor. Cuando llegó al promontorio donde la playa se unía con la montaña, se detuvo y vio las enormes olas que se estrellaban contra las rocas. Estas semejaban mucho a los problemas que afrontaba en aquellos momentos.

Poco después se volvió e intentó regresar a su automóvil. Pero movido por un impulso repentino decidió mejor escalar el promontorio. Cuando llegó a la cima tuvo la sensación de que el rugido de las olas había disminuido. De hecho, ya ni siquiera le parecían tan formidables. La altura a la que había ascendido le daba una nueva perspectiva de las olas y la tormenta, y también de sus problemas. Se arrodilló sobre la tierra húmeda y agradeció a Dios por la percepción distinta que ahora tenía de la realidad. La renovación que experimentaba lo fortaleció mientras regresaba para enfrentarse a su trabajo.

Al siguiente sábado inició su sermón relatando a la congregación su experiencia. Al hacerlo, compartió con ellos un alentador pasaje de su vida espiritual al andar con el Señor.

Debemos proyectar una imagen espiritual en nuestras oraciones. Jorge era pastor veterano de una gran congregación en una gran ciudad. Yo lo conocía y sabía que era un hombre muy devoto, preocupado por el bienestar espiritual de su congregación. Pero tenía el mal hábito de orar con palabras estereotipadas. Cada semana repetía frases como éstas: “Bendice nuestros corazones”, “moldéanos” y “lecho del dolor”. Tan laudable como tales sentimientos y mucho más efectivo, hubiese sido su testimonio espiritual si tan sólo hubiera buscado formas nuevas y más significativas de expresarlo.

Debemos predicar sermones espirituales. El mejor momento para apreciar el carácter espiritual del pastor es cuando predica. Nuestros mensajes dicen mucho de nuestra vida espiritual.

Los sermones extraídos de la Palabra de Dios, rebosantes de dulzura y del amor de Jesús, sancionados por el poder del Espíritu Santo, y reveladores de verdades sencillas para los cristianos cansados que transitan por un sendero duro, hablan en favor de nuestra espiritualidad.

2. Podemos crear eventos espirituales

En 1 Corintios (5:4-5; 11:17-33.; 14: 23-28; 14:33, 34) Pablo mencionó repetidamente la celebración de reuniones de la iglesia; pero su consejo, en cuanto a cómo debe manejarse un caso de disciplina eclesiástica, atestigua mejor, me parece, acerca de su inclinación a convertir las reuniones de la iglesia en acontecimientos espirituales. Con el fin de tratar el caso del hombre que vivía con la mujer de su padre, Pablo sugirió una reunión administrativa de la iglesia para entregarlo “a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús” (1 Cor. 5: 5; el énfasis es nuestro).

Para Pablo, incluso los momentos de disciplina tenían serias implicaciones espirituales. Eran eventos colectivos de carácter redentivo, un último intento de inducir a los cristianos preocupados, a restaurar a un alma extraviada.

¿Es mucho tratar de transformar cada reunión de la iglesia en un evento espiritual? Es fácil comprobar cómo los servicios de adoración, de escuela sabática, de oración y fúnebres pueden tener fines espirituales. Pero ¿cómo pueden convertirse en reuniones espirituales las sesiones de la junta, las asambleas administrativas y las reuniones de las diversas comisiones? Ciertamente Dios dirige activamente su obra. Incluso las veladas sociales pueden brindarle al pastor hábil la oportunidad de testificar acerca del cuidado de Dios por su iglesia y sus planes.

Además de las reuniones regulares de la iglesia podemos crear otros eventos espirituales. Podríamos organizar un servicio de comunión para parejas de recién casados, celebrar una semana de oración especial para los ancianos o iniciar grupos de oración, grupos de estudios u otro tipo de actividades edificantes.

La lista es interminable, pero la idea es avivar y alimentar a la grey. Los miembros vigorosos y fuertes, que crecen espiritualmente, son menos vulnerables a las influencias negativas que tanto abundan.

3. Podemos proyectar una imagen de lealtad al liderazgo de la iglesia

Hay muchos hoy en día que alientan la deslealtad. Diversos grupos acuden a los miembros de la iglesia y propagan el mal virulento a través de sus publicaciones. Y, lo mismo que el cáncer, cuando la deslealtad envuelve a una congregación, ésta se torna incontrolable hasta que destruye su vitalidad y razón de ser.

