El puente Newton Navarro es un importante acceso entre la Zona Norte y la zona Sur de Natal, RN, Brasil. Con casi 3 kilómetros de extensión, 22 metros de ancho y 55 metros de altura en su vano central, ese puente estacado rápidamente se convirtió en una de las atracciones turísticas de la capital del Estado. Últimamente, sin embargo, la obra de ingeniería se destacó en los medios de comunicación por otro motivo.

    Hace poco, una iniciativa liderada por un pastor llamó la atención sobre un problema recurrente en el lugar: el número de personas que van hasta allí para quitarse la vida. El proyecto pretende mantener una escala de voluntarios dispuestos a conversar con esas personas, consolarlas en sus dolores y convencerlas para que desistan de esa idea fatal. Antes de completar un mes de funcionamiento, cerca de cien personas fueron salvadas a través de ese trabajo.

    Estas cifras ilustran una verdad incómoda: las personas están cada vez más frágiles emocionalmente, hasta el punto de recurrir a un acto extremo para sosegar el propio dolor. Desgraciadamente, los pastores, profesionales dedicados a compartir esperanza y consuelo, no están inmunes a esta condición. En los últimos años, la cantidad de ministros religiosos que se han quitado la vida, o intentado hacer eso, está aumentando sensiblemente, lo que indica que la salud emocional de los pastores no anda bien. Por eso, es necesario discutir el asunto de manera equilibrada y trabajar preventivamente, a fin de que el mayor número posible de hermanos del ministerio esté lejos de ese grupo de riesgo.

    Recientemente, leí un libro titulado Suicidio de pastores (Club de Autores, 2017), de Everton Lacerda, que presenta cuatro puntos importantes para la comprensión del fenómeno. En primer lugar, los pastores se debilitan emocionalmente cuando ignoran su humanidad. Al adoptar una dinámica de trabajo tan intensa que desconsidera su integralidad como ser humano, el ministro se coloca en una situación de riesgo. Una vez, un psicólogo conversaba con algunos pastores y oía cómo era su rutina. La lista era grande: predicaciones, visitas, consejos, series de evangelismo, comisiones, funerales, bautismos… Sorprendido por la cantidad de tareas desempeñadas por aquellos hombres, el psicólogo exclamó con aire de provocación: “Yo siempre pensé que los pastores eran hijos de Dios, no sus hermanos”. ¿Hasta qué punto, pastores, consciente o inconscientemente, hemos ignorado nuestra condición de seres mortales?

    Lacerda continúa su exposición diciendo que, en segundo lugar, los pastores se debilitan emocionalmente cuando la iglesia ignora su humanidad. Demandas congregacionales u organizacionales por encima de la capacidad de administración de los pastores pueden llevarlos a desordenes físicos, emocionales y espirituales. Así, sumado al hecho de que muchos pastores se consideran “superhombres”, se corre el riesgo de que las estructuras eclesiásticas legitimen esa falsa creencia por medio de expectativas inadecuadas.

    En tercer lugar, los pastores se vuelven más vulnerables cuando no son cuidados en sus crisis. Roseli Kühnrich de Oliveira nos recuerda, en su libro Cuidando de quien cuida (Grafar, 2012) que no siempre las iglesias intervienen en las necesidades y las crisis de sus ministros. Es necesario, por lo tanto, actuar intencionalmente para conocer al pastor no solo como líder en acción sino además como ser humano que es, en sus luchas y dolores, en un ambiente seguro y libre de juicios.

    Por último, la consecuencia de esta serie de acciones que debilitan la salud emocional del pastor es el burnout. Un pastor agotado emocionalmente pasa a ver la vida desde una perspectiva sombría, equivocada, destituida de la gracia y de la alegría ofrecidas por el evangelio. Se considera a sí mismo como inútil; la misión, como una carga; las personas, como espinas; y Dios, como un ser distante. Pierde el rumbo y la motivación de la vida, y en casos extremos atenta contra ella.

    Al escribir este editorial, miro más allá de las investigaciones, de los diagnósticos o de las noticias sobre el asunto. Veo a amigos del ministerio que corren el riesgo de debilitar su salud emocional y a aquellos que ya están con problemas. Y oro para que esta edición sea una expresión del cuidado de Cristo por todos nosotros, que decidimos entregarnos por completo al llamado que él nos ha confiado.

Sobre el autor: Editor de la revista Ministerio, edición de la CPB.