La historia del adventismo contiene luz suficiente como para iluminar nuestra actitud hacia los pastores y las iglesias de las demás denominaciones cristianas.

     ¿Hasta qué punto deberían cooperar los adventistas del séptimo día con las demás denominaciones cristianas? ¿Deberían colaborar con los pastores de esas iglesias? ¿Sobre qué base? Además, ¿no enseña acaso la Iglesia Adventista que todas esas iglesias forman parte de la Babilonia caída, según Apocalipsis 14:8 y 18:1 al 4?

     Estas preguntas son importantes, porque el adventismo ha experimentado históricamente cierta tensión sobre este tema, en la medida en que diferentes personas y grupos han llegado a diversas interpretaciones al respecto. Felizmente, la historia adventista arroja mucha luz sobre este asunto y sobre las tensiones que genera.

LA IDEA ORIGINAL

     La más antigua interpretación adventista acerca de Babilonia surgió incluso antes de que apareciera el adventismo del séptimo día propiamente dicho. Su autor fue Carlos Fitch, un milerita con antecedentes congregacionalistas y presbiterianos. En torno del verano de 1843 muchos mileritas adventistas, laicos y pastores, comenzaron a ser desglosados de sus iglesias originales como consecuencia de no querer guardar silencio acerca de su firme convicción en cuanto a la proximidad del advenimiento.[1] Esa situación inspiró a Fitch a predicar un sermón, en julio de 1843, titulado “Salid de ella, pueblo mío”.

     En ese sermón Fitch amplió la interpretación acerca de la Babilonia apocalíptica a partir de la idea generalmente aceptada entre sus hermanos protestantes de aquel tiempo, en el sentido de que Babilonia es el catolicismo romano. En ese sermón incluyó a todos los que resistían el “reino personal de Jesucristo sobre el mundo” De modo que todos los cristianos que rechazaban la enseñanza central del milerismo quedaron incluidos en “Babilonia”, formando parte del “anticristo” Su única esperanza consistía en salir de Babilonia. Si no lo hacían, estaban condenados a perecer.[2]

     Los primeros adventistas observadores del sábado perpetuaron esa interpretación, lo que indujo a Jaime White a escribir, en 1850, que “el mensaje del segundo ángel [Apoc. 14:8] nos llama a salir de las iglesias caídas [para] donde estamos ahora, libres de pensar y actuar, por nosotros mismos, en el temor de Dios”.

     De acuerdo con la perspectiva de Jaime White, su salida de las “iglesias caídas” preparó el camino para el descubrimiento y la predicación del mensaje del sábado. “Es sumamente interesante —escribió— que la cuestión del sábado se haya comenzado a agitar entre los creyentes en el segundo advenimiento inmediatamente después de que ellos, al responder al mensaje del ángel, dejaron sus iglesias. Dios obra en orden. El verdadero día de reposo apareció en el momento justo para cumplir la profecía”[3] de Apocalipsis 14:12, con sus implicaciones respecto de la restauración de todos los mandamientos de Dios antes de la Segunda Venida.

     Los primeros observadores del sábado no sólo adoptaron la interpretación de Fitch de que Babilonia estaba completamente caída hacia fines de 1844; también siguieron a Guillermo Miller en la creencia de que la puerta de la salvación se había cerrado en octubre de ese año. Miller desarrolló la doctrina de la “puerta cerrada” a partir de 1830, con la idea de que el tiempo de gracia podría terminar antes del cumplimiento de los 2.300 años de Daniel 8:14, “en torno del año 1843”. Puesto que él entendía que la purificación del santuario era la Segunda Venida, su lógica lo llevó a la conclusión de que todos se deberían haber decidido en favor o en contra de Cristo en ese tiempo.[4]

     Con esa noción en mente, en una reunión general de los mileritas celebrada en Boston, en 1842, se resolvió “que la idea de que habrá gracia después de la venida de Cristo está destinada a desaparecer, y es total- mente contraria a la Palabra de Dios, que enseña positivamente que cuando Cristo venga se cerrará la puerta, y los que no estén preparados jamás podrán entrar”[5]

     Después de la gran desilusión del milerismo, el 22 de octubre de 1844, el principal punto de controversia fue este: ¿sucedió algo en esta fecha? Los que decían que no había sucedido nada llegaron a ser adventistas de la “puerta abierta” Los que afirmaban que algo había sucedido pasaron a formar parte de la facción de la “puerta cerrada”

     Al tener en mente este concepto más reciente, Miller escribió, el 18 de noviembre de 1844, que los heraldos del segundo advenimiento de Cristo habían terminado su “obra de advertir a los pecadores, e intentar despertar a una iglesia orgullosa” Se había producido una separación entre “los justos y los impíos”, y entonces la misión del adventismo consistía en darse ánimo mutuo hasta la venida de Jesús.[6]

     Hacia fines de 1844 la “puerta cerrada” significaba dos cosas, en la opinión de sus defensores: 1) algo había ocurrido el 22 de octubre de 1844, y 2) que la puerta de la gracia se había cerrado.

