“Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad”

“La existencia de la Biblia, como libro para el pueblo es el mayor beneficio que haya recibido. Todo intento por despreciarla es un crimen contra la humanidad”.[1] Esta frase es atribuida al pensador prusiano Immanuel Kant. Declaraciones así fortalecen las evidencias de la relevancia de las Escrituras Sagradas para la sociedad. Cuando consideramos a un filósofo racionalista que comprendió la importancia de la Biblia, una pregunta es inevitable: ¿Somos nosotros, como pastores, conscientes de la importancia de las Escrituras, no solo como libro de lectura y reflexión, sino también como manual de orientaciones para nuestro trabajo ministerial? Nuestras acciones pastorales ¿están realmente marcadas por la Biblia?

Del ápice de la alegría del nacimiento y la dedicación de un niño a la sima de la tristeza de un culto fúnebre, allí debe estar el pastor con su sermón preparado, fundamentado en las Escrituras. En este sentido, el desafío es tan intenso como la necesidad del rebaño de escuchar la Palabra. Independientemente de la reunión, en las comisiones el pastor justifica sus directrices –ya sea en la aplicación de una disciplina eclesiástica o la liberación de un presupuesto para algún proyecto– siempre haciendo uso de argumentos bíblicos; esto también sucede en los temas para jóvenes y adultos. Es decir, sus acciones tienen a las Sagradas Escrituras como fuente epistemológica.

Muchas veces, sorpresivamente se nos invita a dar algún mensaje de las Escrituras en reuniones. Lógicamente, oportunidades de esta clase son estímulos constantes para el estudio de la Biblia. Pero, esa necesidad va mucho más allá de las invitaciones imprevistas: el pastor necesita estar comprometido y relacionado con la Palabra de Dios. En el conjunto de la ortopraxis ministerial se debe encontrar el cultivo de una postura bíblica en la adoración, la educación, la economía, el gobierno, el liderazgo o la administración. Se hace necesario estimar la Biblia como necesidad real en nuestra práctica ministerial cotidiana. Este artículo se propone analizar tres puntos que evidencian la necesidad de mantener nuestras acciones ministeriales firmemente ancladas en la Palabra de Dios.

PREPARACIÓN PERSONAL

El apóstol Pablo manifestó su preocupación por los dirigentes de las iglesias cristianas de su época en lo referente a la Biblia. Observemos algunas de sus orientaciones:

Usa bien la palabra”. En 2 Timoteo 2:15, el apóstol aconsejó enfáticamente al joven líder Timoteo. Entre muchos otros consejos, este merece ser destacado: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que[…] usa bien la palabra de verdad”. En su exposición de este texto, Warren W. Wiersbe dice lo siguiente: “La Palabra es un tesoro que el banquero debe guardar e invertir. Es la espada del soldado y la semilla del agricultor. Es la herramienta del obrero para construir, medir y reparar al pueblo de Dios”.[2]

La expresión griega traducida en este versículo como “usar bien” (orthotomeo) puede ser interpretada como una metáfora paulina que significa “cortar rectamente”, de la misma forma en que un labrador conduce el arado de manera recta, sin desvíos. Para William Hendricksen, el líder que maneja bien la Palabra “no la cambia, no la pervierte, no la mutila ni la distorsiona, ni hace uso de ella con un propósito erróneo en mente. Al contrario, interpreta las Escrituras en oración y a la luz de las Escrituras. Aplica su sentido glorioso con valentía y amor a situaciones y circunstancias concretas, haciéndolo para la gloria de Dios, para la conversión de los pecadores y para la edificación de los creyentes”.[3] Agrega: “El manejo propio de la Palabra de verdad implica el rechazo de lo que está en conflicto con su contenido y significado”.[4] Tal vez esto explique la amalgama de la cultura cristiana actual con la cultura de la sociedad contemporánea de Pablo.

En esta orientación paulina, podemos extraer directrices para que el pastor emplee fidedignamente la Palabra de ver- dad, que puede ser considerada como el “testimonio de nuestro Señor” (2 Tim. 1:8); “el evangelio de vuestra salvación” (Efe. 1:13); “Palabra de Dios” (2 Tim. 2:9). Al considerar este texto, Hendricksen afirma: “Es la verdad redentora de Dios. El modificador de la verdad enfatiza el contraste entre la inquebrantable revelación especial de Dios, por un lado, y la palabrería sin valor de los seguidores del error”.[5]

Retener firmemente la Palabra fiel. Tito fue otro colaborador que también recibió orientaciones pastorales de parte del apóstol Pablo acerca de este asunto: el obispo debe ser “retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen” (Tito 1:9). “Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina” (Tito 2:1).

