La palabra libertad tiene mil significados diferentes, según los labios que la pronuncien o la mente que la pretenda definir. Lo que para uno es libertad, para otro es esclavitud, y viceversa. Lo mismo sucede con la evangelización. ¿Qué es evangelización? ¿Qué diferencia hay entre evangelización y proselitismo, o entre evangelización y bautismo, o evangelización y feligresía?
Leíamos hace algún tiempo un interesantísimo libro titulado ¿Evangelización o Lavado Cerebral? en el que el autor, acertadamente, definía algunos procedimientos pretendidamente evangélicos como lavado cerebral. ¡Y tenía razón!
Para un testigo de Jehová la evangelización significa destruir toda idea religiosa que pudiera existir en la mente de su interlocutor, para luego, y en el vacío resultante, echar un paquete de doctrinas cuidadosamente elaboradas. En cambio, gun pentecostal no se preocupa en lo más mínimo por las doctrinas. Para él todo se resume en predicar la recepción del Espíritu Santo en la forma como él lo entiende. Para uno, la salvación es doctrina sin emoción, para e otro es emoción sin doctrina. El primero no le da importancia a la vida del individuo sino a la aceptación de un sistema doctrinal; el segundo pondrá el énfasis en la vida transformada.
A su vez los modernos metodistas y otros seguidores de la teología de la liberación, dirán que evangelización es sinónimo de lucha por una sociedad más justa, en la que la iglesia debe estar profundamente comprometida. Un documento emitido por la Iglesia Metodista de Bolivia, titulado “Evangelización, hoy en América Latina”, dice que “la evangelización por su contenido, su esencia y sus fines, es conflictiva” pues tendrá “repercusiones políticas”. Además “es compromiso” pues “implica una denuncia de todo lo que no está conforme con el Evangelio”. Agrega luego que “una evangelización ajena a las luchas, sufrimientos y esperanzas de la mayoría del pueblo latinoamericano no sólo es negación del Evangelio liberador de Jesucristo, sino pecado de lesa traición al hombre latinoamericano del que somos deudores y al que pretendemos servir y liberar en nombre de Jesucristo”.
Gustavo Gutiérrez, autor del libro Teología de la Liberación, define la evangelizaron o misión de la iglesia como la acción de “concientizar y politizar a las masas” y que específicamente “en el contexto latinoamericano actual habría que decir que la iglesia debe politizar evangelizando” (citado en Boletín Teológico, julio de 1975, pág. 8).
¿Qué piensa un luterano, un presbiteriano o un mormón sobre el significado del término evangelización?
Pero ahora llegamos a lo nuestro: ¿Qué cree usted, como pastor adventista, acerca de la evangelización? ¿Es su evangelización una verdadera presentación del Evangelio, o es también un lavado cerebral? Al bautizar a un nuevo catecúmeno, ¿piensa usted en términos de un número más para su informe estadístico, o de un alma más que ha sido rescatada del pecado y que pasa de muerte a vida? ¿Se alegra porque es un triunfo suyo, o porque es una victoria de un alma y la victoria de Cristo?
Hay evangelización profesional y por contagio. La evangelización profesional sería por ejemplo, la que realizara un ministro que no sintiera ni viviera el mensaje, sino que hubiera perfeccionado un sistema para lograr adhesiones a una organización. De hecho, ha habido hombres y mujeres que aun viviendo en el pecado, han logrado éxito numérico en campañas de evangelización. Sería ése el trabajo profesional de alguien que convence de algo que él mismo no cree o no vive.
Es también evangelización profesional la que podría realizar aquel laico que en las horas del sábado saliera a repartir publicaciones por el solo hecho de que debe aceptar la disciplina de trabajo de la iglesia. Lo haría porque la iglesia se lo pide, o se lo exige. Pero aquel trabajo es una tarea molesta para él. O la de aquel que hipotéticamente dictara cursos acerca de cómo ganar almas, o que fuera especialista en promoción misionera pero que sólo tuviera una pasión profesional que no alcanzara a impulsarlo de corazón a luchar y sufrir al lado del pecador conduciéndolo al arrepentimiento y a la entrega a Cristo.
La evangelización por contagio no siempre se rige por un sistema, un método o una técnica. Hay hermanos humildes que no saben nada de psicología ni de técnica, pero que alcanzan resultados maravillosos. ¡A veces comienzan por esas verdades que según los técnicos no deberían ser presentadas hasta que el ciclo de adoctrinamiento se haya completado o haya madurado! Sin embargo, dan en el blanco muchas veces. ¿Por qué? Por su espontaneidad, por la autoridad que confiere la sinceridad con que se presenta algo que brota de un corazón radiante. Hablan de algo que vieron, que oyeron, que es parte de su vida. “No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”, dijeron los apóstoles.
La terminación de la obra no se producirá como resultado del descubrimiento de algún método nuevo y milagroso para alcanzar a las masas, sino por el descubrimiento de lo que es realmente la evangelización. Aunque los aparatos electrónicos, los audiovisuales y mil recursos más pueden ser auxiliares valiosísimos, el poder del testimonio no puede apoyarse totalmente en ellos. La obra será terminada cuando la iglesia dé a lo primero el primer lugar; cuando nuestras juntas, por ejemplo, dediquen más tiempo al estudio profundo y sincero de la evangelización del territorio que se les ha encomendado, cuando los pastores y evangelistas sintamos de corazón que no somos meros empleados de una organización religiosa, sino ministros de Cristo llamados para predicar la reconciliación del hombre con Dios.
Y sobre todo la obra se terminará cuando desaparezca todo vestigio de proselitismo y lavado cerebral, si por ventura existiera algo de eso en algún rincón de la viña del Señor. Cuando entre los ministros no haya más la preocupación por ocupar puestos, y sólo nos impulse la pasión por la salvación de los perdidos. Y, finalmente, cuando las actividades del pastorado y la evangelización sean considerados por toda la iglesia como superiores a cualquier puesto o cargo, cuando reciban todo su apoyo y su comprensión sean objeto de ferviente oración.
La misión de la iglesia es evangelizar. Evangelizar no significa politizar, convencer o hacer prosélitos. Es salvar pecadores mediante la presentación del plan de salvación trazado por Dios. La evangelización en la Iglesia Adventista no está restringida a un departamento. De hecho no existe el Departamento de Evangelización que a menudo mencionamos. La evangelización es la obra de la administración, los departamentos, las instituciones, los programas, los educadores, el personal médico, los pastores, los laicos y los evangelistas.
Señor, daños visión celestial para comprender hoy la misión que has encomendado a tu iglesia y para que demos a lo primero el primer lugar. Señor, ¿qué quieres que hagamos?