Vivimos en una época de intensa actividad material y de lamentable superficialidad espiritual, tanto dentro como fuera de la iglesia. Todos se agitan y van de aquí para allá corriendo sin parar, y parece que sólo consiguen detenerse cuando les sobreviene un infarto o algún otro accidente semejante. Antes que ello ocurra, ¿no le gustaría hacer un balance de su vida cristiana y poner las cosas en orden? Si así lo desea, lea este artículo; le puede ayudar.
Si “el orden es la primera ley del cielo” (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 459) y si nos estamos preparando para vivir allá, ¿no sería oportuno que verificáramos si estamos cumpliendo en forma ordenada con los deberes de nuestra vida cristiana? Nada verdaderamente valioso se consigue en este mundo por casualidad. La planificación y la organización constituyen el fundamento de toda empresa útil. Los hombres, en general, programan minuciosamente su vida secular: Hay una hora para trabajar, otra para alimentarse, otra para divertirse, y otra para cumplir todos los compromisos y obligaciones. El universo de Dios constituye, asimismo, un extraordinario ejemplo de orden y programación. Las estaciones comienzan en fechas definidas; el movimiento de los cuerpos celestes puede ser previsto con absoluta exactitud cronométrica; el sol sale y se pone invariablemente todos los días; y afirman las Sagradas Escrituras que “aún la cigüeña en el cielo conoce su tiempo, y la tórtola y la grulla y la golondrina guardan el tiempo de su venida” (Jer. 8:7).
¡Cuánto más importante que todas esas cosas es nuestra vida de comunión con Dios! ¿Estamos cumpliendo con fidelidad nuestros deberes y compromisos con nuestro Creador, o los estamos atendiendo en forma descuidada? Al hablar de las muchas preocupaciones y ansiedades que afligen a los hombres comúnmente, Jesucristo nos dio esta advertencia: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mat. 6: 33). Esto significa que debemos darle una prioridad definida a las cosas de Dios. Y para nosotros, como cristianos, no hay nada más importante que la comunión con Dios y nuestra preparación para la vida inmortal. El Señor no puede premiar a los que descuidan sus deberes espirituales dándoles mayor luz y bendiciones más grandes. Promete revelarse: “El que sacrifica alabanza me honrará; y al que ordenare su camino, le mostraré la salvación de Dios” (Sal. 50:23).
En las páginas inspiradas de la mensajera del Señor encontramos las siguientes palabras de amonestación y consejo: “Nos es tan imposible vivir una vida piadosa sin orar constantemente y cumplir los deberes religiosos, como lo sería obtener fuerzas físicas sin ingerir alimento temporal” (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pág. 580).
“Aunque profesen la verdad, si los hombres pasan día tras día sin relación viva con Dios, serán inducidos a hacer cosas extrañas; tomarán decisiones que no concordarán con la voluntad de Dios” (Id., tomo 2, págs. 132, 133).
“Bien sabe Satanás que todos aquellos a quienes pueda inducir a descuidar la oración y el estudio de las Sagradas Escrituras serán vencidos por sus ataques” (El Gran Conflicto, pág. 573).
Enumeremos algunos de los deberes de la vida cristiana que deben merecer especial atención y que, cuando se los cumple, se convierten en una fuente de reavivamiento espiritual, de paz y alegría. Son los instrumentos que Dios emplea para la santificación de sus hijos; son los conductos por medio de los cuales el Señor comunica a su pueblo las abundantes riquezas de su gracia.
La oración al comienzo del día
Cuando se levante, eleve su pensamiento a Dios en gratitud, en busca de la gracia necesaria para el nuevo día. Esto es algo que cada cual tiene que hacer. No nos estamos refiriendo todavía al culto matutino, sino a la oración particular que el creyente eleva a Dios. La Hna. White nos aconseja así: “Conságrate a Dios todas las mañanas; haz de esto tu primer trabajo. Sea tu oración: ‘Tómame ¡oh Señor! como enteramente tuyo. Pongo todos mis planes a tus pies. Úsame hoy en tu servicio. Mora conmigo y sea toda mi obra hecha en ti’. Este es un asunto diario. Cada mañana conságrate a Dios por ese día. Somete todos tus planes a él, para ponerlos en práctica o abandonarlos según te lo indicare su providencia. Sea puesta así tu vida en las manos de Dios y será cada vez más semejante a la de Cristo” (El Camino a Cristo, págs. 69, 70).