Desdichadamente, existe el peligro de predicar con la convicción de un Dios real y presente, pero vivir como si él nunca hubiera existido. Norman Champlin explica el término “apegar” o “retener” de la siguiente forma: “En griego es antecho, que significa ‘agarrarse a’, ‘dedicarse a’ ”.[6] De Tito, como pastor, no se podía esperar menos que devoción o entrega a la Palabra, teniendo en mente que tanto él como las comunidades cristianas estaban sufriendo constantes ataques por parte de los herejes.

Preparación constante. El apóstol Pedro aconseja: “Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Ped. 3:15). Eso implica preparación personal, actitud autoapologética. Robert M. Johnston explica el contenido originador de este consejo: “Cuando los cristianos se apartan de las anteriores costumbres tradicionales y cambian su estilo de vida por motivos religiosos, deben ser capaces de defender verbalmente su conducta”.[7]

Esta preparación, también, implica la preparación propia de la iglesia. La preparación personal del pastor resultará en protección de sus convicciones teológicas, al igual que las de la iglesia. De acuerdo con Elena de White, “Los ministros que predican la doctrina deben ser obreros cabales, deben presentar la verdad en su pureza, aunque con sencillez. Deben apacentar la grey con forraje limpio, cuidadosamente aventado”.[8]

Por medio de la presentación de la sana doctrina, cabe a los pastores el deber de defender el rebaño en contra de herejías. Esa no solo fue la visión del apóstol Pablo, sino también de Pedro. La diferencia fue que Pablo se centró en la estrategia de cómo prepararse, mientras que Pedro enfatizó la necesidad de la preparación.

Así, para Timoteo el consejo de Pablo fue “usar bien”; para Tito, “apegarse firmemente”; y Pedro realzó la necesidad de que el cristiano esté constantemente preparado. Por lo tanto, se concluye que mantener a la iglesia en la sana doctrina es el resultado de un trabajo realizado por alguien que usa bien, que retiene y no descuida la preparación en la Palabra del Señor.

PREPARACIÓN MACRO DE LA IGLESIA

La iglesia es la institución escogida por Dios para la proclamación del evangelio a todo el mundo; la comunidad de fieles con idénticos propósitos y filosofía de vida. Para mantenerse viva y saludable, alineada con una perspectiva bíblica, para que sea relevante para la sociedad, debe ser incólume en al menos tres aspectos:

Identidad. Elementos como el origen profético, las características singulares y el mensaje peculiar componen la identidad de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Observe que, en caso de no poseer fundamento bíblico, estas tres particularidades, indudablemente, se estremecerían ante las intemperies sociales de la cultura y la religiosidad en vigor. Por lo tanto, aquellos que fueron elegidos para ejercer una función de liderazgo deben llevar al conocimiento del pueblo de Dios las bases bíblicas que conforman la identidad de la iglesia. Los miembros de nuestras congregaciones necesitan conocer la razón de la existencia de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, su pertinencia dentro de la sociedad, en qué lugar de la Biblia, de manera específica, son presentadas sus credenciales. Textos como Daniel 8:14; Apocalipsis 3:14 al 21, 10:2 al 11, 12:17 y 19:10, entre otros que evidencian y notifican nuestra identidad, necesitan ser estudiados. Debemos reflexionar sobre ellos y presentarlos ante la congregación.

No solo su origen es profético, sino además su mensaje es profético. “Alcen la voz los centinelas ahora, y den el mensaje que es verdad presente para este tiempo. Mostremos a la gente dónde estamos en la historia profética”.[9]

Aquí hay un punto que merece especial atención. Debemos tener profundidad teológica, huir de la superficialidad al igual que de la homilética filosófica. Los púlpitos de las congregaciones claman por mensajes proféticos; no necesariamente populares, sino que sean relevantes, imprescindibles y esenciales al contexto profético en que vivimos.

