Si pensáis como yo pienso acerca de algunas cosas, podría ser que desearais deshaceros de vuestro televisor y no seguir comprando los diarios. Si realmente estáis preocupados acerca de vuestro desarrollo mental, tal vez tendréis que hacerlo. Personalmente, nunca he poseído un televisor, y hace más de trece años desde que leí por última vez el diario. Para mí, esto es cuestión de elección personal; yo no soy responsable de lo que hagáis vosotros.
Si poseéis completo control sobre estas cosas, en lo que se refiere al uso del tiempo, entonces estáis en un terreno seguro al poseerlas. No son necesidades, por cierto. Quienquiera que posea un aparato de radio para escuchar las noticias y que lea inteligentemente una revista informativa semanal, tendrá toda la información que necesita en lo que atañe a las noticias corrientes. Puede escuchar los noticiosos por la radio mientras conduce su automóvil o mientras toma el desayuno, y puede leer la revista en la décima parte del tiempo que probablemente emplearía en los periódicos. Además, no congestionará su mente con una enorme cantidad de cosas que no son esenciales
Mucha gente confunde la adquisición de información con el verdadero conocimiento. Esto es un error, según lo demuestran muchas personas que conocen todo el chismerío local y sin embargo nunca han producido un pensamiento original.
La organización y la disciplina exigen que haya un método, y dan como resultado la eficiencia.
“Hay algunos jóvenes y señoritas que no tienen ningún método para hacer su trabajo. Aunque siempre están ocupados, presentan poquísimos resultados. Tienen ideas erróneas acerca del trabajo, y piensan que están trabajando duramente, cuando si hubieran utilizado un método para hacer su trabajo, y se hubieran aplicado inteligentemente a lo que estaban haciendo, habrían realizado mucho más en menos tiempo. Al ocuparse de las cosas menos importantes se encuentran urgidos, perplejos y confundidos cuando se les pide que lleven a cabo deberes que son más esenciales” (Evangelism, pág. 649).
Cuando se observa a una persona que ha llevado a cabo una gran cantidad de trabajo, se descubre que lo hace con un método. Probablemente su método no sea el que vosotros o yo quisiéramos emplear, pero a él le resulta eficaz. Algunos prefieren levantarse temprano y hacer una gran cantidad de su trabajo en las primeras horas. Otros prefieren trabajar hasta larde, o bien se ven forzados a ello a causa de la naturaleza de su trabajo. Ya sea que se emplee el uno o el otro procedimiento, el éxito raras veces se obtiene sin un buen método.
La puntualidad debe ser uno de los rasgos integrantes de todo método.
“Todo debe realizarse de acuerdo con un plan bien estudiado, y con sistema. Dios ha confiado a los hombres su sagrada obra, y él les pide que la hagan cuidadosamente. La regularidad en todas las cosas es indispensable. Nunca lleguéis tarde a una cita. Algunos obreros necesitan abandonar los métodos lentos de trabajo, y en cambio necesitan aprender la prontitud. La puntualidad es tan necesaria como la diligencia. Si queremos llevar a cabo la obra de acuerdo con la voluntad de Dios, debemos hacerla en forma expeditiva, pero no sin consideración cuidadosa” (Id., págs. 649, 650).
Hay muchas razones por las cuales la puntualidad es necesaria. El obrero que siempre llega tarde, siempre está procurando recuperar el tiempo perdido, y lo único que consigue es frustrarse y desorganizarse cada vez más. El obrero debe ser puntual para no causar a otros el disgusto que le causaría a él mismo la impuntualidad de otras personas. El ministro que hace esperar cinco minutos a una congregación de cincuenta personas, le ha costado al grupo cuatro horas y diez minutos de su tiempo. Así ha quebrantado el mandamiento que dice “No robarás”. La puntualidad y el método nos capacitan para hacer más. Cuando se tiene un tiempo establecido para el estudio y la lectura informativa, la mente se dispone por adelantado para el trabajo. No cuesta mucho esfuerzo adquirir malos hábitos, pero los hábitos buenos deben ser trabajosamente cultivados. Por eso necesitamos cultivar los buenos hábitos de estudio, y el tener un tiempo prefijado para ello nos ayudará en esta tarea. No hay ningún pecado en hacer un trabajo en la forma más fácil pero tampoco hay virtud alguna en realizar un trabajo fácil en una forma difícil. Hace años seguí un curso comercial, y uno de mis instructores acostumbraba decir: “Aprendan a hacer el trabajo en la forma más fácil. Recuerden que al jefe no le importa cuánto se cansen. A él le interesa únicamente que se haga el trabajo”. Este resultó un buen consejo. El método os ayudará a realizar un trabajo, y hará que os sobre energía para realizar la tarea siguiente.
