¿Alguna vez te has mirado al espejo y has notado que son necesarios algunos cambios? Días atrás, mirando al espejo, vi a “mi familia ministerial” y quedé un poco preocupado. Es evidente que debemos dedicar más tiempo a la lectura y al estudio. En el siglo pasado, había un famoso predicador, llamado S. Parkes Cadman, quien en los albores de la radiotelefonía predicaba a más de cinco millones de personas cada domingo. Lo más notable acerca de este hombre es que desde que tenía once años de edad, y durante una década, trabajó como minero en Inglaterra ocho horas diarias, para mantener a sus hermanos menores. No parecía entonces que alguna vez conseguiría una educación. Sin embargo, en 1934 era uno de los autores más leídos en los Estados Unidos.

Cuando trabajaba en las minas de carbón, siempre tenía que esperar uno o dos minutos mientras descargaban su vagón; entonces sacaba de su bolsillo un libro. Estaba tan oscuro que no podía ni ver su mano; tenía que leer a la luz de una débil, sucia y vieja linterna; y rara vez tenía más de 120 segundos seguidos para leer. Sin embargo, siempre llevaba consigo un libro. Hubiese preferido pasarse sin almuerzo que salir sin sus libros. Sabía que solo a fuerza de leer podría salir de esa mina, así que durante los diez años que trabajó allí leyó cada libro que pudo conseguir prestado en el pueblo: más de mil volúmenes. No es maravilla que ese muchacho se abriera paso en la vida; nada habría podido detenerlo. Diez años después de empezar a trabajar en la mina de carbón, tenía suficiente conocimiento como para pasar con honores los exámenes de admisión en la universidad, y ganar una beca en el Richmond College de Londres, Reino Unido.

¿Qué te parece si comenzamos hoy a leer más?

Una niñita dijo a su madre, poco después de que saliera de su hogar una canosa visitante:

–Si yo pudiera llegar a ser una anciana como ella, tan linda, serena y amable, no me importaría envejecer.

–Si quieres ser esa clase de anciana, comienza desde ahora. No se hizo así en un momento, ¡se necesitó mucho tiempo! –contestó la madre.

Es un defecto común en los seres humanos colocar siempre en el futuro el día en que podremos realizar grandes cosas o efectuar grandes cambios. Y con frecuencia se necesita algún rudo chasco para despertarnos a la necesidad de una acción inmediata.

Hablando de Jesús, Elena de White dice, en el libro El Deseado de todas las gentes, las páginas 72 a 74: “En su vida laboriosa no había momentos ociosos […] no había horas vacías […]. No empleaba su poder divino para disminuir sus cargas ni aliviar su trabajo. […] No quería ser deficiente ni aun en el manejo de las herramientas. Fue perfecto como obrero, como lo fue en carácter […]. Durante toda su vida terrenal, Jesús trabajó con fervor y constancia. Esperaba mucho resultado; por lo tanto, intentaba grandes cosas […]. Jesús no rehuyó los cuidados y la responsabilidad. Por su ejemplo, nos enseñó que es nuestro deber ser laboriosos, y que nuestro trabajo debe cumplirse con exactitud y esmero, y que una labor tal es honorable. […] El carácter positivo y enérgico, sólido y fuerte que manifestó Cristo debe desarrollarse en nosotros, mediante la misma disciplina que él soportó. Y a nosotros se nos ofrece la gracia que él recibió”.

Sí, es verdad que debemos trabajar mucho. Pero no debemos olvidar que la iglesia necesita pastores bien preparados, que prediquen sermones profundos y a la vez simples, para que los entiendan aun los niños. Esto se logra solamente cuando se invierte suficiente tiempo en la lectura. ¡Te animo a que comencemos hoy!

Sobre el autor: Secretario ministerial de la División Sudamericana.