La tarea de sembrar no es insignificante. El sembrador debe hacer frente no sólo a los elementos, sino también a toda clase de factores previsibles e imprevisibles. Cuando el Salvador describió la obra del Evangelio comparándola con la siembra (Mat. 13:3-8), estaba presentando una advertencia y al mismo tiempo un desafío a los pastores de todas las épocas para que comprendieran que su tarea no es un picnic de fin de semana.

            Cualquiera que se imagina que el papel del pastor consiste en sentarse sobre un trono de gloria y ser el centro de todas las miradas, seguramente es un soñador. Es verdad que habrá tronos y coronas (Apoc. 5:10), pero serán desempaquetados después de la cosecha. Mientras tanto al pastor le esperan solamente el yugo y el arado (Mat. 11:29; Luc. 9:62). Y el verdadero sembrador se esforzará y trabajará duramente. Inclinado sobre el surco, su espalda sufrirá el azote de la lluvia, y su piel se abrasará bajo los rayos del sol.

¿ESTAR EN EL TRABAJO O TRABAJAR?

            En cierta empresa se iba a dar un premio a uno de los empleados porque era el único que jamás se había tomado un breve descanso para beber café. Cuando le preguntaron cuál era el secreto de su “excepcional hazaña”, respondió ingenuamente: “Nunca tomo ese descanso para beber café, porque el café me mantiene despierto”. Este relato nos enseña que se puede estar en el trabajo sin estar trabajando en realidad. La prueba de que un obrero ha trabajado a conciencia no es su tarjeta de asistencia ni su informe de trabajo. Es más bien el fruto, el resultado final de su labor. Ese producto final revela si el pastor ha trabajado duramente o si a duras penas lo ha hecho.

LA CIZAÑA DEL ENEMIGO

            Para ser justos con el ministerio, debemos reconocer que su obra se ve estorbada por la “cizaña” (Mat. 13:25), conocida generalmente con el nombre de asechanzas o riesgos de la profesión. El pastor está expuesto diariamente a presiones encubiertas y también manifiestas. El contacto diario con las angustias y los altibajos de los problemas humanos ejerce un efecto negativo sobre la mente y el sistema nervioso. Al fin y al cabo, el pastor es también un ser humano.

            En cada momento el ministro tiene la obligación de “estar quieto” (Sal. 46:10), de examinar con calma el campo de la cosecha, y de estar atento a las diversas clases de cizaña que puede estar sembrando el enemigo. Algunas de ellas son:

  1. La medida de la popularidad. Existe el peligro de que el ministro evalúe su actuación teniendo en cuenta su grado de popularidad. Existe, hoy también, la misma tentación que hubo en los días de Apolos, Pedro y Pablo (1 Cor. 1:11, 12). El ministerio de Elias es un buen ejemplo que ilustra la gravedad de este peligro. Al comienzo se hallaba en la cumbre de la actuación física y emocional, saboreando el dulce néctar de la victoria. Momentáneamente tenía de su parte a la multitud que aullaba: “¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios!” (1 Rey. 18:39). La manifestación patente del poder y de la gloria de Dios en su favor, hizo que el espíritu de Elias se remontara en una nube eufórica de diáfano éxtasis religioso. Pero luego, cuando el peso de la realidad humana comenzó a oprimir su alma, el pobre predicador se fue empequeñeciendo bajo la embestida desanimadora del temor, el cinismo y el ridículo de su ego desinflado (cap. 19).

            El pastor debe recordar constantemente que, así como en la parábola del sembrador había diferentes clases de suelo, y que cada una de ellas produjo resultados diferentes, así también las circunstancias frecuentemente son variables, y las reacciones de la gente a menudo imprevisibles. El aplauso del público es un medio demasiado inestable para evaluar la actuación propia. Los “hosanas” de hoy pueden ser nada más que el preludio del “¡crucifícale!” de mañana.

