La importancia de las conexiones entre la introducción y la conclusión de Apocalipsis.

    El libro de Apocalipsis está escrito utilizando una estructura y una forma literaria que algunos intérpretes han pasado por alto. Su autor, proponiéndose destacar los temas predominantes de la revelación divina, utiliza una estructura de paralelismos simétricos denominada quiasmo.[1] De acuerdo con Kenneth Strand, el libro tiene dos grandes divisiones: la primera (Apoc. 1-14) está conformada por visiones referidas a la era histórica. La segunda (Apoc. 15 -22) presenta los juicios escatológicos que culminan con la segunda venida de Cristo.[2] Dentro de estas dos divisiones existen entre cinco y ocho series con correspondencias mutuas, que constituyen su estructura literaria y temática.

    La primera indicación de esta estructura literaria es el paralelismo visible entre el prólogo (Apoc. 1:1-18) y el epílogo (Apoc.22:6-21). Esta correspondencia deliberada destaca unos temas correspondientes entre sí y unos términos conectores que fijan la importancia del mensaje bíblico. Este artículo tiene el propósito de valorar las siete principales conexiones temático-literarias entre las dos secciones, su importancia teológica y la relevancia del mensaje destacado por Juan.

El ángel

    En la introducción, la revelación de Jesucristo, que Dios le dio, se da a conocer “por medio de su ángel”, enviado a Juan (1:1). En la conclusión, “el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto” (22:6). Los ángeles (gr. ággelos, mensajeros) frecuentemente cumplen la función de portadores de las revelaciones divinas (por ejemplo, Dan.8:16; 9:21; Luc. 1:19, 26).

    En estos dos versículos paralelos, la declaración “su ángel” denota la función de los ángeles mensajeros, que frecuentemente son mencionados a lo largo del libro. Por ejemplo, en Apocalipsis 19:9 y 10, un ángel reprende a Juan por postrarse a sus pies para adorarlo. Apocalipsis 22:16 declara que el propio Jesús envió a su ángel para dar testimonio de todas las cosas.

    En Apocalipsis 22:8 y 9, el ángel que habla es aquel que fue enviado por Dios (22:6) para mostrar a Juan la Santa Ciudad y el árbol de la vida. Este ángel, entonces, da autenticidad a toda la revelación. A semejanza del prólogo, él es enviado para mostrar a los siervos de Dios “las cosas que deben suceder pronto”, “porque el tiempo está cerca” (22:10). El propósito, por lo tanto, de esta primera conexión temática es mostrar que los ángeles tienen la función de ser portadores de la revelación divina. Además, muestra que la multitud de ángeles está a disposición para ministrar a los siervos del Señor, así como ocurrió con Juan.

El doble testimonio

    En Apocalipsis 1:2, el verbo testimoniar (gr. martureo, [dar fe, RVC]) está en aoristo epistolar, lo que sugiere que Juan estaba escribiendo la introducción de su libro teniendo en mente la percepción temporal de sus lectores, para los cuales los eventos descritos en Apocalipsis estarían en el pasado en el momento que los estuviesen leyendo.[3]

Es importante destacar que el término martureo vuelve a ser empleado en el libro solamente en el epílogo (22:16, 18,20) y está relacionado con la comunicación de la revelación divina.

    En el prólogo, el apóstol declara que “ha dado testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo”. Esta es la primera, de un total de tres veces, que esta frase se encuentra en Apocalipsis (1:2, 9; 20:4). Para Ranko Stefanovic, la expresión “debe ser entendida a la luz del contexto veterotestamentario”,[4] pues los profetas del Antiguo Testamento utilizaban la frase semejante “Palabra del Señor” (RVC) frecuentemente (Jer 1:2; Ose. 1:1; Joel 1:1; Jon. 1:1; Miq. 1:1). Así, Juan parece haber indicado que dio testimonio de todo lo que Dios reveló por medio del logos, la Palabra, que se origina en él. Incluso es posible que el autor estuviese agregando a la expresión general “Palabra de Dios” una frase más específica, aclaratoria: “y del testimonio de Jesucristo”.

    En el epílogo, el autor confirma y recapitula el tema del testimonio que había sido mencionado en el prólogo, con la diferencia de que, ahora, el testimonio es dado por el ángel, que recibe la autenticación de parte del propio Cristo. De este modo, el propósito del epílogo es confirmar la autenticidad de las revelaciones registradas en la introducción. La aseveración “Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias” es una clara confirmación de la obra del ángel mencionado en el prólogo (1:2).

