Una persona que piensa, ¿puede ser religiosa? ¿Puede un creyente ser intelectualmente honesto? La fe religiosa, ¿tiene evidencias? Y si las tiene, ¿son importantes? ¿Podemos creer en algo aunque no tenga sentido?

 Todos estos interrogantes son muy comunes en los asuntos religiosos porque exponen la relación entre la fe y la razón. A través de los años no hubo otro tema que haya atraído más la atención teológica, ni haya generado las más diversas opiniones eruditas como éste. Pero la erudición. Porque es un asunto de enorme importancia para el individuo. Y, a su vez, es inevitable. Tarde o temprano el cristiano enfrentará este interrogante.

 De acuerdo con la Biblia, el elemento más importante de la religión es la fe. Sin fe es imposible agradar a Dios (Heb. 11: 6). Y la fe es la condición indispensable para la salvación del hombre; es el único medio por el que recibimos la gracia salvífica de Dios (Rom. 3: 28; Gál. 3: 1-9). Pero la Biblia también sugiere que la fe no es algo que recibimos fácilmente. Si bien Jesús dijo que aun cuando una cantidad infinitesimal de fe podía mover montañas (Mat. 17: 20), también se preguntó si encontraría algo de fe cuando regresara a este mundo (Luc. 18: 8).

 Todas estas descripciones bíblicas arrojan luz sobre el problema que nos concierne ahora. Por un lado, la fe es extremadamente importante; por el otro, no es fácil obtenerla. Y si nunca resultó fácil creer, el desafío de nuestro tiempo lo torna más difícil todavía. En las conocidas estrofas de “Dover Beach”, el poeta británico Matthew Arnold examina el “mar de la fe” y describe vívidamente su “rugido remoto, melancólico, prolongado’’.[1] El siglo diecinueve trajo aparejados cambios tremendos en el modo como la gente concebía el mundo, y Arnold temía que el impacto de estos cambios también llegara al campo de la religión.

 Lo que el poeta veía que sucedía en grandes sectores de la sociedad victoriana, se repite actualmente en el nivel individual de la experiencia de muchos cristianos. Poco a poco, como en el menguar de la marea, la fe se va escurriendo del planeta, hasta que, finalmente, lo que una vez fue un compromiso religioso da lugar a las estériles arenas de la duda y la incredulidad.

La educación enfatiza la fe

 A causa de que las personas educadas con frecuencia tienen esta experiencia, algunos consideran que la educación superior, inevitablemente, erosiona la fe. Concluyen que una persona tiene que elegir entre la investigación intelectual honesta y la genuina consagración a Dios.

 Por supuesto, éste es un punto de vista extremo, aunque es cierto que la educación superior puede ejercer una presión considerable sobre el compromiso religioso. Hay vahos factores que intervienen. Uno es el conflicto entre los enfoques científicos convencionales y ciertas creencias religiosas. Lo que cree la mayoría de los eruditos en ciencias tales como la biología, la zoología y la geología en cuanto a la edad de la tierra y a los orígenes de la vida, contradice los enfoques tradicionales que los cristianos tienen de pasajes como Génesis 1-3. Y son muchos los eruditos de las ciencias humanas que aceptan el enfoque naturalista de la religión. Sostienen que las creencias religiosas surgen de diferentes influencias psicológicas y sociológicas, y no de lo sobrenatural o de la realidad divina.

 En verdad, posiblemente sea acertado decir que Dios no funciona como un factor explicativo en ninguna empresa científica actual. Si al científico típico se le preguntara en cuanto al lugar que Dios ocupa en sus investigaciones, sin duda ofrecería como respuesta una versión de la famosa declaración de Laplace: “No necesito esa hipótesis”.[2]

 Otro factor que ejerce presión sobre la fe es la “ética de creer” que prevalece en el mundo moderno. Percibimos esta ética en declaraciones como las que a continuación extraemos de los escritos de David Hume y W. K. Clifford: “El sabio… adecúa su fe a las evidencias”;[3] “siempre es erróneo, en todo lugar, y para toda persona, creer algo sobre una base insuficiente”.[4] De acuerdo con este ideal racional, una persona intelectualmente responsable siempre fundamentará sus creencias en una evidencia apropiada, y no emitirá juicio hasta que las consiga.