Enrique, pastor de distrito de una región agrícola, alimenta un resentimiento. Durante su aspirantazgo el presidente de la asociación lo cambió de un distrito a otro contra su voluntad. Si bien el presidente se jubiló poco después, Enrique todavía se siente herido. Y ese conflicto, aún no resuelto, se manifiesta sutilmente en su desconfianza en la organización y su liderazgo.

Desafortunadamente, algunos miembros de su congregación ya se enteraron del problema y han comenzado a exteriorizar sus sentimientos. Es cierto que se siente incómodo ante la hostilidad que ha originado y visto últimamente, pero su desconfianza en el liderazgo de la iglesia no le permite defenderla.

Enrique debería saber que una palabra desleal que sale de la boca de un pastor puede neutralizar mil palabras positivas. El daño hecho a su iglesia no sólo demandará tiempo para que ésta se recupere, sino que prepara el terreno para la siembra de los mensajeros del descontento.

En cambio, Pablo, alentó a los corintios a ser leales al liderazgo de la iglesia. Rehusó subestimar la obra de Apolos: “Yo planté, Apolos regó, pero el crecimiento lo ha dado Dios” (1 Cor. 3:6); recolectó dinero para apoyar el desarrollo de la iglesia (1 Cor. 16:1-3) y aconsejó a los corintios a “sujetarse a personas como ellos y a todos los que ayudan y trabajan” (1 Cor. 16:16).

Los pastores tenemos brillantes oportunidades para mostrar a la iglesia nuestra lealtad hacia nuestros dirigentes. Entre otras formas, podemos hacerlo mencionando los blancos de la asociación —Estrategia global, plan de desarrollo, y otros por el estilo—, aludiendo con frecuencia a los dirigentes y elogiando la obra de algunos oficiales dedicados e invitándolos como oradores a alguna reunión especial de la iglesia.

4.Podemos desarrollar tolerancia por la diversidad

La diversidad, sea ésta racial, cultural, ética o teológica, es una característica de la vida. De hecho, está inmersa en la creación misma, llamada a la existencia por Dios y bendecida por él.[4]Pero enfrentar diferencias puede ser doloroso. La incapacidad para sopesarlas y relacionarse con ellas puede separar a las personas y destruir la obra de toda una organización.[5]

Sin embargo, tales traumas no tienen por qué ocurrir. La diversidad tiene también sus lados positivos. Douglas Johnson, en su libro Managing Change in the Church (Cómo tratar con el cambio dentro de la iglesia), dice que la diversidad puede propiciar el surgimiento de ideas que den pie a nuevas formas de conducta y también alentar el desarrollo de dirigentes nuevos e inteligentes.[6]

Cuando Pablo comparó a la iglesia con el cuerpo humano enfatizó la complejidad de su naturaleza. La iglesia se compone de miembros que poseen dones diferentes, tal como ocurre con las partes del cuerpo, que difieren entre sí. El hecho de que sea el Espíritu Santo quien concede estos dones indica que Dios mismo dispuso que existiese la diversidad en la iglesia.[7]

Y recordemos que la iglesia a la cual Pablo le escribió afirmando la diversidad estaba profundamente dividida a causa de sus diferencias. Confieso que bajo tales circunstancias mil veces preferiría predicar acerca de la unidad. Pero destacar la unidad puede tener efectos contraproducentes. Los miembros pueden rehuir a las personas que disienten con sus esfuerzos por escuchar el llamado a la unidad. Así, estos miembros excluidos de la vida eclesiástica hablarán cada vez más fuerte para hacerse oír, o se apartarán completamente de la comunión fraternal. Por supuesto, ninguna de estas alternativas es aceptable.

Cuando Clemente trató, por enésima vez, de expresar sus “bromas” en una reunión administrativa de la iglesia, todos se rieron de él. Y cuando finalizó la reunión nadie se le acercó para tratar de suavizar un poco sus heridas. Derrotado y herido, pensó en una nueva táctica. Toda vez que sus finanzas se lo permitían, escribía mordaces ataques y los enviaba por correo a todos los miembros de la iglesia, incluyendo a los nuevos conversos. Así comenzó su propia obra de publicaciones a despecho de la iglesia.

