La causa de Dios afronta una crisis sin precedentes. Mirando a nuestro alrededor, no podemos dudar de que el dragón está airado contra la mujer y que hace la guerra al resto de su descendencia. (Véase Apoc. 12:17.) Efectivamente, él persigue tanto a los cristianos como a los no cristianos, pues sabe que le queda poco tiempo.

El corazón de la iglesia

Es natural que en primer lugar denunciemos la situación actual, la violencia, el crimen y los principios en vía de desaparición. Indudablemente, éstas son graves preocupaciones, pero el enemigo de las almas atacará primeramente los hogares. La razón es evidente: el hogar es el corazón de la iglesia. “Una familia bien ordenada y disciplinada influye más en favor del cristianismo que todos los sermones que se puedan predicar” (El Hogar Adventista, pág. 26). No es asombroso, pues, que Satanás se ensañe en destruir o al menos desquiciar los hogares y las familias. Se advierten por todos lados las consecuencias desastrosas de sus ataques. Las estadísticas sorprenden por el crecimiento rápido del porcentaje de divorcios que en Estados Unidos alcanza actualmente el 40 %. Algo similar ocurre en otros países.

Muchos de nosotros estamos al tanto de estos graves problemas, no obstante, tenemos la tendencia de eludirlos diciendo con suficiencia farisaica: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres” (Luc. 18:11). Nos decimos: eso no puede acontecerme. Pero si no estamos rodeados y protegidos, la confianza excesiva nos conducirá a la derrota. Se nos advierte: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Cor. 10:12).

Hace poco hablaba con un antiguo colega. Había sido un ministro de éxito, respetado por todos. Un día, todo se desplomó. Abandona su hogar, su familia y comienza a llevar una vida disoluta. Situaciones como ésta son más frecuentes de lo que creemos; no obstante las apariencias, esto no ocurre de improviso; seguramente hubo factores invisibles y negligencia que prepararon el terreno.

¿Cuáles son los señuelos?

Os preguntaréis cuáles son los señuelos empleados por Satanás y cuáles las precauciones para no ser atrapados por ellos. El señuelo número uno lo resumiría así: “Estoy demasiado ocupado”. Estamos tan absorbidos por nuestro trabajo que no tenemos tiempo para dedicar al hogar. ¡Cuántos maridos descuidan a sus esposas, al no estar nunca en casa! Tan ciertamente como la noche sucede al día, tarde o temprano un hogar tal se destruirá.

Más todavía, ¿cuántos niños hay abandonados, cuyos padres raramente están en la casa? Estos niños son candidatos de primer orden para la delincuencia. Para que nuestros hogares y nuestras familias sean lo que Dios desea, debemos consagrarles tiempo. Los pastores debieran dedicar por lo

menos un día por semana a la atención de sus familias. La esposa y los niños debieran saber que ellos ocupan el primer lugar en nuestra vida, y nosotros debiéramos demostrárselo.

Una cuestión prioritaria

Esto nos induce al problema de las prioridades. ¿En qué orden las clasifica usted? Esta es mi escala: Dios en primer lugar, luego la familia y después lo demás. Usted puede objetar que sus responsabilidades están antes que su familia. Pero esto no debe ser así en ningún caso, por más de una razón.

Primeramente, porque si nuestra familia naufragara, nuestra influencia sobre los demás se destruiría. En segundo lugar, porque nuestra misión comienza en el hogar. Pronto se nos demandará: “¿Dónde está tu rebaño?” No será ningún consuelo para nosotros responder: “Señor, tengo un millar de conversos, pero perdí a mis propios hijos”. Veamos lo que dice Elena G. de White al respecto: “Los deberes propios del predicador lo rodean, lejos y cerca; pero su primer deber es para con sus hijos. No debe dejarse embargar por sus deberes exteriores hasta el punto de descuidar la instrucción que sus hijos necesitan. Puede atribuir poca importancia a sus deberes en el hogar; pero en realidad sobre ellos descansa el bienestar de los individuos y de la sociedad. En extenso grado, la felicidad de los hombres y mujeres y el éxito de la iglesia dependen de la influencia ejercida en el hogar. Hay intereses eternos implicados en el debido desempeño de los deberes diarios de la vida. El mundo no necesita tanto a grandes intelectos como a hombres buenos, que sean una bendición en sus hogares.

“Ninguna disculpa tiene el predicador por descuidar el círculo interior en favor del círculo mayor. El bienestar espiritual de su familia está ante todo. En el día del ajuste final de cuentas, Dios le preguntará qué hizo para llevar a Cristo a aquellos de cuya llegada al mundo se hizo responsable. El mucho bien que haya hecho a otros no puede cancelar la deuda que él tiene con Dios en cuanto a cuidar de sus propios hijos.

“Debe existir en la familia del predicador una unidad que predique un sermón eficaz sobre la piedad práctica. Al hacer fielmente su deber en el hogar, en cuanto a refrenar, corregir, aconsejar, dirigir y guiar, el predicador y su esposa se vuelven más idóneos para trabajar en la iglesia, y multiplican los elementos con que cuentan para realizar la obra de Dios fuera del hogar. Los miembros de su familia vienen a ser miembros de la familia del cielo, y son un poder para bien y ejercen una influencia abarcante” (Obreros Evangélicos, págs. 215, 216).

