Como institución religiosa, nuestras conquistas son indiscutiblemente maravillosas. Operamos un sistema educacional que atiende plenamente a todos los niveles de enseñanza, y del cual emergen algunos de los más destacados complejos universitarios del mundo. Nuestro mensaje de salud está dignamente representado por una vasta red hospitalaria y de fábricas de alimentos. La presencia de la Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales, Adra, es fuerte en todos los rincones de la tierra. Centros de medios de comunicación y emisoras de radio y televisión testifican del progreso significativo de nuestra comunicación. Grandes editoras producen las “hojas de otoño” que transmiten el refrigerio de esperanza y salvación a corazones sedientos.

La marcha de nuestro crecimiento numérico parece desconocer barreras: hoy, somos más de 15 millones de adventistas en 204 países, de entre los 228 reconocidos por la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

En este panorama, la pujanza de la Iglesia en Sudamérica, con aproximadamente 3 millones de miembros, resalta en colores muy fuertes. Sobran motivos para la celebración.

¿Tenemos todo? ¿Nada nos falta? Ciertamente, no. Pero, estas conquistas, ¿acaso no son manifestaciones de la bondad de Dios? Sí. Pero respetables empresas multinacionales también ostentan conquistas materiales, extienden sus tentáculos en varias regiones del planeta y aumentan el número de clientes, gracias a sofisticadas y bien elaboradas estrategias de mercadotecnia. Pero no somos una empresa multinacional y Dios quiere dar más, mucho más.

En esta época solemne, cuando el horizonte de la historia ya exhibe los tonos rojizos de su crepúsculo, el Señor espera que nuestra presencia en el mundo suscitarías que respeto y admiración por lo que tenemos. De hecho, debemos provocar, en sentido positivo, el mismo comentario hecho acerca de los primeros cristianos: “Estos que trastornan el mundo entero” (Hech. 17:6). Y eso, por causa de lo que debemos ser.

Es en este punto que nos enfrentamos con la apremiante necesidad individual y corporativa de buscar una experiencia cuyo valor excede, infinitamente, los tesoros y el prestigio terrenales: “La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio. Procurarlo debiera ser nuestra primera obra” (Mensajes selectos, t. 1, p. 141). Como aconseja George Knight, “Necesitamos centrar nuestra atención sobre el hecho de que nuestro blanco no es administrar una buena empresa en la tierra, sino hacer avanzar la misión de tal modo que apresure el establecimiento del Reino de Dios. Los líderes adventistas deben abandonar la mentalidad de empresarios de éxito y captar la de revolucionarios espirituales con la misión de cambiar el orden mundial”. El reloj profético divino señala que es tiempo de dar prioridad a la búsqueda de esta experiencia.

Sobre el autor: Director de Ministerio, edición de la CPB.