“Los impíos reciben su recompensa en la tierra …algunos son destruidos como en un momento, mientras que otros sufren muchos días. Todos son castigados conforme a sus hechos.”

Muchos cristianos sinceros  han expresado preocupación acerca de la bondad de Dios, ante la ejecución de su justicia retributiva en el infierno. En verdad, los adventistas del séptimo día siempre estuvieron a la vanguardia de la oposición a la interpretación de que el infierno incluye una eternidad de consciente sufrimiento físico, mental y emocional para el perdido. La principal posición alternativa a esa idea de tortura infinita ha sido denominada técnicamente como aniquilacionismo. En otras palabras, Dios finalmente pondrá fin a su juicio sobre los pecadores rebeldes, y ellos serán aniquilados para siempre. Sencillamente, dejarán de existir.

Una idea muy similar a la oposición dirigida a la doctrina tradicional del tormento eterno es la crítica que señala un aspecto clave de la posición aniquilacionista; es decir, el pensamiento de que habrá diferentes grados de castigo para los condenados, antes de que finalmente entren en una eternidad de inexistencia inconsciente. Una expresión clásica de esa posición viene de uno de los más respetados defensores adventistas del aniquilacionismo: “Los impíos reciben su recompensa en la tierra […]. Algunos son destruidos como en un momento, mientras que otros sufren muchos días. Todos son castigados ‘conforme a sus hechos’. Habiendo sido cargados sobre Satanás los pecados de los justos, tiene este que sufrir no solo por su propia rebelión, sino también por todos los pecados que hizo cometer al pueblo de Dios. Su castigo debe ser mucho mayor que el de aquellos a quienes engañó. Después de haber perecido todos los que cayeron por sus seducciones, el diablo tiene que seguir viviendo y sufriendo. En las llamas purifica- doras, quedan por fin destruidos los impíos, raíz y rama; Satanás la raíz, sus secuaces las ramas”[1]

Lo que perturba a muchos creyentes aniquilacionistas, en lo que atañe a la declaración de Elena de White, es la sugerencia de que la justicia retributiva de Dios parece vindicativa, y no redentora. ¿Qué es lo que busca probar Dios, si no existe más esperanza para los que fueron juzgados ser merecedores de la recompensa del infierno? Si no existe esperanza de una reforma correctiva del condenado, ¿por qué debería Dios querer dar la apariencia de castigarlos brutalmente? En otra  palabras, ¿qué bien podría surgir a partir del relativamente prolongado sufrimiento del perdido?

¿MISERICORDIA O CASTIGO?

El propósito de Dios ¿es colocar al perdido bajo diferentes grados de castigo en el infierno? ¿O la única alternativa aniquilacionista es que Dios destruya inmediata y completamente a toda la vasta hueste de condenados, con un golpe devastador de justicia? Para aquellos cuya sensibilidad considera reprensible la idea de grados de castigo, tal vez haya una versión menos bárbara del aniquilacionismo.

Un sermón predicado por Jonathan Edwards tenía el siguiente título: “Pecadores en manos de un Dios airado”. Si bien no quiero parecer irrespetuoso hacia un asunto tan serio, me parece que los críticos de la posición que acepta varios grados de castigo desean un castigo que podría ser llamado: “Pecadores en manos de un Dios humano”.

Tal escenario interpretativo prefigura a Dios orquestando una versión del infierno escatológico semejante a una inyección letal. De manera reacia, comenzará el triste proceso administrando, primeramente, algún tipo de “anestesia colectiva”, que será seguida por la suave aplicación de la inyección letal colectiva en una multitud letárgica. Luego, cuando todos hayan exhalado su último suspiro, sus cuerpos serán consignados a alguna región inferior, para su incineración. Finalmente, todo el proceso será completado con el arrojo de sus cenizas bien lejos, en completo olvido.