 Estos efectos de la ética sobre la fe se perciben fácilmente. Son notoriamente escasas las evidencias existentes para las creencias religiosas. A diferencia de las proposiciones científicas, que se procura que estén fundamentadas sobre una cuidadosa evidencia empírica abierta al examen público, las convicciones religiosas son enormemente personales y, a menudo, no resisten la investigación. Esta es la razón por la que muchas personas cuestionan su validez.

 Algunos toman las afirmaciones religiosas seriamente, pero insisten en que no hay evidencia para sostenerlas. Bertrand Russell, el gran agnóstico, sostenía este enfoque. En cierta ocasión, alguien le preguntó que haría si cuando muriera descubriese que Dios existe, y si Dios mismo le preguntara entonces, por qué nunca había creído en Él. ¿Qué le iba a responder? Russell respondió: “Le diría: ‘¡No tuve suficiente evidencia! ¡No tuve suficiente evidencia!’ ”.[5]

 Otros adoptan la posición de que las creencias religiosas no merecen ser consideradas en absoluto. A lo sumo, son un asunto privado o una opinión personal, pero no se encuentran entre las creencias establecidas de los seres pensantes.

Respuestas imperfectas ante la presión

 Las personas que crecieron protegidas por un ambiente religioso enfrentan esta clase de presiones durante su educación profesional, a menudo reaccionan de una de tres maneras posibles. Algunos capitulan, otros las desafían y hay quienes intentan ignorarlas. La primera respuesta es racionalista. Los racionalistas aceptan la ética de creer que ya describimos. Insisten en que todas las afirmaciones fidedignas se deben fundamentar en las más altas normas de evidencia y, a causa de que según el juicio de ellos las creencias religiosas no satisfacen estas normas, las desvirtúan y las consideran insostenibles, por lo que para ellos, la religión no tiene un significado personal.

 El fideísmo es una posición diametralmente opuesta a la respuesta racionalista.[6] Los fideístas reaccionan al desafío del pensamiento moderno aislando sus creencias religiosas de la investigación intelectual. A menudo minimizan el significado del desafío, a veces ridiculizándolo, pero nunca intentando darle una respuesta. La posición del fideísta es: “Dios dijo algo; yo lo creo y punto”.

 Una tercera posición ante la presión racional sobre la fe es más social que intelectual. Muchos cristianos tienen serias reservas en cuanto a las creencias religiosas con las que crecieron, aunque, de todos modos, mantienen fuertes vínculos con la iglesia. Por diferentes razones no están dispuestos a dañar esa relación que los une a la comunidad religiosa de sus años pasados. A estas personas podríamos catalogarlas como “cristianos comunales”.

 Los “cristianos comunales” participan de las actividades de la iglesia y la apoyan financieramente. A menudo ocupan cargos eclesiásticos. Es típico que eduquen a sus hijos en colegios denominacionales. Pero la experiencia religiosa que tienen manifiesta un fuerte elemento nostálgico. La fe personal y vibrante es algo que recuerdan del pasado, pero no es una posesión presente. Tienen muchas dudas en cuanto a las enseñanzas de las iglesias, y como respuesta intentan ignorarlas.

 Cada una de estas posiciones atrae a ciertas personas, y cada una tiene sus dificultades peculiares. Pero los tres enfoques descansan sobre la idea de que las creencias religiosas no pueden reconciliarse con una actividad intelectual seria. Esta es la razón por la que quienes sostienen estos enfoques tienen que elegir entre la fe y la razón, o, lo que también pueden hacer, es guardarse el conflicto para sí mismos, a fin de que sus vidas no se disocien.

 Las consecuencias de esta conjetura son asombrosas. Si es que la fe y la razón son básicamente incompatibles, entonces los seres pensantes no pueden ser cristianos, a menos de que puedan aislar, de algún modo, sus vidas espirituales de la actividad intelectual.

 Los cristianos íntegros no pueden aceptar las opciones que hemos descrito. Si la fe ha de sobrevivir en el mundo moderno como una fuerza vital en las vidas humanas, debe haber un modo de relacionarla con la razón para que no nos fuerce a elegir entre las dos. El propósito de esta discusión es describir esta alternativa. Y, por supuesto, que esto no lo podemos hacer adecuadamente en los límites de un artículo breve. Pero podremos ser capaces de captar lo suficiente como para que nos ayude a evitar algunos de los errores más catastróficos que a menudo se cometen en este campo.

