¿Cómo es posible que un Dios de amor haya promulgado la ley del talión?
La venganza se opone al espíritu de perdón y misericordia que Jesús vivió plenamente, y que quiso que vivieran todos sus seguidores. Sin embargo, la llamada ley del talión, al parecer, fomenta el espíritu vengativo. Pero, ¿qué dice realmente la Biblia al respecto?
La portada del diario me causó un tremendo impacto: un grupo de manifestantes exhibía pancartas con estas inscripciones: “Matar niños es cruel. ¡Eso no!” “Colgadle bien alto”. “Ojo por ojo”.
¿Qué era lo que pedían? Que ahorcaran a Weslley A. Dodd, un violador de niños multirreincidente que, además, acabó asesinando salvajemente a tres de ellos, después de haberlos torturado.
Pero, ¡oh paradoja!, apelando a principios bíblicos, otros contramanifestantes pedían también a las puertas del Penal Federal de Washington, que no lo ahorcaran… Hacía 28 años que no se había ejecutado a nadie en la horca en los Estados Unidos.
Lo cierto es que Westley A. Dodd, a pesar de haber dado muestras de arrepentimiento, incluso de conversión, y a pedido de él mismo, sin el más mínimo temblor o espanto, fue ahorcado pasada la medianoche del día 5 de enero. Su arrepentimiento, que parecía genuino, lo llevó a escribir, durante los escasos diez meses que estuvo en la cárcel, un folleto titulado Cuando te encuentras con un extraño… donde, según el diario citado, “Dodd advierte a los niños que se mantengan alejados de gente como él”.
Un retroceso moral
El editorialista del periódico El Mundo, titulaba su columna al día siguiente, “¿Resurge la ley del tallón?”, y la concluía así: “Desgraciadamente este clima de apoyo a la pena de muerte se aprecia también en sectores sociales del resto de Occidente, incluida España, donde el “caso Dodd” se siguió con gran interés. Buena parte de las numerosas llamadas [telefónicas] a un programa radiofónico, donde se debatía el asunto, eran de este tenor. Inquieta pensar en el retroceso moral que implica la presumible vuelta, a través del túnel del tiempo, a la cultura de la ley del talión”.
Y tiene razón el editorialista. Volver ahora al “ojo por ojo y diente por diente” seria ciertamente un retroceso moral. Como lo sería volver al “No cometerás adulterio” y al “No matarás”.
Lo que dijo Jesús
En efecto, en el Sermón del Monte, Jesús lo dejó bien claro: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio ¡…Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mat. 5:21, 22, 27, 28).
Y declaró con idéntico énfasis: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra” (Mat. 5:38, 39).
Es decir, Jesús espiritualizó la ley, y si ahora nos conformamos con su letra, entonces estamos retrocediendo moralmente. Ahora bien, es evidente que él no abolió el mandamiento que prohíbe matar, ni el que condena el adulterio. Lo que hizo fue ampliarlo aún más por encima de la letra escueta. Y, por supuesto, tampoco abolió ese mandamiento que suele denominarse, más bien despectivamente, la ley del talión, y que no sólo lo consideran “pequeño” (Mat. 5:19), sino inaceptable.
¿Venganza o misericordia?
En nuestra cultura pocos se atreven a discutir la bondad y superioridad ética y moral de toda legislación que favorezca la vida. Ya son bastantes menos los que aceptan de buen grado la necesidad de la fidelidad conyugal. Pero parece haber unanimidad en rechazar frontalmente el mandamiento del “ojo por ojo y diente por diente”, que fue promulgado por el legislador que se presenta a si mismo como “Fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado” (Exo. 34:6, 7). Y que en la misma ley donde figura la ley del talión ordena: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová” (Lev. 19:18).
Curiosamente la ley del talión figura en el capítulo que sigue a aquel donde aparecen los Diez Mandamientos, y literalmente dice así: “Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe” (Exo. 21:23-25).