¿Cómo podemos conciliar el aparente dilema que parece imputar actitudes muy inconvenientes de ira vindicativa a un Dios misericordioso y lleno de gracia? Los aniquilacionistas tradicionales ¿deberían cambiar su visión de diferentes grados de castigo hacia una versión de destrucción instantánea y colectiva de los perdidos? Quizá la pregunta pueda ser realizada de esta manera: La misericordia y la justicia de Dios ¿son mejor atendidas en la imputación de diferentes grados de juicio retributivo o ese concepto debería ser sustituido por la versión de un soplo aniquilacionista instantáneo?

En primer lugar, sinceramente reconozco las preocupaciones de los que están perturbados por el pensamiento de que Dios administrará diferentes grados o cantidades de castigo. Puedo sentir la reacción de desagrado de los que han luchado contra la supuesta injusticia de la posición aniquilacionista. Yo mismo quedé perturbado cuando fui confrontado por primera vez con las objeciones a esta doctrina. También puedo sentir, especialmente, la fuerza inicial de estas cuestiones: ¿Qué beneficio representará eso para el impío, dado que no habrá más oportunidades para la redención en aquella ocasión? ¿No serán destruidos por toda la eternidad? ¿Por qué no librarlos rápidamente de su tormento?

El primer punto que debe ser abordado tiene que ver con el asunto de la perspectiva global. Especialmente para los adventistas aniquilacionistas, la pregunta clave no reside en si Dios aniquilará o no a los que rechazan persistentemente su salvación ofrecida por gracia (lo hará), sino qué método alternativo tiene mejor apoyo bíblico y parece más coherente con el carácter y la naturaleza de amor de Dios. El último punto gira alrededor de la perspectiva bíblica conocida como el gran conflicto.

La cuestión básica en esta larga disputa cósmica tiene que ver con Dios: En su naturaleza amorosa, debe ser hábil para demostrar que también puede ser el gobernante moral del universo. El amor trino ha sido construido bajo la prueba y el escrutinio más severo, en el desdoblamiento de este drama. Dios ¿puede demostrar efectivamente, de manera absolutamente firme, que la misericordia y la justicia pueden administrar equilibrada y redentoramente los desafíos que el pecado y Satanás han lanzado contra su amor? Con esa perspectiva en mente, pasemos ahora a abordar directamente el problema

Perspectiva acerca de la justicia

En primer lugar, me gustaría ofrecer algunas razones tomadas de la ley natural y analogías racionales de los mejores paradigmas de la justicia humana. Aun cuando sea imperfectamente administrada, la gran mayoría de nuestras experiencias con la justicia humana testifican que, de acuerdo con los más básicos cánones del sentido común, el concepto de diferentes grados de castigo es el modo más honesto de proceder en la ejecución de sentencias.

Por ejemplo, los seres humanos normales encuentran perfectamente justa la imposición de castigos retributivos severos a psicópatas que se encuentran comprobadamente sin esperanza de una posible reforma. Además de eso, la justicia humana parece justificada cuando diferencia los variados impactos sociales de determinados delitos, y concluye que algunos de ellos merecen un castigo más severo que otros. Así, parece honesto esperar que Dios haga lo mismo en una escala cósmica: estableciendo diferentes grados de castigo (determinados por el grado de aberración de los pecados no confesados ni abandonados por el convicto). ¿Por qué Dios hace esto? Obviamente, para mantener su justicia pública. Por eso, creo que Dios, imparcialmente, inflige más castigo a los mayores pecados y una retribución menos severa para pecados menores, de manera que el orden público pueda ser mantenido. ¿Sería ir muy lejos sugerir que el recuerdo de esa justicia imparcial será un memorial perpetuo de nuestra trágica experiencia con el pecado? ¿Acaso las cicatrices de los clavos en las manos y en los pies de nuestro Señor nos hablan solo de su infinita misericordia o nos recuerdan también la dolorosa y costosa experiencia con la rebelión?