 El tema de la fe y la razón lo podemos encarar de dos modos posibles. Podemos comenzar con la razón y preguntar en cuanto a la fe, o podemos comenzar con la fe y preguntar en cuanto a la razón. El primer enfoque es típico de la filosofía. Los filósofos creen en la validez de la razón; para ellos el problema está en el estatus de la fe. Sin embargo, para los cristianos, el segundo enfoque es más apremiante. Al asumir la validez de la fe, ¿cómo podríamos pensar en su relación con la razón?

En una discusión de esta naturaleza, es crucial el significado de los vocablos. Una exploración de los diferentes significados de fe y razón fácilmente pueden llenar un libro. En las siguientes observaciones utilizaré ampliamente estas expresiones. La fe se refiere, en general, a la experiencia religiosa, o a la experiencia cristiana, e incluye tanto elementos de fe como de confianza en Dios. La razón se refiere a la actividad intelectual en general, y más específicamente al proceso de investigación metódica y consciente de sí misma.

Unamos la fe y la razón

 Para adquirir una adecuada comprensión de fe y razón, debiéramos rechazar desde el principio cualquier intento de mantener alejadas a ambas. En el nivel práctico, es imposible evitar pensar seriamente en cuanto a las creencias religiosas, si es que de algún modo nos preocupan. En un nivel más importante, podemos afirmar que el intento de divorciar a la fe de la razón afecta a ambas experiencias.

 La integridad intelectual involucra una disposición a someter todas nuestras creencias a la investigación racional. Una persona que examine algunas de sus creencias pero no otras, es como quien transgrede unas pocas leyes. Básicamente, es irresponsable. Por lo tanto, no podemos ser intelectualmente responsables si aislamos nuestras creencias religiosas de la consideración seria.

 Algo más importante, si tratamos de eximir a la fe de la reflexión cuidadosa podríamos desvirtuar su naturaleza. Hay varios factores que indican que la razón desempeña un papel muy importante en la experiencia religiosa. En primer lugar, la genuina consagración involucra el ser total, incluyendo las facultades cognoscitivas o intelectuales. Para Jesús, el precepto central de la Ley es el mandamiento que dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mat. 22: 37). Según Elena de White, esto impone a los cristianos “la obligación de desarrollar el intelecto hasta su máxima capacidad, para que podamos conocer y amar a nuestro Creador con todo el entendimiento”.[7] Por lo tanto, lo que a veces denominamos “amor intelectual” por Dios, es una parte integral de la genuina consagración religiosa.

 En segundo lugar, hay personas que a menudo dicen que el cristianismo real es asunto práctico, y que lo que uno hace es más importante que lo que uno cree, pero el cristianismo práctico presupone ciertas creencias, y no podemos ignorarlas sin que se produzca un colapso en la estructura básica de la experiencia religiosa.

 También es significativo que desde sus comienzos los cristianos argumentaron en favor de sus doctrinas, y no solamente afirmaron que eran verdaderas, sino que además sostuvieron que eran dignas de crédito. Insistieron en que el cristianismo era muy superior a los otros enfoques alternativos. Pablo recorrió todo el Imperio Romano, afirmando ante judíos y gentiles que Jesús era el Mesías (Hech. 18: 5) y que era la verdadera revelación de Dios al hombre (Hech. 17: 30, 31). Y Pedro apeló a los cristianos para que siempre estuvieran listos a dar razón de la esperanza que había en ellos (1 Ped. 3: 15).

 Estas consideraciones dejan en claro que no debemos separar la razón de la fe. La comprensión, o la creencia inteligente, desempeña una función importante en la religión.

La razón ayuda a la experiencia religiosa

 ¿De qué modo, entonces, la razón puede contribuir a la experiencia religiosa? En primer lugar, nos puede ayudar a preparar el camino para la fe. Y, en segundo término, una vez que la fe está presente, la razón la puede ayudar a crecer.

 Con frecuencia, los individuos no toman decisiones religiosas porque hacerlo sería impopular en el círculo social donde se mueven, o porque involucra un grado de inconveniencia personal. Otros fueron disuadidos por encuentros desafortunados que tuvieron con las instituciones religiosas y, posiblemente, con ciertos religiosos. Pero al margen de todos estos factores, los obstáculos intelectuales impiden que muchas personas tomen decisiones religiosas.

