En el plan de salvación, Dios toma la iniciativa para alcanzar al hombre. Él lo justifica, lo santifica y lo glorifica. Del mismo modo, en el culto, la iniciativa del encuentro con sus criaturas le pertenece a Dios (Éxo. 25:8; Juan 4:23). En el corazón del mensaje apocalíptico hay una invitación divina a la adoración de “aquel que hizo el cielo, la tierra, el mar y las fuentes de las aguas” (Apoc. 14:7).

Comulgar con Dios es, sin duda, un inmenso privilegio. Los adoradores del Antiguo Testamento tenían presente esa realidad, y se los instruyó para que usaran siempre lo mejor en el servicio de adoración. Uno de los elementos del Santuario israelita -el aceite de la unción- se debía confeccionar con las especias aromáticas más finas (Éxo. 30:23-25). Y ¿qué decir de la música? Los que participaban del ministerio musical del templo estaban “instruidos en el canto para Jehová, todos los aptos (los maestros)” (1 Crón. 25:6, 7). Por consiguiente, la música que se ofrecía, ciertamente, no era de calidad inferior.

Estas referencias bíblicas nos recuerdan que, como líderes del culto, necesitamos responder con lo mejor de nuestros recursos y talentos a la amorosa invitación del Señor de rendirle culto. Eso es verdad especialmente cuando pensamos en el peligro de caer en la barabúnda musical que impera hoy en los programas religiosos populares. La música es uno de los dones más destacados que Dios le concedió al hombre y uno de los elementos más importantes de la programación espiritual. Es una de las vías de comunicación con Dios. En la iglesia, debe estar bajo la dirección de gente con criterio bien afinado, y con la misión de preparamos y preparar a un pueblo para la venida de Jesús.

Juan Wilson Fausfini escribió: “El fin de la música en la adoración no es, obviamente, ni teatral ni artístico. El arte perdería su valor si no enalteciera lo espiritual, es decir, su contenido religioso. El arte es sólo un siervo en el servicio del culto, y no su finalidad. Para el cultivo del arte musical, en beneficio del arte mismo, están los teatros. A los ojos de Dios, el corazón, esto es, la verdadera intención del cantor, es muy importante […] Los agudos exagerados, los patetismos sentimentales y aparatosos, y todo lo que llame la atención sobre el cantor mismo, perturban la reverencia y el espíritu del culto” (Música e adoração, p. 24).