Aun cuando Jesús tenga muchas cosas que decir acerca del infierno que han sido objeto de discusión entre los defensores del tormento eterno y del aniquilacionismo, aclaró muy bien en sus enseñanzas: habrá diferentes grados de castigo. Sus palabras registradas en Lucas 12:25 al 48 son innegablemente directas: habrá algunos siervos malos que serán castigados con “muchos azotes”, y otros serán “azotados poco”.

A pesar de la claridad de las enseñanzas de Jesús, muchos creyentes sinceros sugieren que la destrucción de los practicantes del mal no puede servir como instrumento intimidatorio. Eso se debe a que, cuando el infierno sea real, no habrá un cambio posterior de lealtad entre los bandos de Cristo y de Satanás; y concuerdo plenamente en que no hay necesidad de cualquier efecto intimidatorio que emane del juicio ejemplar de Dios. Pero, esto no necesariamente niega la necesidad de demostrar, a los seres santos del universo, la plenitud de su justicia. Su acto forma parte de la necesaria demostración de moralidad y de justicia de su gobierno. A fin de cuentas, él gobierna con persuasión moral, no con mano de hierro.

Aquí, el tema del gran conflicto desempeña un papel importante. El enemigo ha acusado a Dios de ser injusto en la administración de su amor. La respuesta de Dios demuestra, en varias facetas de la obra de Cristo como justo y justificador, que él ha sido absolutamente justo en la ejecución, de inicio a fin, del plan de salvación. Ese plan incluye un juicio preadvenimiento. Aquí, él presenta claramente, a los seres no caídos, evidencias en apoyo de sus razones para redimir a toda persona que lo acepte, en su segunda venida. Además, eso explica la razón por la que habrá un juicio durante el milenio; es decir, para que él pueda dar a los redimidos evidencias convincentes para la destrucción de los impíos en el lago de fuego, en el juicio ejecutivo, al fin del milenio. Finalmente, él demostrará a sus súbditos leales (ángeles no caídos, seres de mundos no caídos y redimidos de todos los tiempos) su justicia, al castigar a algunos con “muchos azotes” y a otros con “pocos azotes”.

JUEZ JUSTO

Antes de pasar a las consideraciones finales, tres aspectos íntimamente relacionados con el asunto que estamos analizando llaman nuestra atención.

  1. El primero de ellos es que muchas personas están confundidas con la idea de que debemos decidir, junto con Jesús, “lo que los malos tienen que sufrir”.[2] Todo lo que Elena de White intenta comunicar en esa declaración es una explicación de las palabras de Pablo, acerca de que “los santos han de juzgar al mundo” y que “hemos de juzgar a los ángeles” (1 Cor. 6:2, 3). Aquí, Pablo no entra en detalles con respecto a lo que piensa, y me rehúso a colocar palabras en su boca. Pero, podría parecer que, a la luz de todo lo que Dios ha revelado, el apóstol dice que Dios nos conducirá junto con él en las decisiones que tomará acerca del juicio final de los perdidos. Muy ciertamente, el redimido no tendrá ninguna palabra final, determinante, en todo esto. Pero, como siempre, Dios parece ansioso de llevarnos consigo a través de los medios de persuasión moral, mientras derrama sus juicios sobre los impíos.
  2. Existen otros que están perturbados por el uso que la Biblia hace de la palabra venganza (Isa. 34:8).[3] Muchos se preguntan si esa palabra significa “juicio justo”.

Probablemente, sí. La palabra venganza debe ser entendida de manera muy semejante a la palabra ira. Significa la ejecución de la inexorable oposición de Dios a todo lo que es contrario a su naturaleza de amor. Durante milenios, la misericordia divina se ha manifestado equilibradamente con su justicia. Pero vendrá el día en que, finalmente, ya no habrá más ese equilibrio entre la justicia y la misericordia. Y, aun así, todavía será una justicia misericordiosa, pues Dios extenderá a todo el universo, incluyendo al condenado, un favor misericordioso final, haciendo morir a los que se negaron a aceptar su gracia y que, al permanecer vivos, amenazarían la armonía del universo, que continuará siendo gobernado por los principios de la libre elección. Así que, Dios ejecutará esta justicia misericordiosa de manera incuestionable.