 Por ejemplo, siempre ha sido difícil reconciliar la realidad de Dios y la inocultable e impresionante presencia del mal en el mundo. Y, como ya vimos, ciertas afirmaciones bíblicas resultaron difíciles y problemáticas a la luz de la ciencia actual. Recientemente, la gente llegó a considerar que las creencias religiosas eran solamente el producto de una condición social determinada o una forma de expresar ciertas necesidades psicológicas. Todas estas dificultades ponen en tela de juicio a la fe y a las afirmaciones cognoscitivas involucradas en el compromiso cristiano. Si alguien tiene interrogantes serios en estos aspectos, debiera abordarlos antes que la fe pueda llegar a ser una posibilidad real.

 Al ayudar a que la persona responda a desafíos como éstos, la razón puede preparar el camino para la fe. Presenta a la fe como razonable y, por lo tanto, responsable, al establecer la credibilidad de sus contenidos intelectuales.

 La razón también desempeña un papel dentro de la experiencia religiosa. Y así como el amor por alguien hace que aprendamos más en cuanto a la persona amada, el amor a Dios despierta el deseo de aumentar nuestro conocimiento de Él, para descubrir nuevas facetas de la verdad. La Biblia a menudo enfatiza en la importancia del crecimiento intelectual en la vida cristiana. El libro de Hebreos, por ejemplo, se lamenta del fracaso de sus lectores en avanzar más allá del mero aferrarse rudimentariamente a la Palabra de Dios, y los invita a avanzar con madurez (Heb. 5: 11-6: 1). Y en su carta a los colosenses, Pablo expresa el deseo de “alcanzar todas las riquezas de pleno entendimiento” (Col. 2: 2).

 Además de contribuir con nuestro conocimiento, la razón se suma a la vida de fe ayudando a los cristianos a resolver las dudas y los problemas que a veces surgen. En una cuidadosa referencia en cuanto a la experiencia cristiana, Elena de White se refiere a esta función de la razón. Sostiene que muchos tienen problemas con las sugerencias del escepticismo; que no ponen su fe en las Escrituras. Afirma que “Dios nunca nos pide que creamos sin darnos suficiente evidencia sobre la cual fundar nuestra fe. Su existencia, su carácter, la veracidad de su Palabra, todas estas cosas están establecidas por abundantes testimonios que apelan a nuestra razón”.[8] Por lo tanto, la razón puede otorgar mayor durabilidad a la creciente experiencia religiosa.

 De este modo, la razón hace importantes contribuciones a la religión. Es la que puede preparar el camino para la fe, y puede aumentar nuestra experiencia religiosa una vez que nosotros hayamos creído. Pero, aunque la razón está íntimamente relacionada con la fe, necesitamos cuidarnos de exagerar sus logros, porque tiene notorias limitaciones.

Más allá de los límites de la razón

 Nos hemos concentrado en la dimensión cognoscitiva de la fe. Ya enfatizamos que el compromiso involucra creer o conocer ciertas cosas. Esta es la causa por la que la actividad intelectual es importante para la religión, de modo que cualquier intento de separar la razón de la fe finaliza en un desastre espiritual. Pero no debiéramos concluir sosteniendo que la fe es algo puramente racional, o que la religión sólo es creer. La fe también tiene otras cualidades, y ellas hacen difícil el panorama. En forma particular, éstas reclaman que reconozcamos los límites de la razón.

 La fe debe dominar continuamente a la duda. La evidencia para la fe nunca es irresistible. No creer siempre será una opción; siempre tendrá cierto grado de apoyo. Citamos nuevamente a Elena de White para recordar que “Dios no ha quitado nunca la posibilidad de duda… Quienes quieran dudar tendrán oportunidad, mientras que los que realmente deseen conocer la verdad, encontrarán abundante evidencia sobre la cual basar su fe”.[9] Por este motivo, la fe siempre tiene una cierta cualidad “a pesar de”; sostiene sus creencias “a pesar de” los pastores que hacen que creer sea difícil.

 Una característica relacionada de la fe es la confianza total que despliega. A partir de la evidencia disponible, varios filósofos concluyeron que la existencia de Dios es “probable”.[10] Pero la fe hace más que afirmar que Dios probablemente existe. La fe es la confianza completa, la certeza absoluta de que Dios es real. Los que tienen fe no limitan su confianza en Dios al nivel en el que hay evidencia disponible; van más allá de ese límite para confiar sin reservas y completamente en Dios.