Personas como Clemente pueden llegar a ser miembros activos si tan sólo las congregaciones aprendieran a aceptar sus características particulares. La forma como los pastores dirigimos determina si las iglesias aceptarán o no las diferencias entre los miembros. A fin de ayudar a nuestras congregaciones a aceptar a los demás, debemos:

• Festejar las diferencias. Podemos ayudar a nuestros miembros a ver el impacto positivo que producen las diferencias sobre la vida de la congregación señalando cómo alguien valiéndose de un don o talento singular pudo ayudar a alguna persona e incluso ganó almas para Cristo. Estos sucesos dignos de celebración son apropiados para cualquier servicio de la iglesia, pero son particularmente oportunos para la hora del culto divino del sábado.

•Predicar acerca de las diferencias. La Escritura está llena de material informativo apropiado respecto de este tema. Por ejemplo, 1 Corintios 12 (los dones espirituales), Génesis 1 (la creación), Apocalipsis 4 (los cuatro seres vivientes y los 24 ancianos: diferencias representadas ante el trono de Dios), Hechos 15:36-41 (desacuerdos entre Pablo y Bernabé), Mateo 4:18-22 (pescadores y remendones: diferencias entre Pedro y Juan), y otros.

•Ser ejemplos. Mediante el ejemplo podemos demostrar nuestra capacidad de incluir a personas con opiniones diferentes. Durante las sesiones de la junta directiva, de la junta administrativa y otras reuniones, podemos pedir la opinión de todos los presentes, aun de quienes por lo general no hablan. Cuando escuchamos con respeto todos los comentarios, agradeciendo a cada participante, nuestros miembros aprenderán muy pronto que sus ideas son valiosas y que son tomadas en cuenta. Cuando lleguen a tener un concepto saludable de sus propias ideas, aceptarán mejor las opiniones de los demás.

•Organizar eventos creativos. Quizá un ejemplo ilustrará mejor lo que quiero decir. Hace algunos años mi iglesia organizó un día de banderines o estandartes. Animamos a cada familia de la iglesia a diseñar y hacer un estandarte que ilustrara el tema “La iglesia tiene cuidado de…”. El día señalado para el evento cada familia trajo su banderín al frente, lo desenrolló y explicó su significado. Cuando terminó el servicio la congregación estaba rodeada de banderas multicolores. Todos eran muy originales, revelaban gran creatividad y eran apropiados para el tema. Los dejamos colgados en la iglesia durante varios sábados, como un recordativo visible de que un día de sábado las diferencias se habían integrado en un culto de adoración lleno de vitalidad.

Las relaciones con las publicaciones negativas independientes y las personas sobre las cuales influyen continuarán siendo un desafío para nosotros. Pero los pastores pueden producir resultados diferentes por la forma como dirigen. En vez de permitir que las diferencias en nuestras iglesias nos paralicen o tornen inflexibles, podemos aprender a considerarlas como normales, saludables e incluso deseables. Al desarrollar en nuestras iglesias una tolerancia por la diversidad crearemos un clima que propicie el crecimiento espiritual.

Recordemos que aun la explosiva iglesia de Corinto hizo una obra admirable para el Señor.

Sobre el autor: es pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Granger, Washington (que no es precisamente el escenario de la batalla que describe en este artículo).


Referencias:

[1] Speed Leas da una lista de 27 síntomas que resultan de un conflicto no resuelto. Entre ellos están las “dolorosas presiones sobre el ministro, evidenciadas por un aumento del uso de temas sobre la reconciliación en los sermones, oraciones, himnos”; “un desesperado círculo vicioso de llamados al pastor, esfuerzos por mantener unido el redil”. Church Fights (Philadelphla, The Westminster Press, 1973), págs. 16, 17.

[2] John Savage considera las promesas y donaciones como indicadores de la dedicación de un miembro. Uno que se ha separado reinvertirá tanto su tiempo como su dinero en un nuevo proyecto que representa su nueva dedicación. Véase su libro Skills for Calling and Caring Ministries (Pittsford, LEAD Consultants, 1979), pág. 6.

[3] Todos los textos usados en este articulo están sacados de la versión Reina-Valera, revisión de 1960.

[4] Jan G. Johnson, “A Design for Learning and Developing Skills for Handling Interpersonal and Substantive Conflict in the Ardmore. Oklahoma, Seventh-day Adventist Church” (D. Min. Dissertation, Andrews University, Berrien Springs, Mich., 1986), págs. 34-37.

[5] Leas, pág. 16.

[6] Douglas W. Johnson, Managing Change in the Church (New York, Friendship Press, 1974), págs. 11-13.

[7] Véase 1 Corintios 12.