Este último pensamiento merece algunas líneas más de comentarios. Como ha sido mencionado en otras publicaciones,[4] si Dios es la Fuente de toda vida, también es la última instancia para determinar quién continuará siendo privilegiado con el beneficio de su poder dador de vida. Muchos bien intencionados cristianos intentan liberar a Dios del peso de su papel como ejecutor de la justicia retributiva.[5] Pero, ya sea que ejecute esa justicia pasiva o activamente, todavía es el Señor soberano de la vida y de la muerte. Poco importa, en última instancia, si alguien desconecta aparatos que mantienen con vida a un paciente terminal o sencillamente le aplica una inyección letal. Los resultados de la justicia son los mismos, dado que aquel que es la única fuente de vida y justicia es la misma Persona. Si rechazamos el ofrecimiento de eterno sustentamiento de la vida, la única alternativa será la separación eterna del Sustentador de la vida; y el resultado será la muerte eterna.

3.     ¿Qué es lo que realmente le provoca sufrimiento al perdido? El sufrimiento ¿es primariamente físico, mental, emocional o social? Las respuestas a estas cuestiones no siempre son totalmente claras. A pesar de ello, podemos estar razonablemente seguros, por lo menos en el caso de nuestro Señor, de que fue tanto mental como emocional y físico. No hay dudas de que su largo sufrimiento en la cruz incluyó la más intensa experiencia de dolor físico. Pero ¿fue ese el principal peso que tuvo que cargar? Si la experiencia normal del crucificado nos dice algo, el sufrimiento físico de Jesús fue relativamente breve. Y eso nos lleva a entender que la causa principal de su muerte física fue la intensa angustia mental que provocaron los juicios de Dios, que cayeron sobre su Hijo sin pecado e inmaculado.

Hablando de manera burda, Jesús murió por un corazón despedazado por causa de nuestros pecados, que cargó en nuestro lugar. La ira de los justos juicios de Dios sobre el pecado despedazó el corazón de su Hijo. Ciertamente, su angustia fue primariamente mental y emocional. Y el aspecto más poderoso de este sufrimiento fue el dolor causado por la ruptura de la relación de amor con el Padre, algo que también sugiere profundo sufrimiento social.

LA FIGURA DEL INFIERNO

¿Qué nos dice esto acerca del tipo de sufrimiento que el impío experimentará? La respuesta parece sencilla: Cualquiera que haya sido la clase de sufrimiento que Cristo experimentó en el Calvario, esa será la misma clase de sufrimiento que el perdido experimentará en el infierno escatológico. La única diferencia entre el Calvario y el infierno final es que los sufrimientos de los impíos serán considerablemente menores, en grado e intensidad, que los sufrimientos de nuestro Señor. Y eso nos lleva al argumento final para dar cuenta de la variedad de grados del largo sufrimiento experimentado por los que rechazaron o no prestaron atención al sufrimiento del Cordero de Dios, en su sacrificio vicario.

No solo debemos ponderar las lecciones de la razón, la amplia perspectiva de la Biblia y las enseñanzas de nuestro Señor, sino también debemos estar atentos para no ignorar las implicaciones de la experiencia del sacrificio expiatorio de Cristo. La Cruz nos habla con poder sobrenatural y agudo acerca de lo que estamos considerando.