 En alguno de los casos clásicos de fe, es sorprendente el contraste entre la evidencia y la confianza. Generalmente, pensamos en Job como un ejemplo destacado de la fe porque mantuvo su confianza en Dios a pesar de todos sus sufrimientos. De un modo semejante, Abrahán confió en Dios aunque recibió la orden de sacrificar a Isaac. La persona que tiene fe confía en Dios aun cuando las evidencias parezcan demostrar que Dios es indiferente a sus problemas.

 No debiéramos exagerar este aspecto de la fe. Sería un error concluir que la fe automáticamente se vuelve más fuerte cuando la evidencia que la favorece es más débil. Esto nos conduciría a una conclusión absurda como, por ejemplo, creer que la más alta manifestación de la fe es creer hasta en lo ridículo. De todos modos, hay una tensión en la fe. Y siempre tiene una base de evidencia, pero, también, siempre va más allá de la evidencia.

 La explicación de esta tensión se encuentra en que la fe es una decisión personal. Es una expresión de la libertad que involucra tanto a la voluntad como a la mente. No importa cuánta sea la evidencia que tenemos, el hecho que tengamos fe en Dios o no dependerá siempre de nosotros.

 Y siendo que en parte todo depende de la voluntad, la fe no puede ser forzada o generada. En su fervor por demostrar que la religión es razonable, la gente a veces habla de la fe como si fuera el producto de una investigación racional, el resultado de un estudio, una respuesta automática ante determinado estímulo, o la conclusión lógica a un argumento. Esto es erróneo. Si bien puede contribuir con la fe de modos significativos, la razón sola nunca podrá conducirnos directamente a la fe.

 Hay diferentes factores que limitan la posible contribución de la razón a la fe. Uno, es el que ya mencionamos: la fe involucra libertad. Si la fe fuera la única posibilidad, si la razón nos dejara sin ninguna otra opción, entonces nuestra fe no podría representar una respuesta personal al amor de Dios. Sencillamente admitiría lo obvio.

 En segundo lugar, si la fe fuera el producto de la razón humana, no podría ser una respuesta a la gracia divina. Antes bien, sería una conquista humana, una forma de justicia intelectual por las obras. Y si la fe fuera el producto de la razón, el calibre de las actividades intelectuales de una persona estaría determinado por la calidad de su fe. Por lo tanto, los que son jóvenes o no tienen una educación superior, tendrían una calidad de fe muy pobre. Sin embargo, a menudo éstas son las personas cuya fe es más fuerte.[11]

 Finalmente, debemos reconocer que son pocas las personas que encuentran fe en un deliberado proceso de investigación. Por ejemplo, las famosas pruebas de la existencia de Dios son notoriamente inefectivas para producir conversiones religiosas. Mas bien, las personas encuentran fe por medio de formas no racionales, a saber: la sutil influencia de otras personas, las emociones que acompañan ciertas experiencias, o aun las vagas impresiones de las que no son plenamente conscientes. Jesús lo expresó así: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3: 8).

 Estas consideraciones nos impiden exigir demasiado de la razón. Y si bien la razón puede contribuir de maneras muy importantes con la fe, los orígenes de la fe son inescrutables. La fe nunca será el último paso de un ejercicio lógico.

 Como resumen de nuestras observaciones, digamos que por naturaleza la experiencia religiosa es rica y complicada. Consecuentemente, no debiéramos esperar de la razón ni muy poco ni demasiado. Hay una evidencia racional para nuestras creencias religiosas, pero el espectro de ella es limitado. La fe siempre cree más de lo que razón puede establecer plenamente.

 De un modo similar, la razón puede remover obstáculos a la confianza personal en Dios, y cuando la fe ya está presente, la razón puede ayudarla a crecer. Pero no puede conducir a alguien en todo el camino que media entre la incredulidad y el compromiso religioso. Sostenemos que la fe es razonable, aunque no necesariamente razonada. La fe involucra a la razón, pero no está limitada a ella.

La relación con la duda

 Este enfoque de la fe y la razón tiene importantes implicaciones prácticas. Al concluir veamos cómo puede ayudarnos a que nos relacionemos con el intrincado problema de la duda.

