Es imposible no apreciar el escuchar al Pr. Geraldo Marski, ya sea en seminarios y sermones, o en un diálogo informal. Visitarlo en su chacra, en Hortolandia, San Pablo, repleta de árboles, flores y pájaros, es garantía de recibir una buena dosis de inspiración.

Nacido en Letonia, en 1913, llegó al Brasil en 1922, juntamente con su padre, su madrastra y una hijita de ella. La madre del pequeño Geraldo había fallecido en 1918. Como ya estaban trabajando y estudiando, sus cuatro hermanos se quedaron en Europa, mientras que el grupo recién llegado se estableció en Santa Catarina, más precisamente en Benedito Novo. Parte de su historia es contada por él mismo, con su contagioso buen humor, en esta entrevista en la que también comparte lecciones y consejos a los pastores de ayer y de hoy.

Su feliz unión de 64 años con la hermana Alaíde (fallecida el año pasado), dio como fruto a los pastores David (jubilado), Arthur (Asociación Río de Janeiro) y Pablo (Asociación Paulista Este).

Ministerio: ¿Cuándo y cómo tomó la decisión de ser pastor?

Marski: Cuando tenía doce años, tuve mi primer contacto con la Biblia. Acepté a Jesús como mi Salvador personal y decidí ser pastor, lo que parecía imposible pues, como secuela de una extraña fiebre acompañada de dolor en la pierna derecha, caminaba con dificultad. A causa del difícil acceso a los cuidados médicos, dos personas murieron por el mismo problema. A los dieciséis años, fui bautizado y sentí el deseo de ir al colegio como alumno becario. Aparentemente, era otro absurdo. No sabía siquiera una palabra en portugués y no tema recursos. Frecuentemente, nuestra iglesia, en Benedito Novo, recibía la visita de pastores que incentivaban a los jóvenes a asistir al colegio, pues era necesario preparar pastores brasileños. En ese tiempo, había muchos extranjeros. Pero nadie se decidía. En cierta ocasión, mi pastor me recomendó al director de Jóvenes y Educación de nuestra Unión, pero él no aceptó, citando Malaquías 1:8, que se refiere al desagrado de Dios al recibir como ofrenda animal “cojo o enfermo”. Sin embargo, no me desanimé ni dejé de intentarlo. A comienzos de 1933, recibimos la vista del pastor Henrique Stoeher que, al saber de mi deseo, vino a hablar conmigo.

Esta vez, todo funcionó. En septiembre del mismo año, feliz de la vida recibí la invitación del colegio para ir hacia allí.

Ministerio: ¿Cómo fue la experiencia en el colegio?

Marski: En ese tiempo, el alumno becario trabajaba un año para estudiar otro. Era mucho trabajo. Durante el día, trabajaba en la chacra y, de madrugada, ordeñaba las vacas de la lechería. Después de algún tiempo, decidí colportar durante las vacaciones. Los primeros intentos de venta fueron difíciles, pero perseveré y, en esas primeras vacaciones, terminé consiguiendo cuatro becas. Volví al colegio como alumno regular, pasé a dedicarme a los estudios y también a la lengua portuguesa, que era mi punto débil. Venciendo todos los obstáculos, me gradué en 1941.

Ministerio: ¿Y el comienzo del trabajo?

Marski: En la época en que terminé el curso teológico, el director del seminario me dijo que jamás debía ser pastor. Para él, mi lugar estaba en la oficina. Su argumento era que los mejores tesoreros eran alemanes. Entonces, comencé trabajando en la tesorería, tarea que hice con mucho cariño. En 1942, la División Sudamericana invirtió mucho en una campaña de evangelización, dirigida por el Pr. Walter Schubert, en Curitiba. Alquilaron el auditorio del centro de la ciudad y formaron un buen equipo de obreros bíblicos, pero el resultado no fue el esperado. Al transferirse las reuniones a la iglesia, era necesario que alguien reavivara el interés del pueblo, y fui destinado a ser obrero bíblico. Ese fue un gran desafío. Busqué interesados entre los familiares y amigos de los hermanos adventistas y, a través del trabajo personal, se bautizaron 25 personas. Ese número fue considerado un éxito extraordinario. Fue solo después de siete años que fui ordenado al ministerio. Había quien creía que no debía suceder, por causa de mi defecto físico y de mi dificultad con el idioma. Pero Dios cuidó de todo.

Ministerio: Además de Curitiba, ¿en qué otros lugares trabajó?