  • La búsqueda de las condiciones ideales. Los pastores, del mismo modo que las demás personas, ceden de vez en cuando a cierto tipo de ilusiones. Se dicen: “Si tan sólo tuviera un presupuesto más amplio, una congregación más adinerada, un edificio ultramoderno, si estuviera bien relacionado, poseyera facilidad de palabra y una personalidad brillante, podría aparecer en primera plana y llevar a cabo cosas maravillosas”. Pero la fría realidad lo arranca de su ensueño y le hace comprender que no es más que una hierba común “que hoy es, y mañana se echa en el horno” (Mat. 6:30).

            Una vez más la parábola enseña que no hay circunstancias ideales, y que “el que al viento observa, no sembrará” (Ecl. 11:4). El sembrador debe predicar “la palabra… a tiempo y fuera de tiempo” (2 Tim. 4:2).

  • La destrucción que sobreviene a mediodía. El mediodía es símbolo de buen éxito. Es al mediodía cuando el sol llega a su apogeo y emite sus rayos más brillantes. “Fulano ha llegado al cénit”, es una expresión común. En el ambiente adventista se dice que ha llegado al “tope”, al punto donde ha alcanzado el grado máximo de jerarquía y remuneración que puede alcanzar un pastor.

            La situación es excelente, excepto cuando el mediodía se transforma en una oportunidad de destrucción (Sal. 91:6). La destrucción sobreviene cuando el ministro se deja avasallar por la apatía mental y espiritual. Este es el momento crítico cuando el proceso del crecimiento va declinando hasta detenerse. En otras palabras, el ministro ya no es más un luchador afanoso. Ahora sigue marchando por la fuerza de la inercia, sus sermones son áridas repeticiones, la atmósfera de la iglesia se torna pesada debido a la complacencia espiritual, la trompeta ha perdido su sonido certero y el pobre hombre tambalea en medio “de todo viento de doctrina” (Efe. 4:14).

            Pluguiera a Dios que cada pastor adventista estuviera hecho de la misma pasta que Moisés, aquel gran predicador, quien aun en el atardecer de su vida “no perdió su vigor” ni “sus ojos nunca se oscurecieron” (Deut. 34:7). Por la gracia de su Señor, no permitió que la “mortandad que en medio del día” destruye diezmara su estatura física y espiritual.

  • La impaciencia de la inexperiencia. Esto se aplica específicamente a los pastores jóvenes y recién iniciados. La juventud se impacienta por el mañana. Los planes de acción son para ella meras “espinas en la carne”. Por lo general, las juntas están formadas por un puñado de “bolas de naftalina” reumáticas cuyas prolongadas deliberaciones demoran el avance hacia el progreso. Así como los siervos de la parábola, los jóvenes desean arrancar la cizaña inmediatamente (Mat. 13:27, 28).

            Bien dirigida y comprendida, esta inquieta energía juvenil alumbrará al mundo y dará impulso a la maquinaria del progreso.

LA BUENA TIERRA

            Es grato comprobar que la parábola del sembrador no acaba con el terreno lleno de espinos, y que la parábola del trigo y de la cizaña no termina en ésta. Por cada terreno “junto al camino”, o pedregoso, o lleno de espinos hay una “buena tierra” que lleva “fruto ciento por uno”. En realidad, la buena simiente jamás se desperdicia. En el tiempo de la siega producirá abundante “trigo”.

            Sin embargo, habrá oportunidades cuando el cielo se oscurecerá, destellarán los relámpagos, bramarán los truenos y el ministro bajará su cabeza acosado por un desánimo pasajero. Habrá ocasiones cuando se sentirá tentado a dudar de que su obra sea digna de todo el empeño que pone en ella. Habrá momentos cuando el bullicio de los “rebeldes” y de la “multitud mixta” lo incitarán a golpear la roca en un arrebato de ira y de frustración. Habrá épocas cuándo llegará al punto de querer arrancar la “cizaña” abruptamente.

            Pero cuando levante nuevamente la cabeza y eche al olvido la oscuridad que lo rodeaba, sus ojos se dilatarán, maravillados y asombrados, cuando vea delante de sí una áurea pradera de espigas ondulantes listas para la cosecha.

            Finalmente recordará con santo gozo que Pablo plantó, “Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios” (1 Cor. 3:6)

Sobre el autor: Pastor en la Asociación Sur de California.