 Cuando la reflexión seria parece que nos deja con más interrogantes que respuestas en cuanto a la religión, haríamos bien en recordar ciertas cosas. Como ya notáramos, dado que la religión va más allá de la evidencia disponible, siempre posee un cierto grado de incertidumbre o de riesgo. Además, hay un elemento de misterio en cada relación importante, no sólo en nuestra relación con Dios. Por lo tanto, no debiera sorprendernos el hecho de descubrir una medida de duda aun en la experiencia religiosa más poderosa.

 Esto nos sugiere un segundo aspecto. Si individuos como Abrahán y Job -notables ejemplos de fe- lucharon con la duda en su relación con Dios, entonces es posible que también nosotros manifestemos nuestros interrogantes religiosos dentro del marco de la vida de fe. No debiéramos poner nuestra fe en la bodega, o aislarnos de los demás cristianos hasta que hayamos respondido a todas nuestras preguntas. El examen de lo que creemos puede ser parte de nuestra experiencia religiosa y no significa que esté llegando a su fin.

 Quizá lo más importante de todo, es que necesitamos recordar que la respuesta satisfactoria a los interrogantes religiosos a menudo surge de la acción antes que de la reflexión. La prueba final de la fe cristiana no es intelectual, sino práctica. Mucho más importante que poder explicar nuestras creencias o no es si podemos vivirlas o no.

 En cierta ocasión un aspirante a cristiano preguntó a Blas Pascal cómo podría obtener fe. Este respondió aconsejándole que se asociara con los creyentes y que adorara y orara junto con ellos; en resumidas cuentas, que actuara como si ya tuviera fe. Pascal creía que a la experiencia de la fe seguirían las palabras y los actos de la consagración.

 En su ensayo Is Life Worth Living?, William James dijo: “Cree que la vida merece vivirse, y tu creencia te ayudará a crear el hecho”.[12]

 Como ya dijimos en este artículo, en la vida cristiana hay lugar para el pensamiento serio y responsable. Pero la reflexión sólo puede ayudar un poco. Llegó el tiempo de actuar. La investigación cuidadosa puede demostrar que la fe es una elección razonable, pero no puede probar que es la elección correcta. Sólo el ejercicio de la fe, el mismo acto de consagración, es el que puede manifestarlo.

Sobre el autor: es profesor de teología en la Universidad de Loma Linda, California, Estados Unidos.


Referencias:

[1] Helen Gardner, ed., The New Oxford Book of English Verse (Nueva York, Oxford University Press, 1972), pág. 703.

[2] Citado por Hans Küng, Does God Exist? An Answer for Today (Nueva York, Vintage Books, 1981), pág. 92.

[3] Edwin A. Burtt, ed., “An Enquiry Concerning Human Understanding”, The English Philosophers from Bacon to Mill (Nueva York, The Modern Library, 1939), sección X, parte 1, pág. 653.

[4] William Kingdon Clifford, “The Ethics of Belief”, citado en Leslie Stephen y Frederick Pollock, Lectures and Essays (Londres, Macmillan and Co., 1879), t. 2, pág. 186. Wesley Salmón, “Religion and Science: A New Look at Hume’s Dialogues”, Philosophical Studies, 33 (1978): 1976, citado en Alvin Platinga y Nicholas Wolterstorff, Faith and Rationality: Reason and Belief in God (Notre Dame, Notre Dame University Press, 1983), pág. 18.

[5] Wesley Salmón, “Religión and Science: A New Look at Hume’s Dialogues”, Philosophical Studies, 33 (1978): 1976, citado en Alvin Platinga y Nicholas Wolterstorff, Faith and Rationality: Reason and Belief in God (Notre Dame, Notre Dame University Press, 1983), pág. 18.

[6] De la palabra latina fides, fe.

[7] Elena de White, Palabras de vida del gran Maestro (Mountain View, California, Pacific Press Pub. Assoc., 1979), pág. 268.

[8] Elena de White, El camino a Cristo (Buenos Aires, Casa Editora Sudamericana, 1985), pág. 106.

[9] Ibid.

[10] Por ejemplo, véase Richard Swinbume, The Existence of God (Nueva York, Oxford University Press, 1979)

[11]  Jesús se refirió a los niños como ejemplo de los que entrarán en el reino de Dios (Mar. 10:14), y se maravilló por la fe manifestada por la mujer cananea (Mat. 15: 21-28).

[12]  The Will to Believe and Other Essays in Popular Philosophy (Nueva York, Dover Publications Inc., 1956), pág. 62.