Nuestra felicidad como creyentes, radica básicamente en la prontitud para ver las huellas de Dios en cada recodo del camino. Es probable que a esto se deba nuestra superioridad sobre los que no creen. Hay muchas personas que existen, pero no viven, jamás tienen una visión de Dios, ni se detienen con frecuencia en su marcha dificultosa en dirección a la ciudad eterna para oír la voz del que habla y para descubrir las huellas del que va guiando.
El año 1986 ha sido maravilloso en muchos sentidos. Damos gracias a Dios por guiarnos y mostrarnos las evidencias de su amor.
Las maneras como Él obra para la salvación de las almas, asombra y conmueve. Veamos, por ejemplo, el caso de Patricia Sotomayor, a quien tuve el privilegio de bautizar al finalizar la campaña de Monterrey, en México, durante el mes de abril de 1986. Unos pocos datos biográficos serán útiles. Patricia es una dama joven, madre de tres preciosos niños y esposa de un digno caballero. Ella pertenece a una familia reconocida en los círculos artísticos, ya que su padre es un escultor de nota en el Distrito Federal, mientras que su mamá fue doctora en medicina. Cuando la mamá de Patricia anticipaba la muerte, llamó a su hija a su lado para darle sus últimos consejos. Le dijo: “Patricia, hija mía, tu sabes cuánto de amo. Pues bien, hijita, oye lo que voy a pedirte. La felicidad que he tenido durante estos últimos años se la debo a mi encuentro con Jesús mediante la lectura de la Biblia. Ve a la Biblia, hijita, y encontrarás en ella lo que toda persona necesita. Jesús será tu mejor amigo y con él serás salva”. Como es de esperarse, la voluntad de su mamá expresada antes de su muerte tuvo que impresionar vivamente a Patricia.
Así que ésta, apenas tuvo ocasión, empezó a leer del Libro con la esperanza de tener un encuentro con Jesús. Pero como suele ocurrir con frecuencia, muchas de las cosas que leía no las entendía. Cierta tarde llamaron a la puerta de su casa dos personas, las cuales le ofrecieron estudiar la Biblia, cosa que Patricia aceptó de buena gana. Después de un tiempo de estudio intenso, Patricia fue bautizada por los Testigos de Jehová. Sin embargo, el mismo día de su bautismo, Patricia fue asaltada por un pensamiento perturbador: “Hay más verdad y tú debes conocerla”. Su búsqueda de la verdad divina habría de encontrar la respuesta mediante un eco dramático e inesperado.
Al anochecer, un día viernes, su atención fue atraída por el golpe vigoroso e insistente en la puerta de su casa. Alarmada, la abrió para encontrarse frente a una escena que sólo la eternidad podrá borrar de su memoria, pero no el tiempo. Era la estampa de una mujer joven con el cabello desgreñado, su ropa hecha jirones, con una criaturita en brazos. La mujer gritó desesperada: “¡Por favor déjeme entrar, mi esposo me quiere matar!” Un alma sensible como la de Patricia no podía rehuir la responsabilidad de ayudar a aquella mujer en desgracia, por lo tanto le dio asilo. Durante los dos días siguientes, Patricia se esforzó por devolver a aquella pobre mujer la tranquilidad y la confianza, tarea que no resultó fácil. El domingo por la mañana, Patricia invitó a su atribulada huésped a participar de los servicios religiosos en el “Salón del Reino”, invitación que la mujer rechazó cortesmente.
-¿Por qué no? -insistió sorprendida Patricia-, Dios es muy bueno con nosotros, por eso debemos darle nuestra adoración.
La respuesta de la mujer dejó a Patricia confundida cuando ésta le dijo:
-Patricia, todo este problema que he tenido con mi esposo se debe a razones religiosas. Pocas semanas atrás me uní a la Iglesia Adventista y esto lo enfureció.
