Un ejemplo que nos ayuda en los altibajos de la vida ministerial.

Leones rugiendo, hornos ardiendo, machos cabríos voladores y cuernos que hablan. Cuando hablamos de Daniel, son estas las imágenes que acuden a nuestra mente. Se lo considera como un héroe para niños -un constante favorito en las historias de la Biblia, por su capacidad de apaciguar a los leones- o un sabio, un maestro dotado místicamente para relevar sueños y visiones del tiempo final.

A pesar de todo el centelleo de las visiones y de las hazañas asociadas a su nombre, Daniel también debiera ser ejemplo de cómo un cristiano puede enfrentar con éxito los desafíos físicos, emocionales y espirituales de la vida.

Trasfondo

Daniel nació en una familia judía de clase alta, en Palestina, en torno al año 622 a.C.[1] Tenía unos 18 años[2] cuando cayó Jerusalén y fue tomado cautivo, debiendo caminar unos mil quinientos kilómetros, durante dos meses, hacia Babilonia.[3] Al menos, según el registro bíblico, ninguno de aquellos primeros exiliados, Daniel incluido, pudo ver nuevamente su tierra.[4] Pasó el resto de sus días como un estadista en la corte de los más grandes monarcas de su tiempo.

Isaías retrató a Babilonia durante el tiempo de Daniel como la “hermosura de los reinos” y “la grandeza de los caldeos” (Isa. 13:19). Jeremías la describió como una ciudad que vive “entre muchas aguas, rica en tesoros” (Jer. 51:13). Agrega que Babilonia era “alabada por toda la tierra” (vers. 41). Esto fue verdad específicamente durante el reinado de Nabucodonosor, pues era considerado el mayor gobernante de su tiempo. Incluso Ezequiel habló de él como “rey de reyes” (Eze. 26:7). Así, Daniel y sus tres amigos se hallaron en medio de la mayor monarquía del mundo, y la manera en que abordaron esa situación se convierte en el centro de la historia.

En los días de Daniel, Judá se encontraba maduro para el castigo. Tras haber mostrado enorme paciencia, Dios libró a su pueblo a sus propias decisiones, no sin antes enviarles amonestaciones redentoras en forma reiterada. En medio de esta situación desesperanzados, había algunos en Judá que permanecían firmes. Elena de White los llama “patriotas cristianos, hombres que eran tan fieles a los buenos principios como el acero”.[5] Uno de estos hombres fue Daniel, quien dejó un modelo de ministerio cristiano para seguir en momentos de calamidad y crisis. Incluso en medio de la prosperidad, Daniel no falló en agradar a Dios. De este ministro por excelencia, podemos aprender tres principios que nos ayudarán en los desafíos que, especialmente como pastores, enfrentamos a diario.

Un hombre de oración

A Daniel se lo retrata como un hombre que hizo de la oración la respiración de su ser. Se lo presenta de rodillas por primera vez en Daniel 2:20 al 23, cuando su vida y la de sus amigos -incluida la de los sabios de Babilonia-estaba en juego. En Daniel 6:10, el profeta nuevamente está en una situación de riesgo vital, no por causa de un rey airado, sino por leones hambrientos. Finalmente, Daniel 9:4 al 19, nuestro héroe ora no solo por su bienestar, sino también por el de su pueblo.

En la narración del capítulo 2, Daniel tenía unos 18 años; en el capítulo 9, más de 80. En los años intermedios, su hábito de buscar a Dios en oración se mantuvo, convirtiéndose en el gran secreto de su vida; le ofrecía una fuente inmediata y constante de omnipotencia. Elena de White enfatiza que resultados mayores se verán en el trabajo de pastores de oración, a pesar de los esfuerzos contrarios combinados de la tierra y del infierno.[6] Qué seguridad reconfortante para un ministro: saber que cuando se arrodilla para orar se torna invencible e invulnerable, incluso ante los mayores poderes del mundo.

Un hombre de la Palabra

Daniel era un hombre de oración y de la Palabra; ambas van de la mano. Daniel 9 inicia con el estudio que hace Daniel de los escritos de los profetas, especialmente los de Jeremías. Cronológicamente, el evento del capítulo 9 sigue al del capítulo 5, así que Daniel 9:1 sigue a Daniel 5:31. La fecha en que esto ocurrió es en torno a los años 538 y 537 a.C., un momento crítico en una era de mucha confusión. La noche fatal de la muerte de Belsasar y la caída de Babilonia dejó un recuerdo atormentador en la mente de las personas.[7] En ese tiempo de revuelta e incertidumbre, en vez de lamentarse sobre el presente, Daniel se dedicó al estudio de las Escrituras, las que le dieron seguridad sobre el futuro. Lehman Strauss desafió a los líderes cristianos cuando dijo: “Si tu vida de oración es carente, toma la Palabra de Dios… Daniel estaba leyendo su Biblia, y esto lo condujo a la oración”.[8] La vida de Daniel estaba enraizada y basada en la Palabra de Dios. La Palabra le dio consuelo y la confianza en que los “mandatos [de Dios] son habilitaciones”.[9] Cuando se vio tentado a dudar, la Palabra ancló su fe en las promesas de Dios.

