La convicción del llamado divino está dormida en algún rincón del corazón desde que nacemos. Algunos se dan cuenta de ella bastante temprano, cuando comienzan a tener conciencia de las cosas de la vida. A otros les toma más tiempo, y pueden llegar a confundirse. Un día, sin embargo, descubren repentinamente que Dios los había llamado al ministerio cuando todavía estaban en el vientre de su madre.

     Algo es cierto y debe ser común a todo ministro del Señor: no es posible formar parte del ministerio pastoral sin una profunda convicción del llamado divino. Algunos lo hacen, pero la tarea llevada a cabo por esos pastores siempre estará vacía, sin contenido, desprovista de sentido.

     El problema surge cuando nos preguntamos: “¿Para qué soy pastor?” ¿Cuál es la razón de mi ministerio? ¿Adónde voy? ¿Qué actividades ocupan la mayor parte de mi tiempo, de mis energías, o están en el tope de la lista en mi agenda?

     Si en cualquier actividad de la vida es necesario que alguien sepa para qué la está desarrollando, en el ministerio pastoral eso es indispensable. El agricultor vive para sembrar, cultivar y cosechar. En el momento de sembrar necesita abono. El peligro que corre es que se ponga a fabricar abono, olvidándose de que su verdadera función es sembrar, cultivar y cosechar.

     La función del panadero es hacer pan. Para eso necesita harina que proviene del trigo. El peligro del panadero es que se dedique a sembrar trigo con el fin de conseguir harina más barata, olvidándose de que su función específica es hacer pan.

     Quiero ser más realista todavía. El gran peligro que amenaza al panadero es que se preocupe tanto del aspecto físico de su panadería, del terreno en que se encuentra, de los vidrios de las ventanas, de los estantes, del letrero con el nombre de la panadería, que descuide su verdadero trabajo, que es hacer pan.

     ¿Cuál es la misión del pastor? Es posible que cuando lo ordenaron al ministerio alguien le haya leído, como parte de su comisión, el texto de Ezequiel 33:7 y 8: “A ti, pues, hijo de hombre, te he puesto por centinela de la casa de Israel: tú oirás la palabra de mi boca y los amonestarás de mi parte. Cuando yo diga al impío: ¡Impío, de cierto morirás?, si tú no hablas para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su pecado, pero yo demandaré su sangre de tu mano”.

   Seguramente también le leyeron el pasaje de la segunda carta de Pablo a Timoteo: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su Reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, re- prende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (4:1, 2).

     Algunos verbos conjugados de modo imperativo se destacan en este versículo. Quiero resaltar la palabra “instes” En el original griego es efístemi. La primera acepción de ese término es “permanecer cerca”. La versión inglesa de Williams dice: “Permanece en eso a tiempo y fuera de tiempo”.

     En otras palabras, usted es pastor para efístemi, con el fin de permanecer predicando, y ganando hombres y mujeres para Cristo, a tiempo y fuera de tiempo. Teniendo en mente este pensamiento, reflexione consigo mismo cuánto de lo que hace durante el día está orientado definidamente a la conducción de gente hacia el reino de Dios por medio del bautismo.

     Es común y fácil pensar que todo lo que el pastor hace tiene que ver con la misión de la iglesia. Sin embargo, repito la pregunta: ¿Cuánto de lo que usted hace cada día está orientado definidamente a la conversión de la gente? No digo paralelamente”, ni “globalmente” ni mucho menos en cierto sentido”. Me refiero a “definidamente”.

     Pregúntese a sí mismo, por ejemplo, si en este momento usted tiene una lista de todos los interesados en el mensaje adventista, y de miembros de iglesia en perspectiva. ¿Se interesa usted personalmente en el crecimiento de esas personas, aunque no sea directamente el encargado de prepararlas para el bautismo?

     Recuerde: la misión de la iglesia es predicar el evangelio a todo el mundo. Somos una iglesia que nació para evangelizar. Y nosotros, como pastores, jamás debemos olvidar que formamos parte de esta iglesia y estamos directamente implicados en ayudarla a cumplir su misión. Es fácil olvidarse de la misión de la iglesia y pasamos la vida atendiendo detalles necesarios, pero que no son el motivo de su existencia.

     Nosotros, como pastores, y la iglesia, existimos para conducir a hombres y mujeres a Cristo.

Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana.