Podemos obtener provecho evangelizador de la realización, en la República del Brasil, del campeonato mundial de fútbol.

     Desde que Oscar Bronner publicó, en 1962, un artículo sobre Pablo y los juegos ístmicos,[1] los estudiosos del Nuevo Testamento concuerdan en que la celebración de esos juegos atléticos de la antigüedad tuvo un papel preponderante en la elección de Corinto como parte del itinerario evangelizador del apóstol. Las festividades, caracterizadas por una intensa y ferviente excitación, y acompañadas de ruidosas demostraciones de apego a los placeres de la carne, eran consagradas a Neptuno, el dios del mar y los caballos, y a Palemón, una especie de niño dios venerado por los fundadores de la antigua ciudad. El premio principal era una corona de apio silvestre. A diferencia de los juegos olímpicos, realizados cada cuatro años y lejos de Atenas, en las inmediaciones del monte Olimpo, los juegos ístmicos ocurrían cada dos años, y el trayecto desde Atenas era mucho más rápido, seguro y fácil.

     Desde el año 581 a.C., los juegos de Corinto ya habían sido organizados como un festival de proporciones internacionales. Además de eso, Corinto era considerada el principal destino, en Grecia, para quienes deseaban un tipo de primitivo turismo sexual. Platón,2¿[2] por ejemplo, describió la ironía de que las famosas prostitutas de Corinto eran la propia perdición de aquellos que deseaban triunfar en las competencias atléticas.

     Lucas (Hech. 18:1-18) no da información precisa sobre las razones por las cuales Pablo visitó Corinto. En un pasaje anterior (Hech. 16:9, 10), cuenta que una visión hizo que el apóstol se dispusiera a atravesar la región norte del mar Egeo, a fin de llegar a la provincia romana de Macedonia. Durante su permanencia de 18 meses en Corinto, Pablo tuvo otra visión, que lo exhortó a volverse más agresivo en sus métodos evangelizadores: “El Señor dijo a Pablo en visión de noche: No temas, sino habla, y no calles; porque yo estoy contigo, y ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal, porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad” (Hech.18:9, 10).

     La larga duración del período en el que permaneció en la ciudad determina un 75% de probabilidad de que el apóstol haya presenciado el espectáculo deportivo en la primavera del año 51. Además de eso, al escribir a los corintios, Pablo hace referencias específicas a las carreras y al pugilismo, importantes modalidades de los juegos ístmicos: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Cor. 9:24-27).

     Murphy-O’Connor[3] afirma que, por más que las metáforas atléticas fuesen un lugar común en las discusiones filosóficas de la época, sería una coincidencia altamente improbable que Pablo decidiera tratar justamente ese tema al escribir a los corintios. Su opinión coloca a Pablo como espectador de alguna de las ediciones de los juegos ístmicos, posiblemente entre los años 49 y 51.

LOS JUEGOS

     El complejo deportivo en Corinto incluía un enorme templo dedicado a Neptuno, y un templo circular consagrado a Palemón. Bronner, el arqueólogo que excavó las ruinas de Corinto, describió la adoración a Palemón: consistía en el sacrificio de toros negros, en cuevas en las que eran ofrecidos en holocausto a la noche. El templo era iluminado por antorchas gigantescas, mientras los adoradores portaban lámparas portátiles. En el auge de la celebración, era traído el toro negro y, después de recibir sucesivos golpes de hacha, era lanzado a la humeante cueva. Con esa ceremonia, se declaraban abiertos los juegos. Las delegaciones, incluyendo atletas y entrenadores, hacían un solemne juramento delante del altar de Neptuno, prometiendo que no buscarían la victoria por medios fraudulentos. Enseguida, comparecían ante el altar de Palemón, donde, en completa oscuridad, pronunciaban juramentos adicionales. El estadio, cuyas ruinas todavía pueden verse, contaba con cuatro portones, que podían ser abiertos simultáneamente, dependiendo de la modalidad de la carrera, y 16 franjas de cerca de un metro de ancho. Cada andarivel medía poco más de 192 metros. Un nuevo estadio fue construido en la época de Alejandro Magno, y esas dimensiones fueron modificadas, con la disminución de los andariveles a 181 metros y el aumento del ancho de cada una de las franjas a 1,50 m. El hipódromo, en el lado oriental del templo de Neptuno, quedaba próximo a un santuario dedicado a Glauco, divinidad que, supuestamente, infundía el espíritu de victoria a los caballos cuando se aproximaban al final de la carrera.