     Los observadores del sábado que estaban surgiendo, dirigidos por José Bates y el matrimonio White, adoptaron las enseñanzas de la puerta cerrada con todas sus implicaciones.[7] Al reunir esa creencia con la interpretación acerca de Babilonia, se alejó mucho la posibilidad de cooperar con otros grupos cristianos.

LA MODIFICACIÓN DE UN CONCEPTO 

     Aunque no lo entendieron por algún tiempo, los adventistas observadores del sábado tuvieron un problema con la idea de que todas las otras iglesias formaban parte de una Babilonia caída. El primer aspecto del problema era su interpretación de la puerta cerrada. Cristo no volvió en octubre de 1844. Por lo tanto, la puerta de la gracia todavía no se había cerrado. Pero sólo después de haber llegado a la interpretación correcta de la purificación del santuario de Daniel 8:14 comenzaron a ver que, debido a su error en cuanto a la Segunda Venida, también estaban equivocados en cuanto al cumplimiento del tiempo de gracia.

     Aunque ya en 1844 se había llegado a la nueva comprensión acerca de la purificación del santuario, sólo algunos años más tarde entendieron que esa nueva comprensión requería otra interpretación de la posición relativa a la puerta cerrada. Los nuevos conversos, que no habían participado del movimiento milerita, forzaron esa interpretación. De acuerdo con la doctrina de la puerta cerrada, teóricamente ellos no podrían ser salvos.

     A comienzos de la década iniciada con 1850, los nuevos conversos indujeron a los observadores del sábado a revisar su comprensión del tema de la puerta cerrada.[8] Como resultado de ello llegaron a la conclusión de que algo había sucedido en 1844, y que la puerta de la gracia se podría cerrar después de la fecha asignada por error a la Segunda Venida. Finalmente llegaron al lugar donde querían, al admitir que todavía la puerta no se había cerrado. Esa conclusión modificó la idea de que todas las otras iglesias formaban*parte de la Babilonia caída. Jaime White le dio forma a estas ideas en 1859.

     En un artículo publicado en la Revieiv and Herald destacó el hecho de que la palabra Babilonia se refería a la confusión doctrinaria de las diversas iglesias. A continuación aplicó la expresión “Babilonia, del Apocalipsis, a todo el cristianismo corrupto”. Pero de forma notable interpretó la caída de Babilonia como algo progresivo, y no como un fenómeno que se habría terminado en la década de 1840, como lo afirmaban originalmente los observadores del sábado.[9]

     Mientras Fitch consideraba que Apocalipsis 14:8 y 18:1 al 5 se referían a un solo evento, Jaime White afirmaba que, aunque la caída de Babilonia mencionada en Apocalipsis 14:8 “estaba en el pasado”, la caída a la que se refería Apocalipsis 18:1 al 5 es actual y, “en especial”, es futura. De acuerdo con lo que declaró en 1859, “primero cae; segundo, se vuelve habitación de demonios y ‘morada de todo espíritu inmundo’; tercero, se invita al pueblo de Dios a salir de ella; y cuarto, se derraman las plagas sobre ella”.[10]

     Elena de White estuvo de acuerdo con esta nueva interpretación de su esposo, de que la caída de Babilonia es progresiva. Pero más adelante cambiaría su interpretación. Para ella, “el cumplimiento perfecto de Apocalipsis 14:8 está aún reservado para lo por venir” Por consiguiente, “la mayoría de los verdaderos discípulos de Cristo” pueden encontrarse aún en esas iglesias, fuera del adventismo. Por cierto, Babilonia es confusa, pero no está totalmente caída. Además, el llamado a salir de ella no alcanza toda su fuerza sino justo antes del advenimiento, cuando esa caída progresiva se haya completado. Por eso, ella decía que la invitación: “Salid de ella, pueblo mío”, de Apocalipsis 18:1 al 4, “será la última que se dé al mundo”[11]

TEOLOGÍA POR ASOCIACIÓN

     Con su interpretación de la puerta cerrada y la caída de Babilonia, Jaime y Elena White establecieron un fundamento teológico para guiar la comprensión y la práctica de los adventistas del séptimo día en su relación con las otras organizaciones cristianas. Esa cooperación se volvió cada vez más importante a medida que los adventistas fueron comprendiendo que la Segunda Venida no estaba tan cerca como lo habían creído en un primer momento.

