Un pastor que visita los hogares forma a un pueblo que visita la iglesia.” Esta declaración de Tomás Chalmers está respaldada por su propia experiencia. Durante la última parte de la segunda mitad de su vida, figuró como uno de los predicadores y pastores más poderosos de la Iglesia Presbiteriana. En su juventud, Chalmers no hizo nada notable como pastor, ni en el púlpito ni en el cuidado de sus feligreses. Según declara su yerno y biógrafo, “las tareas de la iglesia preocuparon poquísimo al Sr. Chalmers durante los primeros siete años de su ministerio desempeñado en Kilmany (su primer puesto)… Se dedicaba a la oración únicamente cuando se lo invitaba a hacerlo. Empleaba dos o tres semanas al año para visitar a sus feligreses… Trataba muy poco con el grueso de los miembros.
“En general… el ministerio del Sr. Chalmers era impopular e ineficaz, su iglesia contaba con poquísima asistencia, y su ministerio privado producía resultados insignificantes. Pero se produjo un cambio, y con él, una completa alteración en el cumplimiento de todos los deberes ministeriales. El cuidado espiritual y la atención de sus feligreses pasaron, del relegamiento en que habían permanecido hasta entonces, a un lugar de visible importancia… (Después de una enfermedad transformadora) el primer empleo que dió a las fuerzas que recuperaba… fué para visitar a todos los enfermos, los moribundos y los afligidos de su iglesia… Con frecuencia bastaba una breve visita suya para arrojar raudales de luz sobre el entendimiento o para derramar un río de consuelo en el corazón.”
1. Los efectos del cuidado pastoral, A partir de entonces, en el distrito rural de Kilmany y en el centro de Glasgow, Chalmers se superó como predicador y pastor.
Cualquier ministro que se encuentre perplejo ante el problema de cuidar una vasta congregación esparcida en una extensa área sin iglesias, debiera estudiar los métodos empleados por Tomás Chalmers. El confiaba en alto grado en sus colaboradores, los dirigentes laicos. Pero más que nada debiera prestarse atención al espíritu que animaba a este pastor. Cuando Chalmers estaba en el pináculo de la gloria como el predicador más poderoso de sus días, dijo lo siguiente acerca de la clase de prestigio que perseguía: “La popularidad del corazón es la única popularidad por la que vale la pena luchar—la popularidad que se gana en el seno de los hogares y junto al lecho de los moribundos.”
Otro testimonio orientador es el del Decano Carlos R. Brown, de la Universidad de Yale: “Los ministros de más éxito que yo haya conocido, o de los que haya oído hablar, del este y el oeste, del norte y el sur, han sido poderosos en la visitación pastoral.” A continuación nombra algunos gigantes del pasado, y dice de ellos: “Todos estos hombres fueron activos visitadores de su pueblo. ¿Esas iglesias habrían alcanzado su gran influencia mediante cualquier otro método de cuidado pastoral? ¿Podría alguien nombrarme una iglesia poderosa, estable, floreciente, generosa y espiritual, de nuestro tiempo, en la que no se haya efectuado una labor pastoral digna de mencionarse durante los últimos diez años? Yo no conozco ninguna.”
2. Algunas variedades de iglesias anémicas. El progreso de la obra en un país dado y en el extranjero depende mayormente de la condición de la religión imperante en cada iglesia. Con algunas excepciones, esa condición no ha sido del todo satisfactoria. Recientemente se ha observado en algunos sectores un movimiento de progreso espiritual. Con todo, todavía queda mucha tierra que poseer antes de que la voluntad de Dios se haga plenamente en más de una iglesia local. ¿De qué manera desea él que se remedie tal situación? Mayormente a través de la obra pastoral. Según lo dijo Crisóstomo en la antigüedad, “un hombre inspirado con celo santo basta para enmendar a todo un pueblo”
Consideremos otros casos. Hace poco un ministro fué a trabajar a una iglesia dividida. Al principio quiso predicar, pero pronto vió que podía ganar los corazones de la gente en sus hogares. Haciendo caso omiso de la escisión ocurrida bajo uno de sus predecesores, y de la resquebradura acaecida bajo otro de ellos, el nuevo ministro inició un intensivo programa de visitas. Conjeturó que uno de los pastores anteriores había sido el digno esposo de una mujer dominadora, y que el otro había errado su vocación. Sin preocuparse del estado de tirantez que imperaba, el ministro recién llegado salía y entraba libremente entre sus feligreses. No transcurrió mucho tiempo antes de que el santuario comenzara a llenarse. No atrajo a los miembros mediante su predicación, aunque procuró alimentarlos bien cuando llegaban hasta la casa de Dios.
Otro pastor se hizo cargo de una iglesia descontenta. A primera vista este caso parecería semejante al descrito más arriba. Sin embargo, los miembros no se habían peleado entre ellos, sino que habían perdido la confianza en su iglesia. Parecían considerarla una entidad extraña. Muchos de ellos se alejaron de los cultos, y como consecuencia, las ofrendas disminuyeron. Preferían asistir a otras iglesias que todavía podían “mantener el calor espiritual.” Sin desanimarse a causa de la condición anémica de la iglesia, el nuevo pastor comenzó a visitar con gran entusiasmo a los miembros. Estos pronto respondieron, y se restableció la salud de la iglesia. Si este método falla en un campo normal, hay que buscar la causa en la forma en que se ha seguido el plan.
Generalmente los resultados de la visitación a los hogares no se presentan rápidamente, o no parecen sorprendentes. La reconstrucción de una congregación mediante este método requiere una gran cantidad de trabajo. Puede suceder que la cosecha demore en llegar. Sin embargo, si el hombre de Dios trabaja en un campo cuyos pobladores no asisten a la iglesia y no están convertidos, y si alista buenos colaboradores laicos, puede cantar con una cosecha, que llegará a su debido tiempo si él no desmaya. Entretanto, prosiga su obra en todo el distrito. Aprenda a superarse como visitador. “Un pastor que visita los hogares forma a un pueblo que visita la iglesia.”
¿Qué ministro no anhela ser el pastor de una iglesia espiritual, de una iglesia fraternal, de una iglesia activa? Si es así, ¿por qué han de pensar en mudarse a otro campo? Todos estos ideales pueden convertirse en realidad en una congregación atendida por un pastor que visita los hogares. La asistencia a la iglesia debe constituir únicamente un índice de la salud y el crecimiento espirituales. Aun así, ¿qué ministro no se regocijaría de oír que su pueblo le dice cada sábado de mañana: “Ahora pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado? (Hech. 10:33.)
“Todo lo que el hombre sembrare” en la visitación pastoral, “eso también segará” en la forma de una entusiasta asistencia a la iglesia.
Sobre el autor: Presidente del Departamento de Práctica del Seminario Teológico de Princeton, Nueva Jersey