El culto familiar
Este es otro medio instituido por Dios para la felicidad del hogar. Todos los miembros de la familia deben participar del culto familiar, siempre que sea posible. En los servicios litúrgicos del antiguo Israel, el holocausto de la mañana y el de la tarde simbolizaban lo que, para los cristianos de hoy, son el culto matutino y el vespertino: adoración y consagración diaria a Dios. Leamos la afirmación de la sierva del Señor: “En cada familia debería haber una hora fija para el culto matutino y el vespertino. ¿No conviene a los padres reunir en derredor suyo a sus hijos antes del desayuno para agradecer al Padre Celestial por su protección durante la noche, y para pedirle su ayuda y cuidado durante el día? ¿No es propio también, cuando llega el anochecer, que los padres y los hijos se reúnan una vez más delante de Dios para agradecerle las bendiciones recibidas durante el día que termina?…
“Padres y madres, cada mañana y cada noche, juntad a vuestros hijos alrededor de vosotros, y elevad vuestros corazones a Dios por medio de humildes súplicas. Vuestros amados están expuestos a la tentación. Hay dificultades cotidianas sembradas en el camino de los jóvenes y de sus mayores. Los que quieren vivir con paciencia, amor y gozo deben orar. Será únicamente obteniendo la ayuda constante de Dios como podremos obtener la victoria sobre nosotros mismos” (Joyas de los Testimonios, tomo 3, págs. 92, 93).
En el culto matutino es de gran valor la lectura de las meditaciones matinales y, de noche, se puede estudiar la lección de la escuela sabática. Aproveche el material de lectura que prepara la iglesia para la edificación de los creyentes, y por ningún motivo se prive del precioso material y la información denominacional que le proporciona La Revista Adventista. Y no se olvide, en las horas del culto, de los alegres cánticos de Sion, que tanta alegría e inspiración traen a los hijos de Dios en el camino que han emprendido rumbo a la Canaán celestial.
¿Qué le parece una oración al mediodía?
Dondequiera que usted esté: en su casa, en el trabajo, en la calle o viajando, ¿por qué no eleva una oración a Dios? David, de quien la Biblia afirma que era un hombre conforme al corazón de Dios (1 Sam. 13:14), tenía esa costumbre. Él dijo: “Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y él oirá mi voz” (Sal. 55:17). Otro ejemplo de fidelidad es el profeta Daniel. El ángel dice de él que era “muy amado”. Daniel también aplicaba ese sistema: “Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes” (Dan. 6:10). Tan fiel era a sus momentos devocionales, que prefirió pasar una noche en el foso de los leones que descuidar sus momentos de oración.
Tome nota de esta declaración: “No hay tiempo ni lugar en que sea impropio orar a Dios. No hay nada que pueda impedirnos elevar nuestro corazón en ferviente oración. En medio de las multitudes y del afán de nuestros negocios, podemos ofrecer a Dios nuestras peticiones e implorar la divina dirección… En dondequiera que estemos podemos estar en comunión con él” (El Camino a Cristo, pág. 99).
Una hora de quietud
Es la hora de comunión particular con Dios. Ningún deber religioso supera en valor a la hora de quietud dedicada a la oración y a la meditación, cuando a solas con Dios le abrimos el corazón “como a un amigo”. Hay dos declaraciones de Elena G. de White que revelan muy bien la importancia de la oración particular en la vida del creyente. La primera dice: “Y sobre todo no descuidar la oración privada, porque ésta es la vida del alma” (Id., pág. 98). Sin embargo, entre los deberes devocionales de la vida cristiana, ninguno es tan flagrantemente descuidado como el de la oración privada. En consecuencia, “la vida del alma” se va extinguiendo y perece “el alma de la religión”. Este es, sin duda alguna, el problema más grave de la iglesia de hoy.
El ritmo vertiginoso de la vida moderna también entró en la iglesia, y pasamos la existencia corriendo de un lado para otro, enfrascados en innumerables quehaceres y preocupaciones, sin tiempo para la comunión particular con Dios. Esa es la causa de la tibieza, de la superficialidad religiosa, de la indiferencia que se ha apoderado de la mayoría de los profesos seguidores de Jesús. Pero no hay otra alternativa: o volvemos a encontrar tiempo para meditar y comulgar con Dios en oración diariamente, o pereceremos; no importa qué cargo tengamos en la iglesia, ni cuál sea nuestra profesión de fe.
Sobre este asunto tan importante la mensajera del Señor dio muchas amonestaciones. Algunas de ellas son éstas: “Tengamos un lugar especial para la oración secreta. Debemos escoger, como lo hizo Cristo, lugares selectos para comunicarnos con Dios. Muchas veces necesitamos apartarnos en algún lugar, aunque sea humilde, donde estemos a solas con Dios…
“En el lugar secreto de oración, donde ningún ojo puede ver ni oído oír, sino únicamente Dios, podemos expresar nuestros deseos y anhelos más íntimos al Padre de compasión infinita; y en la tranquilidad y el silencio del alma, esa voz que jamás deja de responder al clamor de la necesidad humana, hablará a nuestro corazón.
“No será vana la petición de los que buscan a Dios en secreto, confiándole sus necesidades y pidiéndole ayuda… Si nos asociamos diariamente con Cristo, sentiremos en nuestro derredor los poderes de un mundo invisible; y mirando a Cristo, nos asemejaremos a él. Contemplándolo, seremos transformados” (El Discurso Maestro de Jesucristo, págs. 73, 74).