Marski: Luego fui a Siqueira Campos, Cambará y Jacarezinho (PR); Joinville (SC); y Londrina (PR). De Londrina, fui a Cuiabá (MT) que, en aquel momento, era un lugar difícil para vivir; pero el trabajo fue muy bendecido. Allí fui nombrado presidente de la Misión Matogrossense, pero no acepté inmediatamente. Les respondí a los líderes que deseaba tener una señal de Dios al respecto. Sugerí que nombraran a otra persona. Si esta no aceptaba, yo iría. Propusieron a diez colegas, pero ninguno aceptó. Entonces, finalmente, acepté. Y Dios, una vez más, bendijo grandemente el trabajo. La Misión atravesaba una gran crisis financiera, y hasta se pensó en deshacerse del Hospital del Pénfigo. Todo fue resuelto con trabajo y oración, y todavía hoy el Hospital Adventista de Campo Grande está allí.

Ministerio: ¿Cuál trabajo le gustó más: presidente o pastor de iglesia?

Marski: Siempre amé ser pastor de iglesia. Me tomé muy en serio el consejo que escuché de un líder de la Asociación General, al hablar de un grupo de administradores. Decía que podíamos ser administradores, pues la iglesia necesitaba de ellos. Pero jamás deberíamos permanecer todo el tiempo en esa función, a fin de no correr el riesgo de perder el encanto pastoral. Y eso es verdad. El mayor placer que un pastor puede sentir es llevar a las personas a Cristo. Todo es importante, pero contribuir directamente a la salvación de alguien es esencial, insuperable. Los que trabajan muchos años en el sector administrativo terminan teniendo poco tiempo incluso hasta para estudiar la Biblia. Como resultado, se oxidan. Predican siempre el mismo sermón, tienen dificultad para realizar hasta una semana de oración y pierden el gozo de ver personas convertidas directamente por su trabajo.

Ministerio: ¿Planeó y dirigió la crianza de sus tres hijos para que también se convirtieran en pastores, o simplemente sucedió?

Marski: Entre esas 25 personas bautizadas en la campaña de evangelización de Curitiba, se encontraba Alaíde, una chica que había sido bautista y que se convirtió en mi esposa. Yo tenía 29 años y ella fue mi primera novia. Durante el noviazgo, le hablé sobre nuestro estilo de vida pastoral, las limitaciones financieras, la dedicación integral, los traslados y otras cosas. En respuesta, ella dijo que, cuando era bautista, ella deseaba casarse con un pastor de esa denominación. Ahora, siendo adventista, quería realizar ese sueño con un pastor adventista. Entonces, nos casamos y vivimos muy felices hasta que la muerte nos separó. Tuvimos tres hijos que también son pastores. Con respecto a la razón de la elección de ellos, digo lo siguiente: no premedité nada, todo sucedió naturalmente. Pero cuando un padre se siente feliz en su profesión, la tendencia de los hijos es seguirlo. Siempre fui un pastor feliz, mi esposa era feliz, mantuvimos el hábito de hacer diariamente el culto familiar, nunca nos quejamos. Algunas veces, aun siendo víctima de actitudes cuestionables de algunas personas, nunca nos permitimos criticar a los líderes o a cualquier persona delante de nuestros hijos. Hoy, además de mis hijos David, Arthur y Paulo, mi nieta está casada con un pastor y mi nieto menor está en el seminario. Entonces, pronto seremos seis pastores en la familia.

Ministerio: ¿En qué año se jubiló y qué ha hecho desde entonces?

Marski: Me jubilé en 1980 y continúo disfrutando mucho mi obra pastoral. No estoy tan activo como antes, pero todavía predico y doy semanas de oración; no me siento olvidado ni tengo quejas. Todas las pruebas que enfrenté en el ministerio activo fueron revertidas para mi bien. Actualmente, viajo con libertad, sin precisar el voto de comisiones o el permiso de mi presidente, aun cuando necesite cuidados especiales por causa de la locomoción en silla de ruedas. Continúo estudiando, hablando del amor de Dios y escribiendo. Soy amigo de niños y jóvenes. Después de jubilarme, fui a las regiones norte y nordeste, y al exterior, para hacer semanas de oración y para dar seminarios en concilios pastorales.

Ministerio: ¿Cuál es el mejor recuerdo que tiene de su obra pastoral?

