PREGUNTA. Alguien me comentó que, durante una reunión de personas notables por sus conocimientos, que se celebró en el extranjero, uno de los profesores presentes le hizo un reportaje a un representante de Publicaciones White. En el transcurso del reportaje, abruptamente le preguntó: “Tengo entendido que es tan difícil tener acceso a los escritos de la Sra. de White, como conseguir una entrevista con el papa de Roma”. ¿Hay algún viso de verdad en esta declaración?

            RESPUESTA. A decir verdad, nunca intenté entrevistar al papa de Roma, de manera que no puedo hacer comentarios al respecto. Lo que sí puedo asegurar es que la persona que hizo esa pregunta estaba muy mal informada acerca de los reglamentos que determinan las actividades de la Comisión de Fideicomisarios de las Publicaciones de Elena G. de White.

¿En qué consisten esos reglamentos, y quién está a cargo de dichas operaciones?

            Como usted sabe, el organismo denominado Publicaciones White fue fundado de acuerdo con el testamento de Elena G. de White redactado el 9 de febrero de 1912, que entró en vigor después de su muerte, en 1915. En armonía con dicho testamento, en aquella época cinco fideicomisarios designados por ella asumieron la custodia de sus obras literarias. En 1938 toda la colección de sus escritos, junto con los materiales literarios relacionados con ellos, fueron transferidos al Edificio Central de la Asociación General en Washington, D. C., Estados Unidos. En la actualidad contamos con doce fideicomisarios y un grupo de obreros que tienen a su cargo las responsabilidades inherentes a las Publicaciones White, de acuerdo con el testamento de la Sra. de White.

¿En qué consisten esas responsabilidades, y con cuánta fidelidad desempeña la Comisión de Fideicomisarios la misión que le ha sido confiada?

            Nuestra primera obligación consiste en promover la publicación de los libros de Elena G. de White en el idioma inglés. En segundo lugar, debemos promover la publicación de dichos libros en otros idiomas. El tercer punto consiste en manejar los archivos de Elena G. de White. Esto incluye lo siguiente: (a) Cuidar y proteger los archivos de manuscritos y cartas; y (b) compilar nuevos libros a partir de los manuscritos y artículos escritos por Elena G. de White, cuando sea requerido. A menudo los dirigentes de la Asociación General nos piden que compilemos material de la pluma de Elena de White sobre temas específicos que den orientación para llevar a cabo la obra de la iglesia.

Se ha acusado a Publicaciones White de haber suprimido ciertos documentos. Algunas personas sostienen que se mantiene oculta cierta información, mediante algo así como una estrategia de encubrimiento. Hay quienes piensan que los fideicomisarios se resisten a darlos a conocer a la iglesia, y que existen ciertos libros o papeles que, si se dieran a publicidad, desacreditarían a la Sra. de White y afectarían a mucha gente. ¿Qué hay de cierto en estas acusaciones?

            Esos cargos no son una novedad. Hace muchos años que los fideicomisarios enfrentan acusaciones similares. El hombre, por su misma naturaleza, posee una curiosidad y suspicacia innatas, y pienso que los que estamos encargados de proteger la propiedad de estos consejos inspirados, podemos esperar que algunas personas que no tienen suficiente confianza en los hombres, crean que, si no se concede acceso ilimitado a todos los documentos, es porque se desea encubrir algunas instrucciones de vital importancia dadas por la Sra. de White.

Recuerdo un incidente ocurrido en la época en que la Asociación General publicó el libro Questions on Doctrine (Preguntas acerca de la doctrina), en el cual se daba respuesta a ciertos interrogantes formulados por algunos dirigentes evangélicos. Uno de esos dirigentes declaró enfáticamente que un compañero suyo había visto un librito negro que se mantenía oculto en la bóveda de Publicaciones White, y que, si pe daba a conocer la información registrada en él, se destruiría la confianza en Elena G. de White. Cuando el compañero mencionado oyó esta historia, quedó estupefacto y, por escrito, hizo la siguiente declaración: “Con mucho placer dejo constancia de que jamás he hecho tal afirmación, que nunca he visto un libro semejante, y que ignoro que exista el material aludido”. Sin embargo, siguió circulando el rumor de que él había visto ese libro y que la publicación de su contenido sería perjudicial para la iglesia.