-¡Adventista! -dijo Patricia-, ¿qué es eso de adventista? Explícame por favor.
Así que aquella mujer dio su testimonio repitiéndole a Patricia lo poco que podía recordar. Entre otras cosas le aseguró que según la Biblia, el día de adorar a Dios es el sábado y no el domingo. El impacto que todo aquello le produjo a Patricia abrió en su alma una nueva ventana, la que fue penetrada por la iluminación del Señor; así, Patricia empezó a comprender la razón de su frustración en el día de su bautismo con los Testigos de Jehová. En resumen, debido a razones familiares, Patricia tuvo que cambiar su residencia mudándose a la ciudad de Monterrey, donde uno demuestres hermanos la encontró en ocasión que repartía los volantes que anunciaban la campaña evangelizadora metropolitana. Damos gracias a Dios porque ella y uno de sus hijos se unieron a la Iglesia de Vallaría, mientras que otro de sus hijos y su buen esposo hacen planes para incorporarse próximamente.
Confiamos plenamente en el Señor de que 1987 será un año de grandes victorias y avance fecundo. Todos nosotros, tanto obreros como laicos, nos uniremos a la obra para terminarla con el bautismo del Espíritu Santo. Este es el año en que anticipamos la participación activa de no menos de 120.000 hermanos, hermanas, ancianos, jóvenes, niños, mujeres y hombres, todos unidos proclamando la buena nueva de salvación, acelerando así el pronto regreso de nuestro Señor. La pregunta pertinente ahora es: ¿cómo lo haremos?
El Evangelio que debemos predicar
Si hemos de ser consistentes con la verdad del Evangelio que predicamos, será necesario que nuestra metodología quede revestida con un ropaje cuyas características distintivas serán las que enumeramos:
1. La evangelización es un poderoso llamamiento que el Espíritu Santo hace, por nuestro medio, para que el pecador se coloque en el camino de la reconciliación divina; y eso significa, fuera de duda, un regreso a la pureza y simplicidad de la Palabra de Dios. La manera más segura para que nuestros métodos evangelizadores sean efectivos, es que nos atemos fuertemente a la proclama original. Debemos ser bíblicos y sostener las doctrinas que han hecho del movimiento adventista lo que es. Las iglesias más conservadoras son las que más crecen. En el centro de nuestra proclama evangelizadora tiene que haber una respuesta, o mejor sería decir: una Persona, el Señor Jesucristo. Así, pues, reconciliar al pecador con Dios será nuestra tarea primera y más importante. Pero ¿cuáles podrían ser las evidencias concluyentes de que una persona está reconciliada? Mencionaremos cinco:
a. Tener fe en Jesús, ya que “cualquiera que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios…” (1 Juan 4: 7).
b. Tener amor hermanable, porque “el que ama es nacido de Dios, y conoce a Dios” (1 Juan 4: 7).
c. Tener nuestra decisión de obedecer sus mandamientos. “Nosotros sabemos que lo hemos conocido, si guardamos sus mandamientos…” (1 Juan 2:3-6).
d. Estar buscando la santidad. Porque “cualquiera que hace justicia es nacido de Dios” (1 Juan 2: 29).
e. Dar testimonio. Ya que “si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Rom. 10: 9).
2. La evangelización es un poderoso llamamiento para que el pecador redimido por la persona de Cristo ingrese en el seno de la comunidad salvífica: La iglesia. Cualquiera sea su nombre, la metodología evangelizadora que no alcance este objetivo, está condenada al fracaso y en el día final será considerada como traición. Además de reconciliación, el Evangelio es reunificación con Dios y con nuestros hermanos. La reunificación en la iglesia es la ocasión para que el ministerio de la piedad alcance su culminación (Efe. 1:20-23; 3:10; 2:13-32). Los creyentes deben recordar siempre que la iglesia:
a. Es “el medio señalado por Dios para la salvación de los seres humanos”.