Otro punto digno de consideración es que una explosión de relativismo invade toda la estructura intelectual y académica en el mundo. Donde hay espacio para el debate, los conceptos, las subjetividades, la égida de la discusión sobrepasa la relatividad posmodernista. La iglesia, como espacio de ideas, discusiones y diálogos, no estaría fuera de esa influencia. Las orientaciones teológicas, principalmente las que están ligadas a la ética, antes consideradas como absolutas, hoy son tenidas como relativas. Hay propuestas de una nueva lectura de la Biblia, citándose como ejemplo de lectura sociológica, en la que la Biblia debe ser presentada de acuerdo con la comunidad existente, o lo que está más cerca de la necesidad social de determinado grupo humano. Todo eso es defendido por teólogos que alguna vez levantaron la bandera de la sola, prima y tota Scriptura. Es la transposición de la exégesis bíblica hacia la eiségesis humana. Nuestro mensaje profético es absoluto; por eso, siempre forma parte de nuestra identidad.

Observe la exposición de Arthur Holmes sobre lo que se configura como verdad absoluta: “La verdad no es absoluta en sí misma, sino porque proviene exclusivamente del único Dios eterno. Está fundamentada en la objetividad metafísica de su creación. La verdad absoluta aquí sugerida, por otro lado, depende de la verdad (o la fe) absoluta o particular en Dios, ya que podemos confiar en todo lo que él hace y dice”.[10]

Cuando son analizados el contexto actual de nuestras iglesias y los constantes ataques a su doctrina, la negligencia en la lectura y la investigación de la Biblia, al igual que en la reflexión acerca de ella, esto pone en riesgo, como mínimo, a la novia del Señor.

Además de todo esto, existe la influencia de un nuevo modelo de religiosidad en las iglesias. Influenciados por el cientificismo racionalista y la experiencia evangélica, estamos viviendo una especie de ateísmo cristiano, según lo define Augusto Nicodemus: “Ateísmo cristiano revelado en la Biblia por alguien que, al mismo tiempo, intenta redefinirlo, usando lenguaje y términos evangélicos. Alguien que, en la práctica, vive como si él no existiera”.[11] Esa religiosidad, que ha influido en muchas iglesias, está caracterizada por una experiencia en la que la opinión humana se sobrepone a la orientación divina, la fe es sustituida por la lógica, y la razón sustituye a la Biblia.

Inmersos en esos problemas modernos, somos desafiados a volver nuestra atención a las Escrituras Sagradas. No podemos olvidarnos de que el mensaje profético es el último comunicado de Dios al ser humano antes de la venida de Cristo. Y ese comunicado es la noticia, el aviso, que la humanidad necesita.

Santidad. Tratándose de seres humanos pecaminosos, hablar de santidad parece algo fantasioso. Por otro lado, este no es un estado de perfección absoluta, integridad plena, bajo el punto de vista humano. Pablo notifica a los cristianos corintios que ellos debían perfeccionar la santidad (2 Cor. 7:1), evidenciando así que esta experiencia era algo que debía ser continuamente desarrollado. Elena de White atribuye algunas definiciones a este término: “No es una evidencia concluyente de que un hombre sea cristiano el que manifieste éxtasis espiritual en circunstancias extraordinarias. La santidad no es arrobamiento: es una entrega completa de la voluntad a Dios; es vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios; es hacer la voluntad de nuestro Padre celestial; es confiar en Dios en las pruebas y en la oscuridad tanto como en la luz; es caminar por fe y no por vista; confiar en Dios sin vacilación y descansar en su amor”.[12]

Vivir en santidad es subsistir como alguien separado, apartado, por Dios y proceder en coherencia con los Oráculos Sagrados. Seríamos más imitados, y menos rechazados, si permitiéramos que el Espíritu Santo nos santificara. Estaríamos más relacionados con la verdad (2 Tes. 2:13) y más cercanos a la comunidad (Heb. 12:14). “El poder social, santificado por el Espíritu de Cristo, debe ser aprovechado para traer almas al Salvador”.[13] La iglesia hallará su influencia resaltada a partir del grado de santificación que se perciba en sus miembros y pastores.

Unidad. Para la iglesia, ser incólume en la unidad significa ser ilesa en su homogeneidad. A pesar de la identidad individual, tenemos un punto en común que es diferenciador, y establece cohesión y armonía en la iglesia de Dios. Jesucristo, el Ser fuera de lo común, es el elemento en común que establece armonía y cohesión. Su modus operandi transforma los grupos más inconexos en verdaderos bloques monolíticos de la fe cristiana.