     Pero la idea de la colaboración con “los de afuera” iría creando sus propias tensiones en el seno de la denominación. Esas tensiones dividirían el pensamiento adventista entre lo que se podría llamar una orientación “moderada” y otra de “línea dura”. Los moderados defenderían la colaboración, siempre y cuando ella no comprometiera la identidad ética y doctrinal del movimiento. A los de la “línea dura” les costaba aceptar la idea de cooperar con cualquier grupo que no viera las cosas exactamente como ellos las veían.

     Un ejemplo de la colaboración de los adventistas con otros creyentes es la que se estableció con la Unión de Temperancia de las Mujeres Cristianas. Ese movimiento tenía, ciertamente, algunas buenas ideas. Además, defendía una causa que les interesaba a los adventistas. A principios de 1877 los adventistas unirían sus esfuerzos con los de ese grupo.

     Hasta ahí, todo estaba bien: el tema era la temperancia. Pero en 1877 esas damas agitaron las aguas al aliarse con la Asociación Nacional para la Reforma, que presionaba con el propósito de que se promulgara una ley dominical. Ese mismo año la Unión de Temperancia añadió a su organización un departamento referido a la observancia del domingo. El siguiente año terminó apoyando la cédula pro domingo del senador Blair.[12]

     Esos cambios contribuyeron a que los adventistas consideraran que la Unión de Temperancia estaba avanzando en dirección de Babilonia. Mientras apoyaba la “verdad” de la temperancia, estaba apoyando un falso día de reposo. Si eso no era confusión o Babilonia, ¿qué podría ser? Este asunto siguió produciendo tensiones entre las huestes adventistas hasta la década de 1890.

     A pesar de los problemas, Elena de White y otros trataron de colaborar tanto como era posible con otras organizaciones dedicadas a la temperancia durante la década de 1890, aunque otros adventistas no estaban tan seguros de colaborar personalmente. Se insinuó un cambio hacia fines de 1899, cuando la Unión de Temperancia se declaró en contra de perseguir a la gente que adoptara otro día de reposo. Esa nueva demostración de tolerancia, sin embargo, no cambiaba la idea de la organización acerca del domingo.

     En esas circunstancias, el director de la Reidew and Herald, Alonzo T. Jones, publicó una serie de editoriales en los que sugería que la Unión de Temperancia era apóstata y estaba lógicamente alineada con las fuerzas de la persecución.[13]

     En respuesta a la mentalidad de “línea dura” de Jones, Elena de White le escribió una serie de cartas. Como alguien que estaba trabajando en un ambiente de cierta tensión, le aconsejó al impetuoso Jones que no fuera tan duro con los que no veían las cosas con ojos adventistas. “Hay —escribió ella— verdades vitales acerca de las cuales ellos tienen poca luz” Por consiguiente, “se los debe tratar con ternura, amor y respeto por su buen trabajo. Usted no los debe tratar de ese modo”.[14]

     Dijo, además, que no estaba argumentando contra la posición “verdadera” que él había asumido, sino contra su falta de visión, tacto y bondad. Su enfoque —afirmó— llevaría a los miembros de la Unión de Temperancia a llegar a la conclusión de que “es imposible tener algún tipo de relación con los adventistas del séptimo día, porque ellos no nos lo permiten, a menos que creamos exactamente lo que ellos creen”.[15]

     Elena de White ciertamente estaba en contra de esa clase de intolerancia. Según ella, “deberíamos tratar de ganar la confianza de los obreros de la Unión de Temperancia, actuando en armonía con ellos tanto como sea posible”. Ellos podrían tener alguna participación en los congresos adventistas, aunque hubiera algún error en sus discursos. “Con esa actitud —según ella—, podría haber muchos resultados positivos. Los adventistas podrían aprender a evangelizar más eficazmente recurriendo a la temperancia, mientras que al mismo tiempo los obreros de la Unión podrían llegar a una comprensión más equilibrada acerca del sábado y otras verdades adventistas”.[16]

     Elena de White se lamentó por la forma como trató Jones a la Unión de Temperancia. Le aconsejó que no presentara “la verdad y la situación de manera tan pavorosa que los miembros de la Unión de Temperancia de las Mujeres Cristianas se vieran obligados a huir en medio de la desesperación” Le pidió —como siempre lo hacía— que orara para que el Señor le diera “una pluma santificada”, “discreción” y “ternura cristiana” delante de los que no veían las cosas tal como él.[17]