En nuestra asociación, en los congresos de obreros a menudo se discute la manera de informar el trabajo realizado. Como respuesta a algunas de las preguntas yo les he dicho que si un obrero informa cincuenta personas bautizadas en el año no necesita informar más. Por supuesto que esto no lo decía en serio. El tesorero habría podido hacer alguna crítica a tales informes. Pero lo que yo quería destacar era la idea de que no estamos trabajando a fin de informar. El verdadero objeto de nuestro trabajo es la salvación de las almas, y el medio que empleamos no es lo más importante. Tampoco importa mucho el número de kilómetros viajados, las llamadas telefónicas hechas, y los estudios bíblicos dados.
El método y la organización pueden ayudar a una persona a producir mucho más que si trabajara sin ellos. Hace algunos años oí un relato de la obra de Rubén Youngdahl, pastor de la Iglesia Luterana del Monte de las Olivas, en Minneapolis. Llegó como pastor de esa iglesia en 1938, cuando había 331 miembros. En 1950 había 5.000 miembros en esa iglesia. La iglesia estaba situada en un suburbio de rápido crecimiento de Minneapolis, lo cual en cierta medida daba razón de parte, pero no de todo el aumento de la feligresía, porque la mitad de los miembros que se unieron a la iglesia no habían sido antes luteranos. ¿Cómo trabajó Youngdahl?
Cinco noches por semana hacía visitas desde las cinco hasta las ocho para cumplir citas concertadas de antemano por su secretario, quien hacía un diagrama de esas visitas a fin de evitar viajes inútiles. Se dice que cada año visitaba a la mayor parte de las 1.350 familias de su parroquia. Tres noches por semana él y su esposa recibían como invitados en su casa de treinta a cincuenta personas, después de las ocho de la noche.
Obtenía información acerca de los miembros tomándola de los registros oficiales de cambios de residencia, de la federación de iglesias de Minneapolis, de los periódicos y de las tarjetas que le entregaban los miembros de iglesia que oían hablar de familias nuevas que llegaban a su vecindario. Algunos miembros de la iglesia recibían el encargo de visitar a las familias recién llegadas y de llevarlas a la Iglesia del Monte de las Olivas. Cada uno de esos recién llegados recibía una carta de bienvenida de la iglesia. Además, se les enviaban publicaciones. En la iglesia, cada domingo, los miembros llenaban una tarjeta de asistencia. A los ausentes le enviaban otra tarjeta en la que les informaban que sentían su ausencia.
Hay otros detalles que no puedo analizar aquí, pero una cosa se destaca: las grandes iglesias no crecen por casualidad, pero el método, la organización y el trabajo duro pueden realizar grandes cosas.
¿Cómo se puede disciplinar la mente?
“Cada obrero, o grupo de obreros, debería establecer principios conducentes a la formación de hábitos correctos de pensamiento y acción. Esa preparación es necesaria no solamente para los obreros jóvenes sino también para los que son de más edad, a fin de que su ministerio esté libre de errores, y sus sermones sean claros, exactos y convincentes.
“Algunas mentes se parecen más a la tienda de un anticuario que a ninguna otra cosa. Se han almacenado en ellas informaciones sueltas y trozos de verdad; pero no saben cómo presentarlos en forma clara y conexa. Lo que les da valor es la relación que estas ideas tienen unas con otras. Cada idea y declaración deberían estar tan estrechamente unidas como los eslabones de una cadena. Cuando un ministro le presenta a su congregación un cúmulo de informaciones para que ella elija y ordene, sus esfuerzos son baldíos, porque muy pocos lo harán” (Id., págs. 648, 649).
Pienso que este estudio comienza con la obtención de información de buena calidad, permitiendo luego que el tiempo ayude a digerirla y asimilarla. En muchos casos los sermones no se hacen, sino que crecen en el subconsciente, pero deben tener algo de qué crecer. Hay que correlacionar y comparar la información.