“En algunos casos, los hijos de los predicadores son los niños a quienes más se descuida en el mundo, por la razón de que el padre está poco con ellos, y se les deja elegir sus ocupaciones y diversiones. Si el predicador tiene una familia de varones, no debe abandonarlos enteramente al cuidado de la madre. Esta es una carga demasiado pesada para ella. Él debe hacerse compañero y amigo de ellos. Debe esforzarse por apartarlos de las malas compañías, y cuidar de que tengan trabajo útil que hacer. Puede ser difícil para la madre ejercer dominio propio. Si el esposo nota que tal es el casó, debe darse de la mayor parte de la responsabilidad, y hacer cuanto pueda para conducir sus muchachos a Dios” (Id., pág.217)

El comportamiento de un hombre en su casa repercutirá profundamente sobre lo que haga fuera de ella. “Dios quiere que en su vida en el hogar el que enseña la Biblia ejemplifique las verdades que presenta. La clase de hombre que sea tendrá mayor influencia que lo que diga. La piedad en la vida diaria dará poder al testimonio público. Su paciencia, su carácter consecuente y el amor que ejerza impresionarán corazones que los sermones no alcanzarían” (Id., pág. 215).

Si preferimos ignorar las instrucciones del Eterno, ello pondrá en peligro nuestra alma y la de nuestra familia. La prioridad le corresponde a Dios, la familia viene después. Esto debe ser así y quedar así.

La cortesía

A menudo tenemos menos consideración por nuestros familiares que por los extraños. A veces disculpamos nuestra descortesía diciendo que se debe a la mayor confianza que tenemos en casa para expresarnos libremente. Es indudable que la franqueza y la honestidad son necesarias en las relaciones entre la pareja. Las reuniones de familia son beneficiosas y recomendables si están conducidas de manera apropiada y con delicadeza, pero la franqueza no debiera ser excusa para la descortesía. Una vez más, la sierva del Señor nos da otro sabio consejo: “Existe el peligro de no dar la debida atención a las cosas pequeñas de la vida. El predicador no debe descuidar el decir palabras bondadosas y alentadoras en el círculo de la familia. Hermanos míos en el ministerio, ¿demostráis en el círculo del hogar brusquedad, dureza, descortesía? Si lo hacéis, no importa cuán sublime sea lo que profeséis, estáis violando los mandamientos” (Id., pág. 216).

“No es tanto la religión del púlpito, como la religión del hogar lo que revela nuestro verdadero carácter” (Testimonies, tomo 5, pág. 161).

Recordad que “el amor hará lo que no logrará la discusión. Pero un momento de petulancia, una sola respuesta abrupta, una falta de cortesía cristiana en algún asunto sin importancia, puede dar por resultado la pérdida tanto de amigos como de influencia.

“El obrero cristiano debe esforzarse por ser lo que Cristo era cuando vivía en esta tierra. El es nuestro ejemplo, no sólo en su pureza sin mancha, sino también en su paciencia, amabilidad y disposición servicial.

Su vida es una ilustración de la cortesía verdadera” (Obreros Evangélicos, pág. 127). Nuestra buena disposición y nuestro ejemplo cristianos debieran brillar más en de la sociedad. Le sugerí que se interesara en su hijo y le dedicara tiempo. “Pero, doctor —me dijo—, estoy en casa todas las nuestros lugar de hogares que en cualquier otro de la tierra.

El culto familiar

El predicador debido a sus ocupaciones puede fácilmente perder de vista su propia necesidad espiritual y la importancia del culto familiar. En muchísimos hogares cristianos se renuncia al culto familiar por la multitud de actividades cotidianas, o bien se lo transforma en una liturgia estereotipada. Este culto debiera celebrarse regularmente por la mañana y por la nochecita para traer reposo al espíritu y al alma. Debiera ser una experiencia provechosa para cada miembro de la familia que, así reunida, compartirá esta rica bendición espiritual. Pues es vendad que la familia que ora permanece ida.

Al unísono

Incluso, cuando estamos en casa, sucede a veces que no estamos verdaderamente disponibles.

Un padre desconcertado buscaba la forma de ayudar a su hijo de 16 años. El joven era retraído y se sentía aislado de la sociedad. Le sugerí que se interesara en su hijo y le dedicara tiempo. “Pero, doctor —me dijo—, estoy en casa todas las noches”.

—¿Qué hace cuando está en su casa? -pregunté.

—Bien, miramos juntos la televisión- respondió.

Comprendí que este padre se apresuraba en regresar a su casa y cenar para luego pasarse el resto de la noche frente a la pantalla del televisor; nadie debía osar decir una palabra por temor a interrumpir el programa. El hijo deseaba ardientemente la compañía de su padre, algo más que la simple presencia física. Si tan sólo ese padre hubiera dedicado una noche a su hijo para pasear con él, practicar con él algún deporte o para realizar juntos cualquier otra actividad, entonces ese momento habrían sido de profundo significado para aquel adolescente retraído.

Satanás avanza

Sí, mis hermanos en la fe, Satanás avanza y ataca nuestros hogares. (Véase El Conflicto de los Siglos, cap. 33.) Velemos para que él no los destroce. Protejámoslos con la muralla del amor, de la dulzura y de la cortesía. Si nuestros hogares permanecen firmes para Cristo, un testimonio tal dará como resultado una gran cosecha de almas para la iglesia.

Sobre el autor: Secretario Asociado del Dpto. de Educación de la Asociación General.