     En sus excavaciones del complejo deportivo, Bronner recuperó muchas estatuillas de barcos, muy probablemente dedicadas a Neptuno, así como altares, además de escudos y yelmos usados en las carreras en las que los atletas se revestían con armaduras. Los juegos ístmicos eran los más populares en el mundo grecorromano, siendo que Corinto era una localidad más central que Olimpia y Delfos, otros lugares en los que se disputaban juegos atléticos. Sus juegos eran más frecuentes, y la ciudad ofrecía más atracciones para el visitante. De modo simultáneo a las competencias atléticas, en el teatro de Corinto también se realizaban concursos de poesía, música y oratoria.

PABLO Y LOS JUEGOS

     Ciertamente, Pablo no se dirigió a Corinto con la intención de participar en los juegos ni en las competencias intelectuales. Es difícil imaginar que el vigoroso apóstol tuviera una disposición tan mundana. A pesar de eso, él sabía que esa ciudad, de dos puertos (Cencrea y Lequeo), reunía algunas condiciones que favorecerían su trabajo: “Después de estas cosas, Pablo salió de Atenas y fue a Corinto. Y halló a un judío llamado Aquila, natural del Ponto, recién venido de Italia con Priscila su mujer, por cuanto Claudio había mandado que todos los judíos saliesen de Roma. Fue a ellos, y como era del mismo oficio, se quedó con ellos, y trabajaban juntos, pues el oficio de ellos era hacer tiendas” (Hech. 18:1-3).

     El historiador y geógrafo Estrabón escribió que Corinto era denominada “rica”, por causa de su floreciente comercio, favorecido por el hecho de estar localizada en un istmo, atendido por dos puertos, que la conectaban con Italia y con Asia. En Corinto, el apóstol podía fabricar las tiendas necesarias para que los innumerables visitantes se acomodaran durante los eventos deportivos. Eso le proporcionaba su propia manutención y la de sus asistentes, durante los esfuerzos evangelizadores entre las multitudes que asistían con disponibilidad de tiempo a las competencias.

     De cualquier forma, su paso por Corinto parece haber impresionado profundamente al apóstol, al punto de comparar la vida espiritual con el entrenamiento físico, del cual probablemente él fue testigo en las competencias: “Desecha las fábulas profanas y de viejas. Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera” (1 Tim. 4:7, 8).

     Además de eso, Pablo parece haber comprendido que hasta una competencia tan mundana como los juegos ístmicos puede enseñar algo a quienes, con sensibilidad espiritual, crecen a partir de su experiencia de contacto y de confrontación con el mundo: “Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente” (2 Tim. 2:5).

     Finalmente, Pablo usa la experiencia de Corinto a fin de expresar clara y categóricamente, para bien de sus oyentes, que la vida cristiana implica la búsqueda de un premio que solo puede ser alcanzado con mucho esfuerzo y determinación: “Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Tim. 4:6-8).

    Esas palabras, escritas probablemente en junio del año 67, cuando el apóstol aguardaba su propia ejecución, tienen un sabor claramente “ístmico”, si observamos exactamente los vocablos empleados en griego. Por eso, Bronner propone la siguiente traducción para ese texto: “Disputé la buena competencia (ton kalon agona), llegué al final de la carrera (dramon), cumplí el voto (pistin). Y ahora la corona de justicia (ho tes dikaiosynes stephanos) me está esperando, que el Señor, el justo árbitro (ho dikaios kristes), me dará en aquel día”.[4]

     Franz[5] llega a imaginar que, al venir de Troas y parar en Corinto para encontrarse con los creyentes, en camino a Nicópolis, Pablo pudo haber sido testigo de una de las ediciones más famosas de los juegos ístmicos (Tito 3:12). Si Pablo no aprovechó esa segunda oportunidad para presenciar los juegos, por lo menos pudo haber recibido información exacta sobre los últimos acontecimientos relativos a la competencia. A pedido del emperador Nerón, los juegos del año 66 se realizaron en el otoño. Se hicieron esfuerzos para acomodar la agenda del Emperador, que deseaba competir. El historiador Suetonio narró los acontecimientos que se destacaron en aquella edición. Según él, Nerón ganó el primer premio en el concurso de canto.

     Para eso, intimidó a los adversarios y sobornó a los jueces, ofreciéndoles el derecho a la ciudadanía romana.[6] Al escribir la segunda carta a Timoteo, probablemente en el año 67, Pablo pudo haber tenido ese incidente en perspectiva cuando afirma que su premio, diferente del de Nerón, será concedido por un juez justo.