            No, Roberto. No tenemos nada que esconder ni nada de qué avergonzarnos. No tememos que se encienda la luz sobre cualquier aspecto de la obra de Elena G. de White.

            El incidente que usted acaba de citar ilustra el carácter de estos rumores, semejantes al vapor, que estalla como una burbuja cuando se conoce la verdad. ¿Qué necesidad tiene Publicaciones White de ocultar escritos de Elena de White, cuando lo que nos ha sido encomendado es, precisamente, que se haga buen uso de ellos? Actualmente circulan 63 libros de la Sra. de White, más de 2.000 artículos publicados en la Review y unos 1.400 del Signs of the Times, que pronto se publicarán, además de numerosos folletos, muchos de los cuales tienen que ver con asuntos locales. Y no he mencionado el tomo 7A del Bible Commentary, que contiene todos los comentarios de la Sra. de White publicados en los siete tomos del Seventh-day Adventist Bible Commentary.

            Además, hemos publicado un Index en tres tomos, cuya preparación costó a la iglesia más de 110.000 dólares, sin mencionar el trabajo de media docena de personas durante seis o siete años. Permítame hacerle la pregunta siguiente: Si los fideicomisarios de Publicaciones White y la iglesia no estuvieran ansiosos porque los miembros tengan acceso a los escritos de Elena G. White, ¿qué necesidad habría de gastar tanto dinero y de realizar tareas tan ímprobas a fin de que puedan conocer sus enseñanzas en todos los aspectos imaginables de su vasta obra?

Los obreros que tienen un espíritu investigador y desean estudiar las cartas y manuscritos inéditos, ¿son bienvenidos aquí?

            Sí, centenares de personas han tenido ese privilegio y casi siempre lo han hecho durante la época en que estudiaban en el colegio.

¿Tienen libertad esas personas para hojear el material inédito?

            No, no se permite hojear los escritos guardados en la bóveda. Uno de los empleados siempre acompaña al visitante que desea realizar algunas investigaciones allí. El método que se sigue es el siguiente: El interesado escribe con anticipación al secretario de Publicaciones Elena G. de White mencionando el tema que desea estudiar, y solicita permiso para investigar las cartas y los manuscritos correspondientes. Una vez que ha sido autorizado, puede concurrir a Publicaciones White para consultar el índice del archivo de los manuscritos y cartas, después de lo cual solicita el material que le interesa. El empleado le entrega los documentos.

            Naturalmente, la custodia de documentos históricos importantes requiere atención cuidadosa y un uso controlado de ellos. En eso consiste la responsabilidad de los encargados. Los archivistas comprenden el carácter sagrado de su responsabilidad como depositarios de documentos históricos valiosos y confidenciales, producto de la pluma de una persona importante.

Quizá convendría que usted indicara con claridad qué diferencia existe entre tener acceso a los materiales o autorizar su publicación. La persona que desea investigar los escritos originales, ¿puede copiar y dar a conocer libremente el material inédito que ha descubierto?

            No, hasta que se le autorice a hacerlo. Cuando se desea obtener esa autorización, porque se considera que ciertos escritos aún no publicados pueden significar una contribución importante, hay que elevar una solicitud a los fideicomisarios de Publicaciones Elena G. de White y, si es aprobada, deberá ser sometida a la consideración de la Comisión Permanente del Espíritu de Profecía de la Asociación General. Si ésta también la aprueba, la publicación y distribución del material autorizado queda a disposición de cualquier escritor.

¿En qué medida el investigador tiene libre acceso a los materiales guardados en la bóveda? ¿Se le ponen limitaciones para leer lo que desea? No me estoy refiriendo al hecho de conseguir autorización para publicar ciertos materiales.

            Existen cartas personales muy delicadas, que Elena G. de White dirigió a algunas personas. Creemos que esa clase de material biográfico, en el cual se citan los nombres de personas prominentes, no deben ser objeto de discusión y crítica públicas. Los descendientes vivos de esas personas podrían resentirse si se publicaran y distribuyeran ciertos detalles de la vida privada de sus antepasados. Un procedimiento tal no sólo denigraría a los individuos implicados, sino que además podría avergonzar a los familiares y descendientes vivos.