En Juan 17, Cristo oró por la unidad entre sus discípulos de entonces, al igual que entre sus discípulos actuales. Tres veces pidió al Padre que los discípulos “sean uno” (Juan 17:11, 21, 22). Algo de suprema importancia fue la razón por la que esa unidad debía existir: “Para que el mundo crea que tú me enviaste” (vers. 21). La creencia en la manifestación del Salvador del mundo como hombre de Dios está condicionada a la unidad de la iglesia.

En la perícopa comprendida en los versículos 11 al 22, encontramos el siguiente pedido: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (vers. 17). ¡Qué mensaje poderoso! Entre la unidad y la santidad está la Palabra de Verdad. Como afirmó Edson Luiz Dal Pozo, “Cristo llama a todos sus discípulos a la unidad. La respuesta que todo cristiano debe dar es el testimonio de unidad en él. La división entre los cristianos es un escándalo y un testimonio contrario ante el mundo. La separación entre los cristianos hace que sus palabras caigan en descrédito, sin valor de fe. La unidad que Cristo predica no es el fin de la diversidad, pues es ella la que enriquece el espíritu de comunidad”.[14] Por lo tanto, se verifica que es imposible reputar identidad, santidad y unidad aparte de la Palabra de Verdad, en las acciones ministeriales.

PREPARACIÓN MICRO DE LA IGLESIA

Nuestra ortopraxis necesita estar fundamentada en la Biblia, considerando que hay necesidad de fomentar el conocimiento de las Escrituras, teniendo en mente al cristiano en su aspecto individual. Cuando aparecen momentos de crisis, traumas y sinsabores, el pastor generalmente se convierte en el gran consejero alentador del miembro de iglesia. Por ejemplo, una pareja pierde a su hijo saludable, con pocos meses de vida, por causa de una muerte repentina. ¿Cuál es la fuente de consuelo a la que los desesperados padres deben recurrir? ¿Dónde buscar esperanza, sino en las Sagradas Escrituras? Escribió el apóstol Pablo: “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Rom. 15:4).

¿Qué diremos a una persona que vive esclavizada y, por eso mismo, atormentada día y noche por los vicios y por el escepticismo, y clama por libertad? La salida es recorrer las Escrituras: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Sal. 119:11). Así, el uso que los pastores hacen de las Escrituras tiene gran importancia para la solución de cuestiones individuales de los miembros de la iglesia.

No hay dudas con respecto al hecho de que si estamos enraizados en la Biblia las personas serán más fácilmente atraídas al mensaje de Dios. Cuando predicamos lo que no vivimos y pedimos lo que no hacemos, nuestro trabajo está fundamentado en arena movediza. Jamás podemos olvidarnos de esta realidad: la evidencia de que somos discípulos de Cristo, fieles ministros, se concreta cuando demostramos estar afirmados en su Palabra.

Sobre el autor: Capellán del Hospital Adventista Belén y profesor de la Facultad Adventista del Amazonas.


Referencias

[1] Henry Hampton Halley, Manual bíblico de Halley (São Paulo, SP: Editora Vida, 2001), p. 23.

[2]  Warren W. Wiersbe, Comentário bíblico expositivo (Santo André, SP: 2006), t. 1, p. 320.

[3] William Hendriksen, Comentário do Novo Testamento: 1 Timóteo, 2 Timóteo e Tito (São Paulo, SP: Editora Cultura Cristã, 2001), p. 324.

[4] Ibíd.

[5]  Ibíd., p. 323.

[6] Russell Norman Champlim, O Novo Testamento Interpretado Versículo por Versículo (São Paulo, SP: Editora Candeia, s/f), p. 420.

[7] Robert M. Johnston, La Bíblia Amplificada: Pedro e Judas (Buenos Aires: ACES, 1999), p. 97.

[8] Elena de White, Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 366.

[9] Ibíd., t. 5, p. 670.

[10] Arthur F. Holmes, All Truth is God’s Truth (Grand Rapids, MI: Eerdmans Publishing Company, 1977), p. 37.

[11] Augusto Nicodemus, O Ateísmo Cristão e Outras Ameaças à Igreja (São Paulo, SP: Editora Mundo Cristão, 2011), p. 79.

[12] White, Los hechos de los apóstoles, p. 42.

[13] Obreros evangélicos, p. 494.

[14] Edson Luiz Dal Pozo, Para que Todos Sejam Um: Estudo Exegético Teológico de João 17:20-26, tesis de maestría (São Leopoldo, RS: Escola Superior de Teologia), p. 10.