Permitidme una ilustración. Hace unos meses volví a estudiar el libro de Daniel. Volví a leerlo, lo mismo que casi todo el material que pude conseguir acerca de su contenido. Cuando comencé, pensé que había muy poco más que podía aprender acerca de él después de haber predicado basándome en su contenido veintenas de veces. Cuando terminé mi estudio, había escrito una serie de cuatro artículos y un sermón completamente nuevo, y había llegado a una conclusión muy original (para mí). Había valido la pena iniciar ese nuevo estudio porque ahora tenía pensamientos originales.
Esto nos lleva a formular la pregunta: ¿Cómo estudiamos? La mente humana opone resistencia al trabajo intenso. Con demasiada frecuencia, cuando nos sentamos para estudiar, nuestras mentes de inmediato comienzan a buscar la manera de escapar de lo que les espera. Pensamos en mil cosas que podríamos estar haciendo en vez de estudiar. Pensamos que posiblemente deberíamos leer algo que pasamos por alto en la última revista o periódico. Probablemente tendríamos que hacer una llamada telefónica.
No hagáis ninguna de estas cosas. Forzaos a la concentración. Si tenéis que leer, leed vuestra Biblia. He descubierto que una de las mejores formas de forzar las mentes a trabajar es comenzar a escribir. Después de años de preparar editoriales y disertaciones para la radio he aprendido que cuando comienzo el arte mecánico de colocar las palabras en el papel, mi mente por lo general comienza a moverse. Los antiguos decían que “comenzar es hacer la mitad de la tarea”. En el estudio, esto a menudo representa más de la mitad, y una vez que uno ha comenzado puede encontrar difícil dejar de estudiar.
Trazad un programa de trabajo para el día. Pero una cosa es tener eso programa y otra cosa muy distinta es cumplirlo, especialmente para el pastor cuyo teléfono puede sonar en los momentos más inconvenientes, muchas veces con llamadas de emergencia. Pero, de todos modos, tened un programa de trabajo y seguidlo lo mejor que podáis. Esto no solamente os ahorrará tiempo, sino que también os disciplinará enseñándoos a persistir en la realización de una tarea. A mí me resulta útil llevar una libretita en el bolsillo, y a menudo en la mañana la consulto a fin de averiguar los compromisos que me esperan. El uso de la libreta es una práctica muy sencilla, pero es notablemente útil. Uno puede anotar en ella ideas que surgen y que pueden utilizarse en futuros sermones. Las ideas valen oro para el pastor, y no deberíamos permitir que se nos escapen.
Creo que lo que leemos tiene mucho que ver con lo que pensamos. Pienso que leer una buena revista es mejor que leer un diario, porque contiene material mejor organizado y no es tan vago. Pienso que leer un buen libro es mejor que leer una revista, por las mismas razones. En este momento, a manera de experimento, me estoy limitando a la lectura de una sola revista, aparte de nuestras publicaciones denominacionales. El resto de mi tiempo dedicado a la lectura lo empleo en los libros, y estoy convencido de que consigo mejores pensamientos y materiales para mi programa que de la lectura de una gran cantidad de material misceláneo. Me agrada llevar libros dondequiera que voy.
Lo que importa no es cuánto leemos, sino qué leemos. Hace poco me sorprendió saber que Spinoza tenía solamente setenta libros y Kant, 300. Sin embargo, esto no debería sorprendernos cuando recordamos la cantidad muy limitada de libros que hombres como Lincoln tuvieron en su juventud. El número de libros que tenían no era tan importante como la calidad de esos libros, y lo que hicieron con ellos. Ernesto Dimnet, en su excelente libro El Arte de Pensar dice lo siguiente sobre el tema:
“La lectura, según es practicada por la mayor parte de la gente, no es sino un método para no pensar. Si se sigue esta práctica durante varios años el cerebro se convertirá, podríamos decir apropiadamente, en una gelatina”.
Como la lectura proporciona el alimento para la mente, debemos seleccionar con mucho cuidado lo que leemos. Yo os recomendaría que comenzarais con la serie del Conflicto de los Siglos, aun cuando hubierais leído sus cinco volúmenes. Yo prefiero leer solamente cinco páginas por día y luego meditar en lo que he leído. En esa forma podréis terminar su lectura en menos de dos años, y la lectura de Joyas de los Testimonios en poco menos de un año. Haced anotaciones y escribid las ideas para sermones en las páginas en blanco de cada libro.
La congregación escuchará con placer a una persona que le presente pensamientos organizados.
Sobre el autor: Presidente de la Asociación de Wisconsin, EE. UU.