El sábado como tiempo, lugar y persona

La práctica de la observancia del sábado es significativa para los adventistas del séptimo día. Como parte de la reflexión sobre ese tema, podríamos preguntarnos si el sábado es algo dado a la humanidad como un asunto existencial, una práctica religiosa para agradar a Dios o una parte esencial de la vivencia humana, seamos o no conscientes de ese asunto. En este artículo propongo pensar en el sábado en tres dimensiones: tiempo, espacio y persona.

El sábado como tiempo

Desde la creación de la Tierra, el sábado entra en la secuencia temporal de seis días de actividad creadora más un día séptimo santificado y bendecido (Gén. 2:1-3). Esa secuencia pasó a formar parte esencial del ser humano, que idealmente no puede ser pensado fuera del esquema temporal de seis días de labores y un día dedicado a una actividad diferente. Incluso el Creador y el cosmos quedan sujetos a ese ciclo (Éxo. 20:8-11).

En el Edén, el séptimo día fue el único que recibió nombre. Mientras que los primeros seis días se mencionan ordenadamente y en un paquete nominal de “seis”, al séptimo se lo llama “sábado” y “descanso”. El primer nombre, “sábado” (shabbāt, “cesación”), hace referencia al tiempo de la cesación propia del séptimo día, lo que marca la diferencia de actividad entre los seis primeros días y el séptimo: “Seis días […] harás toda tu obra, pero el séptimo día […]” (Éxo. 20:9, 10). El segundo nombre, “descanso” (mĕnujāh, “descanso integral”), indica la actividad propia de ese día y los efectos físicos, mentales, sociales y espirituales de la cesación sabática. ¿Qué se hace en los primeros seis días? Se realiza la labor correspondiente. ¿Qué se hace en el séptimo día? Lo mismo que hicieron Adán y Eva apenas vinieron a la existencia: pasar un sábado con el Creador; Dios y la familia humana en perfecta comunión durante todo un día, el séptimo. De allí en más, el ser humano pasa a ser la criatura adorante sabática, hecho que lo distinguiría para siempre de todas las demás criaturas.

Adán y Eva debían contar las estaciones, los años, los meses y los días a partir de las lumbreras del firmamento (Gén. 1:14-19). Dentro de ese sistema de conteo, cada séptimo día debían dedicar tiempo a la adoración al Creador. Hasta hoy, cada séptimo día se declara sábado por efecto del funcionamiento del cronómetro propio del cerebro y del corazón de la criatura adorante y sabática. La criatura humana es el instrumento que señala y pone en marcha la adoración consciente al Creador cada séptimo día. De paso, las genealogías bíblicas son un testimonio de que los seres humanos adorantes y sabáticos mantuvieron el cronómetro en perfecto funcionamiento. El sábado en el que adoramos hoy al Creador es el mismo sábado coincidente con el de los patriarcas, los profetas, Jesús y los apóstoles.

El mensaje del tercer ángel de Apocalipsis 14:6 al 14, proclamado por el remanente fiel de Dios a la humanidad en el tiempo del fin, declara que los que no reconocen a Dios como Creador (vers. 7) “no tienen reposo” (vers. 11); es decir, no tienen sábado. Pero, como el Apocalipsis es un libro simbólico, no usa la palabra “sábado”, que sería la indicación temporal del séptimo día, sino el término griego anapausis (de anapauo), que signifia “el descanso espiritual y mental obtenido de Dios en su sábado” y corresponde al verbo hebreo nuach.

En resumen, las palabras griegas y hebreas hacen una referencia esencial al sábado, o a los efectos benéficos del séptimo día en la vida total de los que adoran al Creador. Después, el texto menciona a los que tienen sábado, “los que guardan los mandamientos de Dios”, incluyendo el séptimo día sábado como día de adoración; y lo hacen porque tienen la misma “fe de Jesús” (vers. 12), quien también guardó los mandamientos de su Padre (Juan 15:10). Se dice de los que tienen sábado que “descansarán (anapaesontai) de sus trabajos” (vers. 13), porque han oído y aceptado el mensaje del tercer ángel.

Por lo tanto, si el sábado es una cuestión de tiempo, hay que decidirse a aceptarlo y vivirlo, porque “el tiempo es corto” (1 Cor. 7:29). Necesitamos dedicar este tiempo de adoración a Dios. Será una verdadera “medicina para los huesos” (Prov. 16:24).