Las bienaventuranzas

    “Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía” (1:3). Esta referencia denota la lectura pública del libro en la iglesia. El término “bienaventurado” (gr. makarios) significa feliz, contento, afortunado y aprobado. Ranko Stefanovic entiende que el término, en el Nuevo Testamento, “significa más que una felicidad secular (pasajera); significa la alegría interior de los que esperan la salvación prometida por Dios y ahora experimentan su cumplimiento”.[5] De este modo, en el Apocalipsis, la palabra expresa felicidad profundamente suprema.

    En el prólogo se encuentra la primera de las siete bienaventuranzas presentadas en el libro (1:3; 14:13; 16:15; 19:9; 20:6; 22:7, 14). Mientras que en la introducción el término aparece solo una vez, en la conclusión el término se repite dos veces (22:7, 14), recapitulando algo fundamental: felices aquellos que leen (el predicador); los que oyen (la iglesia); pero, sobre todo, los que guardan el mensaje, al lavar sus ropas en la sangre del Cordero.

La divinidad del Espíritu Santo

    Juan, después de referirse a Dios Padre como aquel “que es y que era y que ha de venir” (1:4), señala la persona del Espíritu Santo de la siguiente manera: “de parte de los siete espíritus que están delante de su trono” (NVI). El número siete simboliza el cumplimiento universal de la obra del Espíritu Santo. Por otro lado, los “siete espíritus” están en armonía y en el contexto del mensaje de las siete iglesias, conforme lo evidencia el final de cada carta: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”. Así, el prólogo introduce el tema de la acción conjunta de la Deidad, en la cual participa activamente el Espíritu Santo.

    Tal acción es reiterada categóricamente al cierre del libro. La expresión “el Dios de los espíritus de los profetas” (22:6) es una alusión directa a Apocalipsis 19:10, afirmando que el Espíritu Santo es quien inspira la mente de los profetas. Juan asume que todo el libro de Apocalipsis es un testimonio del dominio ejercido por el Espíritu Santo sobre él mismo, cuando estaba en visión.

    En el epílogo, el apóstol focaliza la atención en el testimonio del Espíritu Santo por medio de la iglesia. Ambos, “El Espíritu y la novia dicen: ‘¡Ven!’” (22:17, NVI). A continuación, se presenta una cadena de llamados en los que queda evidente que el testimonio personal es una iniciativa divina, particularmente del Espíritu Santo. De este modo, la acción del Espíritu propuesta en el prólogo encuentra su ápice en el epílogo, al destacar marcadamente su divinidad.

La proximidad del tiempo

    La bienaventuranza de Apocalipsis 1:3 termina con una nota de atención, “porque el tiempo está cerca”. La palabra usada para tiempo (kairós) tiene un sentido escatológico e indica un período de crisis o un momento decisivo. Para Robert Mounce, “esta declaración parece tener su origen en las expectativas mesiánicas judaicas de aquel momento”.[6] En Marcos 13:35, Jesús advirtió a los discípulos acerca del tiempo de su regreso y les pidió que vigilasen, pues no sabían el kairós señalado de la Segunda Venida. Así, ante la crisis inminente, el mensaje de juicio y esperanza debe ser proclamado entre las iglesias como algo urgente, pues el fin de todas las cosas ya fue determinado en la muerte y la resurrección de Cristo.

    En el epílogo, en contraste con la instrucción dada a Daniel para sellar la visión referida al tiempo del fin (Dan. 8:26; 12:4), el ángel le dijo a Juan que no sellara “las palabras de la profecía de este libro”, y la razón de la prohibición es clara: “Porque el tiempo está cerca” (22:10). Este es un “tiempo particular”, designado de antemano para el cumplimiento de “las cosas que deben suceder pronto” (1:1). Resumiendo, para los hijos de Dios, el kairós necesario llegará en breve.

La venida de Cristo

    El tema del segundo advenimiento de Cristo es fundamental en la estructura de Apocalipsis. La tabla de abajo muestra las tres menciones del prólogo que refieren el asunto, lo que indica la intencionalidad de Juan al destacar la parousía del Señor Jesús.

    Un detalle que llama la atención es el hecho de que el lenguaje de la introducción enfatiza el regreso de Jesús en tercera persona, cuando en la conclusión se repite en primera persona. De acuerdo con Jacques Doukhan, este “contraste gramatical sugiere que la Segunda Venida ahora se ha vuelto personal y directa. Ya no es más un mero testimonio externo acerca del evento. Ahora, el que viene –el sujeto del evento– habla de su venida”:[7] Jesús, el vencedor.

