Cierto señor, al comprar un pasaje para hacer turismo dentro del país, recibió la información de que había tres clases de boletos: el de primera clase costaba 100 dólares, el de segunda 50 y el de tercera sólo 25. Dio una rápida mirada al ómnibus, y llegó a la conclusión de que todos los asientos eran iguales. Terminó comprando un pasaje de tercera clase y se sintió feliz de haber ahorrado tanto dinero.

Comenzó el viaje, y en la primera cuesta el ómnibus se detuvo. El conductor se puso de pie y dio el siguiente aviso: “Los pasajeros de primera clase pueden permanecer sentados; los de segunda, por favor, desciendan y sigan a pie; los de tercera deben ayudar a empujar el ómnibus”.

Muchas veces, la iglesia se parece a ese ómnibus: en ella, muchos pasajeros “de primera clase” se quedan cómodamente sentados sin hacer nada; se limitan a mirar a los que trabajan. También hay muchos pasajeros de “segunda”, que siguen a pie y dejan a un lado el trabajo que se debe hacer. Felizmente, hay un grupo de pasajeros de “tercera clase” que siempre ayuda a llevar adelante el programa de la iglesia. Están dispuestos a sacrificar su comodidad personal para realizar la obra de Dios.

Nehemías representa adecuadamente a este grupo. La Biblia dice que cuando oyó hablar de la situación miserable de los habitantes de Jerusalén, lloró por varios días (Neh. 1:1-4). Así reaccionan los que aman la obra del Señor y están comprometidos con ella. ¿Es éste su caso? Las cosas que entristecen el corazón de Dios, ¿también lo entristecen a usted? Y, ¿cuáles son las cosas que entristecen el corazón de Dios? Las Escrituras nos dan la respuesta.

El corazón de Dios se entristece cuando su pueblo enfrenta problemas, es desobediente o tiene que ser disciplinado. Pero hay algo que entristece sobremanera el corazón de Dios: cuando su morada, la iglesia, no recibe la honra que debería recibir de parte de los miembros y los dirigentes. (2 Crón. 36:14, 15.)

La Biblia nos enseña que el Señor tiene una consideración especial por el lugar donde se congrega su pueblo. Cuando tomó la naturaleza humana, fue al Templo y comprobó que muchos lo habían convertido en un vulgar mercado. Expulsó a los mercaderes, y así demostró su profundo interés por el Templo y por la gente que allí se reunía para adorar en su nombre. Esto debería llevarnos a reflexionar más profundamente acerca de la precariedad de algunos de los templos donde se reúnen ahora muchos cristianos. Me gusta la preocupación y la actitud de David, que se sentía insatisfecho al vivir en una casa hermosa mientras que el arca del Señor permanecía en una tienda. (1 Crón. 17:12.) ¿Manifiesta usted esa misma preocupación por la calidad de las iglesias que están bajo su responsabilidad?

La historia de Nehemías nos enseña que cada obrero necesita participar personalmente en la obra de Dios, y debe estar comprometido con ella. Normalmente, existe en la iglesia la tendencia a esperar que algún otro haga la obra, cuando el Señor ciertamente cuenta con mi participación personal.

Nehemías no dijo: “Oí que hay problemas en Jerusalén, ¿quién irá a resolverlos?” Cada pastor, servidor y miembro de iglesia se debe preguntar: “¿Qué puedo hacer yo por mi iglesia?” Se espera un alto nivel de participación, compromiso y sacrificio personal de cada cual, en su respectiva esfera de acción.

Nehemías podría haber enviado a otra gente, pero fue él en persona. No se quedó sentado llorando y orando. Fue desde Susa, la capital de Persia, a Jerusalén, recorriendo una distancia de mil seiscientos kilómetros. Debe de haber viajado más de cincuenta días por carreteras polvorientas y llenas de peligros. Recordemos que en Susa vivía en la comodidad del palacio real. Pero, cuando el Señor necesitó de alguien que dirigiera su obra, Nehemías no esquivó la responsabilidad.

Dios espera que esta misma actitud se vea hoy en mí, en usted y en todos los que un día aceptamos la misión. La iglesia necesita urgentemente pasajeros de “tercera clase”.