b. Es “la depositaría de las riquezas de la gracia de Cristo”.
c. Es “la fortaleza de Dios, su ciudad de refugio, que él sostiene en un mundo en rebelión”.
d. Es “el palacio de la vida santa, lleno de variados dones, y dotado del Espíritu Santo”.
e. Es “como una ciudad asentada en un monte…. y que cualquier traición a la iglesia es traición hecha a Aquel que nos ha comprado con su sangre”.
f. “Por débil o imperfecta que parezca, es el objeto al cual Dios dedica en un sentido especial su suprema consideración. Es el escenario de su gracia, en el cual se deleita en revelar su poder para transformar los corazones” (Los hechos de los apóstoles, págs. 9-14).
3. La evangelización es un poderoso llamamiento para que el pecador reconciliado con Dios, mediante la sangre de Cristo, sea incorporado a la comunidad salvífica que es la iglesia, viviendo una vida de santidad. La libertad con que Cristo nos hizo libres no puede ser la ocasión para el libertinaje y el desenfreno. Los creyentes deben apoderarse del mensaje básico que nos dice: “La voluntad de Dios es vuestra santificación” (1 Tesalonicenses 4:3). En efecto, cualquiera que lea la Escritura con sencillez de corazón, descubrirá que la santificación del pueblo de Dios ha sido el propósito divino desde el mismo principio. Conviene recordar que la santificación “no es obra de un momento, es obra de toda la vida… No pueden corregirse los males ni producirse reformas en el carácter por medio de esfuerzos débiles e intermitentes. Solamente venceremos mediante un prolongado y perseverante trabajo, penosa disciplina y duro conflicto”. Insistimos, entonces, que “la verdadera santificación significa amor perfecto, obediencia perfecta y conformidad perfecta a la voluntad de Dios” (Ibíd., págs. 445-453).
4. La evangelización es un poderoso llamamiento que se hace de parte de Dios, para que el pecador acepte la reconciliación, se una a la iglesia, procure la santificación y sea un testigo del poder salvador de nuestro Señor Jesucristo. Después de mi propia salvación, el mayor gozo que haya experimentado en la vida está relacionado con la experiencia de llevar la buena nueva de salvación a quienes no conocen al Señor. Cuando cuatro de mis hermanos aceptaron la oferta de salvación, sentí un gozo inefable. Quizá sea esto un anticipo del gozo eterno que experimentaremos cuando lleguemos a la patria eterna. Ahora bien, el testimonio debe ser dado con:
a. Profundo respeto por el Señor y su Palabra.
b. Profundo sentimiento de gratitud y humildad.
c. Profunda actitud de adoración.
d. Profundo amor y compromiso con la iglesia de Dios.
Nuestra mejor alabanza
La mayor y más significativa alabanza que podemos ofrecer a nuestro Señor es ser instrumentos en sus manos para testificar en favor del Evangelio. Primero, Él nos dice “venid”, y luego agrega “id”. Es deber y privilegio nuestro “ir” a nuestros vecinos, a nuestros colegas, a nuestros compatriotas, a todos. No le neguemos a nuestro Dios que, aunque no puede ser ofrendado como algo meritorio, tampoco podría ser negado sin sufrir las consecuencias del desagrado del Señor. Una genuina respuesta del creyente a esa demanda de Dios no puede ser menos que la entrega total. El entusiasmo por el Señor y por su causa es lo que hace la diferencia. Los creyentes de la edad apostólica se consumían sobre el altar del servicio con santo entusiasmo. Aquí está el secreto de nuestro éxito. Ideales sin pasión son ideales perdidos. Los creyentes victoriosos son los que consiguieron que el fuego continuara encendido sobre el altar del entusiasmo. Nuestro mayor enemigo no es el ateísmo o el fanatismo, es la apatía. Lo que el mundo que nos rodea espera de nosotros no es excelencia, es autenticidad. Así pues, ¡ADELANTE!