     Ese era un consejo muy difícil de aceptar para los que lo veían todo sólo en blanco y negro. Para ellos la moderación era una transigencia inaceptable. Muchos años más tarde Elena de White escribió: “Mientras yo estaba en Australia, el pastor A. T. Jones, mediante una conducta imprudente, casi impidió que nuestra obra tuviera alguna oportunidad” en favor de los miembros de la Unión de Temperancia. Añadió que su esposo siempre trató de que los obreros de la temperancia “tuvieran oportunidad de hablar” en sus reuniones, y siempre aceptó con presteza las invitaciones para hablar en las reuniones de ellos.[18]

     Pocos meses después escribió que “la Unión de Temperancia de las Mujeres Cristianas es una organización a cuyos esfuerzos para diseminar los principios de la temperancia nos podemos unir. Por la luz que se me dio, no debemos trabajar separados de ellas; mientras por nuestra parte no tengamos que sacrificar principios, debemos unirnos a ellas tanto como sea posible en la labor en pro de las reformas de la temperancia… Se me mostró que no debemos evitar a las obreras de la Unión de Temperancia de las Mujeres Cristianas. Al unimos con ellas en favor de la abstinencia total, si no mudamos nuestra posición en cuanto a la observancia del séptimo día, podemos demostrar aprecio por su posición acerca de la temperancia. Al abrirles las puertas e invitarlas a unirse con nosotros, nos aseguramos su colaboración en la causa de la temperancia, y al mismo tiempo ellas escucharán nuevas verdades que el Espíritu Santo desea imprimir en sus corazones”[19]

      Esa misma actitud conciliadora indujo a Elena de White a sugerir que los pastores adventistas deberían familiarizarse con otros pastores, para hacerles comprender que los adventistas somos “reformadores, y no fanáticos”. Su consejo se concentraba sobre verdades que son “terreno común”, y que los adventistas debemos compartir con otros, y “presentar la verdad tal como es en Jesús”, en lugar de combatir a las iglesias. Con ese procedimiento, nuestros pastores deben “procurar acercarse a los ministros de otras denominaciones”.[20]

     Probablemente siempre habrá una “línea dura” y “moderados” entre los adventistas, permanentemente dispuestos a disparar su cañón babilónico contra toda persona que se aparte de su punto de vista. Pero el Señor siempre nos dará luz, sabiduría y discreción para enfrentar este importante asunto.

Sobre el autor: Doctor en Filosofía, profesor de Historia en la Facultad de Teología de la Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.


Referencias

[1] George Knight, Millenial Fever and the End of the World: A Study of Millerite Adventism [La fiebre del milenio y el fin del mundo, un estudio acerca del adventismo milerita| (Nampa Idaho: Pacific Press Publishing Association, 1993).

[2] JC. Fitch, Come Out of Her, My People [Salid de ella, pueblo mío] (Rochester, NY: J. V. Himes, 1843), pp. 9-11, 16, 18, 19, 24.

[3] Present Truth, abril de 1850, p. 68.

[4] George Knight, A Search for Identity: The Development of Seventh-day Adventists Beliefs (En busca de identidad: el desarrollo de las creencias adventistas] (Hagerstown, MD: Review and Herald Publishing Association, 2000), pp. 55-57.

[5] Signs of the Times [Señales de los tiempos], 1° de junio de 1842, p. 69.

[6] Advent Herald [El heraldo adventista], 11 de diciembre de 1844, p. 142.

[7] Elena G. de White, Mensajes selectos (Moun tain View, California: APIA, 1966), t. 1, pp. 71, 72.

[8] Seventh-day Adventist Encyclopedia [Enciclopedia adventista], t. 2, pp. 249-252.

[9] Review and Herald, 10 de marzo de 1859.

[10] Ibíd.

[11] Elena G. de White, El conflicto de los siglos (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1993), pp. 440, 441, 661.

[12] Eric Syme, A History of the SDA Church-State Relations in the United States [Una historia de las relaciones entre la Iglesia Adventista y el Estado en Estados Unidos] (Nampa, Idaho: PPPA, 1973), pp. 29, 30.

[13]Review and Herald, 12 de diciembre de 1899, p. 804; 19 de diciembre de 1899, p. 820.

[14] Elena G. de White, Carta a A. T. Jones, del 18 de abril de 1900.

[15] Ibíd.

[16] Ibíd., 8 de febrero de 1900, G. A. Irving, Carta a Elena de White, 16 de marzo de 1900.

[17] Elena G. de White, Carta a A. T. Jones, 18 de abril de 1900; 28 de abril de 1899; Io de mayo de 1899.

[18] Elena G. de White, Carta a J. A. Burden, 2 de septiembre de 1907.

[19] Review and Herald, junio de 1908, p. 8.

[20] Elena G. de White, El evangelismo (Buenos Aires: ACES, 1978), p. 409.