“Apacienta mis ovejas”. Existe una tarea. Hay una misión, y se la debe realizar. Pero antes de la orden viene la pregunta:”¿Me amas?”
Ese encuentro de Jesús con sus discípulos, que cuenta Juan en el capítulo 21 de su Evangelio, contiene lecciones extraordinarias para todos los pastores. ¿Quién no se sintió triste alguna vez por haberle fallado a Jesús? ¿Quién no sintió el peso de la culpa debido a un tropiezo? ¿Quién no sintió en algún momento el martillo de la conciencia golpeando con esta frase?: Defraudaste al Señor”.
Ese encuentro en la playa fue una de las últimas conversaciones de Jesús con ese grupo de pastores que enviaría al mundo. No hubo mucha teoría en ese encuentro; fue una reunión en la que se trataron asuntos prácticos de la vida. En esa ocasión Jesús reveló el secreto de un ministerio feliz y productivo.
Admiro la forma sencilla como Jesús enseñaba profundas verdades. Por más que estudie los Evangelios, no logro verlo perdido en una maraña de argumentos ni filosofías. Para él la vida era sencilla; el evangelio no tenía complicaciones; y la misión era directa y sin rodeos. En esa mañana el Maestro llamó aparte al que, entre los once restantes, tal vez peor se sentía, y le preguntó tres veces: “Pedro, ¿me amas?” El intrépido Pedro no esperaba esa pregunta. Estaba aguardando la más dura reprensión, y ciertamente la merecía. Sabía lo que había hecho. El canto del gallo, la triste noche de la detención de Jesús, lo había enfrentado con la fragilidad de sus promesas humanas. La fuerza, la osadía y el valor siempre habían marcado el ritmo de su ministerio; pero, de repente, se hicieron polvo. Después, durante muchos días, intentó inútilmente borrar los recuerdos de su traición.
Entonces estaba allí, delante del Maestro, mirando el suelo, avergonzado, humillado y triste. Podía esperar cualquier cosa menos esa pregunta llena de amor: “Pedro, ¿me amas?” No era eso lo que él esperaba. Que Jesús le diera una nueva oportunidad de decirle cuánto lo amaba, a pesar de su derrota y su traición, era demasiado para ser verdad. Pero la pregunta se repitió una segunda y una tercera vez. Entonces el discípulo entendió lo que Jesús estaba tratando de decirle. El verdadero servicio y la auténtica productividad sólo se pueden construir sobre el amor.
“La pregunta que Cristo había dirigido a Pedro era significativa. Mencionó sólo una condición para ser discípulo y servir. ¿Me amas?’, dijo. Esta es la cualidad esencial. Aunque Pedro poseyera todas las demás, sin el amor de Cristo no podía ser pastor fiel sobre el rebaño del Señor. El conocimiento, la benevolencia, la elocuencia, la gratitud y el celo son todos valiosos auxiliares en la buena obra; pero sin el amor de Jesús en el corazón, la obra del ministro cristiano fracasará seguramente”, dice Elena de White en El Deseado de todas las gentes, página 753.
“Apacienta mis corderos”, “Pastorea mis corderos”, “Apacienta mis ovejas”. Esas eran órdenes de marcha y servicio. Existe una tarea. Hay una misión, y se la debe realizar. Pero antes de la orden viene la pregunta: “¿Me amas?” Es trágico el ministerio del que se atreve a servir sin haber experimentado el amor de Cristo. Pero también es trágico el ministerio del que se deleita en el amor y se olvida de la misión. “La primera tarea que Cristo le confió a Pedro cuando lo restauró en el ministerio fue apacentar los corderos. Era una tarea en la que Pedro tenía poca experiencia… Pero esa fue la obra para la que Cristo lo llamó entonces. Para eso lo preparó su propia experiencia de sufrimiento y arrepentimiento”
Un mes después de ese encuentro con el Maestro, Pedro, el discípulo perdonado, transformado y con un concepto correcto de su servicio, pudo bautizar a tres mil personas. Los números no eran la razón de su ministerio; formaban parte de su vida de servicio, motivada por el amor del Maestro
¡Qué manera extraordinaria de encarar la obra pastoral! ¿Por qué será que a veces nos parece difícil entender un asunto tan sencillo?
Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.