El sábado como lugar

Hemos visto que el sábado es un espacio de tiempo dedicado a una actividad especial y diferente de los seis días anteriores. Y esa actividad consiste en pasar un día con el Creador, ofrecerle nuestra adoración y reconocer “que él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos” (Sal 100:3). Incluso nuestros logros personales de los seis días también se los debemos a él. Esa adoración se hace no solo en una fracción de tiempo, sino también en un lugar determinado.

La adoración sabática tuvo su origen en un espacio físico concreto, el Jardín del Edén. Fue el primer día plenamente vivido por Adán y Eva. Cada séptimo día, el Creador visitaba a la santa pareja y pasaba un día completo con ellos. Esa era la rutina hasta que no los encontró, porque sus hijos, disfrazados de plantas, se escondieron de la presencia de su Creador (Gén. 3:7). Por miedo y vergüenza, alteraron la imagen y la semejanza que tenían con su Hacedor y prefirieron parecerse a las plantas. Esa ruptura afectó todos los aspectos de la relación entre el Creador y la criatura, incluyendo la vivencia del sábado.

Si bien la adoración sabática ya no puede realizarse en el Jardín del Edén como centro representativo, la humanidad puede efectuarla en medio de la naturaleza, en los hogares, o bien en templos hechos por manos humanas. En el sábado, los adoradores aún se levantan temprano para asistir a la Escuela Sabática y prestar culto a Dios, vestidos como para una boda. Los templos se abren al amanecer para recibir en plena luz a los adorantes sabáticos, a fin de que tengan un encuentro especial con aquel que es el Sol de Justicia, la Luz del mundo.

El sábado como persona

Es verdad que el sábado no es una persona y que es experimentado en el tiempo y el espacio. Jesús nunca dijo: “Yo soy el sábado”, como sí dijo: “Yo soy el pan de vida” (Juan 6:38). Pero es interesante notar que cierta vez Jesús expresó: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar [anapauō]. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso [anapausin] para vuestras almas” (Mat. 11:28-30).

Así, las dos expresiones (“Yo os haré descansar” y “Hallaréis descanso”) usan el término griego derivado de anapauō, que al igual que su equivalente hebreo nuach indica los efectos terapéuticos, espirituales y saludables de la cesación sabática; es decir, de la actividad propia del sábado, la adoración al Creador, de manera diferente de las actividades realizadas durante los seis días de la semana.

Es como si Jesús dijera: “Yo soy tu sábado”, “Yo soy tu nuach”, “Yo soy tu anapauō”, “Yo soy tu terapia”, “Yo soy tu descanso total”. ¡Y ciertamente lo es! En el sábado, por sobre todas las cosas, tenemos un encuentro de adoración con Jesús, en una dinámica totalmente diferente de los demás días.

Conclusión

El sábado, por lo tanto, no se limita a una práctica religiosa o una cuestión existencial, sino que es una cuestión netamente esencial. El sábado es parte de nuestro ser, en tiempo y en espacio. Jesús declaró: “El sábado fue hecho por causa del hombre” (Mar. 2:27).

El sábado, más que ser parte de nuestra existencia, es parte de nuestra esencia. Es como si estuviera escrito en nuestro ser: “Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón” (Jer. 31:33). Así como necesitamos el agua, los alimentos y el aire para vivir, también necesitamos del sábado para ser lo que somos (esencia) y vivir (existencia). Nuestras células necesitan de la cesación sabática para funcionar correctamente, seamos o no conscientes de ese hecho. Así fuimos creados. Necesitamos el sábado para vivir. Todo en la vida personal, en las familias y en la sociedad sería diferente si todos observaran el sábado. De esa manera, el sábado, más que un mero “día de reposo”, un feriado o un día de ocio, debiera ser considerado el día en el que la familia humana adora a su Creador. Es el “día de adoración”, “día de la familia”, “día del encuentro del Creador y sus criaturas”. El sábado es el instrumento de Dios para que la humanidad mantenga continuamente delante de sí que es imagen y semejanza del Creador.

Sobre el autor: profesor emérito de la Universidad Adventista del Plata