Un hombre que testificó

La Biblia deja entrever que Nabucodonosor reconoció al Hijo de Dios. Daniel 3:25 registra: “y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses”. Esto implica que Daniel testificó fielmente en el palacio del Rey. En su vida y en su carácter, Daniel le habló al Rey sobre la venida del Redentor del mundo. Elena de White escribió:

“¿Cómo sabía el Rey qué aspecto tendría el Hijo de Dios? En su vida y carácter, los cautivos hebreos que ocupaban puestos de confianza en Babilonia habían representado la verdad delante de él. Cuando se les pidió una razón de su fe, la habían dado sin vacilación. Con claridad y sencillez, habían presentado los principios de la justicia, enseñando así a aquellos que los rodeaban acerca del Dios al cual adoraban. Les habían hablado de Cristo, el Redentor que iba a venir; y, en la cuarta persona que andaba en medio del fuego, el Rey reconoció al Hijo de Dios”.[10]

Daniel debió de haber testificado al rey Darío también. Se nos dice que Daniel constantemente reconocía al “Dios del cielo delante de reyes, príncipes y estadistas”.[11] Esto implica que el rey Darío debió de ser uno de ellos. Esto trajo consigo la confesión de que la única esperanza de supervivencia para Daniel, en el foso de los leones, era una liberación milagrosa de parte del Dios al que servía “continuamente” (Dan. 6:20). Al testificar a la gente a su alrededor, Daniel adquirió la práctica necesaria para ejercer una fe creciente en aquel que es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Heb. 13:8).

Lecciones para hoy

Hemos recorrido tres hábitos de Daniel para sobrellevar los altibajos de la vida. Estos principios transformadores de vida, y a la vez simples, están entretejidos el uno con el otro. Hacen eco a través de las edades y hablan elocuentemente a los ministros contemporáneos de Dios. El Señor transmite un mensaje importante a sus ministros del tiempo final: que reproduzcan el carácter de su profeta descrito en este libro escatológico. La primera mitad del libro de Daniel preserva el registro de su carácter sin mácula, mientras la otra mitad contiene el mensaje profético que los ministros de Dios deben proclamar en estos últimos tiempos.

¿Cuáles habrán sido los factores que moldearon y agudizaron estos principios en Daniel? Primero, la reforma iniciada por el rey Josías debió de haber marcado indeleblemente la vida de Daniel. La influencia del Rey, además de profetas piadosos como Habacuc, Jeremías, Sofonías y Nahum, no se perdió en Daniel.[12] Segundo, hubo una formación hogareña. Sus padres lo educaron para ser todo lo que llegó a ser posteriormente en la vida.[13] Tercero, y más importante: las propias decisiones de Daniel. Había llegado el tiempo en el que debía actuar por sí solo. Su vida dependía de sus elecciones. Daniel tomó las mejores decisiones al prior izar la comunión constante con el Creador, por medio de la oración, el estudio diligente de la Palabra y la testificación.

Los retos de nuestro ministerio también nos presentarán altibajos. La vida de Daniel puede ser el modelo que nos de esperanza cuando enfrentemos desafíos.

Sobre el autor: Decano y profesor de Teología en el Seminario Mountain View, Filipinas.


Referencias

[1] C. Mervyn Maxwell, El misterio del futuro revelado (Buenos Aires: ACES, 1991), t. 1, p. 11.

[2] Zdravo Stefanovic, Daniel: Wisdom to the Wise: Commentary on the Book of Daniel (Nampa, ID: Pacific Press Publishing Association, 2007), p. 17.

[3] Maxwell, pp. 15,16.

[4] Roy Allan Anderson, Unfolding Daniel’s Prophecies (Mountain View, CA: Pacific Press Publishing Association, 1975), p. 14.

[5] Elena de White, Profetas y reyes, p. 351.

[6] “An appeal to Ministers”, Review and Herald, (8 de agosto de 1879), p. 50.

[7] Lehman Strauss, The Prophecies of Daniel (Winona Lake, IN: BMH Books, 2008), pp. 257, 258.

[8] Ibíd, pp. 257, 258.

[9] Elena de White, Palabras de vida del Gran Maestro, p. 268.

[10] Profetas y reyes, p. 374.

[11] Francis D. Nichols, ed„ “Nabucodonosor completamente convertido”, Comentario bíblico adventista (Buenos Aires: ACES, 1995), t. 4, pp. 1191, 1192.

[12] Anderson, pp. 15,16.

[13] Elena de White, La conducción del niño, p. 153.