Quizá ahora, después de haberla leído toda completa, podamos comprender por qué Jesús no abolió este mandamiento, como no abolió ningún otro; aunque éste nos pueda parecer cruel y propiciador de la venganza… a primera vista. En realidad, leído en su contexto —literario y cultural— lo único que dice es que el castigo, según la legislación civil, tiene que ser proporcional al delito cometido. En una época cuando el “vengador de la sangre” corre a matar a quien hubiera simplemente herido a un allegado suyo, el Señor, en su misericordia, y sabiendo que los cambios sociales no pueden ser bruscos y radicales, si han de ser efectivos y duraderos, decide poner límites a esa cruel e injusta institución. La pena de muerte sólo se autoriza en caso de homicidio. En los demás casos, aunque el legislador civil tiene que imponer sentencias punitivas y disuasorias, éstas tienen que ser proporcionales al delito cometido.
De manera que la ley del talión, tal como se halla expresada en la legislación mosaica, lejos de fomentar la venganza, pretendía limitar los efectos de una cruel costumbre social muy arraigada entonces. En el fondo y en la forma, cuando se promulgó hace 3|500 años, era la ley del amor y la misericordia.
Pero Jesús no la podía abolir. Lo que hizo fue “darle su verdadero significado” (Mat. 5:17, versión Dios habla hoy). La misericordia, como se ve claramente en el contexto en que Jesús la cita, era el fundamento de la ley del talión. La Sagrada Escritura, Versión Bóver Cantera dice: “Oísteis que se dijo (Lev. 24:19-20): Ojo por ojo y diente por diente. Mas yo os digo que no hagáis frente al malvado; antes, si uno te abofetea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, entrégale también el manto; y si uno te forzare a caminar una milla, anda con él dos; y a quien te pidiere, da; y a quien quisiere tomarte dinero prestado, no le esquives” (Mat. 5:38-42).
Ojalá todos la cumpliéramos
Sería maravilloso si la ley del talión la cumpliéramos todos fielmente. Eso sí, bien entendida. Es decir, según la visión que de ella nos da Jesús, la cual armoniza perfectamente con el espíritu con que fue promulgada en el Sinaí por el Eterno. Sería el paraíso.
Pero, este autor se conformaría, de momento, con muchísimo menos: con que en todos los países, todos los jueces y todos aquellos que aplican la justicia, aplicaran la ley del talión; aunque no fuera más que al pie de la letra. Al menos el castigo siempre sería proporcional al delito, y reduciría automáticamente el deseo de venganza.
No podemos retroceder moralmente. Todo lo contrario: hemos de avanzar. No volvamos a la ley del talión. No vayamos ahora a quedarnos en la letra de la ley, aunque, como dice el apóstol Pablo: “La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Rom. 7:12). La letra de toda la ley es buena, pero los cristianos no podemos detenernos únicamente en la obediencia de la mera letra, “porque la letra mata, pero el espíritu vivifica” (2 Cor. 3:6).
Reconozco que la ordenación al ministerio evangélico de la Iglesia Adventista del Séptimo Día no se realiza con el propósito de conferir privilegios especiales o poder, más bien es un llamado a una vida de devoción y servicio a Dios, a su iglesia y al mundo. Afirmo que las actividades de mi vida personal y profesional deberían estar arraigadas en la Palabra de Dios y sujetas al señorío de Cristo. Me siento plenamente identificado con las 27 creencias fundamentales de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
Me siento completamente comprometido a mantener muy en alto las normas de conducta profesional y competencia en el ministerio. Me propongo crear relaciones basadas en los principios expresados en la vida y las enseñanzas de Cristo.
Aplicaré, por la gracia de Dios, dichas normas en mi vida de modo que abarque lo siguiente:
1. Observaré y viviré una vida de devoción significativa para mi y mi familia.
2. Practicaré los principios de una vida saludable.
3. Manejaré mis finanzas personales y las de la iglesia con absoluta integridad.
4. Me esforzaré por lograr un desarrollo profesional continuo.
5. Dedicaré tiempo y atención total al ministerio como mi única vocación y ocupación.
6. Consideraré a mi familia como una parte primaria de mi ministerio.
7. Iniciaré y mantendré relaciones profesionales significativas.
8. Respetaré la calidad de persona de cada individuo, sin prejuicios de ninguna clase.
9. Me relacionaré con las personas del sexo opuesto sin traspasar los límites apropiados.
10. Practicaré la estricta confidencialidad.
11. Amaré a aquellos a quienes ministro y me dedicaré a fomentar su crecimiento espiritual.