    Otro punto interesante del epílogo es el evidente movimiento pendular entre las esferas divina y humana, que sugiere una relación recíproca de liturgia en el Apocalipsis. Al grito del Cielo que inicia la serie de “vengo” y que resuena dos veces como una promesa (22:7, 12), desde la Tierra el pueblo de Dios responde dos veces “ven” (22:17). En esta dinámica, el Cielo tranquiliza a la Tierra: “Ciertamente vengo en breve” (22:20a); y la oración humana responde: “¡Amén; sí, ven, Señor Jesús!” (22:20b). Así, en Apocalipsis no existe un tema más importante que el de la esperanza de la segunda venida de Cristo.

El Alfa y la Omega

    “Alfa” y “Omega” son la primera y la última letra, respectivamente, del alfabeto griego. Ellas son utilizadas para describir al Señor como Creador de todas las cosas. Además, expresan también la primera y las últimas revelaciones de Dios a los hombres. Los exégetas concluyen que la expresión indica integridad y plenitud, lo eterno, lo que siempre existió desde el principio y lo que siempre existirá, el Todopoderoso. Según Gerhard Kittel, esta expresión es peculiar de Apocalipsis, y Dios la usó refiriéndose a sí mismo.[8] En el prólogo (1:8), quien habla es “el Señor Dios—, el que es y que era y que ha de venir” (NVI), identificado como Dios Padre en Apocalipsis 1:4.

    Si en Apocalipsis 1:8 y 21:6 Dios Padre se presenta como “el Alfa y la Omega”, en el epílogo quien se atribuye ese título es el propio Cristo resucitado (22:13). De este modo, Padre e Hijo comparten los mismos atributos eternos de integridad y plenitud. Además, la frase “el primero y el último” (1:17) afirma el sentido de Theós: él da inicio y pone fin a todas las cosas. Todo en la creación debe su existencia a Cristo: todas las cosas encuentran su fin en relación con él. El desarrollo del plan de salvación, de comienzo a fin, está ligado a Jesús –el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último.

Conclusión

    Un breve análisis estructural y literario del Apocalipsis, especialmente de su prólogo y epílogo, permite indicar algunos puntos importantes. En primer lugar, la construcción simétrica y el paralelismo inverso entre el prólogo y el epílogo en la estructura literaria redactada por el autor indican que el libro fue integralmente escrito por una sola persona, en este caso, el apóstol Juan.

    En segundo lugar, la redacción del prólogo y del epílogo, con sus correspondientes temáticas, fue deliberadamente pensada y escrita para abrir, desarrollar y concluir ejes temáticos que el autor consideraba importantes.

    Finalmente, el prólogo y el epílogo de Apocalipsis revelan al mundo lo que fue, lo que es y lo que ha de venir. Fueron escritos para nuestra instrucción, para quienes alcanzamos el fin de los tiempos. Dios Padre, Cristo, el Espíritu Santo y las huestes celestiales fueron compañeros de Juan en la isla de Patmos. ¡Ellos acompañarán al pueblo de Dios en la crisis final, y le garantizarán la victoria completa!

Sobre el autor: Secretario ministerial de la Unión Boliviana.


Referencias

[1] Ver Enzo Bianchi, El Apocalipsis: Comentario Exegético-espiritual (Salamanca: Gráficas Varona, 2009); C. Mervyn Maxwell, Uma Nova Era Segundo as Profecias do Apocalipse (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2008), p. 56.

[2] Kenneth A. Strand, “The eight basic visions in the book of Revelation”, Andrews University Seminary Studies, v. 25, No 1, pp. 107-121.

[3] Robert H. Mounce, Comentario al libro de Apocalipsis (Barcelona: CLIE, 2007), p. 86.

[4] Ranko Stefanovic, Revelation of Jesus Christ (Berrien Springs, Michigan: Andrews University Press, 2002), p. 54.

[5] Ibíd., p. 55.

[6] Mounce, p. 87.

[7] Jacques Doukhan, Secretos del Apocalipsis (Buenos Aires: Aces, 2007), p. 219.

[8] Gerhard Kittel, “λ/Ω”, en Gerhard Kittel (org.), Theological Dictionary of The New Testament (Grand Rapids, Michigan: Wm. B Eerdmans, 2006), v. 1, pp. 1-3.