Marski: Son muchos recuerdos. Personas que se convirtieron, vidas transformadas, iglesias edificadas. Siempre tuve muchos amigos y pude ayudar a gran cantidad de personas. Me gusta mucho recordar la historia de Pedrito, un niño de doce años que conocí cuando trabajé en Londrina. Contrajo pénfigo foliáceo, el ”fuego salvaje” que los indios también llamaban “soplo del diablo”. Lo encontré huérfano de madre, tirado en su lecho, pudriéndose de la cabeza a los pies. Mal podía aproximarme a él, por causa de su mal olor. Aun así, llamé a los periodistas de un periódico local, para que escribieran un artículo sobre el tema. La noticia sensibilizó a un empresario, y él se ofreció a pagar el taxi aéreo, a fin de que el niño fuese a nuestro Hospital del Pénfigo, en Campo Grande (MT). Un médico dijo que no había más solución. El niño no podía vestirse, de manera que lo enrollamos en un lienzo y lo colocamos en la zona de carga del avión. Cuando llegamos a Campo Grande, ningún taxista quiso llevarlo al hospital. Tuve que apelar al prefecto y él ofreció una ambulancia. Finalmente, el niño fue internado. Cuando trabajé en Mato Grosso, gracias a Dios, tuve la alegría de verlo curado. Todavía vive.

Ministerio: ¿Existió algo que lo haya dejado triste?

Marski: Pocas cosas, como ya dije, pero Dios revirtió todo en mi favor. Una cosa que me dejaba muy triste, y todavía casi me parte el corazón, es ver que se realizan campañas de evangelización y que, después, las personas dejen la iglesia por falta de cuidado. Parece que todavía tenemos muchas “parteras” y pocas “niñeras”. Mucha gente comprometida a conquistar a las personas, pero poca gente dispuesta a cuidar de ellas. No existe mejor trabajo que traer a las personas a la iglesia y continuar dándoles asistencia, para que crezcan y sean afirmadas en la fe que abrazaron. No es solo ayudar espiritualmente sino, si fuera necesario, ayudar materialmente también. Creo que los grupos pequeños pueden ayudar.

Ministerio: ¿Aprecia los grupos pequeños?

Marski: Me gustan mucho. Además, en mi tiempo, ya hacíamos grupos pequeños. Siempre nos reunimos para estudiar la Biblia, cantar y orar unos por otros. Si nadie más hacía grupos pequeños en esa época, entonces se puede decir que comenzaron conmigo, pero no quiero tener gloria por eso.

Ministerio: ¿Cuáles son las diferencias que ve entre la iglesia y los pastores de su época, y los de hoy?

Marski: No tengo dudas de que estamos viviendo en los días de Laodicea. Muchas personas no asisten a los cultos, no participan de las actividades misioneras, solo figuran. Cuando hay una fiesta, todo el mundo aparece, pero después todo cae en la rutina de siempre. Sin embargo, la Biblia dice que la Tierra será iluminada con la gloria del Señor y habrá un reavivamiento. Podemos decir que los líderes están trabajando con ese objetivo. El “Proyecto Esperanza”, que mi amigo el Pr. Erton Kóhler creó en la División Sudamericana, está movilizando a la iglesia y es un ejemplo para el mundo. No es necesario una gran oratoria, sino oración, dedicación, simplicidad y el poder de Cristo. Jesús hablaba con tanto poder y simplicidad que hasta los niños lo entendían.

Ministerio: ¿Un consejo para los pastores jubilados?

Marski: No oxidarse. Muchos estudian, col- portan, trabajan mucho en las iglesias. Después, se mudan a algún lugar y quedan aislados, como si estuviesen diciendo: “¡Ahora, mi alma, descansa, come, bebe y disfruta!” Hasta cierto punto, tienen algo de razón, porque la jubilación es un tiempo de descanso en sí misma. Pero el pastor no puede parar totalmente. Fui ordenado hasta la muerte. Como dijo Pablo: “¡ay de mí si no anunciare el evangelio!” Continúen en la sencillez de Cristo, prediquen, lean bastante y, en la medida de lo posible, sigan dando estudios bíblicos.

Ministerio: ¿Y un consejo para los pastores que están en actividad?

Marski: No trabajen pensando en las cosas materiales. Sigan el ejemplo de Cristo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mat. 6:33). Sean humildes, sencillos como Cristo, dedicados al trabajo. Prediquen, visiten al pueblo, den estudios bíblicos, oren y lean bastante para que, cuando sean viejitos, todavía sean buscados como consejeros. Siempre les digo a las personas que me buscan: no tengo plata ni oro, pero puedo orar. Nuestro gran objetivo es llevar a las personas al Reino de Dios. Esa debe ser nuestra primera preocupación. Tengo 95 años y no me preocupa si estaré vivo o muerto cuando Cristo vuelva. En una o en otra circunstancia, lo veré. Esa es mi bendita esperanza. Lo que deseo es estar acompañado de los “que me dio el Señor”, sean familiares o hermanos en Cristo.

Sobre el autor: Pastor jubilado.