Uno de los argumentos sustentados por los escépticos del concepto de diferentes grados de castigo es extraído de la metáfora de la “destrucción repentina”, cuyo significado implica la imagen de la paja que es rápidamente consumida. Ciertamente, habrá rápida destrucción. Pero ¿eso significa que cada caso debe recibir la misma ejecución instantánea? No podemos, ahora, comprender claramente la justicia de Dios en cada caso. En verdad, los cristianos siempre deben evitar juzgar la manera en que Dios determinará cada caso específico e individual. En vista de nuestra limitada comprensión, ¿por qué no confiar y esperar a que Dios opere cada detalle, en su amor y sabiduría? A pesar de mis limitaciones, estoy seguro de una cosa acerca de la ejecución de la justicia divina: lo que es relativamente breve para Cristo, aparentemente será muy largo para el perdido.

El último punto inherente a los párrafos anteriores, relacionados con la experiencia de Cristo en el Calvario, ha generado una interesante línea de pensamiento acerca del asunto que estamos considerando. Posiblemente, el mejor camino para cerrar nuestra reflexión es examinar cuidadosamente algunas ideas más.

¿Por qué Dios Padre escogió la cruz para que fuera el instrumento de muerte? ¿Por qué no escogió que Cristo muriera instantáneamente decapitado o sucumbiese al filo de la espada? Dios ¿fue injusto al permitir que su Hijo fuera ejecutado en una cruz, cuando podía haber hecho eso a través de la decapitación, el ahorcamiento, la espada, la flecha o cualquier otro medio?

La experiencia del Cristo divino  humano, a lo largo de las horas de tinieblas en el Getsemaní y de la oscuridad que lo circundó sobre la cruz, declara con inigualable e irresistible poder a nuestros embotados sentidos que el pecado es mucho más horrible para Dios de lo que cualquiera de nosotros puede imaginar. Como ya fue mencionado anteriormente, la muerte de Cristo fue causada no solo por la angustia física, sino también por la angustia mental.

Esencialmente, será esa la misma experiencia del impío en el lago de fuego, aunque de naturaleza más limitada que la del herido Cordero de Dios. Probablemente, la razón de su prolongada muerte se deberá a que su corazón no estará despedazado por el pecado como estaba el de Cristo. Sufren solo la pérdida de su vida, no el horror del pecado. Cristo sufrió el camino inverso: estaba herido por nuestro pecado, pero nos amó hasta la muerte, entregando su propia vida. ¡Qué fantástica inversión! El sufrimiento del Redentor siempre parece relativamente breve, aun cuando los juicios de la justa retribución parezcan infinitos para el condenado.

¿Habrá varios grados de sufrimiento retributivo para el perdido? Dejaré que cada lector pondere las evidencias que fueron enumeradas en este artículo. Con respecto a mí opinión, descanso con esta palabra final: Al examinar esta cuestión, nunca se olvide de las profundas lecciones del Getsemaní y del Calvario.

En todos los casos, las lecciones parecen ser estas: Cuanto mayor es el apartamiento del pecado, más rápido será el infierno final. Cuanto más clara la visión que alguien tuvo del pecado, más larga será la experiencia autoinfligida de la reluctante y misericordiosa, pero inevitable, justicia de Dios.

¡Gracias a él por el sorprendentemente rápido sufrimiento que proveyó salvación a toda la humanidad! El infierno existe como único destino inevitable para los que rechazan el alivio provisto por la muerte de Cristo. 

Sobre el autor: Profesor en el Seminario Teológico Adventistas de Silang, Rep. de Filipinas.


Referencias

[1] Elena G. de White, El conflicto de los siglos, p. 731.

[2] Ibíd., y. 719.

[3] Compare el uso que hace Isaías de este lenguaje con la aplicación de Elena de White a la misma terminología en Historia de la redención, p. 449.

[4] Woodrow W. Whidden, Ellen White on Salvación (Hagerstown, MD: Review and Herald Publishing Association, 1995), pp. 49-53; Woodrow W. Whidden, Jerry Moon, John Reeve, Tice Trinity (Hagerstown, MD: Review and Herald, 2002), pp. 260-271.

[5] Para una lectura de las afirmaciones de Elena de White acerca de las ejecuciones pasiva y activa de la justicia de Dios, ver Eventos de los últimos días, pp. 133-137.