            La obra de Elena G. de White tiene en gran medida un carácter confidencial que no se encuentra en la tarea que realizan los autores seculares comunes. Ella misma reconoció que la obra espiritual que llevó a cabo en favor de la gente afectaba los aspectos íntimos de sus vidas, y se negó a presentar ante los demás esos asuntos, incluso en la misma iglesia. En 1867, cuando surgió este tema en Battle Creek, ella declaró lo siguiente:

            “Se me ha asignado la desagradable tarea de reprobar los pecados íntimos. Si para prevenir sospechas y celos yo ofreciera una amplia explicación de mi manera de actuar, publicando lo que debería mantenerse en privado, pecaría contra Dios y perjudicaría a esas personas. Tengo que guardar en mi interior, encerradas en mi pecho, las amonestaciones privadas por errores cometidos en privado. Juzguen los demás como quieran; yo jamás traicionaré la confianza que han depositado en mí los que erraron y se arrepintieron, ni revelaré a los demás las cosas que sólo debo dar a conocer a los culpables” (Life Sketches, pág. 177).

            Esto nos hace recordar el comentario de Elena G. de White acerca de la actitud confidencial que Jesús mantuvo con los que llegaban hasta él en busca de ayuda espiritual: “Los que eran así ayudados se convencían de que era un ser en quien podían confiar plenamente. El no traicionaría los secretos que volcaban en su oído lleno de simpatía” (El Deseado de Todas las Gentes, págs. 70, 71).

            En el caso de algún dirigente de la iglesia que tuviera alguna falla en su vida y en su obra, Elena de White lo respaldaba en su cargo tanto como le era posible, pero al mismo tiempo le transmitía consejos del. Señor para que corrigiera sus errores y mejorara su actuación como dirigente. Se abstenía de socavar abiertamente su trabajo y de destruir su influencia, mientras pudiera evitarlo.

            En el caso del Dr. Kellogg, cuando se hizo notorio su alejamiento doctrinal de la verdad, no dudó en desenmascarar el engaño que implicaban sus enseñanzas (véase Mensajes Selectos, tomo 1, págs. 226-234).

            Lo mismo sucedió en Indiana, cuando el presidente de la asociación y varios obreros enseñaron a los creyentes la doctrina de la “carne santificada” (véase Mensajes Selectos, tomo 2, págs. 35-45).

¿Qué nos puede decir de las declaraciones de Elena G. de White concernientes a los sucesos que ocurrirán en los últimos días y la forma en que se desarrollarán? ¿No están reteniendo ustedes algunos documentos que deberían dar a conocer porque se refieren a profecías que se están cumpliendo en la actualidad?

            Las profecías que hizo hace muchos años Elena de White acerca de los acontecimientos que se producirían en el mundo y en la iglesia, están en manos de nuestro pueblo, en los libros y artículos que ya se han publicado. Unas pocas de esas profecías son un tanto ambiguas; sin embargo, Publicaciones White ha compartido algunas de ellas con el pueblo adventista. Cito, por ejemplo, la siguiente: “Cuando se celebre el juicio, y los libros se abran… entonces las tablas de piedra, ocultas por Dios hasta ese día, serán presentadas ante el mundo como la norma de justicia” (Review and Herald, 28 de enero de 1909). No es claro el significado exacto de esta profecía; sin embargo, esta declaración ha sido presentada libremente a la iglesia con relación a los sucesos de los últimos tiempos. Los fideicomisarios dejan librado al criterio de cada lector su aplicación o interpretación.

Es una buena ilustración. Veo que el significado de algunas declaraciones proféticas de Elena de White todavía no resulta completamente claras.

