Había una vez en cierto pueblo un hombre que era panadero. El pueblo era muy pequeño, y el panadero podía suplir las necesidades de pan de la zona.
Con el correr del tiempo, el panadero llegó a ser muy próspero. Comenzó a dedicar menos y menos tiempo a hacer pan, y antes de mucho estaba ocupado tan sólo la mitad de su tiempo en fabricarlo. Muy pronto el pan comenzó a escasear en aquel poblado, pero el panadero parecía no darse cuenta de ello.
Gradualmente comenzó a ocurrir un cambio en la actitud de aquel panadero hacia su labor. Muy pocas veces se comía de su pan en su propia casa pues había abundancia de ricas comidas procedentes de otras tierras, y el panadero comenzó a perder interés en el pan como alimento. Pero como éste era todavía su negocio, estaba muy interesado en su fabricación, pues cuanto más eficiente fuera su producción, más grandes serían las ganancias.
Así el panadero comenzó a interesarse más en la fabricación del pan que en el pan mismo. En verdad, comenzó a elaborar una teoría en cuanto a la panificación durante su tiempo libre. Esto llegó a ser casi una obsesión, y pronto cerró su panadería con el propósito de dedicar todo su tiempo a estudiar la teoría de la panificación.
Solo en su estudio, el panadero comenzó a dar forma a su nueva teoría del pan. Él había descubierto, decía, “un nuevo mundo dentro del horno’’. Su nueva teoría de la panificación atrajo mucha atención en la industria, y pronto aquel panadero estaba dictando conferencias para otros panaderos, para asociaciones de productores de trigo y escuelas de nutrición. Su nueva teoría provocaba mucho entusiasmo; la llamó la “neopanificación”. Muchos importantes panaderos se interesaron en ella, y pronto la neopanificación captó el interés de todo el país.
Mientras tanto los lugareños del poblado de aquel panadero estaban confundidos. Procuraban ser corteses con el panadero, pero la mayoría de ellos admitía que sencillamente no podían entender todo este asunto de la neopanificación. Algunos de sus comentarios eran: “No me preocupa cómo la llame, pero sí desearía que comenzase a fabricar pan otra vez”, y, “¿cuándo vamos a poder conseguir algo de este pan de la neopanificación?”, y otros simplemente decían: “¡Tengo hambre!”
Pero el panadero, ajeno a todas estas necesidades, estaba dando conferencias sobre la neopanificación y escribiendo libros que demostraban cuán necesaria era la nueva teoría de la panificación. El sostenía que lo necesario no era la realidad del pan en su sentido objetivo. Lo que los hombres necesitaban era descubrir la verdad de la realidad interior del principio de la panificación. La vida de aquel panadero estuvo dedicada por el resto de sus días a exponer su teoría.
Pasando el tiempo, un joven habitante de la propia aldea de aquel panadero encontró la solución para el desabastecimiento de pan. Descubrió que el hambre de los habitantes del poblado podía ser saciada con una sustancia que se obtenía por el horneado de los granos molidos del trigo. A esa sustancia la llamó “pan”.
“Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”.