La palabra que aparece en el título de esta reflexión es sin duda poco simpática. O tal vez mejor: sin mucha gracia. Significa: “Volverse obsoleto, pasado de moda”. En el mismo diccionario encontramos la palabra “obsoleto”, con su correspondiente definición: “Caído en desuso, anticuado, inadecuado a las circunstancias actuales”.
La obsolescencia es el peligro que todos enfrentamos en las diversas áreas de nuestros respectivos desempeños. Y también, en una traducción libre, sin las ataduras de la etimología, no crecer, quedarse estacionario, repetirse. Como pastores, debemos estar protegidos contra ese peligro, a través de la constante búsqueda del crecimiento personal, de lograr la excelencia en nuestra vocación.
El mundo le presenta hoy un formidable desafío al crecimiento del pastor. El desarrollo del materialismo ha disminuido el concepto de la necesidad de Dios. La sociedad se ha vuelto completamente secularizada y le rinde culto a la ciencia y sus métodos. Se educa a la gente en el escepticismo. Los que viven la religión no gozan de gran estima. Mientras el respeto por nuestra vocación ha declinado, la complejidad de sus demandas no ha dejado de crecer. Las iglesias compuestas por gente instruida no toleran la mediocridad en sus pastores.
Por todo eso el pastor debe estar comprometido con la excelencia. Si hubo un momento cuando el ministerio tendría que abrevarse en aguas profundas, ese tiempo es ahora. Necesitamos de excelencia en el arte de conducir gente a Cristo, excelencia en una sólida predicación bíblica, que enfrente a la gente con el mensaje de Dios, excelencia en la manera de presentar el mensaje. El predicador necesita estar al tanto de las necesidades de sus oyentes, poner su mensaje en armonía con el contexto social de sus congregaciones, volverlo práctico. Como lo hacía Jesús. No sólo recibía los mensajes de su Padre; también estaba al tanto de la manera como se los debía presentar.
El apóstol Pablo consideraba atentamente esa necesidad. Por eso le dio a Timoteo el siguiente consejo: “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Tim. 4:12,13). Desde la prisión, el pedido que le hizo a su joven compañero de luchas no deja dudas en cuanto a su preocupación por su propio crecimiento: “Trae, cuando vengas, el capote que dejé en Troas en casa de Carpo, y los libros, mayormente los pergaminos” (2 Tim. 4:13).
No es extraño que haya podido enfrentar con osadía a las autoridades de su tiempo, con valor, con un raro poder de argumentación con respecto a “Jesucristo, y éste crucificado”. Aunque se trataba de un mensaje impopular en su tiempo, demasiado sencillo para convencer a los griegos, escandaloso para los judíos, por lo menos un rey, Agripa, quedó en el valle de la decisión: “Por poco me persuades a ser cristiano”, dijo el monarca (Hech. 26:28).
Al llegar a este punto surge una pregunta que nos hace pensar: “¿Cuándo crece un niño? ¿Cuando llega a medir un metro veinte o uno cincuenta? Depende del tamaño que Dios le designó. ¿Cuándo crece un pastor? ¿Cuando le piden que atienda una iglesia grande? ¿Cuando lo llaman a ocupar un puesto en la Asociación o la Misión? La razón más destacada para determinar el crecimiento profesional no es el cargo o la importancia de él. Ni tampoco llegar a la estatura de otra persona. Debe llegar a ser todo lo que Dios designó que fuera” (Guía para ministros, p. 57).
Lo que se ha mencionado hasta ahora sirvió como motivación para que en 1995, 1997 y el 18 de abril de este año desarrolláramos una actividad denominada “Seminario de Actualización para Pastores Evangélicos”. Los dos primeros se celebraron en el auditorio de la Sociedad Bíblica en Brasilia, y el último, vía satélite, en Nova Friburgo, Río de Janeiro, Brasil. Los objetivos eran claros: transmitir informaciones ministeriales y desafiarnos a elevar los ojos para abarcar horizontes más amplios en nuestro ministerio: el desafío de crecer para ver más lejos.
El ministro de hoy necesita aprender a tener la humildad de reconocer que su formación y su experiencia no serán suficientes para abarcar toda su vida profesional, y que es necesario un constante esfuerzo en la búsqueda de la actualización de sus conocimientos.
La permanente renovación lo ayudará a evitar la obsolescencia; servirá de ejemplo y eliminará la ilusión de que si trabaja duramente hoy el futuro estará asegurado. La verdad es que eso no sucederá. Hay un solo camino: esforzarse continuamente para progresar.
Sobre el autor: Pastor y evangelista.