            Aunque los fideicomisarios o el personal de Publicaciones White no tienen la responsabilidad de interpretar las declaraciones de Elena G. de White —sean o no proféticas—, a veces parece conveniente añadir notas aclaratorias o históricas que puedan ayudar al lector a comprender el marco que rodeaba dichas declaraciones. Una de las responsabilidades de los fideicomisarios es la de asegurarse de que las citas de Elena de White que se publican en libros y periódicos son exactas y que se las menciona dentro del contexto correcto. También se nos pide a menudo que verifiquemos o indiquemos la fuente de ciertas citas. Como usted recordará, en el tomo 3 del Index, págs. 3189-3192, hay una colección de citas apócrifas de toda especie que se le atribuyen a Elena G. de White. Algunas de ellas provienen de la mala memoria de algunas personas, otras parecen ser el resultado de una conclusión lógica, y otras son sencillamente fantasía.

¿Han tenido que rechazar a veces la solicitud de alguien que deseaba investigar los escritos de Publicaciones White?

            Al examinar las solicitudes, para ser completamente justos, a veces nos ha sido necesario dar marcha atrás. En varias ocasiones tuvimos que poner en duda las intenciones de algunos investigadores cuyos antecedentes revelaban, aparentemente, un espíritu de censura y deslealtad. Como esas personas siguen trabajando en instituciones adventistas, se les ha permitido realizar sus trabajos de investigación en nuestra bóveda, después que nos aseguraron que usarían en forma responsable la información que obtuvieran, pero lamentablemente no siempre han cumplido su palabra. La mayor parte de las personas que investigan en nuestra bóveda han hecho un uso responsable del material que examinaron, pero algunas citaron ciertas citas fuera de su contexto, torciendo su sentido, u omitieron añadir otras declaraciones que atemperaban o equilibraban aquéllas, con el encubierto propósito de atacar la iglesia y denigrar la misión profética de Elena de White, tratando de destruir así la confianza de los hermanos en sus visiones. Esas son generalmente las personas que inician rumores como el que dice que “los responsables de Publicaciones White son culpables de encubrimiento”.

            Quizá sea demasiado esperar que la obra de la iglesia, sus fundadores y sus dirigentes estén a cubierto de los ataques de ciertas personas que lanzan una verdadera cruzada para hallar motivos de crítica. Elena G. de White escribió al respecto lo siguiente: “Todo progreso alcanzado por aquellos a quienes Dios llamó a dirigir su obra, despertó sospechas; cada una de sus acciones fue falseada por críticos celosos” (Patriarcas y Profetas, pág. 428).

¿Cómo cree usted que comenzaron esas sospechas de encubrimiento?

            Creo que la acusación de encubrimiento está en el aire que respiramos. Ha sido esgrimida contra los dirigentes del gobierno y de la iglesia, y también contra las Publicaciones White. Cuando una persona posee poder e influencia se convierte automáticamente en el blanco de las sospechas. Es un problema que persistirá mientras haya comisiones, juntas, presidentes, secretarios y dirigentes que ocupen cargos de responsabilidad. Lo que importa es que las personas a quienes les ha sido delegado el poder lo usen con sabiduría y sin intereses egoístas. La Comisión de Fideicomisarios de Publicaciones White procura hacerlo así, conscientemente y con temor de Dios.

            En estos tiempos se considera meritorio poner en conocimiento del público todas las operaciones que se realizan. A menudo esto es una insensatez. Refiriéndose a los intereses de la iglesia y a la revelación de sus secretos ante el mundo, Elena de White advirtió lo siguiente: “Debemos ser soldados fieles y leales en el ejército de Jesucristo. Todos sus seguidores deben andar al paso de su Jefe. Nunca deben transmitir sus secretos a los enemigos de Cristo ni hacerles confidencias respecto a sus movimientos ni a las actividades que se proponen realizar; porque eso equivale a traicionar cometidos sagrados y darle al enemigo todas las ventajas. Celebren consejo los hijos de Dios dentro de su propia esfera” (Testimonios pa ra los Ministros, pág. 269, ed. ACES 1977).

            “El cristiano debe ser reservado y no divulgar secretos a los no creyentes. No debe comunicar ningún secreto que desacredite al pueblo de Dios” (Counsels on Health, pág. 341).

Sobre el autor: Es secretario asociado de la Asociación Ministerial de la Asociación General y el pastor Paul Bradley es presidente de la Comisión de Fideicomisarios de las Publicaciones de Elena G. de White.