Actividad misionera
La persona que bebe de la fuente del agua de la vida por medio de la comunión diaria con Dios, del estudio de las Escrituras y de la oración privada, se sentirá impelida a comunicar a los demás las buenas nuevas de la salvación. “Aquel en quien Cristo mora, tiene en sí la fuente de bendición, ‘una fuente de agua que salte para vida eterna’. De este manantial puede sacar fuerza y gracia suficientes para todas sus necesidades” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 157).
Si nuestro querido lector percibe la belleza y siente el poder del Evangelio salvador, ¿por qué no aprovecha, entonces, toda oportunidad posible para hablar de él a los que todavía viven en tinieblas? Cada cual podrá hacer lo mejor posible dentro de su capacidad o de su ambiente. Hay quienes pueden predicar; otros pueden dar estudios bíblicos. Algunos hallarán placer en visitar a los enfermos para dirigirles palabras de consuelo. Un simple folleto puede llevar a los corazones sedientos las gotas refrescantes de la verdad. Cada cual debe tratar de encontrar los medios que concuerden mejor con su propia individualidad, para dar testimonio en favor de Cristo. Debemos esforzarnos para hacer cada día algún tipo de trabajo misionero en favor de nuestros semejantes. Si lo hacemos, fortaleceremos nuestra propia espiritualidad y gozaremos de la alegría de llevar almas a los pies del Salvador. ¡Y qué alegría indecible gozaremos cuando veamos en la tierra nueva a las personas que encaminamos a Cristo por medio de nuestros humildes esfuerzos! La oración y la actividad misionera constituyen el poderoso binomio de la vida cristiana victoriosa.
Examen de conciencia
Esto parece extraño en la actualidad. Debido a la superficialidad de la vida moderna, casi se ha perdido por completo la práctica del examen de conciencia. Pero es un ejercicio espiritual del más alto valor. Si en nuestras actividades seculares, en nuestras transacciones comerciales, nos detenemos constantemente para evaluar la situación, ¿por qué no lo hacemos también con más frecuencia con respecto a nuestra situación espiritual? El examen de conciencia es exactamente eso: Una evaluación de nuestra vida cristiana. ¿Estamos creciendo en la fe? ¿Hemos vencido cada día nuestras flaquezas por la gracia de Dios? ¿Cómo tratamos a nuestros familiares? ¿Hemos cumplido con nuestros deberes espirituales? ¿Hemos sido fieles a Dios en nuestras palabras y actos, en nuestro testimonio diario, en nuestros bienes materiales? ¿Hemos cultivado buenos pensamientos y hemos vencido los pensamientos malos? Sería bueno que cada noche, antes de entregarnos al reposo, dedicáramos algunos minutos a considerar cuidadosamente las victorias y las derrotas que hemos tenido durante el día; lo que hicimos y lo que dejamos de hacer; de qué naturaleza fueron nuestras palabras y nuestros pensamientos; si tuvimos dominio propio o no; si fuimos vencidos por el mal genio, la impaciencia, la precipitación o, en cambio, nuestros recuerdos nos alegran por las victorias logradas.
Este es el consejo del espíritu de profecía al respecto: “Existe la necesidad de examinarse íntimamente y de preguntarse a la luz de la Palabra de Dios: ¿Soy íntegro o corrupto de corazón? ¿Estoy renovado en Cristo o soy todavía carnal de corazón, cubierto sólo exteriormente con un vestido nuevo? Acercaos al tribunal de Dios y observad, como a la luz de Dios, si hay algún pecado secreto, alguna iniquidad, algún ídolo que no hayáis sacrificado” (Mensajes para los Jóvenes, págs. 81, 82).
Escudriñad estrictamente vuestro corazón a la luz de la eternidad. No dejéis nada sin examinar. Escudriñad, ¡oh, sí! Escudriñad, como si de ello dependiese vuestra vida” (Testimonies, tomo 2, pág. 81).
“Esta diaria reconsideración de nuestros actos, para ver si la conciencia los aprueba o los condena, es necesaria para todos los que quieren alcanzar la perfección del carácter” (Id., pág. 512).
Estas son algunas sugerencias para que usted pueda organizar mejor su vida cristiana. Si así lo hace, su vida religiosa se renovará pues recibirá metódicamente la savia que necesita para su desarrollo y para dar frutos. Sin embargo, lo que acabamos de sintetizar aquí son sólo algunas maneras de poner en práctica el sencillo e infalible consejo de Jesús: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Juan 15: 4). Para ayudarle a formar hábitos devocionales, y realizar diariamente la evaluación correspondiente, hemos preparado un formulario que le podrá ser útil, como ya lo ha sido para muchas personas.
Los que quisieran reproducirlo para su propio uso o para campañas de reavivamiento en sus iglesias, siéntanse libres de hacerlo.
Al iniciar la planificación de su vida cristiana, acuérdese de este pensamiento escrito por un experimentado hombre de Dios: “Si logramos que nuestros períodos devocionales sean el hábito más regular de nuestra vida, descubriremos que regularizarán todo lo demás”.