Dios busca personas a fin de cumplir sus propósitos de salvación para el mundo.
Quitado este, les levantó por rey a David, de quien dio también testimonio diciendo: He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero” (Hech. 13:22).
Este texto nos transmite la idea de un Dios que busca personas a fi n de cumplir sus propósitos de salvación para el mundo. Cuando yo era un adolescente, escuché un sermón basado en este texto. En esa ocasión, me sobrevino un deseo de ser hallado por Dios para la misión de ser pastor.
Durante el mensaje, el predicador dijo que Saúl, el primer rey de Israel, había fracasado como estadista y líder espiritual. La situación era dramática. Era necesario escoger otro dirigente. Entonces, por medio del profeta Samuel, Dios halló a David.
Así como en los días del Antiguo Testamento Dios buscó y encontró a Abraham, José, Moisés y muchos otros, en los tiempos de la iglesia primitiva continuó la búsqueda de personas que promovieran la causa de Dios en el mundo. Fue así que, en el polvoriento camino rumbo a Damasco, Dios encontró a Saulo, que después se transformó en Pablo, el apóstol a los gentiles. Desde aquel memorable encuentro, “Jesucristo, y […] éste crucificado”, se transformó en la pasión suprema de la vida de ese apóstol. Humberto Rodhen lo describió de esta manera: “Pablo era un libro que hablaba solo de Cristo. Era un hombre con una voluntad que solo deseaba a Cristo. Era un soldado que luchaba solo por Cristo. Era una persona que vivía solo para Cristo, por Cristo y a través de Cristo”.
Sí, a lo largo de los siglos, Dios ha buscado hombres y mujeres para su servicio. Cuando el mundo quedó envuelto en la larga noche de la apostasía medieval, Dios buscó un hombre que lo ayudara a disipar las tinieblas de la edad oscura. Entonces halló a Martin Lutero, un monje agustino piadoso. Con voz elocuente, predicación poderosa y persuasiva, Lutero perturbó a papas y cardenales, reyes y emperadores, estados y continentes, al predicar el mensaje de la justificación por la fe, cambiando el curso de la historia cristiana.
Más tarde, Dios buscó a un hombre para restaurar a su iglesia en tierras paganas, y halló a William Carey. Al acercarse el final del periodo profético más largo registrado en la Biblia (las 2.300 tardes y mañanas), cuando Dios buscaba a alguien que proclamara con poder, con certeza y con fervor el mensaje del primer ángel apocalíptico (Apoc. 14:6, 7). Halló a Guillermo Miller. En los albores del movimiento adventista, Dios buscó a un profeta y halló a una niña. Elena G. Harmon, más tarde Elena de White.
Dios continúa buscando personas. Y aquí surge una pregunta: ¿Cuáles son las características del hombre a quien Dios busca? Ciertamente, no busca solamente a alguien rico, famoso o intelectual. Carey era zapatero; Lutero era hijo de un minero; David era pastor de ovejas. El hombre a quien Dios busca no necesita ser perfecto. Ante el llamado divino, Isaías exclamó: “¡Ay de mí! Que soy muerto; porque [soy] hombre inmundo de labios” (Isa. 6:5). Pedro era impulsivo en sus reacciones y explosivo en su conducta. Pablo era intolerante y rudo. Sin embargo, todos fueron transformados y, por la gracia de Dios, capacitados para promover la misión.
En verdad, todos aquellos a quienes Dios halló tenían dos características: consagración y pasión por los perdidos. Se nos dice que Jesús no veía delante de sí solamente a una masa uniforme de personas; veía hombres y mujeres, jóvenes, ancianos y niños, y era conmovido con apasionada ternura por todos. De manera similar, Dios busca pastores que tengan esa pasión por los pecadores.
Sí, el hombre a quien Dios busca hoy debe estar dispuesto a entregarse incondicionalmente en las manos de Dios, a fin de ser utilizado como instrumento para rescatar a aquellos por quienes Cristo dio su vida. ¿Lo halló Dios a usted?
Sobre el autor: Secretario ministerial de la División Sudamericana.