LECCIONES

     Hay, por lo menos, dos lecciones que pueden ser aprendidas de la permanencia de Pablo en Corinto durante aquellos juegos. En primer lugar, Pablo iba adonde había personas. Algunos cristianos objetan el hecho de que otros cristianos se lancen a una actividad evangelizadora en el contexto de los pasatiempos mundanos. Argumentan que los eventos deportivos y culturales están hoy irremediablemente contaminados por las semillas de la mundanalidad, y que la actitud más apropiada para el cristiano es mantener segura distancia de esas trampas demoníacas. No obstante, Pablo no se expuso a menores riesgos cuando recorrió las calles de Corinto durante los juegos atléticos y las competencias culturales que tenían profundas marcas de su origen y naturaleza paganos. Eso me hace recordar la declaración de Charles Thomas Studd, quien al recibir una herencia de valor considerable y que le permitiría vivir confortablemente, dejó todo atrás y fue a la China para ser un misionero pobre. Según él, algunos prefieren quedar a la sombra de la campana, pero él prefería vivir en el patio del infierno. Así podría invadir muchas veces el terreno del enemigo, a fin de rescatar a quienes estaban bajo su poder.

     En segundo lugar, en su evangelización, Pablo usaba un lenguaje que los incrédulos eran capaces de comprender fácilmente. Él sabía si había ocurrido fraude en la competencia más reciente; y, más que eso, sabía cómo explotar los temas de actualidad a fin de utilizarlos para atraer la atención de personas que tenían otras preocupaciones y otros focos de interés. Sauer[7] sugiere que Pablo sabía, como nadie, aprovechar el lenguaje deportivo de su época para cautivar la atención de su público.

     Al comentar 1 Corintios 9:24 al 27, y ante la afirmación paulina de que en el estadio todos corren, Orígenes afirmó que “la iglesia también corre”. Esta misma sensación de urgencia debe acompañarnos cuando la República del Brasil se prepara para la realización del campeonato mundial de fútbol. Esa es nuestra oportunidad de anunciar que todos los que están en el estadio corren, y la iglesia también corre. La iglesia corre a fin de hacer saber a todos que nuestro premio no se limita a un pequeño grupo de jugadores o a la nación que representan. Se trata de un título generosamente disponible para todos los que se interesen en él. Es una medalla, una corona que cada brasileño podrá recibir, y que tendremos el inmenso placer de compartir con visitantes, turistas, nacionales y extranjeros.

     Según Juan Crisóstomo,[8] cuando Pablo dice que “uno solo se lleva el premio”, no significa que solamente uno entre todos será salvo, sino que se refiere a la intensidad del esfuerzo que requiere la salvación. Ese esfuerzo tal vez no dependa tanto de la persona que acepta la salvación; en vez de eso, puede referirse a todos los sacrificios que son necesarios para que la salvación sea llevada a las personas de modo general.

     Es hora de planificar de qué manera nuestra participación puede producir frutos dignos del Reino de Dios. A fin de cuentas, “en el estadio todos corren”, y “la iglesia corre también”.

Sobre el autor: Profesor en la Facultad Adventista de Teología de la UNASP, Engenheiro Coelho, San Pablo, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Oscar Bronner, The Biblical Archaeologist [El arqueólogo bíblico], 1962, n° 1, t. 25, pp. 1-31.

[2] Platón, A República: Diálogos (Rio de Janeiro: Ediouro, s/f).

[3] Jerome Murphy-O’Connor, St. Paul’s Corinth: Texts and Archaeology [Corinto de San Pablo: textos y arqueología] (Washington: Michael Glazier, 1983).

[4] Oscar Bronner, ibíd., n° 23, p. 31.

[5] Gordon Franz, Paul at Isthmia: Going for the Gold. Life and Land Seminars [Pablo en el istmo: En procura del oro. Seminarios de la vida y la tierra], 2012. Disponible en http://www.lifeandland.org/2009/02/paul-at-isthmia-going-for-the-gold/. Consultado el 10/6/2012.

[6] Suetonio, A Vida dos Césares [La vida de los césares] (San Pablo: Martin Claret, 2006).

[7] E. Sauer, In Arena of Faith [En la arena de la fe] (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1956).

[8] Juan Crisóstomo, In Epistulam I ad Corinthios: Homiliae 1-44 [De la Epístola I a los Corintios: Homilía 1-44], MPG, t. 61, p. 189.